JURAMENTO (Mi poema)
Carlos Juárez Aldazábal (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Empeñé mi cabeza ¡tantas veces!
en pos de la verdad, del sentimiento
jurando lealtad siempre con creces
para poco después decir lo siento.

Buscando la amistad hice memeces,
cediendo en buena lid mis emociones,
no ausente falsedades y traiciones
llegué a morir de pena muchas veces.

Si labras la amistad tu te enriqueces,
decían, que un amigo es un tesoro,
mejor, el compañero que mereces.

Y aunque eso fuera así no estará exento
de ser la baratija, sólo el oro
es digno de que exista un juramento.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Carlos Juárez Aldazábal

Sufragio

Un plebiscito para esculpir el sueño del triunfo,
modelar la pasión con un temblor alcohólico.

Celebro la música de las letras unidas,
la convicción,
la empecinada astucia del adverbio,
la reunión del asesino con el caso animal
que lo motiva
lastimar el papel.

Celebro el plebiscito de lo inútil,
por eso la derrota:
voy a votar en blanco.

Pronto, cuando abran las urnas,
cenizas de mi cuerpo,
de mis letras.

Escena

Foca de circo.
Con su nariz empuja las preguntas,
la pelota de sangre.

En el acto final
toca el tambor.

Pescados del recuerdo
le crecen en los dientes.

Variaciones sobre un tema de Piazzolla

1
Las lágrimas llenaron
los vasos del tiempo,
el llanto corrosivo, llanto de tango.
(Ahí está el dolor,
tortuga que camina por la arteria,
caparazón con púas).

Si lloro es por el viento:
los álamos se agitan cuando pasa
y yo soy ese piano torcido y esmirriado
al que no toca y de lejos le silba.

Clorofílicas, piñones en la hierba,
lágrimas derramándose en vasos,
vasos a los que el tiempo olvida
como el viento
se olvida de los pinos.

2
No se trata de llanto.

Se trata de ablandar la digestión.

La entereza de saberse perdido,
estatua en algún parque.

El destino del bronce
con el brillo mojado
que le ensucia la cara.

Los derrotados

Algunos perdimos.
Pero no tanto como la sangre
caída en el Bermejo.
No tanto como el Bermejo
con sus peces cansados,
dormidos en la costa.

Boca tendida al Occidente.

Brújula del miedo.

Algunos perdieron
la intención, otros la calma,
pero no tanto como la sangre
caída en el Bermejo
no tanto como el rumbo.

Llega hasta el monte el día,
llega el hachero,
llegan los carpinchos y las plumas.
Y la boca tendida comenta la derrota,
que el monte siempre gana:

la brújula marcaba el Occidente
y los peces se ahogaron en la tierra.

Comúnmente

Esta costumbre de vivir con tantos gestos,
con esas expresiones de amanecer nublado,
no es más que consecuencia del oficio.

Mis amigos comerciantes
emprenden la jornada adormecidos,
apilando monedas en cajones,
o mejor dicho,
tratando de que la muerte se lleve las monedas
y no la esperanza que los salva del tedio.

En el barrio se hace lo posible
por conservar la indiferencia entera,
por eso somos pocos los que nos saludamos.

Pasa que el comercio es un mal hábito
y en esta vecindad no hacen otra cosa
que proseguir con esos gestos
que les nublan,
para colmo,
la poca humanidad que por ahí les amanece.

LIBRO

Este autor prefiere las corolas
y escribe poemas sin espinas.

Yo no digo corolas.
No hay semillas
que broten desde el mármol
ni girasoles decorando las lápidas.
Pasto seco, nomás, pasto y más pasto,
caminatas y lluvias para no entristecerme
por la corola insulsa.

Ayer me enamoré de una estudiante
vendedora de libros.
Leímos unos versos de Lihn sobre la muerte
y ella los comprendió,
a pesar del bolsillo sin monedas.

Después se apareció el odio bravo,
el odio corralón, el que junta las culpas,
las vende, las reparte,
el que no cuenta por qué llega de pronto:
el odio reservado.

Y al frente yo, con la estudiante
leyéndome poemas de su autor favorito.

Entonces recordé que en la camisa
me quedaba un billete
y dije “envuélvalo”, y tuve un libro,
y ese libro hablaba de corolas.
(Poema inédito)

PROFESIÓN DE FE

En Salta creemos
que no hay nada mejor
que
escribir un poema,
destapar un buen vino
o fornicar con morenas
de esas que te muerden
cuando se suelta el orgasmo.
Creemos que en la tierra
se esconde un terremoto
y que la esterilidad es un problema ajeno,
propio de los peces.
Creemos en el sol,
en el folklore,
en la virginidad porfiada de las niñas del centro,
de las que van a misa.

Hay algo, sin embargo,
en lo que no creemos.

Sabemos que la angustia es un suspiro
de los gorriones que se sientan a contemplar los muros
encima de la cruz del San Bernardo.
(de La soberbia del monje)

LA HIGUERA

Cuando el argumento lo exigía
yo era el que despertaba a los fantasmas
y llamaba a los ovnis
para viajar en el torrente sanguíneo
de lo absurdo.

Las runas se trazaban
sobre las axilas,
las esquinas de los barrios
que escondían duendes ostrogodos,
y así la invocación surtía efecto.

La higuera era el buque pirata
que conducía a la selva del fondo,
la máquina del tiempo que me acercaba
al dinosaurio perro
que me mordió una tarde
y terminó ahorcado por el vecino,
el malo de la jungla
al que yo bombardeaba
con piedras de Hiroshima
para reírme de la radioactividad
que se elevaba
sobre el tejado de sus cejas.

Cierto día el buque se hundió:
mamá decidió parquizar el fondo
y eliminar las malezas
que afeaban las fuentes de las ninfas,
seres de yeso
que se comieron la tierra de las parras
y confabularon con el vecino
para terminar con mi reinado
sobre la higuera.
(de Por qué queremos ser Quevedo)

TUMBAS EN RÍO GRANDE

Esta ciudad fue fundada por la poesía:
primero sustantivos, después verbos
y finalmente la gracia de lo anónimo.
Antes de la ciudad: tumulto de guanacos,
buscadores de oro, mercaderes.
¿Y mucho antes?: los selk’nam.

Como en todas las ciudades
existe otra ciudad detrás de sus muros:
“la casa de los muertos”, podríamos llamarla,
ya que la poesía, en Río Grande,
permite esas licencias.

Aquí se juntan a charlar amenamente
personas que en la vida tuvieron sus disputas,
sus préstamos, sus deudas,
su cuota de poder y de desdicha.

¿Y doña Ángela Loij?

Dialoga con Lola y con Segundo.
Con los antepasados y los hijos.
Conmigo, que busco entre las lápidas su nombre,
porque su nombre me habla del destino,
la futura parcela dispuesta a mi descanso.

“Pobre, Loij, pobre. Fuego en la casa.
Pobre, Loij, pobre. Tierra en las patas,
toda la posesión de la sin tierra.
Pobre, Loij, pobre”, me cuenta la señora.

Yo también digo “pobre”
cuando cansado de buscar
entre las lápidas
me siento en una tumba
y soplo entre mis manos.
(de Nadie enduela su voz como plegaria)

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Autores
Donaciano Bueno Diez
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