ESPERA I (Mi poema)
Tomás Martín Feuillet (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

¿De qué sirven palabras si viven solas
y el viento de qué vale si no lleva aire,
si el citado no escucha ningún desaire,
si vacías ya de agua vuelan las olas?

¿Por qué de noche el cielo siempre es oscuro
o en su casco se esconden las caracolas?
Mis deseos tropiezan siempre ante un muro
y en ti pensando yo muero hora tras hora.

Acuérdate que un día no muy lejano
a mis curiosidades tus respondías
con un beso en la boca mientras tus manos
muy fuerte se enlazaban contra las mías.

Ahora pasado el tiempo ya las preguntas
del pozo de mi mente ya se han secado,
tus manos y las mías ya no están juntas
y aquellos lindos besos ya se han segado.

Quisiera cual cigüeña que al campanario
en el mes de febrero siempre volvieras.
Sueño y sigo cantando como el canario,
mis oídos atentos siempre a la espera.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO:  Tomás Martín Feuillet

Mi Retrato

(Fragmento)

No necesito de espejo
ni cosa que lo parezca,
porque me sé de memoria
mi figura toda entera.
Ya me he visto muchas veces
de los pies a la cabeza
y como nadie conozco
lo que bueno o malo tenga.
Cinco pies y diez pulgadas
hacen mi altura completa:
no soy gordo ni soy flaco,
y es mi tez algo morena.
Mi pelo es castaño oscuro,
fino y crespo en tal manera
que varias ninfas me han dicho
que para sí lo quisieran.
Mi frente es ancha y cual dicen
manifiesta inteligencia;
aunque he visto muchos
burros con frente de a vara y media.
Son mis cejas algo arqueadas,
unidas, del todo negras,
bien pobladas y merecen
las califique de buenas.
No en verdad por la opinión
que yo mismo de ellas tenga
sino porque así me dijo
cierta ocasión cierta bella.
Mis ojos son algo grandes,
pestañas negras los velan,
y sin que en ello repare
todo cuanto pienso expresan.
No se ponerlos en blanco,
ni con ellos hago muecas,
ni ven para siempre al cielo
ni por siempre ven la tierra.
A la cara siempre miran
frente a frente en línea recta,
porque a nadie en este mundo
le tengo miedo o vergüenza.
Su color es casi negro
con muy poca diferencia,
y son, en fin, buenos ojos
cual cierta persona piensa.
Mi nariz, bastante roma
como lo sabes, es fea,
y da bien a conocer
no pende de gran nobleza.
Mi boca es bastante grande
de aquellas de oreja a oreja,
pero mientras no la abro
es un tanto pasajera.
Mi dentadura es ¡Dios mío!
mala por naturaleza;
pero aunque fumo cigarro
nunca está sucia ni negra.
Tengo la barba redonda
y un hoyuelo en medio de ella,
que me han dicho que es bonito
sin que a mi me lo parezca.
Ni patillas, ni bigote
uso jamás, ni chiveras,
porque soy aun más lampiño
que las ranas y culebras.
Mi cara por varias partes
está de picadas llenas,
que son constantes recuerdos
de las malditas viruelas.
Sólo una cosa del rostro
por retratarte me queda;
mas la pasaré por alto
porque no vale la pena.
Basta decirte que tengo
orejas como cualquiera,
y que son cual las de todos
sin notable diferencia.
Mi pescuezo es regular,
es cosa tal cual bien hecha,
mas no llama la atención
ni por mala ni por buena.
Mi pecho es algo elevado
y un gran corazón encierra,
que es ya casi un colador
según le han abierto brechas
con sus ojos seductores
las jóvenes panameñas,
cuyas miradas al alma
como agudos dardos llegan.
Tengo unas manos muy grandes,
tan grandes que me avergüenzan
y no son del todo largas,
sino muy anchas y gruesas.
Son malas como de encargo,
como a propósito hechas,
y más que de caballero
parecen manos de atleta.
Mi pie es chico y arqueado,
sin que por esto me crea
que por ello se enamore
de mí ninguna doncella.
Al caminar se me nota
que medio arrastro una pierna
lo que equivale a decir
que padezco de cojera.
Resultas de que sufrí
una fiebre tifoidea,
a la que grave parálisis
le siguió por consecuencia.
En fin, yo no soy buen mozo,
ni pienses que lo pretenda;
mas tampoco soy muy feo,
es regular mi presencia.
Ya no sé que más decir
y pienso que está ya hecha
mi pintura o mi retrato
(lo llamarás como quieras).
Al hacerlo yo no he usado
ni de orgullo ni modestia
y he dicho lo que he sentido
con mi natural franqueza.
Mi primer retrato es éste,
y para que tu lo veas,
aunque al público le pese
lo planto en “El Centinela”.

Los caracoles

A Josefa Herrera de Picón

Arrullado por las olas
y de la mar a la orilla
resplandece, luce y brilla
el hermoso caracol;
y sobre su bello esmalte
de caprichosos colores,
refleja sus resplandores
y su viva luz el sol.

Cuando ya la noche tiende
su negro y oscuro velo,
y la Luna desde el cielo
con sus rayos dora el mar,
en él reflejada mira
su pálida luz brillante
y se ve cual un diamante
el caracol resaltar.

De la cima de una peña
ve a lo lejos crecer flores,
y no envidia sus primores
ni matizado color;
que él también en la ribera
resaltar sabe hechicero,
como en el cielo el lucero,
como en el campo la flor.

Y al lucero el sol eclipsa
y la flor bella y lozana
luce hermosa en la mañana
y se marchita después;
y al caracol para siempre
su bello encanto le dura,
y por siempre su hermosura
conserva y su esplendidez.

Yo he visto caracoles
de formas peregrinas,
asidos a las rocas
en medio el arenal;
y en ellos dibujadas
vi nubes purpurinas
cual las que muestra el cielo
de nácar y coral.

Como esas nubes bellas
que miran nuestros ojos
cuando su frente oculta
en occidente el sol,
y sus postreros rayos,
vivísimos y rojos,
coloran los celajes
de límpido arrebol.

Yo he visto caracoles
cual nunca el pensamiento,
en sus delirios pudo
siquiera imaginar;
que fueran el orgullo
del rey más opulento
si en su diadema regla
llegáranse a ostentar.

Y al verlos ha quedado
estática mi mente,
en ellos contemplando
las obras del Señor;
y entonces ha bendecido
mi labio reverente
del cielo y de la tierra
al sabio creador.

Que sólo el Dios que pudo
formar el ancho mundo
pudiera esos objetos
bellísimos crear.
Como la perla ha creado
del mar en lo profundo;
cual pudo de la nada
al hombre fabricar.

¡Ah! ¡cuánto ha de ser grato
vagar por las riberas
oyendo de las olas
el dulce murmurar,
y a bellos caracoles,
y a conchas hechiceras,
al son de alegre cítara
un cántico entonar!

En El Álbum De La Sta. Dolores Hurtado

Hubo aquí en tiempos no muy remotos
un benemérito Coronel,
el cual decía que en esta tierra
no se hacen cinco con dos y tres.
La vez primera que esas palabras
a cierto amigo yo le escuché,
quedé admirado y al punto dije:
«¡Es un absurdo, no puede ser!»
Mas ya pasaron algunos años,
tal vez no miento si digo seis,
y la experiencia me ha demostrado
que aquel valiente pensaba bien.

De muchas pruebas que de ello tengo
hoy una sola yo te daré,
que es entre todas la más espléndida,
la que te puede más convencer.

En todas partes tienen las bellas
libros cual este que tienes hoy,
que son las urnas en donde guardan
las lindas flores de grato olor
que a regar llega, de sus altares
al pie, gustosa la admiración.
En ellos cantan los trovadores
tiernas endechas con dulce voz,
y los pintores con su paleta
allí trasladan el arrebol.

Allí el amigo su amistad jura,
allí el amante jura su amor,
y de esos álbums, en cada página
se ve un recuerdo, se ve una flor.

Y yo en mis manos tu libro tengo
y casi en blanco lo miro, sí,
aunque eres bella como un arcángel
y más hermosa que un serafín,
y aunque tus ojos son seductores
y eres dechado de gracias mil…
Dime, Dolores, si por acaso
tú en algún tiempo sales de aquí,
si se realizan tus dulces sueños
y tú mañana vas a París
y tus amigos miran tu álbum
y lo ven blanco, ¿qué han de decir?
Que aquí aún estamos muy atrasados
aunque tenemos ferrocarril,
que aquí no tienen ojos los jóvenes,
y otras mil cosas de tu país.

Cuando esto escuches, dí que es mentira,
que tus paisanos todos ven bien,
y que conocen lo que es hermoso
como cualquiera lo puede hacer;
que tus encantos ellos alaban,
que los fascinas cuando los ves,
y que te admiran como a las bellas
flores que tiene nuestro vergel.
Pero si quieren que tu les digas
por qué tu álbum en blanco ven,
diles, Dolores, lo que decía
en otros tiempos el Coronel;
y pues te juro que de tal cosa
no hay otra causa ni otro por qué,
dí que en tu tierra ni aun Arquímedes
hiciera cinco con dos y tres.

Pero con todo, como en el mundo
no hay una regla sin excepción,
yo te he ofrecido mis pobres versos
al son de mi arpa de ronca voz.
Si alguien extraña que por dos veces
haya hecho trovas en tu loor,
tú decir puedes que así lo hice
porque tu amigo sincero soy,
que en mis estrofas, aunque son malas,
no hay ni lisonja ni adulación;
que aunque en los álbums no se ven nunca
dos producciones de un mismo autor,
eso bien puede ser cosa fea
en otra parte, pero aquí no,
porque en tu tierra ni aún Arquímedes
hiciera cinco con dos y tres.

¿Cuánto Tiene?

En el siglo en que vivimos
de progreso,
y en que de nada servimos
si no tenemos un peso,
no hay labio que no repita,
ni oído en que no resuene,
esta frase favorita:
¿cuánto tiene?

Cuando un joven de una niña
se enamora,
ella al momento escudriña
sin tardanza, sin demora,
no quien es, cómo se llama,
ni el lugar de dónde viene,
y por saber sólo clama:
¿cuánto tiene?

Y si él por desgracia es pobre,
aunque honrado,
bien que la virtud le sobre,
habrá de ser despreciado;
y pronto herirá su oído
un terrible: «no conviene»,
desde que sea conocido cuánto tiene.

Es Zoraida hermosa y bella
por demás,
y locos de amor por ella
están Pedro y Diego y Blas;
y con sus tres amadores
aún soltera se mantiene,
porque ignoran los señores
cuánto tiene.

Si se enferma don Simón
por desgracia,
y pide la confesión
para estar de Dios en gracia,
el cura a quien han llamado
de irlo a confesar se abstiene,
interín no ha averiguado
cuánto tiene.

Si llega del extranjero
un cualquiera
con aires de caballero,
al cruzar de una a otra acera,
cada cual, desde su casa,
pregunta, aunque se condene:
ese fulano que pasa, ¿cuánto tiene?

Si un médico se presenta
de otra parte,
y los milagros nos cuenta
que realiza con su arte,
por saber nadie se apura
si conoce o no la higiene,
mas preguntan con premura:
¿cuánto tiene?

Si amores con Inocencia
tiene Antonio,
y al padre pide licencia
para unirse en matrimonio,
no anhela saber el tonto
de dónde el yerno proviene,
mas quiere le digan pronto
cuánto tiene.

El matrimonio es estado
que me gusta,
y aunque de él mal han hablado,
no me amedrenta ni asusta;
mas aunque casarme quiera
no hay mujer que me encadene
si es su pregunta primera:
¿cuánto tiene?

Poderoso caballero,
ya otro dijo,
que es el señor don Dinero,
y este es hecho cierto y fijo:
media en todo el interés,
en todo el oro interviene,
y hoy un hombre vale y es
cuánto tiene.

Ved aquí lo que decía
un letrado,
al dictar el otro día
la sentencia de un malvado;
«Yo le debo condenar;
mas, antes que así lo ordene
es preciso averiguar
cuánto tiene».

Es cosa atroz, criminal,
es pecado,
el no tener un real
en este siglo ilustrado…
Pero, de decir sandeces
es preciso me refrene:
yo también pregunto a veces:
¿cuánto tiene?

¡Quédate Así!

¡Quédate así! Con tu cabeza lánguida
apoyada en tu mano de jazmín,
no dejes nunca esa actitud romántica;
no te muevas, mi bien… ¡quédate así!

¡Quédate así! Para inspirar un cántico,
a tu tierno y amante trovador,
tipo de la belleza melancólica
con que siempre soñó mi corazón.

¡Quédate así! Para mirarte estático,
así inclinada la preciosa sien,
encarnación del ideal poético
que mi alma ardiente en sus delirios ve.

¡Quédate así! Sobre tu traje cándido
tus cabellos flotar deja, mi bien,
sueltos cayendo sobre el pecho nítido,
que envidiara la Diosa del Placer.

¡Quédate así! Con la mirada ignífera
fija del cielo en el hermoso tul,
Tú que eres, ¡ay! de irá existencia mísera
el solo encanto y la brillante luz.

¡Quédate así! Porque con ojos ávidos
quiero tus perfecciones contemplar,
tú que con solo una palabra mágica
feliz me has hecho para siempre ya.

¡Quédate así! Y que la parca lívida
ponga a mi vida en este instante fin;
que si viéndote así desciendo al túmulo,
yo moriré feliz, sí, muy feliz.

¡Quédate así! Como la flor que el céfiro
sobre el talle gentil hace inclinar;
¡Quédate así!, mi amor, así, ¡mi ídolo!
No te muevas, por Dios, ¡nunca jamás!

¡Quédate así! … Mas si tu frente inclínase
porque tu pecho encierra algún pesar,
no más tu mano en la mejilla pálida:
¡No te quedes así, no, por piedad!

El Centinela, Nº 105

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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