POEMA DE LA DESPEDIDA (Mi poema)
Emma Posada (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

No preguntes por qué nunca sonrío,
la vida para mi no es como antes,
ni el río en que bañaba ya es mi río
y hoy tus manos desnudas llevan guantes.

Cuando observo a través de mi ventana
hay rasguños en lágrimas sangrantes
-obviando si es de noche o de mañana-
tus caricias son gestos emigrantes.

No te engaño, deseo hacer regates,
no te hago, quiero sepas, hoy reproches
si no hay riego la planta no hay tomates.

Acaso es mi oro exento de quilates,
la luna te aparezca por las noches
o alguien serio que no haga mil dislates.

Aquí firmo el adiós, aunque dudando,
el ánima encogida atragantando
y en nube con su pena naufragando.
©donaciano bueno.

MI POETA SUGERIDO:  Emma Posada

Noche mendiga

En los telares eternos, las brujas tejen fantasmas para estas noches de invierno. La geometría gris de la tristeza descuelga un arco trágico sobre el lomo del tiempo.

Madre Miseria ríe, piruetea y danza en el circo de las desgracias; en las callejuelas mendigas, los perros hambrientos aúllan hasta hacer rodar sobre las sombras los aros fríos del silencio…

Luna medio apagada, lluvia fina y nerviosa. La ciudad mendiga duerme cubierta con sus harapos. Madre Miseria ronda… y un perro triste lame la luna enferma.

Gato negro

Alma de duende en cuerpo de sombra. Enjoyada la cabeza, el espinazo interrogante, el paso de seda.

Las campanas desbordan sus doce vinos. Luna en los tejados. Brisa en las ramas deshojantes. La pedrería de los ojos de gato se abrillanta. Espera…

La bruja de la escoba, andrajosa y hambrienta no ha de venir ahora; se durmió de cansancio en el campanario del pueblo.

La desesperación en el lomo del gato forma un arco y lanza la flecha de un maullido. Un signo lúgubre se alarga en el silencio.

Gato negro, embriagado de luna. Gato negro, bohemio de los tejados; eco del infierno, silueta de un pecado. Gato negro: seda, sombra y pedrería.

Rincón de barrio

Pocilgas: nidos de hambre, sed y frío. El pan negro y duro temblando en la mano mugrienta. El hambre a flor de ojos…

Harapos, hedor, blasfemias agrias, melenas ariscas sobre frentes marchitas.

Chiquillos que juegan con las penas, el cuerpo enfermo, la mirada huraña. Madres con el hierro lacerante del dolor en las carnes y la oración sin fe entre los labios. Hombres aguardentosos, brutales, el alma emponzoñada con sarna de perro.

Entra la noche en el barrio con luces tibias y la música lejana de un viejo organillo.

El dolor se ha hecho saeta en el espíritu. Hambre, sed y frío. Los ecos de ese abismo de miseria remedan el paso de las cabalgaduras jineteadas por el hambre, la peste y la muerte.

Caracol

Caracol. Cartucho donde el mar ha guardado sus cantos. Receptor de armonías. Pergamino a medio enrollar, en el que están escritos los arabescos de las olas. De trampolín en trampolín de espumas ha llegado a mis pies.

Mi corazón, caracol que se quedó dormido en las playas de mi cuerpo; hoy ha soltado sus enigmas; ha cantado como el mar.

El caracol que estaba a mis pies se fue en un tumulto de olas…

Corazón, ¿qué olas te llevarán?

Desolación

Llamaron a mi puerta, y por temor a las sombras y a los lobos hambrientos no respondí. ¿Fue el huracán, el amor, o la muerte? ¡Quién sabe! ¡Tal vez!

Más tarde tuve encendida mi lumbre y servido mi vino. Nadie llamó. Los búhos silbaban en mis ventanas.

Y ahora que las sombras rondan, en vano digo: regresa, peregrino; caliéntate a mi lumbre y bebe mi vino. Nadie responde…

Fuera, en el sendero, un grillo deshila una canción sedienta… rueda una hoja seca.

Dentro, se apaga la lumbre y se derrama el vino.

Tu obra

Tú, el que vive con plenitud la obra; que ha colmado en ella todo su gozo; el de los ojos ávidos sobre el paisaje extraño; el de las manos suaves sobre la flor y el nido; el de los labios frescos a la caricia del fruto.

Tú, que arrancas la belleza que te rodea para desbordarla en tu obra, gran felicidad es la que tienes. Has tejido con tus manos la seda escondida de las cosas y en tu obra humilde o brillante, han de estar lo cristalino del río y lo armonioso del vuelo.

Has plasmado en tu pobre carne que destrozará la muerte, un soplo de eternidad y de luz.

Tu polvo ha de perderse en los caminos, tal vez se vuelva ciénaga con pestes en las entrañas, o lodo que mancha los pies del niño alegre que va cantando a la escuela. Eso serás tú, tu pobre carne; pero tu obra, si la vives con plenitud, seguirá siendo clara en el río y armoniosa en el vuelo. Tu obra es soplo eterno.

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Donaciano Bueno Diez
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