QUÉ BONITA ES LA VIDA! (Mi poema)
María de Zayas y Sotomayor (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Qué bonita que es la vida
cuando estás enamorado
con el alma apasionado
vas dorándote la herida.
Mas si llega la partida
¡qué decepción, qué fracaso!,
te sientes como un payaso
que hace una mueca fingida.

Todo es dulce, y de color
y a mayor abundamiento
pareciera que es un cuento
donde sólo existe amor.
Mas, como ocurre a la flor
que un día va y se marchita
es posible, muchachita,
que el sueño vuelva en hedor.

Prepara ya la tirita
por lo que pueda pasar
pues en el arte de amar
la cura se necesita.
Si la herida es chiquitita,
la dolencia es pasajera
tómate un tiempo de espera,
mal hace quien precipita.

Y si ésta es larga y profunda
y no tiene solución
recuerda a tu corazón
la verdad ya sea inmunda.
Que esta decisión fatal
debe ser muy meditada
pues que dar una patada
es un hecho irracional.

Para poner el final
a esta estrofa edulcorada,
¡sin limón, no hay limonada!
así es la vida, tal cual.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOMaría de Zayas y Sotomayor

QUE MUERA YO, LISEO

Que muera yo, Liseo, por tus ojos,
y que gusten tus ojos de matarme;
que quiera con tus ojos alegrarme,
y tus ojos me den mil enojos.

Que rinda yo a tus ojos por despojos
mis ojos, y ellos en lugar de amarme
pudiendo con sus rayos alumbrarme,
las flores me convierten en abrojos.

Que me maten tus ojos con desdenes,
con rigores, con celo, con tibieza,
cuando mis ojos por tus ojos mueren.

¡Ay, dulce ingrato! que en los ojos tienes
tan grande deslealtad como belleza,
para unos ojos que a tus ojos quieren.

Romance a la muerte del doctor juan pérez de montalván

Cúbrase de luto el mundo,
pues ya del mundo faltó
aquel sol que con sus rayos
escureció al mismo sol.

No madrugue ya el aurora,
estése con su Titón,
que si á ver el sol salía,
ya su sol se escureció.

No canten los pajarillos,
solo diga le ruiseñor,
en sus lamentos, que el fénix
al cielo se remontó.

Y las selvas, á quien dijo
en dulce acento su voz
mil amorosos requiebros,
secas muestren su dolor.

Porque si les faltó Lope,
nunca Lope les faltó,
mientras Montalván les daba
aliento, vida y verdor.

No sienta Vénus la muerte
de su amante cazador,
la de aqueste Adónis sí,
que la llore es más razón.

¡Oh Parca, si tu supieras
el empleo de tu arpón,
llorarás, como otro César,
de tu guadaña el rigor!

Préciate, pues ya ho hiciste,
de haber marchitado en flor
la gala de Manzanares,
la gloria de su nación.

Treinta y seis años postraste;
¡oh muerte! pluguiera á Dios
que contara á tu despecho
los del caduco Néstor.

Su gala, su bizarría,
todo á tus piés se rindió,
porque a tí sola pudiera
reconocer por mayor.

Su divino entendimiento
(¡oh, qué valerosa acción!),
para morir sin estorbo,
en sí mismo le escondió.

¡Oh muerte! mas bien hiciste;
porque fuera sinrazón
quitarle el puesto que goza
por el puesto que perdió.

Tú caminante que pasas,
si te deja tu pasión,
vuelve á este mármol los ojos,
oye que dice su voz:

«Ayer fuí, ya no soy nada,
la muerte de mí triunfó:
aprended, hombres, de mí
lo que va de ayer a hoy.

«Si vistes mi bizarría,
mirad cómo polvo soy;
mi cuerpo cubre esta losa,
mi alma goza de Dios.»

Respóndele, caminante:
«reposa en paz,» y si no
puedes hablar, con la pena
llora, llora, como yo.

Amar el día…

Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.

Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.

Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del amor hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.

Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.

De dos penas que ha querido…

De dos penas que ha querido
dar amor a un desdichado,
mayor que ser olvidado
es el ser aborrecido:
que el que olvida, aquel olvido
en amor puede volver,
mas quien llega a aborrecer,
cuando se venga a acordar
será para maltratar,
que no para bien querer.

El olvido es privación
de la memoria importuna;
consiste en mala fortuna,
pero no es mala intención;
mas quien ciego de pasión
contra la ley natural
aborrece en caso igual,
más que olvido es el desdén,
pues sobre no querer bien
esta deseando mal.

Y si, en fin, aborrecer
es agraviar, bien se infiere
que el que ingrato aborreciere
está cerca de ofender;
y si hay quien quiera querer
ser antes aborrecido,
tome por suyo el partido,
que si me han de maltratar
por no verme despreciar,
quiero anegarme en olvido.

Claras fuentecillas…

Claras fuentecillas,
pues murmuráis,
murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que vive
libre y descuidado
y que mi cuidado
en el agua escribe;
si sabe mi pena,
que es dulce cadena
de mi libertad.

Murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que tiene
el pecho de hielo,
y que por consuelo
penas me previene:
responde que pene
si favor le pido,
y se hace dormido
si pido piedad;
murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que llama
cielos otros ojos,
más por darme enojos
que porque los ama,
que mi ardiente llama
paga con desdén,
y quererle bien
con quererme mal;
murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Y si en cortesía
responde a mi amor,
nunca su favor
duró más de un día;
de la pena mía
ríe lisonjero
y aunque ve que muero
no tiene piedad;
murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que ha días
tiene la firmeza,
y que con tibiezas
paga mis porfías;
mis melancolías
le causan contento,
y si mudo intento,
muestra voluntad:
Murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que he sido
eco desdichada,
aunque despreciada,
siempre lo he seguido;
y que si le pido
que escuche mi queja,
desdeñoso deja
mis ojos llorar:
Murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que altivo,
libre y desdeñoso
vive, y sin reposo,
por amarle, vivo;
que no da recibo
a mi tierno amor,
antes con rigor
me intenta matar:
Murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad sus ojos
graves y severos,
aunque bien ligeros
para darme enojos,
que rinde despojos
a su gentileza
cuya altiva alteza
non halla su igual:
Murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad que ha dado
con alegre risa
la gloria de Belisa,
que a mí me ha quitado,
no de enamorado,
sino de traidor,
que aunque finge amor,
miente en la mitad:
Murmurad a Narciso
que no sabe amar.

Murmurad mis celos
y penas rabiosas,
ay, fuentes hermosas,
a mis ojos cielos,
y mis desconsuelos,
penas y disgustos,
mis perdidos gustos,
fuentes, murmurad,
y también a Narciso
que no sabe amar.

En el claro cristal del desengaño…

En el claro cristal del desengaño
se miraba Jacinta descuidada,
contenta de no amar, ni ser amada,
viendo su bien en el ajeno daño.
Mira de los amantes el engaño,
la voluntad, por firme, despreciada,
y de haberla tenido escarmentada,
huye de amor el proceder extraño.
Celio, sol desta edad, casi envidioso,
de vel la libertad con que vivía,
exenta de ofrecer a amor despojos,
galán, discreto, amante, dadivoso,
reflejos que animaron su osadía,
dio en el espejo, y deslumbró sus ojos.
Sintió dulces enojos,
y apartando el creistal, dijo piadosa:
«Por no haber visto a Celio, fui animosa,
y aunque llegue a abrasarme,
no pienso de sus rayos apartarme.»

Como la madre a quien falta…

Como la madre a quien falta
el tierno y amado hijo
así estoy cuando no os veo,
dulcísimo dueño mío.

Los ojos de vuestra ausencia
son dos caudalosos ríos,
y el pensamiento sin vos
un confuso laberinto.

¿Adónde estáis, que no os veo,
prendas que en el alma estimo,
qué Oriente goza esos rayos
o qué venturosos Indios?

Si en los brazos de la Aurora
está el sol alegre y rico,
decid, siendo vos mi Aurora,
cómo no estáis en los míos.

Salís y ponéis sin mí,
ocaso triste me pinto,
triste Noruega parezco,
tormento en que muero y vivo.

Amaros no es culpa, no;
adoraros no es delito;
si el amor dora los yerros,
qué dorados son los míos.

No viva yo si ha llegado
a los amorosos quicios
de las puertas de mi alma
pesar de haberos querido.

Agora, que no me oís,
habla mi amor atrevido;
y cuando os veo enmudezco
sin poder mi amor deciros.

Quisiera que vuestros ojos
conocieran en los míos
lo que no dice la lengua
que está para hablar sin bríos.

Y luego que os escondéis
atormento los sentidos
por haber callado tanto,
diciendo lo que os estimo.

Mas porque no lo ignoréis,
siempre vuestro me eternizo;
siglos durará mi amor
pues para vuestro he nacido.
De la novela: La inocencia castigada

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Autores
Donaciano Bueno Diez
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