¿QUÉ SERÁ DE TI? (Mi poema)
Fernando de Villena (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Qué será de ti cuando yo me vaya,
cuando ya me haya ido qué será de ti,
seguirás aquí mirando a la playa
o quizás con suerte pensarás en mí.

Mas llegará un día, como debe ser,
y tendrás que ver muchos más ocasos,
y así otra mañana y otro atardecer
y tú irás también siguiendo mis pasos.

Mas habrá otro día, quiero suponer,
en que habrá de haber otra nueva vida
mucho más alegre que la que hubo ayer
donde sólo amor tenga allí cabida.

Y allí junto al mar mirando al pasado
un barco de vuelta volverás a ver,
yo me bajaré y sentaré a tu lado
y ya eternamente te habré de querer
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Fernando de Villena

Fernando de Villena

ESTACIÓN DE ALDEA

La tarde moría sobre las acacias.
Del campo venía la brisa aromada;
las aves callaban, los grillos cantaban…
La tarde moría.

Las rosas en sombra formaban guirnaldas
por sobre los arcos, junto a la campana,
y con sus agujas lento las flechaba
el reloj añoso.

La luna en creciente y estrellas clavadas
en un firmamento turquesa y de nácar.
El reloj añoso los sueños contaba.
La tarde moría.

Estrépito grande y una luz lejana.
Un temblor del aire por las enramadas.
Un silbo furioso: el tren que llegaba.
Las rosas en sombra.
Un ángel huía. La noche reinaba.

FERNANDO DE HERRERA (1596)

Quizá se me reproche mi verbo de andaluz;
acaso no se estime mi empresa la más alta,
pero al caer la tarde, cuando la luz me falta,
preciso me resulta cantar mi propia Luz.

Yo un hombre soy tan sólo y amar fue mi blasón;
oculta al fin mi Estrella, ni sueño ya ni espero.
A los regios banquetes un buen libro prefiero
y un tiento de Correa que de la Fama el son.

Prefiero en fin mirando las aguas del gran Betis
los días ver hundirse que perseguir en vano
el oro que –se afirma- posee el suelo indiano
allende el oscilante trigal azul de Tetis.

Prefiero tosca saya que el roce del arnés
y a las doradas jaulas o cortesanas salas
do sólo la mentira posee libres alas,
prefiero mis callejas en torno a San Andrés.

EPITAFIO

No ha de turbar mi tumba el ronco viento
ni la lluvia de inviernos sucesivos.
Para dejar tus lirios sensitivos
en vano buscarás mi monumento.

No deseo la tierra como asiento
ni siquiera en la paz de los olivos
ni estar cerca del mundo de los vivos
cuando acabe el sentir de cuanto siento.

Una tarde estival, celeste y tibia
llevarás mi ceniza al mar latino
y, en sus ondas disuelta, prontamente

llegará a Grecia, Italia y hasta Libia,
buscará algún palacio submarino
o hallará su quietud en el Oriente.

ELEGÍA II

Nos habla el viento algunas veces
por boca de las hojas nuevas.
Nos habla y nos recuerda
vivencias de unos años idos
de tan veloz manera
que ciertos no parecen.

Nos habla el áureo polen
que, tal lluvia de Dánae,
esta tarde se mece sobre el valle,
y toda la creación
parece fecundarse de repente,
en un instante pleno y jubiloso.

Nos habla el aire de que fuimos jóvenes
y alguna vez entramos en la danza
que el dios Amor propone a sus devotos.
Nos habla sí, con toda su vehemencia…
Pero ya no entendemos su lenguaje.

ADIOS

La vida se nos iba
en días inocentes
de mansa lluvia y frío en los tejados.
Leíamos sin orden, amábamos a veces…
El vano conversar y la esperanza incierta
nos llevaban el resto.

En días soleados
las fieles estaciones al paso por los chopos
-ya verdes, ya dorados, ya desnudos-
silentes nos decían la vida se nos iba.

Y se nos fue la vida, ¡tan callando!,
sin traer una nueva primavera
después del largo y doloroso invierno.

EL PATIO DEL COLEGIO

En los días de cielo encapotado
está más triste el patio y sus balcones
con maderas de viejos cuarterones
y baranda muy negra en mal estado.

Es un patio sombrío, encajonado,
y vencidos están sus canalones;
tiene sombras de hospicio en los rincones
y líquenes de sangre en el tejado.

En sus cuatro parterres frente a frente,
bajo humildes naranjos y rosales,
crece hierba salvaje hacia la puerta.

En el centro y de piedra una gran fuente
muestra pútridas aguas en la cuales
flota esta tarde una paloma muerta.

ELLA

Puedo hablar del viento en las cañadas,
del viento en las ramas de los olivos
y de las nubes altas, prendidas en un cielo celeste.

Puedo hablar del mosto dorado de este otoño
que guarda en sí el aroma y el sabor
de esta tierra salvaje y hermosa
-tierra de toros bravos y pájaros extraños-.

Puedo hablaros de algunas mariposas
que, zagueras de la primavera última,
giran aún entre las encinas,
y de los valladares de piedras
silentes bajo la tormenta.
Todos me entenderíais
.
Mas si os hablase de ella,
de María Teresa, que une en su interior
la arrogancia y la dulzura del viento,
el fuego del mosto recién pisado,
la belleza indefinible de las mariposas,
la firmeza de las antiguas piedras
y la emoción de todos los otoños
y de las primaveras todas…,
¿quién de vosotros me creería?

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Donaciano Bueno Diez
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