TÚ LEES, YO LEO.. (Mi poema)
Sergio Navarro Ramírez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Lees, tu lees, yo leo,
los dos calladito estamos,
de vez en cuando miramos,
tu me observas, yo te veo.

¿Poca luz?, hay poca luz,
poca luz hay y hace frío
penetra un escalofrío
de la ventana al trasluz.

Yo que pienso ¿y tú que piensas?
los dos pensamos lo mismo
los dos vamos de turismo
cada cual con sus dispensas.

Ambos vamos de farol,
ambos echando la cuenta
cuando amaine la tormenta
volverá a lucir el sol.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Sergio Navarro Ramírez

Sergio Navarro Ramírez

Amonites

En las manos invierna el amonites.
Aún no ha llegado su resurrección,
la que espera al final de su letargo,
aquella que, con fe de mártir, quiso
cuando se hundió en el lecho del océano.
Su postura parece la de un sueño,
acurrucado sobre sí, durmiendo
hasta que los inviernos de este mundo
cesen. Quizá despierte bajo el roce
de una mirada calurosa, amable,
que conozca su nombre y su destino.
Pero queda varado ante los ojos
de un poeta que ignora la respuesta
a la pregunta de su cuerpo, echado
a una orilla desierta como un tronco
podrido o el cadáver de algún pez,
a las manos de un dios que desconoce
cómo resucitarlo.

Pertenencias

Camino solo por la playa, mientras
desentierran los últimos turistas
sus sombrillas. La luz del chiringuito
y una chispeante música lejana
les llaman al paseo junto al puerto.
Anochece, y no hay nadie que anochezca
junto al mar, que no cesa en su constante
amor y nos regala, aún siendo tarde,
la espumosa frescura de sus olas
en esta noche sofocante y grávida.
Besa mis pies desnudos y arenosos
una lánguida ola y llega como
si hubiese recorrido mil kilómetros
-¿de qué oscuro rincón del mundo viene?-.
Pero alcanza a morir hoy a mi cuerpo
solitario en la playa, convertido
en lugar santo de peregrinaje,
en cementerio deseado. Tenue,
una felicidad me invade: sé
que en una noche de este mundo una ola
fue solo mía.
. Y mientras me paseo
por la arena descalzo, voy dejando
mis huellas en la tierra recién húmeda,
a la que doy la forma de mis pasos,
como sólo mi cuerpo puede darla.
Ya esta comarca no ha de serme ajena.

EL ROBLE

I – Economía de los bosques

ANTES, joven, el árbol se cerraba
como un puño. Sus ramas fuertes, juntas,
formaban una copa impenetrable
que apenas conseguía hacer temblar
el viento. Sus raíces se clavaban
firmes como puñales en la tierra,
profundas hasta el centro.

Ahora, tras la estación dura del año,
abre sus ramas, viejo y mustio, casi
dejándolas que caigan por cansancio,
como un abrazo a lo que venga: lluvia,
insectos, pájaros…que no atrapaba
cerrando el puño. Rinde ya su cuerpo
a la muerte y ofrece su cadáver
abierto a que lo habiten. Ya florecen
los brotes verdes de esta economía:
pequeñas criaturas colonizan
su muerta arquitectura de raíces
y ramas, como los soldados usan
de establo los vestigios de algún templo
sagrado y milenario.

II – Ritos de invierno

EL roble sigue en pie, negro y enjuto,
cubierto por la última nevada.
Con las ramas quebradas por el viento,
como una mano inmensa y esquelética,
pide limosna al cielo, mendigando,
calor al aire frío de la noche.
De repente, la luz lunar le viste
su desnudez, le colma. Alzan sus dedos
delgados la hostia blanca de la luna,
temblando, como un sacerdote anciano
que celebra sus últimos oficios,
los ritos del invierno. Pordiosea
resurrección.
de «La lucha por el vuelo» Ediciones Rialp, 2017

LA VISIÓN DEL PEZ

Un chapoteo rompe la superficie. El pez salta sobre el agua. Desde lejos, parece un juego, una diversión inocente.

Mas los ojos del pez
han visto un mundo nuevo,
su luz que ahoga.

MOISÉS ANTE LA ZARZA ARDIENTE

(A la manera del Cantar de los cantares)

Nunca te gustó que en invierno durmiera sin calcetines. Mis pies fríos rozaban los tuyos y te despertaban.

Muchas noches me pediste que no me los quitase. Yo siempre respondía, antes de entrar en la cama descalzo,

que la tierra sagrada
solo puede pisarla el pie desnudo.

LAS MESAS VACÍAS DE LOS CHIRINGUITOS

Contemplo la playa con una mirada sedienta,

como si fuese
la imagen de algún ídolo que otorga
lluvia para el cultivo, la victoria
en la batalla, la inmortalidad.

Hay suficiente soledad en esta cala desierta para que quepan en ella Dios y mi alma.

Pero tan sólo encuentro
estas mesas vacías
de un par de chiringuitos en invierno,
donde se sientan
inconsolables grupos de tristeza.

MUERTE (I)

Digo tu nombre en vano.
Tu cuerpo se ha olvidado de ser tú.

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Donaciano Bueno Diez
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Esos charcos de vida que he pisado, retos…
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