YO SOLO QUIERO… (Mi poema)
Tálata Rodríguez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Poder subir quisiera hasta tu cuna,
curioso por saber como es tu cielo,
oculto entre las hebras de tu pelo
cual fuera ando metido en una duna.

El preso ser de amor de tu alma impura,
la huella que horadando va el sendero,
un poro entre la dermis tu figura
sujeto del querer de algún te quiero.

La mueca ansío ser de tu sonrisa,
suspiro entremezclado con tu aliento,
que sientas tú lo mismo que yo siento.
la mota que cabalga entre tu brisa.

Deseo ser un fleco de tu nube,
la brizna que soñó en tus dulces sueños
al tiempo que contemplo baja y sube,
el iris de esos ojos tan risueños.

Yo quiero ser la llama que encandila
las artes del amor en nuestro juego,
que incita, me provoca y espabila
cual fuera una pavesa con el fuego.

Y en fin, poder pisar donde tú pisas
tus besos se besaran con mis besos
deprisa, siempre aprisa, mas deprisa
colarme sin pudor entre tus huesos.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO: Tálata Rodríguez

La computadora. El chat, toda esa gente solitaria.
¿Qué es esto que siento? Soñé que manchaba las sábanas mientras cogíamos.
Una pareja de viejos nos miraba. Yo sé dónde está mi herida
pero vos estabas exhausto. Tenías el pelo largo como un animal salvaje.
Vos, no sé quién sos vos.
Pero estabas ahí, con tu torso de indio,
tu cadera de surfista californiano. Yo te miraba
sentada junto a ese par de nosotros mismos viejos
perdidos en el cuerpo del buda
soñándonos.
Te miraba y veía el pequeño rubí rojo y vivo como el sexo
tendido a tus blancos pies, sobre blancas sábanas tendidas.
¿Yo, quién era?
Un hada lisérgica con formación de geisha y actitud rolinga.
La punta de mi lengua sobre tu cuerpo en punta.
Una habitación llena de juguetes.
Hasta las esposas de peluche, lámparas de aceite.
No hay banda.
No hay banda.
Esto también es una ilusión, pero se siente tan real.
Ya no está la noche del ángel y el futuro ha sido dicho:
no morderás la mano que acaricia.

Ayer estaba en la selva,
saltando
como rana sobre piedra
resbalando,
buscando el hueco dónde poner el pie
musgo, viejo verde.
En uno de esos pozos,
entre muchas rocas preciosas,
nacían las cascadas y las mariposas.
Mi hija despertó la creciente
batiendo el río con sus piernas gordas y fuertes,
una espuma blanca con su luz.
Una rama con incontables
bananitas bocadillo,
dedos dulces de gorila.
Ayer estaba a la vera de un camino,
desde una cuatro por cuatro estacionada
sonaba cumbia vallenata.
A todo volumen.
Cuatro personas tomaban cuatro cervezas,
comían “detoditos”,
jugaban al tejo:
“Hágale hágale, hágale”.
Caía el sol, ahí,
entre esas cuatro montañas.
Yo había ido a comprar papel higiénico
pero me compré una cerveza
y subí hasta una loma,
campanitas amarillas, campanitas blancas
puntitos. Bastones de obispo.
Trepé a un árbol
y me fumé un cigarro
como la paloma blanca,
cortando la flor.
Lo que no puedo pensar sobre todo existe.
Como antes las mariposas,
ahora nacían las nubes,
y los picos de las montañas eran las rocas desafiantes
¿En qué hueco poner el pie?
Me gustaría saber más del mundo,
bajo el sol: usar sombrero, manga larga.
Comer la fruta,
sólo lo que cae.
Pero alimentamos a los peces en parques recreativos
Hundimos nuestros pies en el barro
para que unas tortuguitas
nos chupen los dedos.
Cosquillas.
Los ojos que te miran
se cierran en los tuyos.

Hoy Mark Ribot pasea solo

Tengo una solución para mi parte del problema:
alguien dulce, lindo e inteligente, elegante, sensible
(entonces te olvidarías de mí)
¿Te acordás de esas noches locas de tequila?
¿Te acordás cómo le latía el corazón al caballo que montamos
y que nos perdió entre la maleza de un bosquecillo añoso
para llevarnos luego hasta la estancia donde una pareja de viejos
le alisaba las crines con un peine de marfil?
Noches que no terminan. Lo difícil no es escribir
sino seguir escribiendo. ¿De quién es esta idea?
Vamos por partes, descuartizados.
Descuartizados por trenes que parten rumbo al extranjero,
por trenes que arriban desde tierras sin nombre
con sacos de dinero provenientes del mercado negro de diamantes,
con bolsas de arena y verduras de sabor amargo,
una araña, un tapir, un cuis,
cualquiera sabe de qué estoy hablando.
Cuánta ciudad, soledad
El desayuno de una mujer desnuda,
el pavo real que se comerá al banquero,
superficies que se quiebran al rozarse,
La taza de arroz, el sombrero de un gato que pasó
frente a la puerta de tu camarote de oro.
¿Alguien más escucha el canto de este pájaro?
Sí, yo, pero no le presto atención
porque también canto
No pasan las horas en el desierto.
Ciudad, sola.
Las horas que no pasan, pesan
Las a y las e descubiertas en una edad de hierro,
aprendiendo a fingir sus propias armas
amar armar amar
En mares de frutilla flota un barco
En mares de crema se ahoga un grumete
A la deriva, nuestros niños darán con una isla
y en la primer primavera brotará de sus pechos
una sepultura florida para que los amantes del futuro
escojan ramilletes gratuitos, robados de sus tumbas
y sean cada vez más egoístas.
Ahí terminará todo,
el trazo fino de un cuadro sobrevaluado
El amor es esta cosa que inventamos las mujeres.

Agua de puerto

Al entierro del estibador
no fue nadie.
Se quedó sin conocer el mar,
nunca quiso
navegar embarcado
porque prefería estar en tierra,
cargando y descargando
lo que tuviera a mano
Habia barcos que no sabía
ni de dónde venían
ni hacía dónde iban.
Le tocó una vez
vaciar unos contenedores
abollados por un tifón
Encontró restos de sangre
entre los bultos que llevaba
En temporadas de poco trabajo
vestía prolijamente
cuidándose de no ser elegante
para que así,
lo eligieran
entre las turbas de hombres
perfumados por el hambre.
Días pasaban
o semanas,
sin que lo señalaran
pero él igual iba al puerto,
si no estaba ahí
¿adónde habría estado?
Esas aves que vió,
ese presidente comunista
que lo saludó apretándole la mano,
esas mujeres por las que pasó…
En su corazón
todos eran iguales
y estaban igual de lejos
que esas naves que veía
alejándose irreversibles
El sol en el horizonte
se apaga un poco,
ya es casi de noche.
Una gaviota tuerta
hace equilibrio
en el mástil de un navío
que hubieras tenido que descargar.
¡Estibador que estiba
acomodando sus problemas!
Ahora que estás en la tierra
ya no te procupes por el mar,
tu ataúd es un barco varado
cubierto en su sepultura
por cemento y azulejos
en él, harás un gran viaje
y el viento azotará
por siempre
las velas de tus venas.

En el bosque del sonambulismo sexual (Remix)

En el bosque del sonambulismo sexual
no fumo nunca caminado,
excepto si estoy fuera del país.
En el extranjero, además, levanto la vista.
Y no demasiado:
apenas por encima de la cabeza.
Así que, a dos o tres cuadras de distancia
desde el punto en el que me encuentro,
la perspectiva hace que mis ojos
se posen sin esfuerzo en las cúpulas nevadas.
¿Qué es esto? ¿Rusia?
Se sospecha que el mundo
es mucho más que un sistema de tubos,
pero lo cierto es que yo salgo de casa
solo para ir a dos lugares,
a tres como máximo:
al supermercado, al kiosco, y excepcionalmente al río,
en cuyas barrancas leo y donde a veces creo soñar.
No tuve más remedio que levantarme
y dar una vuelta en redondo por el living
con el mentón en una mano, sin preguntarme nada.
A las tres de la tarde, agobiado,
bajé y fui al bar de la esquina a tomar una gaseosa.
Me senté a la barra. En el televisor un grupo de leones
devoraba a su presa – una bola de cuero y sangre –
mientras su esposa se pasaba la lengua
por los bigotes empapados de rubí.
Afortunadamente no era de noche,
como había pensado;
el sol caía a pleno sobre cada flor,
sobre cada pétalo de cada una de las flores
que un anciano juvenil regaba
recordando quién sabe qué.
Cruzamos la plaza en diagonal
y nos instalamos en la esquina
al otro lado de la calle y,
como todos en en ese momento,
levantamos la vista al cielo:
desde una nube redonda,
mínima,
llovía sobre un auto estacionado a metros de allí.
Era un Volvo morado, nuevo,
con las ventanillas abiertas
a pesar de que no había nadie en su interior.
Un pelo en la púa del alambre.
Ondulación imaginaria
del viento.
Antena de la pava, ¡salvaje!
Verde, ¡qué nadie toque nada!
¡Qué nadie sepa a dónde voy!
La silla,
el plato,
la cabeza.
a), b) y c), motor prendido.
Algún relicho, alguna luz.
¿Vuelvo?
Puse un codo en el apoyabrazos,
encogí un pie, me agarré al asiento con una mano
y por último empujé con toda mi alma hacia arriba.
Sola,
y echándome dramáticamente
el abrigo sobre los hombros.
Relampagueaba.
Y sin embargo torpe no soy.
No recuerdo que se me haya caído nunca
nada de las manos, por ejemplo,
ni haber chocado alguna vez con algo:
soy veloz, firme y delicada.
Y aún más durante la noche
que durante el día
como un fantasma.

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Donaciano Bueno Diez
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Sepa usted, señora mía, que la cuestión que…
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