A JORGE LUIS BORGES (Mi poema)
Juan Setién del Valle (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Y así que ciego sea eso es incierto
que nunca ya perciba lo que hay fuera,
burlaros no debéis de mi ceguera,
no ver es diferente a ya estar muerto.

Comprendo, pues que en esto nunca acierto,
salir a predicar lo hace cualquiera,
mas sepa usted distingo si es mi acera,
que el visor de mi mente sigue abierto.

Por más que lo forcéis ya no me presto
si invierno es a dudar o es primavera,
jamás podréis meterlo en mi sesera.

Cegado aquí es tener la mente huera,
tan torpe de asomarse a su mollera
forzándose a mear fuera del tiesto.
©donaciano bueno

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Aquí os presento este soneto dedicado a uno de los mejores poetas. Espero merezca vuestra aprobación, que os guste.

MI POETA SUGERIDO: Juan Setién del Valle

Siempre condenados

Y si no existiéramos,
¿cruzaríamos de la misma manera las fronteras,
callados,
sin eco,
dibujando sólo los pasos en el mar?
¿No sería igual la nada
a esa estela de olvido,
una capa de polvo sólido que nieva sobre la luz?.
¿Es que acaso seríamos distintos de la carne?.
¿No nos tropezaríamos de nuevo
y nos esconderíamos en las sombras,
no estaríamos condenados igual a ser borrados?

Contradicción.

No creía en la vida
Y viví.
Y ahora que tengo la vida,
No creo en la muerte,
y tengo que morir.

No creía en la vida

No creía en la vida.
No creía en la eterna caída,
En el siempre huir hacia ningún lugar.

¿Qué es la vida?
¿Qué es la vida
sino dolor?
La hernia de los deseos que acaban frustrados,
Los nudos que se atragantan,
El planear de la esperanza sobre el vértigo de un abismo sin fondo.

No creía en la vida.
Siempre.
Siempre las virtudes frugales desollando el apetito de la carne,
Las perversiones abnegadas encadenadas en las mazmorras de una conciencia,
La razón dislocada, la irrealidad de la realidad sojuzgada por las reglas de unos pocos,
Los credos desvergonzados,
Las leyes restrictivas de los cansados,
las leyes restrictivas de los impotentes,
las leyes restrictivas de los vulgares, de los sobrios, de los terrenales.

Siempre la sed insaciable,
Siempre el hambre irrompible,
La eterna repetición del eterno sufrimiento,
El odio a perder, a dejar huir, a impedir marchar,
La fuerza que se adquiere cuando a tu soledad sumas la de otro ser,
Las ansias amanecidas con el puñal del aborto,
La inútil distracción del retortijón del desahuciado,
El eructo de las responsabilidades,
Las verdades que exudas empujándolas desde dentro para que sus perros no
muerdan tu conciencia,
los vicios descarados a los que apagas la luz para esconderlos,
la pobreza,
la enfermedad insobornable,
la infidelidad y el abismo y el abandono de los Dioses,
las iglesias profanadas, los espantados demonios,
los desiertos autoimpuestos,
las verdades intolerables que camuflo con mentiras aún más ásperas,
los vulnerables achaques que mellan tus cansancios,
los días pesados y lentos
. esperando a que se cumpla el deseo,
el deseo de volver
al silencio.

¡No!
No creía en la vida.

Requiém por la muerte de David Foster Wallace

Tus ojos jamás se han posado en mis ojos,
Ni nos hemos mordido con esa elegancia del silencio
Ni siquiera un suspiro de mi voz se ha enredado en tu quejumbroso verbo.
No te conozco.
¿Acaso importa?
No te conozco
Y, sin embargo, un ardor erosivo me lame las rocas del paladar
Como si una lengua de astillada aspereza me palpara la piel del alma
Y se ensañara con mis llagas,
Como si el corrosivo azufre de la noche
Me embriagara las entrañas con su gesto fúnebre,
Una resaca de acidez que me ha abrasado los paisajes de mi carne
Y ha resguardado sus envenenadas olas en los tuétanos de mi cuerpo.

Siento esa misma soga que te perdió el aliento
Constriñéndome las venas del alma.

¿Por qué la noche?
¿Qué hay en ella que seduce al alma?
¿Acaso el fin de los tormentos?
¿Acaso con su negro tacto tala las caricias del sentir
Y adormece el aroma del recuerdo?
¿Vive en la noche el consuelo?
¿Acaso no duelen las heridas cuando te sacas el cuchillo de la vida?

¿Cómo quema el último grito en que expira la vida?

¡OH!
La noche no vino a ti.
Tú la acogiste.
Tú deshabitaste tu cuerpo para que morase en su fondo,
En ese inquieto cráter de la vida convulsa.
La llamaste, deseándola.
La gritaste,
Pero no llegaba.
No te perseguía. Pero tú la mordiste.
¿Por qué echaste un pulso a los abismos?
¿Por qué entraste en las moradas del frío?

¿Por qué no esperaste a que la noche te entrara por los ojos,
A que te persiguiera
A que te acuchillara con su gangrena afilada
Y te contagiara su frío aliento?
¿Por qué no esperaste a que la noche se acercara con su seductor paso sigiloso
Y te construyera en el alma ese postrer edificio en cuya sombra muere la carne?

¿Qué había en la luz que te despedazaba los ojos con sus terribles dientes de azufre?
¿Qué había en la luz que te dolía?

¿Acaso allá, traspasando los límites de la noche,
El dolor se petrifica y lo olvidas, huérfano, en una triste calle oscura?
¿Acaso allí te extirpas los miedos
Y un estanque calmo ahoga el palpitar de tu sufrir?

Ojalá.
Ojalá los incendios de tu tormento no te quemen eternamente.
Ojalá no te acompañe un dolor metafísico
Que persevera más allá de la carne.

A veces pensamos que podemos huir del dolor.
Pero, dónde vive realmente.
¿Tiene acaso un hueco en la carne
O vive más allá de los huesos?
¿no lacera con una daga que no es de este mundo?

Tal vez no podamos huir del dolor,
Aunque nos arrebatemos la vida.
Aunque deje de gritar la salamandra de los huesos.

El dolor siempre prosigue por su existencia más fuerte.

Y si nos equivocamos,
Y si no va en el alma,
¿de qué te sirve entonces despojarte de esta caduca envoltura,
De esta celda que sólo traduce el dolor del alma
En angustia y le pone profundos ríos a los ojos?
¿de qué?

Ojalá no llores allí lágrimas de sangre
Y te condene la eternidad a habitar lo verdaderamente hondo de la tristeza.

Ojalá el sentir muera con la carne
Para que no acumules errores
Y para que el dolor no te rastrille con sus sádicos garfios las llagas que te visten.

¿Por qué creíste que quien no halla consuelo en la vida
Lo encuentra en las profundas cavernas de la noche,
Allí donde las sombras tejen la gelidez del vacío?
¿por qué crees que la noche esconde un consuelo que la luz pierde?
¿Acaso el tener ciegos los sentidos termina con el hambre del alma?
¿Acaso perder la vida
Es una manera de ganarla?
¿Para qué? ¿Para quién?
Si sufrir lo es todo.

¿Acaso alguien dijo que vivir era fácil?
Vivir es un exilio sin hogar ni patria,
Destinados somos a habitar en la onda,
Vivir en el delgado filo de un cruel límite entre la noche voraz
Y la débil luz de las ansias.

Estamos siempre fuera de sitio.
Incómodos en nuestras costuras.
Llenos de jirones en las roídas y pobres vestimentas del alma.

Pero vivir es estar aquí, en la luz,
Aunque las sombras tiznen de lodo los bellos huecos en los que florece
El efímero suspiro de la vida.
Perseverar.
No dejar de andar nunca en este absurdo proyecto.
Andar, aunque no haya ruta.
Andar, aunque no haya adónde.
No detenerse en la muda piedra a escuchar su voz.
Qué es vivir sino soportar,
Aguantar las mil embestidas,
Las sacudidas cotidianas de la decepción,
Corrompernos en este cuerpo trazado por caducas fronteras
Con una piel que envejece cada día
Y desnuda las heridas del alma,
Sufrir la debilidad de esta carne,
Aborto de ilusiones y sepultura de esperanzas.

Qué es la vida sino ahuyentar a la muerte,
Evitar que los perros de la noche nos muerdan en los ojos,
Retrasar la erosión de las sombras,
Ser un mástil y soportar esas mil corrientes de los ríos del aire.
No trizar el vaso de la vida.
Vivir… sufrir
Es el único argumento de la obra.

Hay una hora triste en la que la luz se fatiga
Y la noche construye moradas en el silencio de su hoguera.
Una líquida negrura va empapando de su sólida sombra,
Abrasa los contornos del día,
Y el alma y su cielo ciegan su rumbo y en el sentir anochece
En esa hora en la que las brasas de la vida son abatidos rescoldos,
Y una sábana de cenizas amansa su fuego.

Hay una hora en cuyo tiempo
La vela de la vida ha consumido sus úlceras.
Sólo la noche se apropia de su gesto
Y el ansia no sigue y la esperanza no sigue
Y el dolor se estanca.

Sólo la noche mata la histeria, acaba con la frustración y con los mil quebrantos de la carne,
Sangra al hambre, ciega a la tristeza,
Mata al sentir.
Y, no obstante, sufrir es la única manera de estar vivo.

¿Qué ignoto bien atesora la noche para que queramos arrebatárselo?
Las riquezas del silencio son carcoma de la vida.

Pero,
¿qué hay tras esos muros de la carne?
Cuando la vida se disuelve,
¿qué espanto se yergue en esa geografía de silencios?
¿Un sol negro ata sus sombras a tu rostro?
¿Hay acaso algo que mirar?
¿Qué oscuros picos
Y qué sangre de ríos brotan saltando entre las negras piedras?

¿Hay vida más allá del silencio?
¿Quién te recibe en las moradas de la noche?

¿Por qué no hablas?
¿Qué miedos se te agarran al aliento?
¿Qué pesada carga te fatiga las palabras?
¿Dónde duerme la voz?
¿Por qué no gritas como lo hacías en tu prosa?
¿Por qué no retratas ese mundo con ese verbo tuyo que fue un certero pincel?
¿Dónde la daga de tu sátira?

Pero ahora tu voz se calla.
Te posee en silencio
Y crecen raíces de moho que te estrechan los labios.
No podrás hablar lo que ven tus ojos.
Tu voz no volverá a reposar en el interior profundo de una palabra.
No habrá huellas de tu pensamiento sobre el papel.

¡Porque estás muerto!

Las cloacas del silencio te absorben la garganta.

Ya nadie te oye.

Cuando cae la noche, el silencio se posa cubriendo la existencia
Y la escarcha de la noche se enfría
Marchitando el aliento.
Las palabras se agrietan
Y la amarga impotencia las erosiona la voz,
Como si las sombras asediaran su margen
Y embistieran con las olas negras de un inclemente ocaso.
Cuando la noche se desploma sobre unos ojos
Y florecen pétalos oscuros,
Las amarras del silencio crecen como raíces bebiendo del olvido
Y agarran el grito de la voz
Hasta matarlo.

Pero tú no esperaste.

Tú mismo te has cosido una mordaza en el verbo.
Te has tejido alambres de sombra.
Las correas del musgo te entierran la luz.

Tú, que creíste escribir la verdad del mundo,
Ahora callas el paisaje de la muerte.

No importa.
No importa. Nada ha de importar ya.
El silencio tiene formas que sólo la noche conoce.

Ahora ya es tarde.

Mirar atrás, aguardar a que la nostalgia se calme…
El recuerdo no saciará la sed de las entrañas
Sólo la sangre tiene el sabor de tu alma.

¿Qué jardín de oscuro luto estará regando ahora tu tristeza?
¡O!
Queda
Sólo exhalar el enfático suspiro
Sólo amansar a este fiero león
Sólo desatar las costuras del cordaje de los nervios
Para que no rasguen la melodía del desconsuelo,
Para que nuestro ser no entone el salmo del dolor.
Sólo respirar el ansia
Y acallar su indómito grito.
Tragarse los afilados cristales que hacen soñar imposibles deseos
De que la noche te vomite de nuevo en la luz.
No mirar más atrás para no anclar la vida a las estériles piedras del ayer.

Los muertos ya no pueden morir.
Sólo los vivos seguimos muriendo.

Tan sólo resta callar la lágrima
Y exhalar un triste adiós.
Aquí,
En la soledad del muelle,
Viendo tu alma partir hacia ese negro horizonte del silencio.

Para los que estamos vivos
La vida sigue doliendo.
Pero llorando,
Con la savia herida
Y con el sollozo ardiendo en las pupilas,
Con sus mares desbordando el caudal
Y besando ásperamente las orillas del alma,
Sin fuerzas, pero con miedo,
Habitaremos esta efímera luz del ocaso
Hasta que la noche nos dé esa última estocada.

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Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
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