AQUELLO QUE SOÑÉ (Mi poema)
Alfredo Gangotena (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Resulta que yo estaba equivocado,
que aquello que soñé no era mentira.
La mente es una farsa que delira.
Soñando no se llega a ningún lado.

Pensaba yo a mi lápiz sacar punta
y el lápiz respondió diciendo nones,
no acierta a soportar ya esas canciones,
que el agua y la vinagre no se junta.

Creía en pos estar de la palabra
y quise allí tirarme a la piscina,
me vino a despertar una sordina,
la tierra pertenece a quien la labra.

Que hay veces que te buscas y no te hallas
y hay otras que te subes al tejado.
Si dudas si te calas o has mojado,
ganar la guerra exige de batallas.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Alfredo Gangotena

Alfredo Gangotena

El agua

Navegante,
¡Almendra del navío!
La mirada acorralada por tantos brillos,
Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.
El arco metálico arranca de las ramas astrales
El lino de las cataratas.
¡El hielo de las cabezas sobre la esfera
Que sonará una voz sin nombre!

¡Bah, la luna en su plenitud!
El asalto guerrero de las llamas
Que me libra de la sima de espuma
Y de las jaulas de plata.
La campana gotea, ¡ay! en la clepsidra:
En mí las sílabas del otro, virtuales y explosivas.
Presa total de las bocas de la hidra,
Rueda también mi hermano hacia el pantano del Atlante.
Con la sola resaca de la orilla liminar
¡Cuán lejana es la osadía del corsario!
La fauna brota cardinal y ampulosa:
¡La manada salvaje
del Maelstrom!
¡Yo me abrazo al mástil como un retoño!

El ladrón

A Jules Supervielle

Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
En las profundas soledades del invierno,
Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
Ya el lobo no escucha en su guarida
Sino el golpe siniestro de mis años.
Y cuidado con las llamas de un solsticio soñado:
En sus claros de bosque,
Las divinas y vigilantes miradas husmean entre las hojas marchitas.

Desollándome como Judas el infame
-El alma en la punta de la lengua helada-
Me agito en el más bajo fondo del bosque
Como las entrañas del famélico.

Mil formas solemnes se precisan en esta sombra oscura y temida,
Mil formas solemnes que se jactan ante mí del hipócrita contorno de sus encantos.
El limo de mi sombra aterciopelada
Me ofusca los sentidos y anuda mis pasos.

Como el árbol que dolorosamente reprime su cuita
En el blanco nadir de sus raíces,
El hombre maldice su destino.
En la basílica de los pinares,
El yermo corazón se lamenta:
«¡Despréndete aceleradamente, río, y sé
»La cuerda, la siniestra cuerda que me estrangulará!
»Que las ramas de hierro prendan los hervores de la tempestad.
»Aunque las frondas del relámpago estallen,
»No podréis jamás apagarla.
»Cielos, tristes y sombríos cielos,
»¡Jamás apagar esta llama de amor que canta dentro de mis ojos!»

«¡Sobre qué lienzo se imprime mi semblante?
»Sobre vosotros, charcas de absintio
»Y putrefactos brazos del río.»

«En el aire, en el agua mental del firmamento,
»¡Dónde, en qué onda embrujada, se abrevan mis ojos?
»¡En las cavernas de la tempestad o en la extrema
»Soledad del movimiento?»

«¡Hierbas, adiós!
»Me he fatigado y saciado con vuestra savia inmóvil.
»¡Adiós!
»Me lanzo sobre la punta de mis pies
»Hacia el meteoro de Belén.
»Sin hurtaros un día el Paraíso,
»Al revés de la gota adormecida,
»Escalo los torreones más altos,
»Señor,
»Señor, a fin de ofreceros muscíneas.»

Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia

A Gonzalo Zaldumbide

Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia:
Dama admirable, ceded a mi alma el esplendor de Vuestra Magnificencia.
Gritos velados de mis dientes, estertores salvajes del parto,
Dictad me la orden en los dédalos de mi canto.
Resortes y fuerzas martillados en los cráteres del sedimento;
Puertas omnímodas extraviadas en los palacios de diamante;
Y vosotros, senos del éter, donde se desmayan las fuentes del año,
Lactad, íntimos, las vías frugales que se derraman en mi pensamiento.
Bocas amasadas en el éxtasis y en la plenitud del sueño,
Anunciad al fiel para que escuche el follaje del espíritu.
El émulo del arquero, por la ruta alisia, apacigua las selvas:
Id a debatiros en la onda de sus plumas,
En el instante capital en el que evoco los encantos del mundo.
El acicate de su inmensa empresa y su gloria de doble filo
Que yo clame sin par, ¡Oh Legiones! la epopeya del Gran Navegante.

De lo remoto a lo escondido

Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.

No hay empero reparos de horizontes.
¿En dónde estoy, a dónde me conduce lo inaudito?
¡Oh Príncipe de innumerables plantas y llanuras,
A aquella fuerza de soledad me atengo
De tu nocturna condición!

Atrás dejé las puertas, las sabanas en aliño.
Los que sois de presa;
Magnates, caciques de la tierra, empolvados sobrestantes,
Velad el campo ausente.
Profesores y otras huestes,
vosotros los de la especie cotidiana, ya no vivo de vuestra
ciencia ensimismada.

Pronto me acusas,
Aire desnudo,
Doblegas mi ceño,
Me das el pánico de lobos aullando bajo la abrupta claridad lunar.
Al romper entonces la procesión oscura de esta sangre coagulada,
A más de la intrínseca solidez de mi sombra y de mis dientes,
¡Oh selva transparente,
Tus vientos primordiales se desprenden de intensa luz
En mis recintos!

¡Oh mía de mis años!
Las plazas comentadas, los caminos, las edades,
Cuánto he recorrido en virtudes de tu imagen trascendente.
Como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas,
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu.
Mis gotas caen.
El ala irrumpe a través de tus tensos jardines soñolientos.
La premura aún
De este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.
Allá sin tregua
La extensión continua, el fragor de la conquista.
El espacio aquél, a brote de epidermis.
Tal recibe el eco, en vertientes albas de tu cuerpo,
Mandatos consabidos de luz oculta.
¡Oh cuerpo femenino a cuya entrada se extasían las tormentas,
Los ciclones!

Al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,
Aquí te imploro, en la concentración de mis entrañas,
En las caudalosas lunas de mi adviento.
Bajo este rotundo cielo atravesado de miradas y de clamores,
Más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad.
En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
Las dulzuras de tu empeño.

Pero Él

¡Amén, Silencio! El paso se inquieta en el suelo de las gamas.
Recojamos las melódicas flores de la pastoral
Para nuestras tiernas hermanas.
Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.
Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.
¡Que el mundo alterado inicie las rutas del relámpago!
Íntimamente intactos, oh cementerios, de mi fósforo,
Enrollad vuestro mar deslumbrante, vuestro océano sonoro.
Entre la inmovilidad de los tallos que el astro confunde
Están mis labios arrastrándose en esas lágrimas y áureas bebidas.
Las formas se lanzan a la conquista del viento.
Alojad a ese anciano, advientos, nitidez,
La espalda ya no soporta bajo tanta oscuridad.
¡Me bastas, cohorte, y me atormentas!
Maldición, ¿qué vigilancia me sujeta hacia atrás las huellas?
Ave de infortunio, tú serpenteas, ave
Implacable, en mi cerebro.
Brujas, silba el veneno de vuestros dedos;
¿No soy acaso digno de vuestras cábalas?
Un cargado aliento -floración más rara-
Injuria violentamente a los que viven en las charcas.
Fuerzas secretas, ¡para mí el magisterio de vuestros cenáculos
Si desfallezco!
Sin embargo, tal cálculo
Era fórmula cierta y hecho de milagro,
Solemne y bajo vuestras cúpulas protegido,
¡Oh lámpara de ceguera!

Poemas varios

A Alberto Coloma Silva

1. De lo remoto a lo escondido

Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.

No hay empero reparos de horizontes.
¿En dónde estoy, a dónde me conduce lo inaudito?
¡Oh Príncipe de innumerables plantas y llanuras,
A aquella fuerza de soledad me atengo
De tu nocturna condición!

Atrás dejé las puertas, las sabanas en aliño.
Los que sois de presa;
Magnates, caciques de la tierra, empolvados sobrestantes,
Velad el campo ausente.
Profesores y otras huestes,
vosotros los de la especie cotidiana, ya no vivo de vuestra
ciencia ensimismada.

Pronto me acusas,
Aire desnudo,
Doblegas mi ceño,
Me das el pánico de lobos aullando bajo la abrupta claridad lunar.
Al romper entonces la procesión oscura de esta sangre coagulada,
A más de la intrínseca solidez de mi sombra y de mis dientes,
¡Oh selva transparente,
Tus vientos primordiales se desprenden de intensa luz
En mis recintos!

¡Oh mía de mis años!
Las plazas comentadas, los caminos, las edades,
Cuánto he recorrido en virtudes de tu imagen trascendente.
Como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas,
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu.
Mis gotas caen.
El ala irrumpe a través de tus tensos jardines soñolientos.
La premura aún
De este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.
Allá sin tregua
La extensión continua, el fragor de la conquista.
El espacio aquél, a brote de epidermis.
Tal recibe el eco, en vertientes albas de tu cuerpo,
Mandatos consabidos de luz oculta.
¡Oh cuerpo femenino a cuya entrada se extasían las tormentas,
Los ciclones!

Al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,
Aquí te imploro, en la concentración de mis entrañas,
En las caudalosas lunas de mi adviento.
Bajo este rotundo cielo atravesado de miradas y de clamores,
Más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad.
En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
Las dulzuras de tu empeño.
1944

2. Agonías de un Caribú

Bajo el paso incierto y vegetal de angustia,
Levanto el polvo de la nada.
Toda pupila emerge
en esta soledad suspensa,
Toda concentración oscura,
En violencia tal
De hacinamiento y llama pura entre las rocas.

La luna atenta y circundada
A su vez aclara
Aquel espacio de su prenda
Fluente y nemoroso.
Atormentados cascos van a mengua
Redoblando el eco
En mil contornos de la estéril claridad polar.

Único en sí repercute el gemido entre la fronda
De un balido incauto.
Ventajas cruentas de la selva:
Desvalidos pasos del garañón herido
Que ya en las turbias aguas del escajo su condición aplaca
Su pesar consume.
Yacentes ojos a su propia luz ocultos
Bajo el ámbito nocturno de este vuelo.

Ver adentro, el cazador también escucha
El retiro alado de tanta lejanía inclusa.
Y en murmullos que la brisa asume, cuanto más cercanos, se acrecienta el rocío de las fieras.

A aquellas cuencas vuelvo, al conjunto aquél,
Saturado y tenso,
De fragancia y brotes.
Los continuos árboles
De vertical sustento, de fiero embate,
Allí persisten
Como la postrera vibración del aire.

Tantas voces en el eco. ¡Oh luna te reflejas en mi mente!
Como el ave en las alturas de su vuelo contenida,
Tan solo aún, Noche mía, voy en ti, tan duro de distancias.
La pradera de tierno espacio en tanto me recibe,
Que en jugos desbordantes de los aires resplandece.

¿Mas, volverá el cedeño pasto
a brotar de luces?
De lo remoto el ciervo acude
A tal empeño de este clamor vedado.

3. Perenne luz

La noche de cerca, y tan desnudo golpe a expensas de mi corazón.
¡Dolorosa mano mía no aciertas a caer
suspensa en aquel trasluz
de movimiento
de tu imprescindible exclamación!

Ya los mares del Oeste como pecho se dilatan:
Tanto el vuelo de mis sienes, y el velamen de esta lámpara que levanto a firmamentos,
al paso de aguas, a más decir por la anchura de mis párpados.

¡Oh metal tan fresco
Bajo el calor del epidermis!
¡Oh clara huella de su tránsito
En el campo deseado,
en las congruentes potestades de tu sexo!
De clamores y destellos me consuma
Habiendo de sosegar su desnudez.
De sosegarla en la noche de la especie,
En brañas del oasis,
Con mi aliento cuando en vilo de miradas.

Todo que te arrima en resplandores
Que tu condición aplaca de mi ensangrentada consistencia
Todo aquello que no se ajusta de palenques y de fronteras familiares.
Soledad cumplida.
¡Oh silencio, me retraes
-como una implacable roca de durezas en el alma!

¡Menguada luz de escaso asilo!
Labios míos, dadme altura en el trance de estas ansias.
Mas al borde de riberas semejantes
Cuántas aves de este mundo se incorporan,
Como el rostro implícito en el fulgor de la visión,
Que atraviesan de soslayo la magnitud de las esferas…
Por cuanto asumo de mi cuartel de sangre,
La baja tierra de brisas se ilumina.
Mi cuerpo en tanto a vista se desprende de cenizas,
Gimiendo en hontanares de espeso llanto.

Premisas todas de la muerte.
Un ay seguido de tinieblas, de esta gota pertinaz del pensamiento.
¡Oh mi sueño entrante en humedad de flores!
El espíritu denodado
Se arranca de sus perennes paredes lastimosas.
Abultados cortinajes, como otras tantas cabelleras de lo oscuro,
Y la más ardua noche
De presión continua.

Entidad fortuita
Que no habré de hallar sino a merced de escombros,
En el fragor de la ruptura,
Cuando este golpe de mi total caída
Apura entradas en la nada.

¡Oh lamento de tu voz en mi espesura!
Y esa latente réplica, de néctares y de estambres, al placer que me convida.
¡Oh Tiempo, me defines de presencia y de universo!
Hoy cuán bien, ¡oh luz!, aciertas entre tejidos y asperezas, a descontarme espacios,
A circundarme de vecindades el corazón.

Vida sin prejuicios cuando de Ella al tanto de sus senos concatenando habré de recibir.
Me sostengo en vilo, sin huella entonces, a mayor premura de memorias.
En mi boca de ayes.
Mi labio amén de vez repercute golpeando lo indecible

Ésta acendrada concentración del alma,
¿En qué cúmulo no obstante de la esfera que me oculta?
Hoy mi sentencia, a toda prueba.
De un paso mío al consiguiente, ¿Qué distancia de resuelve?
Tu propia luz endurecida,
Como aquella, a expensas de la nada, claridad conjunta de los universos astros.

Todo vuelo se desprende de tus ansias;
Tanto así mi faz en los recónditos espejos que la nombran.
La reverberación así del sexo
En la extensión de su cabida,
Como el clamor de los metales
Bajo el lampo de tus cruentas auroras boreales.

Ni vectores, ni herramientas de otra fuerza.
Gota a gota la fría lámpara
Sobre mi sien persiste.
¡Tus miradas desgreñadas!, ya sus íntimos cristales de violencia me golpean
A merced de tu estatura.
Vertientes todas de mi lecho.
El deseado cuerpo a su poder de luz se entrega,
A sus mejores aguas.
Tal es mi consumo,
De transparencias tuyas y señales en el retiro incalculable de los astros.
Allá en demora, Amada mía,
Por cuentas y sabores de tu amor que concertar.
Y los terrestres años se deciden, en trances de mi prenda,
Hacia el extremo vértice de profundidad apetecido.

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Donaciano Bueno Diez
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