EL TIEMPO ES MI VICIO (Mi poema)
Vital Aza (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

El tiempo que me espera yo lo estiro
como estira su cuerpo la serpiente,
el aire que se airea inconsistente
o cambia de lugar cuando respiro.

El tiempo es esa cosa que la gente
no tiene en consideración, un mito,
que se extingue ya al empezar de un grito,
la gota que le arrastra la corriente.

El tiempo siempre va pero no viene,
se introduce y se sale de un resquicio,
se tira sin caer a un precipicio
y aunque alguien lo intentara no detiene.

Reflejo del espejo en que me miro
en el que yo aparezco como ausente
el alma no se ve pero se siente
y la sombra se va cuando me giro.

¡Ay de mi, si supiera qué es el tiempo!
lo pondría cerquita aquí a mi vera,
para evitar morir un día cualquiera
o que al azar se lo llevara el viento.

Un pedestal le haría con su auspicio,
anclado por su base en mi consciente
que fuera y que viniera intermitente
y que pudiera venerar, mi vicio.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Vital Aza

Vital Aza

EL MÉDICO CAZADOR

Un doctor muy afanado,
que jamás cazado había,
salió una vez, invitado,
a una alegre cacería.

Con cara muy lastimera,
confesó el hombre ser lego,
diciendo: ?«Es la vez primera
que cojo un arma de fuego.

Como mi impericia noto,
me vais a tener en vilo.»
Y dijo el dueño del coto:
-«Doctor, esté usted tranquilo,

Guillermo, el guarda, estará
colocado junto a usted;
él es práctico y sabrá
indicarle…» ?«Así lo haré,

-dijo el guarda?. Sí, señor,
no meterá usted la pata.
Verá usted, señor doctor,
los conejos que usted mata.

Siga en todo mi consejo.
¿Que un conejo se presenta?
Pues yo digo: ¡Ahí va el conejo!
¡Y usted tira y lo revienta!»

-«Bueno, bueno, siendo así!…»
-«Nada, que no tema usted.
Quietecito junto a mí;
chitón, y yo avisaré.»

Colocose tembloroso
el buen doctor a la espera,
cuando un conejo precioso
salió de su gazapera.

-«Ahí va un conejo? le grita
el guarda-; ¡no vacilar!»
Y el doctor se precipita,
y ¡pum! disparó al azar.

Y es claro, como falló
diez metros la puntería,
el conejo se escapó
con más vida que tenía.

El guarda puso mal gesto
y rascose la cabeza.
Hubo una pausa y en esto
saltó de pronto otra pieza.

-«¡Ahí va una liebre, doctor!
¡Tire usted pronto, o se esconde!»
y ¡pum! el pobre señor
disparó… ¡Dios sabe a dónde!

Gastó en salvas, sin piedad,
lo menos diez tiros, ¡diez!
sin que por casualidad
acertara ni una vez.

Guillermo, que no era un zote,
sino un guarda muy astuto,
dijo para su capote:
-«Este doctor es muy bruto.

¡No le pongo como un trapo,
mas ya sé lo que he de hacer!»
Y al ver pasar a un gazapo
corriendo a todo correr:

-«¡Doctor! ?exclamó Guillermo
con rabia mal reprimida?,
¡Ahí va un enfermo! ¡Un enfermo!»
Y ¡pum! ¡Lo mató en seguida!

La muñeca

En una noche de Enero
una niña porDiosera,
con los pies casi desnudos,
con las manecitas yertas,
cubriendo, a modo de manto,
con su falda la cabeza,
y sin temor a la lluvia
que más cada vez arrecia,
contempla, extasiada y triste
el interior de una tienda,
que por su gusto en juguetes
es en Madrid la primera.

-¿Qué haces aquí? le pregunta,
con voz desabrida y seca,
un dependiente, empujando
a la niña hasta la acera.
-¡Déjeme usted! ¡Si es que estaba
mirando aquella muñeca!
-¡Vaya! Retírate pronto
y deja libre la puerta.
-¿Dígame usted. ¿Cuesta mucho?
-¿Quieres marcharte, chicuela?
-¿Será muy cara, verdad?
¡Lo que es como yo pudiera!…
?¡El demonio de la chica
¿Pues no quiere comprar ella?…
¡Lárgate a pedir limosna!
y déjate de simplezas.
La muñeca que te gusta
vale un duro, con que ¡fuera!
– – –
Marchose la pobre niña
ocultando su tristeza
en vano pide limosna
ninguno escucha sus quejas
Y desfallecida y débil,
cruza calles y plazuelas
recordando en su amargura
la tentadora muñeca
– – –

-¡Caballero, una limosna
a esta pobrecita huérfana!
-¡Déjame, que voy de prisa!
-¡Por Dios, señor! Aunque sea
un centimito ¡Tengo hambre!…
-(¡Pobre niña! ¡Me da pena!)
Toma.

-¡Señor! ¡Si es un duro!
-Te lo doy para que puedas,
siquiera por esta noche,
tener buena cama y cena.
-¡Déjeme usted que le bese
la mano!

-Quita, tontuela.
-¡Que Dios se lo pague a usted!
¡Un duro!… ¡Estoy muy contenta!…
¿No será falso, verdad?
-¡Cómo muchacha! ¿Tú piensas?…
-No, señor perdone usted
Pero ¡vamos!… La sorpresa…
¡Si voy a volverme loca
de alegría!… ¡Quién dijera!
¡Que Dios le premie en el mundo
y le dé la gloria eterna!
– – –
Y apretando entre sus manos
convulsivas la moneda,
corrió por la calle abajo
veloz como una saeta.
– – –
A la mañana siguiente
se comentaba en la prensa
el hecho de haberse hallado
en el quicio de una puerta,
¡el cadáver de una niña
abrazado a una muñeca!

IBA LA BELLEZA UN DÍA…

EN UN ÁLBUM

Iba la Belleza un día
con sonrisa placentera
corriendo por la pradera
que el verde césped cubría,

cuando a la sombra tendido
de un árbol muy corpulento,
se encontró con el Talento,
joven gallardo y fornido.

Sintiendo amante rubor,
un instante se miraron,
y en sus ojos expresaron
la intensidad de su amor.

Y cuando ya los sonrojos
del primer rubor cedieron,
con los labios se dijeron
mucho más que con los ojos.

Y cifrando su fortuna
en la pasión que sentían,
ambos al cielo pedían
fundir sus almas en una.

Dios compasivo que oyó
su amoroso pensamiento,
a sus ruegos accedió,
y en ti niña, Dios juntó
la Belleza y el Talento.

¡CÓMO CAMBIAN LOS TIEMPOS!

Cuando de niño empecé
a darme a la poesía,
tan en serio lo tomé,
que sólo en serio escribía.

Romántico exagerado,
era lo triste mi fuerte.
¡Válgame Dios!, ¡le he soltado
cada soneto, A la muerte!

La fatalidad, el sino,
el hado, la parca fiera,
el arroyo cristalino
y la tórtola parlera…

Todo junto le servía
a mi necia inspiración
para hacer una elegía
que partía el corazón.

No hubo desgracia ni duelo
que en verso no describiera…
¡Si estaba pidiendo al cielo
que la gente se muriera!

¿Qué airado el mar se tragaba
la barca de un pescador?
Pues yo en mi lira lanzaba
los lamentos del dolor.

¿Que un amigo se moría,
viejo, joven, listo o zafio?
Pues, ¡zas!, al siguiente día
publicaba su epitafio.

¿Que una madre acongojada
gemía en llanto deshecha?
¿Que por una granizada
se perdía la cosecha?

Pues yo enjugaba aquel llanto
en versos de arte mayor,
y maldecía en un Canto
al Granizo destructor.

Escéptico y pesimista,
¡me hacía unas reflexiones!…
Sirva de ejemplo esta lista
de varias composiciones:

Ludibrio, Dios iracundo,
Profanación y adulterio.
Los desengaños del mundo,
El ciprés del cementerio.

Pues, ¿y una composición
en que imitando a otros vates,
con la mejor intención
decía estos disparates?

«¡Ay! El mundo en su falsía
aumentará mi delito,
vertiendo en el alma mía
la duda de lo infinito.»

«Triste, errante y moribundo,
sigo el ignoto sendero,
sin encontrar en el mundo
un amigo verdadero.»

«¡Todo es falsedad, mentira!
¡En vano busco la calma!
¡Son las cuerdas de mi lira
sensibles fibras del alma!»

«¡El mundo, en su loco anhelo
me empuja hacia el hondo abismo!
¡Dudo de Dios y del cielo,
y hasta dudo de mí mismo!»

«¡Esta existencia me hastía!
¡Nada en el mundo es verdad!»
……………………………………………
¡Y todo esto lo decía
a los quince años de edad!

Francamente, yo no sé
cómo algún lector sensato
no me pegó un puntapié
por necio y por mentecato.

Por fortuna, ya no siento
aquellas melancolías,
ni doy a nadie tormento
con vanas filosofías.

Ya no me meto en honduras,
ni hablo de llantos y penas,
ni canto mis amarguras
ni las desdichas ajenas.

He cambiado de tal modo,
que soy otro diferente;
pues hoy me río de todo,
¡y me va perfectamente!

A la luna

Lamentación de un cesante

¡Oh, tú, luna encantadora,
que lumbre gratis nos das!
¡Oh, tú de Febo señora,
ilustre competidora
de las fábricas de gas!

¡Tú que nunca sientes penas
en el trono en que reposas!
¡Tú que en las noches serenas
habrás visto tantas cosas,
unas malas y otras buenas!

¡Tú que en más de una ocasión
sufres con resignación
que un mal poeta te cante,
oye la lamentación
de este mísero cesante!

¡Óyeme sólo un momento!
que en este mundo, ¡ay de mi!,
nadie escucha mi lamento.
Y si a ti no te lo cuento,
¿a quién se lo cuento, di?

Indícame, ¡oh, luna clara!,
de algún destino el camino,
que aquí son ya cosa rara,
y no se encuentra un destino
por un ojo de la cara.

Búscame una posición
en tu elevada región
y me lanzaré al suicidio.
¡Créeme, oh, luna! Te envidio
con todo mi corazón.

Tú, aunque siempre omnipotente,
creces y menguas constante;
pero aquí, con esta gente,
yo nunca llego a creciente…
¡Siempre estoy en el menguante!

Como un destino me des,
dejo a estos hombres ingartos
¿(he puesto la erre después)?
que, ¡ay!, tú tienes cuatro cuartos,
y en España sólo hay tres.

¡Tres! Lo digo muy sincero,
aunque el pesar me taladre (1)
el cuarto… Para el cartero;
el cuarto… Que es del casero,
y el cuarto… Honrar padre y madre.

Te creo, ¡oh, luna!, mi amiga,
y hasta que mi bien consiga
cifraré en ti mi fortuna.
No me importa que se diga
que estoy ladrando a la luna.

¿A quién le puede chocar
que yo ladre sin cesar
siendo un mártir en la tierra?
Llevando vida tan perra,
¿qué he de hacer sino ladrar?

Dame sin tardanza alguna,
¡oh, luna!, con tu fortuna,
un consuelo en mi indigencia.
¡Y no me dejes, ¡oh, luna!,
a la luna de Valencia!
(1) Lo de taladre, lector, ?es el ripio de rigor.

LA CONFESIÓN

-¡Señor cura! ¡Señor cura!
¿Qué tendré en mi corazón,
que a veces siento dulzura
y otras tanta agitación?
¿Qué tendré que el alma mía
ríe y llora sin cesar,
y a veces siento alegría
y otras me mata el pesar?
¿Qué tendré, que aquí en las sienes
llega el calor a abrasarme?…
-¡Hija mía, lo que tienes
es ganas de fastidiarme!

A UNA SEÑORITA QUE ES MUY ERUDITA

Señorita, yo no sé
por qué su papá de usté
le ha dado esa educación,
y le diré la razón
de no explicarme el por qué.

Comprendo que su papá,
que cifra en usté su encanto,
la eduque bien ¡claro está!
¡Pero si estudia usté tanto
que es una barbaridá!

¿A qué viene esa manía,
ni a qué conduce, señor,
que sepa usté astronomía,
historia y filosofía
y hasta álgebra superior?

Bueno que se haga notable
y eduque su inteligencia
siendo instruida y sociable…,
¡Pero, hija, con tanta ciencia
está usté inaguantable!

Sus estuDios tolerara
si usté cosiera y bordara,
comprendiendo sus deberes;
pero esas cosas son para
otra clase de mujeres.

Aunque la apelliden necia
y aunque las gentes se rían,
labor tan fútil desprecia…
¿Coser usté? ¡Qué dirían
los siete sabios de Grecia!

Su papá, que es un bendito,
dice que es usted un pasmo
de erudición… ¡Pobrecito!
Es padre, y no necesito
disculpar ese entusiasmo…

No ve lo que otro cualquiera
porque le ciega el amor;
pero usted, ¿cómo tolera
que vaya el pobre señor
vestido de esa manera?

Mientras la niña engolfada
está en serias reflexiones,
anda el papá sin botones,
con la camisa rozada
y un siete en los pantalones.

¡Para tamaña indolencia
cachaza se necesita!
¿Por ventura está la ciencia
reñida con la decencia?
Conteste usted, señorita.

¿No es vergüenza, ¡voto a tal!
que ande roto el pobrecillo,
y que usted, chica formal,
sepa la historia al dedillo
y no conozca el dedal?

¡Basta, por Dios, de leer!
Deje usted tranquilos ya
a Cicerón y a Volter,
y póngase usté a coser
el pantalón de papá.

¿Piensa usté hallar su destino
en un clásico latino
o en Newton… O en el demonio?
Pues ese no es el camino
que conduce al matrimonio.

¡Usté el engaño no ve!
¡Ninguna duda le quepa!
A menos que al cabo dé
con algún sabio que sepa
casi tanto como usté.

¡Y sí que lo encontrará,
pues Dios la castigará,
de su erudición en mengua,
casándola con un a-
cadémico de la lengua!

CUENTO VIEJO

Un militar muy valiente
-según propia confesión,-
delante de mucha gente
refería lo siguiente
con vivísima emoción:

-«El moro nos acosaba
con furia desesperante;
el gran O’Donnell dudaba,
pero Prim que nos mandaba,
dijo por fin: ¡Adelante!

¡Qué momento aquel!… ¡Qué horror!…
Al sonar de las cornetas
se encendió nuestro furor,
y de la luna al fulgor,
brillaron las bayonetas…

Atacamos con denuedo;
los marroquíes bribones
huían muertos de miedo;
y yo que… ¡Vamos! No puedo
dominarme en ocasiones,

aunque oí la voz de mando
que gritó: «¡No acometer!»
sin saber cómo ni cuándo
seguí avanzando… Avanzando…
Sin poderme contener.

No hallé a nadie en mi carrera…
Hasta que, a la luz primera
del sol, mi suerte ha querido
que viese a un moro tendido
al lado de una pitera.

¡No lo olvidaré jamás!
¡Daba miedo aquel morazo!
Pero yo fui por detrás,
le cogí una pierna, y ¡zas!
¡se la corté de un sablazo!»

-¡Diablo! ¿un oyente exclamó,?
¡Hombre, admiro su proeza!
Mas, pues no se defendió
aquel moro, ¿por qué no
le cortó usted la cabeza?

-¿Que por qué no le corté
la cabeza a aquel malvado?
¡Va a usted a saber por qué!
Porque cuando yo llegué
¡ya se la habían cortado!

LA TERTULIA CURSI

En la coronada villa,
calle del Humilladero,
número ochenta, tercero,
con honores de guardilla,

vive doña Blasa Ortiz,
señora muy campechana,
muy gorda, muy charlatana,
muy pobre y muy infeliz;

viuda de un tal don Silverio
Trigueras, que fue empleado
en no sé qué negociado
de no sé qué Ministerio.

Lo cierto y seguro es
que, por ir sin capa un día,
se murió de pulmonía
el año sesenta y tres,

dejando el pobre Trigueras
-como recuerdo, sin duda-
varias deudas, una viuda
y tres niñas casaderas.

Tres que, si fueran bonitas,
hallaran colocación;
pero, por desgracia, son
muy feas las pobrecitas.

Y en vano para casarlas
doña Blasa corre y suda;
no encuentra la pobre viuda
el modo de colocarlas.

-¡Esto no ha de ser eterno!
(dijo la madre hace días);
es necesario, hijas mías,
pensar en que entra el invierno;

que si aquí solas estamos
cosiendo a todo coser,
ninguno puede saber
lo que todas deseamos.

Por consiguiente, decido
hacer lo que Cachupín,
a ver si al cabo y al fin
se presenta algún partido.

Y aunque nos cueste un derroche,
de este invierno no pasa;
nos quedaremos en casa
los domingos por la noche.

Hicieron la invitación,
llegó el día señalado,
y ni uno solo ha faltado
a tan grata reunión.

Nadie, por lo atenta, vale
lo que esta pobre mamá,
que anda de acá para allá,
y habla, y corre, y entra, y sale.
——
Componen el mobiliario
de la diminuta sala:
un reloj que no señala,
una cómoda, un armario,

dos marquesitas tronadas
(que así las puso el abuso);
cuatro sillas en buen uso
y siete perniquebradas;

un sofá (¡que Dios sabrá
los muelles que tiene dentro!)
un velador en el centro
(del salón, no del sofá).

Hay en una rinconera
un acerico muy mono,
un busto de Pío Nono
y varias frutas de cera.

La cuestión del alumbrado
está a cargo de un quinqué,
con un tubo que no sé
si es que está roto o manchado.

Y tiene, en fin, doña Blasa
en la sala en que se engríe,
una estera que se ríe
de la dueña de la casa.
——
La gente, a decir verdad,
por lo que yo he conocido,
es de lo más distinguido
de toda la vecindad.

Una señora muy flaca
con una niña muy seca,
y otra como una manteca,
que va en busca de casaca.

Dos jóvenes delineantes
que buscan colocación;
un músico de afición
y cinco o seis estudiantes.

Una señora muy fina
que dicen que tiene estanco;
un sastre del sotabanco;
dos horteras de la esquina;

un señor que es oficial
cuarto o quinto de Fomento,
y un cura de regimiento
que vive en el principal.
——
Nada olvidó doña Blasa
-que ella no falta a la moda-
y para obsequiar a toda
la gente que honra su casa,

ha dispuesto con primor
?dándose a sí propio brillo?
en el oscuro pasillo
el buffet que es de rigor.

Buffet de que dan señales
una bandeja muy vieja,
y encima de la bandeja
cuatro copas desiguales.

Y a falta de buen champaña
encuentra la reunión
agua pura a discreción
en un botijo de Ocaña.
——
-Pero, señores, ¿qué es esto?
(dice doña Blasa): ¿estamos
en misa? ¡Qué! ¿no bailamos?
-¿Usted también?
-¡Por supuesto!

-Vamos, pollos, ¿qué les pasa?
Niñas, quitad esa mesa.
¡Jesús, y cuánto me pesa
no tener piano en la casa!

Pero, no importa, ¡qué diablo!,
¡se tararea, y en paz!
¡Vamos!, ¡si yo soy capaz!…
¡Sepárese usted, don Pablo!
-¡Señora!
-¡No quiero riñas!
¿Sabe usted lo que le digo?
-¿Qué?
-Que cante usted conmigo,
para que bailen las niñas.
-¡Si no se puede, mamá!
-¿Qué no se puede? ¿Por qué?
-¡Pues no le está viendo usted!
Esto es muy pequeño.
-¡Ya!
Pues entonces jugaremos
a juegos de prendas. ¡Sí!
¡Déjenme ustedes a mí
que proponga! A ver… ¡Pensemos!
¡Mi memoria es tan infiel!…
¡Por Dios!, no arrimen ustedes
las sillas a las paredes,
que se estropea el papel.
Conque, ¿qué hacemos al fin?
¡Jesús! ¡Ahora que reparo!
¡Pues si está aquí don Genaro!
¡Toque usted el violín!
-No lo he traído.
-¿Qué escucho?
¡Vaya usted por él ahora!
-¡Vivo muy lejos, señora!
-¡Caramba! ¡Lo siento mucho!
¡De veras que lo lamento!
¿Quién con música se aburre?
Pero, hombre, ¿a quién se le ocurre
venir sin el instrumento?
¡Pensemos en otra cosa!
¡No hemos de estarnos así!
¡Pues si no fuera por mí!
¡Ay!, ¡qué juventud tan sosa!
¡No inventan nada! ¡Es chocante!
¿Qué es eso? ¿Han llamado? ¡Voy!…
Al punto de vuelta estoy.
¡Si es don Frasquito! ¡Adelante!
——
(El don Frasquito presente
es un señor malagueño,
muy rechoncho, muy pequeño,
muy feo y muy ocurrente).
——
-¡Pase usted! ¡En qué ocasión
tan oportuna ha llegado!
¡Es el hombre más salado!
¡Ya tenemos diversión!

Aquí, tome usted asiento.
¡Niñas, señores, chitito!
¡Vamos, señor don Frasquito,
cuéntenos usted un cuento!
-Señora, ¡si yo no sé!…
-¡El que usted quiera!
-¡Si yo!…
?No me diga usted que no,
porque me incomodaré;
ocupe usted esa silla,
¡Mucho silencio un momento!
-Pué señó, contaré er cuento
de un sordao de Sevilla.
-¡Ese mismo, sí señor!
¡Venga el cuento del soldado!
Estando este hombre a mi lado
no comprendo el mal humor.
-Pué señó, ¡vamos allá!
Er sordao de mi cuento…
-¡Aguarde usted un momento!,
usted me dispensará.
Luego seguirá contando,
¡Niña!
-Mamá, mande usted.
-Quítale luz al quinqué,
que ese tubo se está ahumando.
Prosiga usted, don Frasquito.
-Pué señó, que ocurrió un día
que mi sordao tenía…
-¡Espere usted un poquito!
Se me ha figurado oler
que se quema el estofado.
¡La chica se habrá olvidado!…
Con permiso, voy a ver…
¡Estoy de vuelta al momento!
¡Aguarde usted, don Frasquito!
——
¡Lo que me olía era el frito!
Vamos, siga usted el cuento.
-Pué señó, que er caso fue
que mi sordao…
-¿Han llamado?
Sí, sí, no me he equivocado.
¿Quién será? ¡Perdone usted!
¡Si son las de Zaragata!
¡Vengan ustedes acá!
¿Cómo queda la mamá?
¿Por qué no viene la ingrata?
¿Sigue peor del flemón?
¿Se ha quedado en casa sola?
¿Qué tal, Rita? ¿Qué tal, Lola?
¿Qué tal, Luis? ¿Qué tal, Ramón?
¿En dónde está el otro hermano?
¿Se ha sabido de Mercedes?
¿Por qué no han venido ustedes
un poquito más temprano?
——
(Sigue la buena señora
con mil preguntas como estas
y en preguntas y respuestas
se pasa más de una hora).
——
-¡Oigamos con interés
al andaluz más salado!
¡Siga el cuento del soldado!
-¡Pué señó, que er caso es
que mi general…
-¡Frasquito!
¡O ese es otro o no lo entiendo!
¿No ha empezado usted diciendo
que era un soldado?
-¡Er mesmito!
¡Era un sordao, sí tal!,
pero dende que he empesao
este cuento, ¡mi sordao
ha ascendío a general!

CASI-EPITALAMIO

A mi querido amigo Salvador C…

Con cariñosa atención
me anuncias tu matrimonio.
Haces muy bien ¡qué demonio!
Apruebo tu decisión.

Serás muy feliz, de fijo,
y harás feliz a tu esposa.
¡El matrimonio es gran cosa!
Y ya el poeta lo dijo:

«Mucho contra él se propala,
pero cuando todos dan
en casarse, vamos, Juan,
no será cosa tan mala.»

Hay quien dice a voz en cuello
que el matrimonio es un mal,
y que si tal y si cuál
y que si esto y si aquello.

Pero tú que a las personas
mejor que nadie conoces,
sabes bien que esas son voces
que hacen correr las patronas.

Según Tales de Mileto,
que era un sabio muy profundo,
el soltero es en el mundo
un organismo incompleto.

Y prueba, como verás,
con su observación discreta,
que el soltero se completa
con una costilla más.

Y pues que mitad llamamos
a aquella a quien nos unimos,
claro es que a medias vivimos
cuando sin mitad estamos.

Tú has hallado esa mitad,
y así ya puedes burlarte
de que pierdes al casarte
la bendita libertad.

Que esa libertad bendita
la tendrás cuando convenga.
¡No hay casado que no tenga
toda la que necesita!

No conozco a tu futura;
pero no importa. Presiento
que tendrá tanto talento
como bondad y hermosura.

Porque siendo tú un muchacho
de un buen gusto superior,
no vas a entregar tu amor
a cualquiera mamarracho.

En dulce coloquio tierno,
conjugando el verbo amar,
¡qué otoño vais a pasar!
¡Y sobre todo, qué invierno!

¡Hermosa vida! ¡Excelente!
Pasará un año, y al fin,
ya tendréis un chiquitín,
¡y así sucesivamente!

Y al uniros el Amor,
se va a dar el caso raro
de que ella sea tu Amparo
siendo tú su Salvador.

¡Adiós! te quiere y te abraza,
con su parabién sincero,
tu entusiasta compañero
y admirador,

VITAL AZA

Adjunto mando un talón
de una caja de botellas
de sidra. Puedes con ellas
endulzar tu santa unión.

Que es la sidra gran receta
que la sangre purifica
y refresca y tonifica
y corrobora y aprieta.

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Donaciano Bueno Diez
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