HABLANDO AL VIENTO (Mi poema)
Manuel María Flores (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

Yo hablo al viento y el viento me responde,
escucho que él me grita que estoy loco,
me pone en un aprieto, en un sofoco,
que el viento no se oculta ni se esconde,
mas miro y no le veo y no le toco.

Presiento que es que él juega al escondite,
disfruta cuando finge hacer regates,
me opongo a comprender sus disparates
si acaso desafía con su envite
igual que en poesía hacen los vates.

Que el viento ya se sabe es muy variable
te basta con mirar a la veleta,
por mucho que lo quieras no está quieta
que a veces su corriente es más amable
o ruge sin parar cual metralleta.

Por eso yo le miro y me rebelo
y pienso que él no es quien para juzgarme.
Mañana cuando venga a saludarme
que olvide he de decir tomarme el pelo
o busque a quien juzgar, deje de hablarme.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Manuel María Flores

AUSENCIA

¡Quién me diera tomar tus manos blancas
para apretarme el corazón con ellas,
y besarlas… besarlas, escuchando
de tu amor las dulcísimas querellas!

¡Quién me diera sentir sobre mi pecho
reclinada tu lánguida cabeza,
y escuchar, como enantes, tus suspiros,
tus suspiros de amor y de tristeza!

¡Quién me diera posar casto y suave
mi cariñoso labio en tus cabellos,
y que sintieras sollozar mi alma
en cada beso que dejara en ellos!

¡Quién me diera robar un solo rayo
de aquella luz de tu mirar en calma,
para tener al separarnos luego
con qué alumbrar la soledad del alma!

Oh! quién me diera ser tu misma sombra
el mismo ambiente que tu rostro baña,
y, por besar tus ojos celestiales,
la lágrima que tiembla en tu pestaña.

Y ser un corazón todo alegría,
nido de luz y de divinas flores,
en que durmiese tu alma de paloma
el sueño virginal de sus amores.

Pero en su triste soledad el alma
es sombra y nada mas, sombra y enojos…
¿cuándo esta noche de la negra ausencia
disipará la aurora de tus ojos?…

MATER DOLOROSA

Plegaria
A mi Hermana Marina

Virgen del infortunio, doliente Madre mía,
en busca del consuelo me postro ante tu altar.
Mi espíritu está triste, mi vida está sombría,
pasaron sobre mi alma las olas del pesar.

Estoy en desamparo, no tengo quien me acoja;
hay horas en mi vida de bárbara aflicción,
y solo… siempre solo,, no tengo quien recoja
las lágrimas secretas que llora el corazón.

Es cierto que del mundo en la corriente impura
cayeron deshojadas las rosas de mi fe,
que en pos de mis fantasmas de juvenil locura
corriendo delirante, Señora, te olvidé.

Que me cegó el orgullo satánico del hombre,
y en mi ánima turbada la duda pentró;
y se olvidó mi labio de pronunciar tu nombre,
y de mi mente loca tu imagen se borró.

Es cierto… ¡pero escucha!… de niño te adoraba,
al pie de tus altares mi madre me llevó…
Llorando, arrodillada, la historia me cantaba,
del Gólgota tremendo cuando Jesús murió.

Y vi sobre su rostro la angustia y el quebranto,
caía sobre tu frente la sombra de una cruz,
tus lágrimas rodaban y negro era tu manto…
todo de un cirio pálido a la siniestra luz.

Entonces era niño, no comprendí tu duelo;
pero te amé, Señora, ¡tú sabes que te amé!
que dulce inmaculado, alzábase hasta el cielo
el infantil acento de mi sencilla fe.

Por esa fe de niño, por el ardiente ruego
que al lado de mi madre con ella repetí,
¡virgen del infortunio, cuando a tus plantas llego,
virgen del infortunio, apiádate de mí!

Tú miras, reina augusta, la senda que cruzamos;
con llanto la regaron generaciones cien,
a nuestra vez nosotros con llanto la regamos,
y las que vienen luego la regarán también.

A nuestro paso vamos dejando en sus abrojos
pedazos palpitantes del roto corazón;
y andamos… y andamos… y no hallan nuestros ojos
ni tregua a la jornada, ni tregua a la aflicción.

Mas tú eres la esperanza, la luz y el consuelo,
tus ojos levantados suplican al Señor,
tus manos están juntas en dirección al cielo…
tú ruegas por nosotros, ¡oh, madre del dolor!

En busca de consuelo yo vengo a tus altares
con alma entristecida y amargo corazón;
y pongo ante tus ojos, Señora, mis pesares,
y en lágrimas se baña la voz de mi oración.

No mires que olvidando tu imagen y tu nombre
al viento de este mundo mis creencias arrojé.
Acuérdate del niño y olvídate del hombre…
mi frente está en el polvo… perdóname… pequé.

¡Oh! por mi fe de niño, por el ferviente ruego,
que al lado de mi madre con ella repetí,
Virgen de los Dolores, cuando a tus plantas llego,
Virgen de los Dolores, ¡apiádate de mí!

LA FORTUNA

A Rosario P.

En su curso voluble la Fortuna
todo cuanto me diera me quitó;
Y la Miseria pálida y hambrienta
el umbral de mi puerta se sentó.

Y llegó la Amistad la que en un día
el festín de mis dichas presidió-
y aunque le dije ven, ella, espantada
al ver aquel espectro, se alejó.

Amor llegó también… Sellé mi labio,
porque temí que se alejara Amor;
pero él sin vacilar, bañado en lágrimas,
vino a mi presuroso… y me abrazó.

Y la Miseria pálida y hambrienta
que al umbral de mi puerta se sentó
a la luz de aquel ángel que lloraba,
ella… ¡la horible harpía!… se embelleció.

PASIÓN

¡Hablame! Que tu voz, eco del cielo,
sobre la tierra por doquier me siga…
con tal de oir tu voz, nada me importa
que el desdén en tu labio me maldiga.

¡Mírame!… Tus miradas me quemaron,
y tengo sed de ese mirar, eterno…
por ver tus ojos, que se abrase mi alma
de esa mirada en el celeste infierno.

¡Amame!… Nada soy… pero tu diestra
sobre mi frente pálida un instante,
puede hacer del esclavo arrodillado
el hombre rey de corazón gigante.
*
Tú pasas… y la tierra voluptuosa
se estremece de amor bajo tus huellas,
se entibia el aire, se perfuma el prado
y se inclinan a verte las estrellas.

Quisiera ser la sombra de la noche
para verte dormir sola y tranquila,
y luego ser la aurora… y despertarte
con un beso de luz en la pupila.

Soy tuyo, me posees… un solo átomo
no hay en mi ser que para ti no sea:
dentro de mi corazón eres latido,
y dentro de mi cerebro eres idea.
*
¡Oh! por mirar tu frente pensativa
y pálido de amores tu semblante;
por sentir el aliento de tu boca
mi labio acariciar un solo instante;

por estrechar tus manos virginales
sobre mi corazón, yo de rodillas,
y devorar con mis tremente besos
lágrimas de pasión en tus mejillas;

yo te diera… no sé… ¡no tengo nada!…
-el poeta es mendigo de la tierra-
¡toda la sangre que en mis venas arde!
¡todo lo grande que mi mente encierra!
*
Mas no soy para ti… ¡Si entre tus brazos
la suerte loca me arrojara un día,
al terrible contacto de tus labios
tal vez mi corazón… se rompería!

Nunca será… Para mi negra vida
la inmensa dicha del amor no existe…
sólo nací para llevar en mi alma
todo lo que hay de tempestuoso y triste.

Y quisiera morir… ¡pero en tus brazos,
con la embriaguez de la pasión más loca,
y que mi ardiente vida se apagara
al soplo de los besos de tu boca

AMÉMONOS

Buscaba mi alma con afán tu alma,
buscaba yo la virgen que mi frente
tocaba con su labio dulcemente
en el febril insomnio del amor.

Buscaba la mujer pálida y bella
que en sueño me visita desde niño,
para partir con ella mi cariño,
para partir con ella mi dolor.

Como en la sacra soledad del templo
sin var a Dios se siente su presencia,
yo presentí en el mundo tu existencia,
y, como a Dios, sin verte, te adoré.

Y demandando sin cesar al cielo
la dulce compañera de mi suerte,
muy lejos yo de ti, sin conocerte
en la ara de mi amor te levanté.

No preguntaba ni sabía tu nombre,
¿En dónde iba a encontrarte? lo ignoraba;
pero tu imagen dentro el alma estaba,
más bien presentimiento que ilusión.

Y apenas te miré… tú eras ángel
compañero ideal de mi desvelo,
la casta virgen de mirar de cielo
y de la frente pálida de amor.

Y a la primera vez que nuestros ojos
sus miradas magnéticas cruzaron,
sin buscarse, las manos se encontraron
y nos dijimos «te amo» sin hablar

Un sonrojo purísimo en tu frente,
algo de palidez sobre la mía,
y una sonrisa que hasta Dios subía…
asi nos comprendimos… nada más.

¡Amémonos, mi bien! En este mundo
donde lágrimas tantas se derraman,
las que vierten quizá los que se aman
tienen yo no sé que de bendición.
dos corazones en dichoso vuelo;
¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas
amar es ver el entreabierto cielo
y levantar el alma en asunción.

Amar es empapar el pensamiento
en la fragancia del Edén perdido;
amar es… amar es llevar herido
con un dardo celeste el corazón.
Es tocar los dinteles de la gloria,
es ver tus ojos, escuchar tu acento,
en el alma sentir el firmamento
y morir a tus pies de adoración.

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Donaciano Bueno Diez
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