LA EDAD DE LOS POR QUÉS (Mi poema)
José Luis Piquero (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

¿Por qué llueve, por qué ladra el perrito,
por qué el cielo es azul,
por qué hay amapolas,
por qué nadan las olas,
por qué, dímelo tú?

Tú, arribada a mi vida sin preguntas
hoy te pasas la vida preguntando,
en tanto que en la marcha yo inventando
respuestas que no sé de tus consultas.

La lluvia difumina el calendario
mas veces con la niebla vienen juntas;
el colmo, ya olvidé el abecedario,
y tú poniendo al fallo algunas multas.

Inocente y cruel, dulce retoño,
ignoras que la edad torna en locura,
y llega y desbarata la alegría.

Yo he llegado en tinieblas al otoño,
tú ignorando el dudar no tiene cura,
¡quisiera que me entiendas, niña mía!

No olvides el ardor que yo ponía
tratando resolver tu corolario.
¡feliz que hoy recordé tu aniversario!
©donaciano bueno

Aproximadamente entre los 2 y los 4 años se desarrolla una etapa muy importante: la de los “por qué”. En ese período los niños comienzan a conocer el mundo a través de la comunicación con el adulto, usando como herramienta el lenguaje.El autor se lamenta de que su nieta no comprenda que con la edad se va perdiendo la memoria.

MI POETA SUGERIDO: José Luis Piquero

Lo que dijo Judas esa noche

Los discípulos se miraban unos a otros,
pues no sabían de quién hablaba.
Mt. 13, 22

Largamente adiestrados en la sospecha, y hartos
de mentirnos los unos a los otros,
canallas que sonríen
mientras sorben sus whiskys.

Tiempo de contrición: nos hemos hecho daño.

Y hoy, si intento mirarnos como quien desde fuera
alcanza a ver el centro de las cosas,
veo monstruos perfectos: moscas contra un cristal.

Y sin embargo,
hubo un tiempo de rosas salvajes en el mundo
que habitamos a solas como amantes plurales,
y era buena esa mano distraída en un hombro,
beber del mismo vaso en lentas ceremonias de saliva,
desnudos de verdad
contra el cielo borracho de una noche inventada.

La noche es el salón que llenamos de humo casi a oscuras.
Tengo miedo a la noche que nos quita lo poco que aún nos queda:
esas rosas, las manos sobre el hombro.

Amigos tantas veces traicionados:
después de las mentiras, perdonémonos
aún, mientras hay tiempo.
En el fondo seguimos siendo aquellos amantes.
Luego, si la verdad sólo nos hace daño,
volvamos a mentirnos, pero esta vez en serio, como entonces.

Refugiémonos juntos en una gran mentira redentora:
la cascada salvaje donde nadar desnudos,
las copas de cristal,
cabezas reposando sobre pechos tranquilos.

Ah, no quiero, no quiero
que muera lo que acaso dura un día,
su huella inolvidable frente al humo disperso de este bar.

Porque la noche, el humo, nos asfixian;
somos agua de hielo sin sabor,
bultos entre la niebla. Nos estamos muriendo
y qué poco os importa.

Se hace tarde. Pensad en esa música
silbada entre dos luces, cuando sonríe el agua
y los cuerpos están en paz consigo.
Juguetes de calor, islas agradecidas.

¿Preferís la verdad de un destino automático?

Adiós, mis traicionados amigos. Mucho tiempo
amé vuestras facciones que ya otra luz afea y enrarece.

Va a amanecer el día sobre las flores secas.

Palabras de Caín adolescente

Yavé se complació en Abel y su ofrenda, mientras
que le desagradó Caín y la suya. Caín entonces se
encolerizó y su rostro se descompuso. Yavé le dijo:
¿Por qué te encolerizas y te muestras malhumorado?
Gén. 4, 4-6

Me he pasado la vida malgastando favores en personas que nunca me
quisieron.
Yo sólo deseaba ser del grupo.

Tratado como un corruptor de sueños,
mantenido a distancia de niños y mascotas, como a quien por extraño
no se recibe en casa,
he tenido que oír ya demasiadas veces que soy un impostor.

Tarde para los besos, para estrechar las manos,
tarde para las lágrimas y el arrepentimiento,
tarde para cualquier palabra.
Tarde:
por lo visto yo siempre llego tarde.

Y de noche, en la casa en donde todos duermen,
mientras fumo asomado a la ventana,
o en la mañana sórdida de cafés y cristales empañados, a solas con el
mundo,
o en la blancura estéril de una página,
he comprendido -tarde- que es inútil querer ser otra cosa que el
fantasma embustero que habéis hecho de mí,
un no-muerto cortado a la medida de todo lo que nunca quise ser,
alguien a quien sin duda me parezco, como un hombre a su máscara:
el hipócrita, el sucio y el que no es de fiar,
a un paso del ridículo (el cantante de moda o el bachiller con granos),
a un paso del horror (el buen chico que sale en los sucesos).

Soy el que traicionó tus confidencias.
El que maltrató al tonto de la clase.
El que lo enredó todo cuando los dos amigos disputaban la misma
chica idiota.
El que habló mal de ti cuando no estabas y trató de poner en contra
tuya al grupo.
El que usó del chantaje
sentimental (es fácil entre amigos)
para ahuyentar del grupo a los extraños,
vuestros otros amigos, que eran más ocurrentes, más experimentados
y, qué pena,
más incautos.
El que juró y juró, ? podéis creerme…?  y ?no sabía…?, y sí
sabía y consiguió que le creyeran.

Soy el que habló al oído de una chica asustada y -aún me acuerdo-
le imaginó un futuro más honorable, una salida digna, ?hazlo, mujer?,
y durante un momento era todo posible, matar con una frase, aquel
horror…

Mi máscara lo ha dicho, que soy ese:
agazapado, sórdido,
al que puedes tumbar con un buen puñetazo y zumba en torno tuyo,
pero nadie es al fin tan peligroso -piensas- cuando puedes tumbarlo
con un buen puñetazo,
y luego es tarde, mira, ya te tengo.
Todos llegamos tarde alguna vez.

¿Y nada más? ¿Acaso os preguntasteis un instante qué oculta la máscara
de un monstruo?
Me acuerdo de esa infancia interminable,
a caballo en la rama más valiente del árbol de los juegos.
Eso era algo; no
el paraíso exactamente, pero
-ternura pronta, cándido heroísmo y la avidez legítima del cachorro
intocado-
allí existía el orden. Y es curioso
que a la luz de una infancia ideal los enemigos sean menos enemigos.
También ellos tuvieron ese miedo indefenso que redime
y una conmovedora propensión al llanto.

¿Sabéis quién soy a solas? El que escucha
canciones tristes.

He soñado a menudo redimir mi egoísmo con un gesto, dar mi vida
a cambio de otra vida,
ser el súbito héroe que muere en el incendio.

Pensad en mí lejano, la cabeza inclinada.
Toda esa gente afuera, tanto frío, las calles se bifurcan y el camino que
lleva a la casa segura no se termina nunca.

Yo he pensado en la muerte y a menudo he ensayado una muerte
inofensiva, de poca sangre y mucho, mucho miedo,
sólo para ahuyentar de mí todo el ridículo y el asco de mí mismo,
cuchilla en las muñecas, quemadura en los brazos para seguir viviendo,
porque al fin el dolor es la consciencia, es el ruido del mundo que a
tu alrededor chilla y te agita los hombros.

Te aferras a esa vida con desesperación y, sin embargo,
eres adolescente: nunca sabes qué hacer ni qué decir, dónde poner las
manos y los ojos.
Tu cuerpo ya es grotesco y esas chicas se ríen. No te gusta tu cara.
Estás enamorado. Más allá de las fórmulas, los libros te insinúan una
vida más fácil en cualquier otra parte.
Los libros te consuelan en todo lo esencial.

Y tú en tu jaula estéril te revuelves, inútil, sudoroso, como en la noche
insomne cuando el calor te ahoga.
Dando palos de ciego. La novia de tu amigo. Matarías con gusto
cualquier signo de amor.
Usa de ese poder, usa los libros,
porque luego el perdón de Dios es una fórmula
y tú eres el no-muerto que debe defenderse, el hipócrita, el sucio y el
corruptor de sueños.

Dolorosa esta edad en que siempre estás solo
y a tu alrededor nace
la flor limpia de un mundo que nunca es para ti.

Clausuremos el mundo con un beso.

Escorzo de ella

Mientras anochecía, los cristales
estaban empañados.

Se levantó y miró por la ventana,
la frente en el cristal.

Sus nalgas de muchacho
y su espalda aún brillaban en la sombra
mucho, mucho después.

Dónde estamos, qué ha sido
de los dos, de nosotros.

Don Juan en el jardín

La mitad de las chicas con las que me he acostado eran lesbianas.
He querido a mujeres con las que días antes no me hubiera atrevido ni
a soñar.
No sé, les atraía
mi aspecto de vampiro que bebe la sangre entre sus piernas,
de adolescente enfermo que mira fijamente,
tiene oscuras costumbres y el pulso tembloroso.

Yo no era un gran amante pero eso no importaba.

A menudo,
en mitad de una noche de copas o de hogueras
o en mañanas inmensas en que nadie parece querer irse a comer,
he sabido de pronto que los dos a la vez descorremos el velo.
Era siempre una amiga
y añadiré que tengo una fe inquebrantable en las ventajas de la asi-
duidad.

(Porque en ojos abiertos como libros
tiene gracia leer también, mientras su mano
cruza el mantel del mundo hacia mi mano).

De cualquier forma, uno no sabe nunca cómo ha ocurrido todo,
cuáles son las razones que la animan a ella y eso de la ocasión que pro-
sigue al deseo,
y he llegado a mi casa muchas noches oliéndome aún incrédulo las
manos y los labios.

Pienso en cuartos prestados, mientras enero empaña los cristales,
y un lugar junto a un río y un portal de paredes desconchadas en
Palacio Valdés,
un libro dedicado y una nota furtiva entre los dedos,
los sonetos y el humo de las noches
y la peca estratégica y el adorno del vello en vientres blancos, blancos:
escenarios, reliquias que atesoro con la codicia de un ladrón de
espejos,
diciéndome a mí mismo -y es mentira-
que nunca abarataba todos aquellos besos que en el fondo jamás he
merecido.

Las mujeres (haciéndonos regalos),
qué extrañas las mujeres.
Incluso si miramos atrás, a donde pacen
como sanos corderos los primeros recuerdos de las niñas.
Olían siempre bien, te gustaban sus juegos con canciones y sus cabe-
zas juntas contándose quién sabe.

Hay un jardín de niñas en la memoria de todos nosotros; simple-
mente
nosotros no teníamos un maldito jardín sino un patio con grava
y porterías,
y de ahí ser brutales y levantar las faldas de las chicas de 8º y escu-
pir en el suelo mientras las niñas corren.

Luego pasan los años de mal entendimiento y palabras difíciles;
las chicas nos enseñan lo que saben
y nosotros creemos que ya hemos ocupado su jardín.

Nos han dejado entrar pero no es nuestro.
Se desnudan delante de nosotros, respiramos su olor y dejamos en
ellas la alegre convulsión del perro amaestrado,
pero volvemos solos a ese patio con grava donde nosotros no somos
mujeres.

A dos velas, heridos de tener todo y nada.

Y por eso
quisiera ser mujer en alguna otra vida o en un sueño posible y
aprender el secreto.
No sé por qué se acuestan con los hombres
-se tienen a sí mismas- si después
tan sólo nos instruyen en lo más evidente.

Aunque luego -lo admito- yo mismo me he acostado con unos
cuantos hombres,
y he recordado siempre lo que aprendí con ellas:
presta mucha atención
a las cosas pequeñas que adornan cualquier cuerpo
e, igual que en casa, cómetelo todo.

MALO

Yo soy malo. ¿Recuerdas cuando Gina
me lo llamaba -Malo-, no con esa
complicidad coqueta tras mi típica broma
cruel a costa de alguien, sino en serio
y con la gravedad de lo que es cierto
y muy triste (ya estábamos
a punto de dejarlo).

Es curioso: de niños somos ‘malos’
sin más; después ser malo
se llena de matices: eres cínico
(malo), rebelde (malo), contestón
(malo).
Llegas a adulto y las palabras
recuperan su antigua contundencia:
te miran con sorpresa y rebuscado
espanto y ¡Tú eres malo!, dice alguien
resumiéndolo todo, tus traiciones
cotidianas, tus infidelidades,
tu vicio: causar daño.
Vicios: Bichos.
Ninguna casa está libre de bichos.

En cada grieta, bajo tu colchón.
Huyen de ti, te pican, te dan miedo.
Se alimentan de ti.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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