LA MALDAD SÍ, EXISTE (Mi poema)
Demetrio Fábrega (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

El mal si que existe, lo conozco,
se cruza por mi lado cada día,
entre rezos, está en la sacristía
y en tugurios de alto y bajo costo.

Los veo pulular por las ermitas,
tras las rejas, está en confesionarios,
sibilinos y a veces ordinarios,
sacando sus espadas, son cainitas.

Y es que ocultos, están siempre al acecho
atentos a saltar sobre su presa
y engullirla dejando allí el desecho;

mas no esperen que él sièntase maltrecho,
que a la maldad el bien no le interesa
pues cree no penar por lo que ha hecho.
©donaciano bueno

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El mal está siempre al acecho. Las más de las veces disfrazado de bondad. Puede estar muy próximo a ti. Ten cuidado no cruzarte en su camino.

MI POETA SUGERIDO: Demetrio Fábrega

Demetrio Fábrega

El Idilio De La Montaña

¿No has visto descender desde la altura
de la montaña, entre tupidas lianas,
dos fuentes de agua pura
que al llegar a la paz de la llanura
se buscan y se abrazan como hermanas?

Separadas nacieron, separadas
bajaron por los recios peñascales,
como si en vez de alegres camaradas
se dijese que fueran dos rivales.

Pero la suerte quiso
que las dos se acercaran de improviso
al bajar por las ásperas pendientes,
y al hallarse tan cerca sus corrientes
descorrieron el velo de sus brumas,
y al verse, sonrieron
y algo muy en secreto se dijeron
en la armoniosa voz de las espumas.

Así empieza la lucha desde lo alto
de la montaña que el idilio ampara;
si las acerca un salto
otro salto más luego las separa;
así fueron bajando de la altura
buscándose y huyendo,
suspirando unas veces y otras riendo
hasta encontrar la paz de la llanura.

Y al llegar a la vega que sonriente
como un lecho magnífico se abría
se enlazaron las dos eternamente
bajo la hermosa claridad del día:
¡así son nuestras almas: lentamente
la tuya irá acercándose a la mía!
Del libro: Obra Selecta.

Oleaje

Lanzando roncos, fieros rugidos,
el mar furente las costas baña,
y al retirarse deja esparcidas
entre la espuma, sobre la playa,
pequeñas conchas de mil colores
que la desnuda ribera esmaltan.

«¿Qué ley suprema me las confía?
¿Por qué nacieron en mis entrañas?
¿Por qué rodando, siempre rodando,
desde hace siglos la dura carga
he de ir llevando perennemente
como un castigo sobre mis aguas?
¿Por qué no puedo sobre una orilla,
por qué no puedo, necio, arrojarlas?»
El océano clamó así un día,
mientras al cielo su espuma alzaba,
y desde entonces hay tantas conchas
amontonadas sobre las playas.

Cuando aparecen sobre la arena
por los reflejos del sol bañadas,
fingen bandadas de mariposas
que de remotas tierras llegaran.
Si por ventura pasa una niña,
al contemplarlas queda extasiada,
pensando que ellas le traen recuerdos
del novio ausente que la adoraba:
de aquel macebo que en una tarde
«adiós!» le dijo desde esa playa.
Luego las mira una por una

buscando entre ellas las más preciadas,
para ponerlas con sus recuerdos
en el pequeño cofre de nácar,
en ese cofre donde hay cabellos
ensortijados y muchas cartas
y muchos ramos de no me olvides
ya desteñidos y sin fragancia.

Pasa la niña. Luego la arena
las va cubriendo con negra capa,
y el océano indiferente
otras arroja sobre la playa.

El mar interno de mí cerebro,
en sus terribles, recias borrascas,
sobre las blancas hojas de un libro
como en ocultas, desnudas playas,
también arroja para librarse
de su enojosa, pesada carga,
muchas estrofas que son las conchas
que en sus ocultos abismos guarda.

Yo sé que nadie cuando ellas caen
vuelve los ojos para mirarlas,
y que el olvido, como la arena
las va cubriendo con negra capa; sé
que para ellas no hay sol radiante
ni enamoradas niñas que pasan,
pero aunque triste suerte las lleve
a ser del mundo pronto olvidadas,
el mar revuelto de mi cerebro
como impelido por fuerza extraña
sigue arrojando constantemente
conchas y conchas sobre la playa.
El Heraldo del Istmo, Año II. N°. 47

Las Palomas de San Marcos

Para Octavio Méndez Pereira

La ciudad ducal perece.
Se oye un ruido cual un trueno
que los aires estremece.
Son las hordas de germanos
que se acercan agitando su pendón.
Los Hulanos de la Muerte. Los hulanos
que se acercan. ¡Maldición!

¡Oh , Venecia la encantada!
¡Oh, Venecia la cantada,
la del Rialto y el Canal;
la que encierras todo el Arte
en tus viejas catedrales,
en tus palacios ducales,
en tu cielo y en tu mar!

¿Quién será el que te defienda
del furor del enemigo?
¿Quién protege ese tesoro
que en tu seno buscó abrigo,
el tesoro de tus cuadros,
y el tesoro de tus arcos?

Han huido tus soldados
como si un pavor extraño los arredra:
aún parece que asustados
los leones de San Marcos
crispan sus garras de piedra.

No es que teman por su muerte,
es que temen por tu vida;
es el miedo de que manos
de profanos te mancillen y que en sangre
se purpure de tus lagos el cristal.

¿Quién al mundo te devuelve
cuando el hierro te destruya?
No es tu vida sólo tuya,
pues que el Arte vive en ti.
Deja que entren por tus calles los soldados.
Por tus mármoles sagrados
no te empeñes en la lid.

Se oye un ruido cadencioso
como de un batir de alas
que azotaran suavemente
tus comisas y tus arcos.
No estás sola, que aún revuelan
por tus calles solitarias,
tus palomas legendarias:
las palomas de San Marcos.

No; jamás te dejaremos, dicen ellas,
si a tu gloria vive unida nuestra suerte,
por tu gloria moriremos.
Mas, ¿qué hacer por defenderte?
Es muy débil nuestro pico
(pico de ave)
contra el casco de los fieros coraceros
y el plumón de nuestras alas
es muy suave
contra el plomo traicionero de las balas.

Nunca fuimos de la muerte mensajeras.
Desde bíblicas edades
siempre el ramo de la oliva
en las recias tempestades
sobre un pico de paloma floreció;
elevemos cual baluarte
la eucarística blancura
de las alas, estandarte
que se eleve como enseña de perdón.

* * *

Así hablaron, y juntando todas ellas
los plumones de sus alas,
por los aires se elevaron
sobre la muerta ciudad,
desplegando ante los ojos
del extático enemigo,
cual un reto a sus enojos,
¡una gran bandera blanca
como un símbolo de Paz!

Llanto Mudo

A Guillermo Andreve

En la altiva y vetusta catedral de Toledo,
en la puerta que se abre por el lado de Oriente,
he visto una cariátide que, al decir de la gente,
de un hereje famoso era vivo remedo.

Cuando la lluvia cae por entre el fino enredo
de los frisos que adornan esa mole imponente,
una gota resbala sobre la faz doliente
y, al llegar a los ojos, se detiene con miedo.

El sol, al levantarse en su marcha gloriosa,
en la muerta pupila, como lágrima viva,
hace brillar la gota que rodó silenciosa.

Y es así cómo ha siglos, sepultada entre yedra,
la cariátide aquélla, que del mundo se esquiva,
viene llorando a solas con sus ojos de piedra.

La Balada del Río

«Entonces la naturaleza levantando su gran voz, dijo: Hombre, no oses
compararte conmigo, porque tú eres pequeño y pasas y yo perduro en
el Tiempo». —Schartz.

Yo iba en las mañanas
a bañarme al río,
con un bravo mozo
compañero mío.
Se llamaba el río
el «Zoromantiel»;
mi mejor amigo
era el mozo aquel.

Pero una mañana
el mozo no vino;
yo fui hasta su casa,
cerca del camino,
¡y lo hallé tendido
en un ataúd,
con sus cuatro cirios
y una vieja cruz!

Pasaron los años;
me alejé de aquella
tierruca, que lejos
la soñé más bella.
Y cuando una tarde
de nuevo volví,
ni me recordaban
ni la conocí.

Pregunté a los viejos
si me daban cuenta
de aqueste pasaje
que mi musa cuenta;
todos me miraron
sin me responder,
nadie se acordaba
ni de mí ni dé él.

¿Ya que no hay memoria
del amigo mío,
no sabréis decirme
el nombre del río?
Y mozos y viejos…
todos a la vez,
dijeron en coro:
el «Zoromantiel».

Liberación

Voy atado a la vida como bestia a la noria,
pisando, a cada vuelta, sobre mi propia huella,
sin nada que me diga de un canto de victoria
y viendo en el espacio brillar la misma estrella.

Un día -cualquier día- yo sentiré la extraña
sensación de que se abre este círculo estrecho,
sentiré una luz nueva que mi pupila baña
y un grito de aleluya brotará de mi pecho.

Clarinadas

Junto a un mar, que se agita encrespado y zahareño
y otro mar que lo copia en su limpio cristal,
entre las dos Américas el Istmo Panameño
se alarga como un brazo fraternal.

Tal es la hermosa tierra que nuestros bisabuelos
nos dieron en custodia como santa heredad;
fanal que resplandece bajo los altos cielos
como llamando al mundo a la fraternidad.

Pero el mundo está sordo para el amor hoy día
y se enardece al grito de bélico clarín,
como si entre los hombres viviera todavía
despertando los odios el alma de Caín.

Raza de Hispanoamérica! Cuando se acerque el choque
que entre los grandes pueblos ha de sobrevenir,
no olvides que nuestro Istmo es la piedra de toque,
donde una raza entera se juega el porvenir.

Entonces, en la furia de esa lucha que abisma,
el que antes fue en la América un lazo fraternal
podrá ser para el pecho de la América misma,
en manos enemigas, como un fiero puñal!

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Autores
Donaciano Bueno Diez
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