LA TARDE ESTÁ MURIENDO (Mi poema)
Alejandro Duque Amusco (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

La tarde está muriendo. Y el ocaso
se asoma silencioso en la colina
denunciando a la vida y su fracaso,
el tiempo que le resta tan escaso
su exceso en insistir que es de propina.

Allá sobre los montes se percibe
la sombra de una llama que se apaga
y avanza a la deriva. Y su declive.
Que espera llegue el cielo y la derribe
y siegue la cabeza con su daga.

Se encuentra en soledad con sus miserias
cual rama que de un árbol se desgaja
y deja al descubierto sus arterias.
Sus egos, sus victorias, sus histerias
le irán a acompañar en la mortaja.

Pobre tarde, no tiene quien le quiera,
que de ella ya se acuerde y que le llore,
ni encuentra quien conserve en la fresquera.
Se irá como se marcha otra cualquiera
sin que haya un abogado que asesore.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Alfredo Silva Estrada

Alejandro Duque Amusco

La extraña realidad

Aquello que llamamos realidad
es simplemente el edificio gótico

de una Idea caída
sobre la piel delgada del espacio.

Una ilusión
que nunca será nuestra,

por ella nos perdemos
entre alamedas de fértiles engaños

o celajes que trazan al azar
el mundo real, el mundo imaginario:

nombres, rostros, figuras,
fechas, ciudades, años y paisajes

de sombra.
¿Existieron?
¿O fueron el destino del vacío
y las informes máscaras del tiempo?

Extraño torreón de negra luz,
la realidad, como una llamarada

que es superior a todo, más fuerte que el olvido,
ilumina la tierra de la ilusión final.

Y su verdad o su mentira abrasa
como rayo de sol mirado a cielo abierto

por la ventana azul de un día de verano.

Un resplandor que ciega.
Una impasible
llama.

Espera de un mediodía absoluto
que nunca será nuestro.
De «A la ilusión final»
Renacimiento, 2008, Sevilla

Lejanas estelas de junio

Desciende de la mañana abierta
un ala gritadora.

Los manzanos
maduran
los zumos ácidos del sol.

Al mediodía, los animales
corren inquietos.
Rumores y latidos.
Oíd la profunda respiración
de la tierra.
Viene de más allá,
del otro lado de la luz,
como oleaje
entre sueños.

Mirad las lumbres vivas.

Libélulas llameantes,
rayos rizados de color.

Nupcial derramamiento en el atrio del verano.
De «Del agua, del fuego y otras purificaciones»
Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Leyendo en la biblioteca

A esta líquida luz de las vidrieras
la sala de lectura, evanescente, va ensanchando el vacío,
crujen los anaqueles con los grandes tomos
donde otros, antes que tú, dieron a la penumbra
el oro quebradizo de sus sueños.
Gira el vacío y corre un viento ácido
por entre los pupitres -ataúdes dormidos- y los rostros borrosos
de quienes leen, olvidados de todo, en el borde del mundo.
La vida se repliega. En la tarde oferente del conocimiento
con su terco porqué cunde la nada.
La sabia catedral desaparece.

Un susurro de hojas en el libro del Tiempo.
De «Sueño en el fuego»
Renacimiento, 1989, Sevilla

Leyendo «La Commedia»

Selvas oscuras, fieras alimañas.
Dante, con firme compañía, siguió un camino
que es ascensión y meta de amor y sufrimiento,
hasta el vergel de verdores agudos
donde es suave el mirar, la luz no engaña,
y una Rosa
es el Ojo inmortal del universo.

Pero hoy que las sombras protectoras
se alejaron, zarparon en la noche, y bogan
entre la nada y el recuerdo de nunca,
cuando despiertes de tu largo sueño
¿encontrarás
en la otra orilla del río irrebogable
la mano del poeta
que acompaña, los ojos
de Beatriz, la sabia y suave lumbre de Matelda?
El círculo a otro abismo de negror se abre.

Bajo una inmensa ausencia, sólo estrellas.
De «Sueño en el fuego»
Renacimiento, 1989, Sevilla

Noche de San Lorenzo

Luna, llamada violenta
de la luz, sima del cielo,

desde esta quietud de noche plena
la vida reposa en lejanías.

¿Quién no se siente fuente estremecida
por la pleamar helada de los astros?

Arrebatados, en silencio, oímos
fluir esta bullente geometría:

la noche boga
por los ríos de luz,

y aún aceptamos otras leyes
que son las floraciones de la muerte.

El alma se abandona?
y por los ojos grandes del espacio
vaga, sobrecogida y sola,

a la deriva
de la inmensa patria.
De «A la ilusión final»
Renacimiento, 2008, Sevilla

Nostalgia de los sueños

Sueños de la niñez. Los brazos del gigante de la barba de plata
me llevaban al país de la innombrable noche
donde las banderolas de sueño se agitaban sobre los ojos extasiados,
y pasaban los pájaros del color de la luna.
Los días se tejían con fábulas de sueños.
Sueños de placidez que el mar suave acunaba
con su canción azul, entre islas de encanto,
o sueños otras veces traspasados por el pavor de una lanza sangrienta
(Tristán era alcanzado en la luz venenosa),
pero sueños, sueños siempre, larvas de la alucinación
que daban a la mente fulgores misteriosos,
colores y latidos.
Alfileres de oro.
Y al despertar, qué extraña y dulce turbación deslumbrada.
De la ladera oscura
la mañana surgía, tintineante de sol,
y el niño escapaba a los pinares a esconder sus riquezas.

Oh sueño, oh cofre de la noche, entonces lleno de monedas vivas.
De «Sueño en el fuego»
Renacimiento, 1989, Sevilla

Ofelia

Desconsuelo es
mi nombre.

No me llaméis,
dejadme.

(Barre el vacío
un lecho
de hojarasca.)

Siento
alejarse los jardines
colgantes
del amor.
De «Donde rompe la noche»
Visor, 1994, Madrid

Palabra

Celada hermosa,
detrás de cuya estela
se me fueron
los ojos deslumbrados;
viví para ahuyentar
la muerte y su cara empolvada
con tu gracia
de frágil danzarina.

Para esperarte
bajo la luna negra del deseo,
como sumiso amante,
por si acaso venías.
Pero tal vez
no eres más que eso: una espera
en la noche,
la espera que se cumple
en otra espera,
la promesa
por siempre demorada.
La cita de una ausencia.
¿Cómo tenerte, hechizo delicado,
si sé que las palabras
más amadas son esas
que nadie oye,
las más ansiadas son
las que nos cuestan
al final
la vida?
De «Donde rompe la noche»
Visor, 1994, Madrid

Promaquia

Ángel de hielo, obelisco mortal,
Azrael de los lienzos de bruma,
de los ojos voraces en la tiniebla ardiendo,
del tacto glacial sobre la carne,
y del suave licor del silencio, sobre todo del silencio,
con el que nos condenas, día a día,
a la tortura blanca del vacío.
Ángel cruel de mármol, dura muerte sin fin,
proseguirá la lucha, inevitable,
mientras la vida no se rinda e interponga su escudo
ante tu golpe fiero. Cuerpo a cuerpo, en la noche,
en la prolongada noche de nuestro singular combate,
tu soledad hambrienta, aterida de sombra,
grande y hueca como los ojos de los muertos,
va anudando a mi alma
la amoratada sábana postrera.
De «Del agua, del fuego y otras purificaciones»
Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Reloj de agua

En la gota de agua
parpadea
la aguja inmutable
del tiempo
y del no tiempo.

Como el hueso en la carne,
el sol está dentro de la gota suspensa.

Interior insolación del tiempo.
De «Del agua, del fuego y otras purificaciones»
Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Rubaiyat

Haya cielo
o infierno, nadie
elige. Duerme tranquilo
el día
indiferente.
También
la puerta a la otra vida
te la abrirá el azar.
De «Donde rompe la noche»
Visor, 1994, Madrid

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Canción de la muerte – Espronceda

Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

Autor

Donaciano Bueno Diez
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