LA TERNURA HOY NO SE LLEVA (Mi poema)
Santos Domínguez Ramos (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Ayer salí a la calle, estaba oscura,
tan llena de sospechas y de sombras
que quise levantarle las alfombras
por ver si se ocultaba la ternura.

Al ver que la dulzura no se hallaba
pensé buscarla en medio la neblina,
metido como estaba ya en harina,
vi un viento a la neblina la arrastraba.

Acaso lo que busco se resiste,
me dije para mí. Y en un segundo
el eco de un efluvio nauseabundo
me dijo la ternura ya no existe.

Murió pues que hace tiempo no se lleva,
desnuda, pobre y mustia, despreciada,
se fue, pues se acabó lo que se daba,
sin nadie que a mostrarla ya se atreva.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Santos Domínguez Ramos

Plegaria del solsticio

Mirar por fin la calma de los dioses
VALÈRY

Señor de las tormentas, líbranos de los muertos
pasados y futuros, y del buitre que ensaya
círculos melancólicos y espejismos de espanto
para explorar su espacio espectral en el mundo.
Líbranos de unos pocos, líbranos de la noche
y de la nieve lenta de la noche.
Así en la tierra dura como en la mar sombría,
líbranos de este mundo, señor de las ventiscas.
De este mundo que ahora y en la hora de la bruma
es menos comprensible, más opaco, más mudo.
Líbranos de las calles y de las extrasístoles,
de los dientes, la lluvia y el fruto del desierto.
Líbranos del destino que nos espera inmóvil
agazapado en niebla.
De la uña y la herradura líbranos, dios del frío.
Líbranos de la noche y de sus astros tristes,
líbranos de las vísperas del sueño antefuturo.
De los pluscuamperfectos líbranos cada noche,
de las esquirlas frías del cristal y el recuerdo.
Tú que miras ahora desde la ardiente sílaba,
desde la nada fría de tu sangre sin nadie,
déjanos en el hueco del tambor y del húmero
y en la paloma muerta
con un temblor de lluvia y un cántaro con ecos.
Tú que incendias los campos con tu último destello,
déjanos este tiempo
en la luz vacilante de los amaneceres
que suben de la niebla y cantan desde el sueño,
en las torres sin viento y en las banderas lentas de la noche.

El Alfanje Secreto (i)

¿A quién pediremos noticias de Córdoba?
Ben Suhaid.

Se ha poblado de mirto el canto de las fuentes
y la paloma corta en dos el aire azul.
Allí está, con sus sombras, la luz de los recuerdos,
la geometría frágil del suave surtidor;
aquí, los laberintos de la medina blanca
con sus puertas abiertas al campo, a las palmeras,
a los pozos sonoros, a los limones frescos
y a las acequias dulces con espliego en la voz.

El Alfanje Secreto (ii)

La plaza de tu sueño es una algarabía
de razas que contemplan el viejo palmeral.
En esa plaza miras fluir el chorro lento
de cada atardecer:
el agua se detiene en acequias con sándalo
y alminares sonoros que dan la espalda al tiempo.
Tú has visto en esa plaza,
junto al viejo que toca la darbuka y los encantadores
de serpientes, la almendra sabia y dulce
de la desgana antigua.
La indolencia frugal con que miran la vida
los turbios vendedores de cántaros de Fez.
¡Cómo late a esa hora el corazón mestizo
y cálido del Sur!

El Alfanje Secreto (iii)

No te engañe la tarde serena del oasis
que lentamente afina, desde la alfarería,
la terca estalactita azul de la nostalgia,
las murallas de greda,
la luz arrebatada del desierto infinito,
el cordobán brillante de las noches sin luna.

El Alfanje Secreto (iv)

Tarde en los alminares rojos de la medina.
Los almuecines ciegos llaman a la oración.
Hazam el cojo sube por las callejas de agua
trémula bajo el sol en las cúpulas de oro.
Tú ves oscurecerse la vida en el jardín.

El Alfanje Secreto (v)

Desde los arrabales de la Puerta del Vino,
¿no oís bajar la voz
por los caminos de agua
tibia de las acequias
del buen Abdul Bashur,
el de Guadalajara?

El Alfanje Secreto (vi)

La hora de la oración en la mezquita de oro.
A mí dadme las tardes serenas de la infancia.
La lentitud del patio, la penumbra del agua
invisible, el naranjo con flores, el mirto,
las columnas de mármol con racimos y acanto.
A esa hora de salmodias y celosías secretas
cuando se calma el viento en las torres de greda,
el silencio parece la materia del mundo.
Fuera queda la selva encendida del zoco.

El Alfanje Secreto (viii)

La plaza de los muertos en la medina, el arco
curvo de luz, el borde vegetal de la tarde.
La antigua voz del viento que lame como un perro
la arena innumerable, el crisol de los días,
la desolada cara secreta del leproso.

El Alfanje Secreto (x)

Donde los ballesteros, en la cima secreta
y apical de la tarde,
Israfil, el que anuncia el final de los días,
enciende sus hogueras de sándalo en las torres.
Los esclavos de Nubia sueñan en los zaguanes
con el álabe frío de las dagas, con ríos
de venganzas secretas del ángel de la muerte.
Antes de que amanezca habrán capitulado
ante la realidad cruda del camellero
que viene de Kairuán.

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Donaciano Bueno Diez
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