LA VIDA EN MI BAR (Mi poema)
María Cristina Casado Alcalde (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Hoy bajo al bar. Hace calor. Pido un refresco.
Mientras lo tomo voy al público observando.
En una mesa veo a chicos conversando,
y a otro más que el periódico lee. Y un fresco

que a la camarera intenta dar palique.
Y en la otra mesa de al lado, muy animada,
otros tres mayores de edad, de voz pausada,
y uno, que allí es un habitual, de nombre Enrique.

Y a tres señoras en edades de buen ver
que en susurros van hilvanando confidencias,
aprovechando de sus niños las ausencias
hasta que al colegio vuelvan a recoger.

Por lo demás todo trascurre aquí tal cual,
como si en el mundo no ocurriera nada.
Así es la vida en este bar, cada jornada.
Hablar de fútbol, ver la tele, es un ritual.

Que la rutina se aposenta en el local,
en besos al café, muescas a la ensaimada,
parsimonia que alumbrará nueva alborada,
pues todo sigue allí su curso. Es natural.
©donaciano bueno

Mi bar es Le Nuit, aquí en Museros, donde yo acostumbro a tomar un café a media mañana.

MI POETA SUGERIDO: María Cristina Casado Alcalde

María Cristina Casado Alcalde

TARDES DE PESCA

Atrapadas entre juncos quedaron nuestras voces.

Red lenta de retel trenzado
manipulado con calma.

Hoy al borde del arroyo ha brotado ya otro siglo
que ha apagado nuestras voces
y amortajado a los juncos.

MOMENTO

La cerveza fresca
que hoy compartimos
bebe nuestros nombres
sedientos de espuma.
Es cebada y campo,
agua bendecida.

Legado

Amargo y dorado el
pasto sintético
rueda sobre el hambre
del rebaño humano.
La pupila sin ojo filma sin
tregua.

Así,

..en plena tarde
…………..la lluvia
…………………..gotea mansa.

……….Las nubes
….tejen su nido
…………………..en los balcones.

Es ella, la lluvia,
…..la que mece
…………………y arrulla
la que lava por dentro.

Hebras azules de musgo antiguo

trenzan cortezas con la marea.
Bloques dormidos de hielo y fango
urden desiertos de frío y sombra.
Desde la cumbre los cuervos rojos
se precipitan hacia la orilla.
Azota el viento.

En mi tierra

Desde este exilio consentido, lejos de la danza hiriente de Bruselas, asisto al descalabro
de mi tierra.
Árboles talados con las manos, triángulos sintéticos sin hierba, más garajes subterráneos. Seres mudos hacinados junto a un fuego que los hiela, mariposas cojas y cigalas muertas.
En mi tierra
ya no quedan ladridos ni casas con portero, ya no quedan senderos ni huertos cultivados, todo es mole cuadrada de ladrillo, grúa abandonada, estertor de marioneta, hipoteca muerta. Peones oxidados de párpados impedidos, treinta noches con sus días para arañar unos euros.

En mi tierra

engordan más los caciques, bífidas lenguas con púas, torres con el cráneo hueco.
Algún trébol que aún asoma entre zarzas carcomidas huele el aire y se protege
de la estampida.

Las cinco y veintisiete de otra noche que me duele.

El camión roza los suelos arrugado. Cajas mal apiladas se derrumban. Alguna bolsa rasgada o cerrada con descuido deja su rastro de espinas.
Desgarra apenas la niebla un chaleco fluorescente. Un hombre doblado en dos alarga un brazo que es aire. Bolsas y cajas se alzan, vuelan surcando la noche, hasta el vientre del camión gira que gira.
Manos que son todo guantes, olor a dientes muy limpios junto al de col ya podrida.
Y en el estribo apoyada, la enorme bota gastada.

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Donaciano Bueno Diez
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