LECCIÓN DE PEDAGOGÍA (Mi poema)
Trinidad Gan (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

La clase ha terminado. La lección
concluye cuando acaban los deberes,
los libros ya se meten al cajón.
Comienza a conjugarse otra sesión,
de juegos de placeres.

Los juegos y deberes van dispares
así que no se pierdan el respeto,
los juegos son sujetos de avatares,
deberes son del hombre los pesares,
que existe un parapeto.

Malditos, su destino es convivir
deberes y placeres en un quite,
y a veces uno al otro resistir,
volver a obedecer y desistir,
jugando al escondite.

El bien se identifica con deberes
los cuales cuando naces van contigo,
el mal la consecuencia es de placeres,
de fuegos no apagados, de quereres
y tienen su castigo.

El juego no resulta divertido
mas siempre ha sido así en esta maraña,
prefieres ignorar a qué es debido
y sigues de ambos trepas seducido,
que el juego nunca engaña.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Trinidad Gan

 

Trinidad Gan

(Premio Internacional de Poesía Generación del 27)

TARDE DE CINE

(Para un corto)
Es jueves por la tarde.
Fila 9.
La sala casi llena.

(panorámica)
Un encuentro casual.
Él la deja pasar a la butaca del fondo
y luego se sienta a su lado
—cogida entre el deseo y la pared—

(primeros planos)
Él mira fijamente a la pantalla
Ella agradece, sin mucha ceremonia,
tener que girarse de su lado,
ver así la esquina de su cara y su pelo.
—Detrás de su perfil está pasando
la secuencia de citas no acordadas,
los meses de abandono.-

(la cámara se vuelve hacia lo alto)
En el haz de luz y humo que atraviesa la sala
se recorta otro final para esta historia:
Ella acerca los labios a su pelo,
él responde cogiéndole la mano,
con toda la dulzura del que es cómplice.
— Un fuego de caricias sin regreso
podría ir quemando la pantalla.—
Se encienden las luces de la sala.
Él se despide.

(contraplano)
Ella ha cerrado los ojos y, en su fondo,
se ve cómo, en un travelling,
una mujer camina sola por la calle.
Ruido de coches.
Llueve.
Ruido de lágrimas.
La mujer llega a casa.
Abre la puerta y entra.

(funde en negro.
suenan dos vueltas de una llave)

Territorios

Quien carga con su duda
carga también su infierno.
—¿Cómo, cobarde, en esto te detienes?—
Muérdela sin cuidado,
muerde la luz incierta

con que se estrena el día.
Haz un mapa de heridas,
señala nervios, bordes
donde la sangre abierta
ha de dejar su huella.

Dibuja la imprecisa anatomía
del dolor, la esperanza.

Muérdela sin cuidado
y en la herida aún desnuda
coloca tu deseo.

Muerde este territorio cruel
que en música y ruido tiene límites.

Aunque por vuelta tengas
monedas sin contar,
rotos versos, olvidos,
solitarios países
y la rosa improbable de los cuerpos.

Irreverencias

En amor, ese juego solitario
desprovisto de cómplices leales,
no cabe repetirse en la derrota
que ignorabas las reglas de partida.

Por eso es tan mal juego el amor,
a tal punto de ser irreverente
darle el nombre de juego
–si en sí no es otra cosa
que la extraña armonía entre dos cuerpos
que nos deja temblando–

Por eso hoy me descubro

(yo que nunca di nada por perdido)
faltándole el respeto a mis memorias.

Oráculo de la memoria

Sin lágrima la noche.
Cerradas alacenas me convocan
donde grita el recuerdo.

Y es voz sin voz,
desnuda música, tan solo muda piel.
Y tú, que esto contemplas,
retrocedes, callas.

Una frágil vidriera es la memoria.

Volver

Esta noche cae una arena fina
sobre el borde afilado de las cosas.
Se amontona el pasado.
Crea con sus sombras un puerto
donde echas tus derrotas como un ancla.

Cierras los ojos. Vuelves.
El camino interior conserva
idénticas sus luces, su claridad perdida,
la magia de esas horas.
Llegas a un mirador que duerme
en lo alto de la ciudad varada.
Cierras los ojos. Vuelves.
Esperas que, al cruzar las calles,
esté todo aguardando, detenido.

Pero es momento ahora de dar tasa
a vida y a memoria.
Los años lo requieren.
Es el único juego que queda, solitario.
¿Qué treta es engañarte,
volver, cerrar los ojos?

Mientras sientas el fuego
que sobre ti golpea sus nudillos acordes
—ese ritmo punzante de grifo mal cerrado-—
te encontrará el olvido, los ojos bien abiertos,
ardiendo en la nostalgia.

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Donaciano Bueno Diez
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