AL OLVIDO (Mi poema)
Pablo López Carballo (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Ayer cavé una tumba en tu memoria
junto al olmo seco segado por el rayo,
el árbol está triste en su calvario,
tu imagen forma parte de esa historia.

Ahora que ya has pasado a mejor gloria
nuevos aires se aglutinan en mi mente,
la sed he de saciar en otra fuente
o he de procurarlo de distinta noria.

Dispuesto a página pasar, cambio de muda,
he de construirme un nuevo paraíso
que decir adiós me ayude a lo vivido.

A nadie deseo le quede ni una duda.
Listo para volar estoy si eso es preciso.
Aquí pongo el punto final. Todo lo olvido.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOPablo López Carballo

QUEMARÁN LA TIERRA, ENVENENARÁN LOS POZOS

Ya nadie dice Castilla sin amontonar piedras.
No saben nada de la niebla y el silencio
que hasta los pájaros atienden,
ni de Inés de Castro desatando urracas,
tejiendo espinas para regresar ungida
en duelo y tempestad. Hablaba con las manos,
el viento en la cabeza y el porvenir colgando del pelo.
Dos años escribiendo: entro en la edad
del desinterés, ni demasiado joven
ni todavía respetable. Desigualdad.
Igual que las luces de cocinas
que iluminan donde nadie necesita ver.
Callejas donde la sombra del hielo
se muestra sin el hielo
y las previsibles paredes de ladrillo,
las que hacían perder la cordura,
son ahora firme anclaje.
Los límites toman forma, como la precisión
de tu indiferencia.
Sé de lo que hablo
porque en nada fui determinante,
ni todavía he perdido la vergüenza
que dan las cosas hechas y las no realizadas.
Insuficiente en grafías,
fallido en el convenio, profuso en los nervios
que preceden al sometimiento. He movido,
a diario, el proyecto que a nadie interesa.
Aquí sigue saliendo el sol desorientado,
no digas nada, te querrán helar los huesos,
no entienden de nostalgias, buscan el renombre
y siempre están dispuestos al precio.
Nosotros seguimos en lo mismo,
mirar no es suficiente, debemos devanar
con la ciencia del no tener.
Por algo estaremos vivos:
para mondar naranjas ante el reloj
—si duele no aniquila—
con la exactitud de los límites.
Nubes de huesos sobre el deseo
ignorante de azar. Todo esto pasará.
¿Y los viejos tiempos? Que nunca regresen,
que nadie nos congele el tuétano,
pronto estaremos solos.
En el fondo, la poesía perdura
por un continuo malentendido.

DE CAMINO A OTRA PARTE

No se asemeja a nada en su retirarse
de vidriera. De rodillas, aún por delinear
esboza relaciones geométricas y se reclina
en la pared. Cierra los ojos
y aprovecha el daño desprendido,
los trozos pigmentados.

Regresará juntando las manos
a capturar lo que no se puede capturar,
tal vez lo que te digo,
quizá el ímpetu,
en el instante siempre previo,
ante el blanco que cede
a los futuros trazos de un pueblo
metafórico. Los huesos presentes, los huesos por venir.

Mi mano revolviendo en tu estómago. Mi mano dando vueltas en tu estómago. Conmueve no saber a dónde va ese espacio.

Indietro i passi
senza proteggere dalla tenerezza. Comienza en lo siniestro,
materia lenta, temblor, no recordar cuándo,
yo estaba allí.

Las puntas, las hojas, los setos
se mueven al tiempo, soy la corriente,
el avance empático.

Alpacas
tres árboles amarillo verde marrón amarillo verde
surcos, el caudal remonta la pendiente
corneal.

Amarillo verde marrón
verde marrón.

Plano.
Los delineadores indican la perspectiva.

Creemos oír ecos de restos salinos.
Solo es ruido, momentos,
repeticiones simples de recuerdos perdidos.
Profundizo: allí no hay nada.

Todos enmudecen como frente al mar.

En el interior una polilla
sobrevuela la olla hacia la puerta
y retrocede. Calcáreas las decisiones,
rojizo el pomo.

De mañana toman el ferry.
Se arremolinan en las ventanas para reconocer su piel como superficie sofisticada, ¿por qué desplazarse entonces?, ¿para qué hacer lo que se puede hacer frente al desayuno, o de espaldas?
Inadvertidas pasan las relaciones, la carretera que estratifica, restos solares, peces que podrían saltar.

Revolver el bolso buscando las llaves.
El lenguaje de la piedad renovado ante la puerta.
Dejamos
las redes sobre el pantano,
postergando
la decisión de vivir en escenas
o en la contingencia.

para Olvido

Paolo di Dono son cielos cerrados
que resaltan lo esencial.
Paolo di Dono es la inocencia
de lo complejo, el mecanismo que dirime
lo que debe perdurar; y el cielo y el infierno.
Paolo reunió a las formas para dotarlas
de sentido en su cuarto de arañas.

Paolo Uccello nunca vio un caballo.
Imaginó que los pájaros
en sus picos
con sus patas
traían uno de lejos hasta su estudio
y se levantaba por las mañanas,
respirando Arno y pintura
pensando en cómo lo vería, cuál
sería la primera imagen del caballo
que aparecería rodeado de pájaros
y leones a los que no tendría miedo.
Paolo Uccello pintó el diluvio
porque sabía que ocurriría, sus ojos
atraviesan el tiempo: está hoy aquí.
Estuvo en 1966 y en 1448 señaló en el muro
hasta aquí llegará el agua. Él sabía
el color que tendrían las paredes en 2010
y la luz y el movimiento de las nubes.
Pero a Paolo nadie le creía.
Pintaba su casita azul, su casa de pájaros,
con los recovecos por los que pasaría
el agua, el agua que no tendría en cuenta
las esquinas ni las lanzas;
y proyectó el pequeño cuarto
de milagros, con la ventana al campo
de lomas sin espigas, para protegernos
de la usura.
Paolo Uccello murió, como pocos mueren,
por mirar demasiado. Enterraron
su cuerpo cuando ya no estaba en él
y se perdió en el tiempo, pintando
las piedras y los árboles que yo vi al nacer.
Al abrir los ojos supe que él había pasado por allí:
una ventana, un leve reflejo que no termina
de posarse sobre los vasos y se agota.
Conozco a Paolo Uccello como él conocía
la inundación y los caballos y en su cabeza
se dibuja un mundo, el único habitable,
en mi casa azul, de pájaros,
que pintó mientras esperaba
perderse en el tiempo.

Menos que tú

A este no estar nunca en el mismo sitio
no viene el sentido. Virtud o desdén
de la mano te alejan siempre.
Demasiado nervioso para la vida.

E

Los viejos grabados se vuelven
discontinuos. Al contrario
en los frescos
germinan materiales. La muralla
es el mejor ejemplo: los perros sin plumas,
algunos hombres, algunos ríos.
Ningún pigmento
persigue el retorno: el habla es húmeda.

E

Enjalbegar sombras alargadas.
Remuevo
tierra y restos de pared.
Frases sacadas
de tormenta como si tal.
Un cuchillo
o caminar.
Perpetuar dinámicas
como fingir esquemas.

E

Tu manera de entender la casa
en mi inquietud
de enfermo, la equidistancia al conjugar
y la terraza
imitación de vestido o mecanismo
frente al paraje.

E

Revoco de pies y barro. Que la luz sean formas
e imaginar un hábito
demasiado lento para el día.
Aquí los entomólogos con sus recortes
de laboratorio y la flor de barranco.
Eólico dialecto, gasolinera engullida por edificios,
prado de músculos verticales;

E

termitas, musgo. Dejáis de escuchar
por miedo a cancelar antiguos signos. No querría
estar fuera y tener que estirar la mano
para cogerlo: la lengua es hambre.

LA VIRGEN EN CASA DE LA ABUELA

La loca de la escalera
de puertas para dentro,
le decían que estaba del nervio,
ahogada en su literalidad.
Daba cumplida cuenta
de lo que conducía
a su propia broza
y a la imposibilidad de un acuerdo.
Rumiaba convalecencia,
cada vez con menos tiempo,
cada día más lejos, de allí
no se regresa.
La virgen se paseaba
por casa mientras ella, inmóvil,
ojos fijos sobre las hojas
de incipientes rosales, esperaba
que algo aquietase
su inducida quietud.
Era una visitante
de un mundo a medio derruir.
Solo entraba en los detalles
para no salir de ellos.
Recitaba en lenguas
que rastreábamos —flexión
y derivaciones— y alimentaba
—suplantando lo orgánico—
nuestras presencias
cada vez más seniles. La imagen
de estuco acumulaba estambre
y gloria, como solo pueden hacer
los que se dan de baja del tiempo.
Nosotros barríamos alrededor.
*
De regreso,
faltos de intemperie,
hicimos que reluciera
lo que queríamos decir,
como objetos
que esperan
que los mires
y entiendas.
Se puede enfermar de esto:
creando gradaciones,
omitiendo referentes.
Lo mismo
que ante un cuadro
pero con menos paciencia.
*
Flor del cerezo
fue siempre impaciencia
de fruto, hambre,
jácara blanca.
A otro árbol
con esos tientos.

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Donaciano Bueno Diez
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Bocas de silencios rotos, ¡ay, muñecas malheridas! nunca…
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