DEL HOMBRE Y EL VASO (Mi poema)
Juan Antonio Masoliver Ródenas (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Que el vaso si está lleno o está vacío
por siempre seguirá siendo él un vaso,
de líquido relleno o más escaso,
no debe de verterse el agua al río,
ni es justo atribuirle algún fracaso.

Que el vaso aquí carece de albedrío,
apenas poco más que un continente,
si flota se le lleva la corriente
o se hunde cuando el mar está bravío,
el vaso que obedece no es consciente.

El hombre como el vaso es un payaso,
los dos tienen un dueño que maneja
los hilos deshilando en la madeja,
conscientes que han de hacerlo pasa a paso
si el rey, que aquí es quien manda, a ellos les deja.

Que el hombre como el vaso es un objeto
que suelen valorar por sus funciones.
En tanto que ambos sirvan de peones
habrán de disfrutar de su respeto
no importan las verdades o razones.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Juan Antonio Masoliver Ródenas

Juan Antonio Masoliver Ródenas

Las palabras se han gastado para siempre

Las palabras se han gastado para siempre.
El cielo que habitamos ya no existe.
Las casas se han poblado de vacío.
Y yo soy los harapos de los días
felices que recuerdo como un dolor
que suele sin heridas. Fuimos
sombras que el viento ha ido borrando.
Somos charcas abandonadas en el tiempo.
Todos los espejismos se han quebrado.
Sólo queda el instante de las cruces.

Ahora que el corazón me duele como nunca

Ahora que el corazón me duele como nunca,
como un espejo, sí, como un espejo
herido, como un sol incendiado o las cenizas
de sol en la mirada de lo que fue:
días de amor como dicen que son
en la penumbra los muebles de una alcoba,
sus espejos, los cuerpos que reposan
en la indolencia de un prado o de una cama.
Al pintar iniciamos la creación
de la realidad. El tiempo ignora este instante
de dicha, este dolor del lienzo
que revela el cuerpo que ahora duele
tanto porque es tan sólo el cuerpo
de un instante. Y está aquí, con nosotros.
Como el día del amor en el lienzo,
sin ventanas, ni luces, ni paisaje,
sólo este hondo dolor,
este abrazo que ahora, en el vacío,
es una herida, como las sombras
que dejan los muertos más queridos
en nuestros ojos. Y duele tanto
amarles. Y amarla duele más
porque está viva y no está aquí
y es feliz y ha olvidado mi abandono.

Y supo del amor cuando dejó de amar

Y supo del amor cuando dejó de amar.
Lloraba por las calles como si fuesen charcas,
el sexo le dolía como si fuesen ojos
y se aferraba al aire como si fuesen ramas
y era un árbol podrido por los días del tiempo
que ahora regresaban como regresa el viento
en el jardín de arena o en las casas de polvo.
Y los hombres que lloran no se sacian de amar,
lloran como las noches en las charcas de fango,
como madres sin pechos, como niños de tierra
en paisajes de céfiro que revelan ciudades
donde todo está lejos, azul y sin campanas.
El amor es la boca que empeña los espejos
donde estuvieron juntos bailando los que aman.
¿Quién hurga en los escombros del amor? ¿Quién
desempaña el vaho del cielo y quién repara
las grietas de los ojos, sus paredes de moho?
En el alba los hombres se adoraban el sexo,
las mujeres cocían ladrillos y lloraban,
el huérfano de amor buscaba en la maleza,
y encontró un espejismo y en él se recreaba.

Son los besos del cuerpo los que gimen

Son los besos del cuerpo los que gimen
y piden en la boca más gemidos.
Y volvemos al cuerpo y nos besamos
y es la saliva blanca como sal
que nos besa y abrasa y nos hundimos
en un sueño sin fondo
y allí, en un mar de espejos,
volvemos a encontrarnos
y a sumirnos.

Como hojas que el viento arrastra

Como hojas que el viento arrastra
en la neblina de la arena,
así la música, el agua
desmenuzándose en las cuevas
de la luz, la luz estallando
en las paredes blancas. Blancas
velas, gaviotas. Las puertas
que se abren en el mediodía
del mar donde estás
nítida en los recuerdos
que me ciegan.

Amo

a un amor que no conozco.
Vivo
en un pozo sin luz.
Soy
un alma vacía.
y un pésimo poeta.
Y no puedo ser otro.
Amo
a una triste falacia.
Adonis
calvo ante el espejo,
Desnudo,
con los lagrimales vacíos.
Soy
todo lo que he dejado de ser.
Dibujaba
corazones de barro.
Y cuando aprendí a amar
no había nadie.

¿De quién es la cama junto al mar

con las sábanas cubiertas de sangre
y de sal? Los muertos que paseaban
por el Camino Real del Masnou
hace tiempo que han muerto.
¿Por qué murieron? ¿Cómo?
¿Por qué abrieron las puertas
a la muerte? ¿Adónde los llevaron?
Aquella noche muchos huyeron
de sus casas
y ya nadie le ha vuelto a ver
porque para muchos
no existieron nunca.
De noche oíamos los remos en el agua,
barcas que nunca más regresarían.
En la orilla lloraban las mujeres
y también oíamos sus llantos.
Las mujeres cubrían su desnudez
con mantillas o manteles o sábanas
que luego serían sus mortajas.
Muchas sacaban los enseres de sus casas,
Eran demasiado hermosas
para pasar desapercibidas
por los asesinos.
No las puedo borrar de mi memoria.
Y ahora,
en tiempos de una paz inverosímil,
paseamos juntos al mar
y pensamos en las hermanas Rosell,
en Marina Pagès, en Marta Hombravella,
en Helena Gibert,
en Conchita Llinàs,
en la monja sin hábito,
en todas las muchachas del baile
y de la playa en verano,
mujeres deseadas y hoy ausentes.
Y un desconocido apoya la cabeza
en la cama abandonada.
y gime suavemente.
Se vuelve y es alguno de nosotros
que no vio la violencia en este pueblo,
sólo estas sábanas de sal y sangre
de alguien que tal vez fue nuestra madre.
Descanse en paz
en el que fue su lecho.

Este día luminoso de enero

como el primer poema de juventud
o el primer seno. Este día de luz
de la primera flor de la mimosa
que ciega la memoria
de la otra mimosa
en la que lloré la muerte
de mi padre, días de lluvia
y oscuridad, como el crujido
de los postigos
de la casa ahora cerrada
como se cierra la luz
en los días de invierno
o el sonido de las campanas
de matrimonio o muerte.
Y un seno en la ventana
que se abre
y vuelve a deslumbrarnos.
Nadie muere de verdad
hasta que ha muerto.

Jugaban mis padres en el jardín.

Las mariposas agonizaban en las flores.
Dormía la calandria en las ramas
de la primavera.
Las paredes de cal del verano
se pueblan de recuerdos
entre insectos y lagartos.
Estoy desnudo en el centro
de la plaza de las mujeres
ancianas pidiendo la absolución.
Duermo en el vello de los muslos,
beso los pétalos del esfínter,
peco en nombre de la plenitud,
de la ebriedad marítima. Huyo
de las palabras que me acechan,
de las manos que escriben,
de los pies en el mármol y la luces
en el horizonte del mar.
Reclino la cabeza en tu pecho,
busco tus manos en mis pezones.
Soy. Camino por las calles
sin bombillas y le pido a mis pies,
les suplico en el llanto
que dejen de abandonarme.
Soy lo que fui,
lo que nunca dejaré de ser,
como aquella cruz en el horizonte
donde agonizaba el hijo de Dios.

Mi vecina sale desnuda a la terraza

a tomar el sol,
a tender la ropa
o a regar los geranios.
Yo leo absorto las Confesiones
de San Agustín.
Mi vecina sale desnuda a la terraza
a tomar el sol,
a tender la ropa
o a regar los geranios
mientras canta sensualmente
una canción que no llega
del todo a mis oídos,
absorto como estoy en la lectura
de las Confesiones de San Agustín.
Cuando miro hacia la terraza
ella ha desaparecido
y yo cierro los ojos
pensando en la mujer
desnuda cantando sensualmente
una canción que halaga
a mis oídos.

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Donaciano Bueno Diez
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