JUGAR CON LAS PALABRAS (Mi poema)
Almudena Guzmán (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Jugar con las palabras yo he jugado
igual con la pelota juega un niño
y algunos tropezones me he pegado
rompiéndome la crisma o algún piño.

Que en esto de jugar no soy novato,
y hay veces en que dudo de las normas,
me acuso que me paso o de pacato
que debo de cuidar, guardar las formas.

A veces se me escurren o se escapan,
las tiro, manoseo, las estiro
y hay otras en que driblan o derrapan,
y algunas hay que, amor, las pego un tiro.

Las miro, las remiro y las retuerzo,
que paso de mimar a destrozarlas,
las sigo manejando con esfuerzo
quisiera más no sé como besarlas.

Palabras, son guarismos, no hay misterio,
que deben de acabar rimando en verso,
las tengo que encajar, ¡qué cautiverio!
y a nadie demostrarle que estoy terso.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Almudena Guzmán

Almudena Guzmán

Señor, ahora que mi piel y la suya…

Señor,
ahora que mi piel y la suya
-después de las sábanas-
han formado un nuevo «collage» en el agua,
no es el mejor momento para hablarle,
desde luego,
pero aprovechando que estoy arriba
y usted debajo,
quisiera decirle
-casi no me atrevo con sus ojos-
que no puedo más,
que voy a pararme.

-Era el placer como una de esas muñecas rusas que se abren
y aparece otra,
y otra…-

Señor, la lluvia del domingo…

Señor,
la lluvia del domingo
es una inmensa bañera
que me sumerge a cámara lenta
en el telón espumoso de sus rizos del sábado.

Señor, las horas desnudas…

Señor,
las horas desnudas,
como limones al trasluz,
se exprimen en mi muñeca
de una manera desesperadamente cobarde:
estoy, para variar y por no quedarme en casa,
con alguien que me aburre los besos.

Señor, si usted sabe…

Señor,
si usted sabe
que yo ahora estoy celosa
por lo que me ha dicho,
tenga al menos el detalle de no hacérmelo notar durante
la cena.

(Nunca en mi vida enrollé espaguetis con tanto odio.)

Si todo esto cambiase…

Si todo esto cambiase,
si me dijera usted, de pronto, que me ama,
yo ni me detendría para hacer la maleta.

Huiría luchando contra el miedo a la costumbre
de su cuerpo.

Soñando…

Soñando,
tibia su lengua para mis pestañas que renacen.

Ilusoria blancura de los dientes al mártir contraluz
de su sangre y sus labios.

Soy un racimo de uvas…

Soy un racimo de uvas
y aguanto como puedo
este oleaje creciente de mi boca
aguijoneándome al sol.

Hasta que estallo.

Subo…

Subo.
Bajo escalones.

Pero esta angustia atrancándoseme en la piel como una
cremallera rota,
tampoco cede al sudor.

Y ya todo el sueño es un inmenso garaje de copas vacías
que el agudo de su ausencia con mi grito rompe.

Ultimatum

¡Oh Juan!, ¿por qué sueñas siempre rosas?
Ya no nos caben en la habitación,
esto no puede seguir así:
Cada día te levantas con las sábanas llenas de rosas
y si por casualidad hacemos el amor
no se conforman con quedarse quietas de mañana, no:
danzan las gamberras al son de los exquisitos minués que trazan
tus dedos al vestirme.

Por eso me niego a que me pongas la camisa,
a que me anudes el pañuelo…,
dime, ¿qué vas a hacer con esa encina desdentada y la camelia negra
que se vieron contigo cuando terminastes de dar un paseo por el
campo?

Ayer nos sorprendió un aguacero precioso
y como yo no llevaba gorro y sí el pelo recién lavado,
convertistes la gotas en diminutos paraguas de nácar,
yo te agradezco la gentileza de tu magia
pero el campo necesita agua
y lo dejastes blanco, tan blanco,
que parecía leche cuajada.
Menos mal que luego caíste en la cuenta del error
y los paraguas volaron para dejar paso
a tres mil nubes que se posaron dulcemente
en los prados, en los cerros, en los sembrados
para dar alegría y pan al santo campesino
que se hizo arrugas de un metro de profundidad por re tanto.
En fin, Juan, haces lo que quieres con la naturaleza
y a mí me irrita el no poder enfadarme nunca contigo
a pesar de tener motivos grandes y justificados.

Desde ahora te anuncio mi ultimátum:
una de dos, o renuncias a tu poder modificante
de niños que cambian pañales por barco,
de aceituna que, porque le da la gana, se transforma en ciruela los
domingos,
o nos mudamos a otra buhardilla
que tenga el suficiente espacio para meter allí todos los trastos…
¡Porque mira que eres pesado!
Porque mira que te quiero tanto, alquimista barato.

Una mujer de ron y esmalte negro…

1
Una mujer de ron y esmalte negro,
flequillo y vagina cosmopolitas,
me abre sus piernas tras los cristales del mueble.

Es la niebla

2
Veladamente,
descorriendo pestillos,
ha llegado hasta mi cuarto
una pantera translúcida con la piel de diamante
que me morderá la nuca cuando menos lo espere.

Es el deseo.

Usted se ha ido…

Usted se ha ido. Pero tampoco conviene dramatizar
las cosas.

Cuando salgo a la calle,
aún me quedan muchas tapas risueñas en el tacón,
y mis medias de malla consiguen reducir la cintura
de la tristeza
si su ausencia va silenciándome en una resaca
de escarcha.

O sea, que no estoy tan mal.
Porque yo podré ser de vez en cuando un eclipse. Pero
nunca
un eclipse sin sangre de luz.

Usted se inmiscuye en mi bufanda…

Usted se inmiscuye en mi bufanda
desde una aurea blanquísima que me reverbera los labios.

No me muevo,
no fumo -quizá a su silencio le moleste esa arruga en la nieve-;
y sólo cuando marcha me doy cuenta
de que he estado aguantándome el pis todo el rato.

Usted se me escapa en los pasillos como…

Usted se me escapa en los pasillos como
un discóbolo impregnado de aceite.

Pero todo lo que habla es una mano enguantada
por mis medias.
(Desnuda, froto su voz contra las caderas de la sábana
para no dormirme tan triste.)

Veladamente…

Veladamente,
descorriendo pestillos,
ha llegado hasta mi cuarto
una pantera translúcida con la piel de diamante
que me morderá la nuca cuando menos lo espere.

Es el deseo.

Volvemos a comer juntos…

Volvemos a comer juntos.
Este hombre cada día más guapo y a ti te rebasan las orejas.

Qué importa.
Qué importa el poco tiempo que tienes para enamorarlo,
qué importa la sopa fría
– no puedes permitirte el lujo
de perderlo de vista un solo instante, Almudena -,
si cuando vas a citar «yo siempre estoy triste»
él se anticipa y acariciándote los ojos dice que le encanta
tu alegría.

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Donaciano Bueno Diez
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