LABRADORES DEL AYER (Mi poema)
Adelardo López de Ayala (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Labrar, de los oficios el más noble,
se dice del labriego, es labrador,
del mismo se destaca su sudor,
que es fuerte y valeroso como un roble,
obviando si hace frío, hace calor.

Que arando va la tierra, con la azada,
sembrando con gran mimo las semillas,
cuidando de que el clima no haga astillas
y encuentre su emoción cada jornada,
después de hincar con fuerza las rodillas.

Y así, sin descansar de sol a sol,
soñando por si el tiempo algo refresca,
bebiendo del botijo de agua fresca,
fingiendo ser muñeco de un guiñol
de ensueños e ilusiones a la gresca.

Forjando vais del alma fantasías,
regando vuestra hacienda con trabajo,
echando muchas horas a destajo,
un día y, sin parar, todos los días
y vuelta a trabajar, vuestro relajo.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Adelardo López de Ayala

Adelardo López de Ayala

Ante el retrato de una bella

De vista y muy de pasada
nos conocemos los dos,
y la tuya, vive Dios,
no es vista para olvidada.

Mas tú verás, si me escuchas
con la atención que te pido,
que el no habernos conocido
tiene ventajas, y muchas.

¡Cuánta alabanza podemos
decir recíprocamente
de los dos…, Precisamente
porque no nos conocemos!

Tú dirás que la modestia
en mí acredita su nombre,
pues para ti no hay un hombre
que cause menos molestia.

Que, aunque me llamen adusto
los que… Me conocen mal,
soy tan blando y tan leal,
que nunca te di un disgusto.

Yo diré que hasta el presente
no te oí murmurar nada,
ni de amiga mal tocada
ni de amiga impertinente;

que debes tener un arte
singular y un gran talento,
pues que ni un solo momento
me he cansado de escucharte;

que es tu tino tan perfecto,
tu prudencia tan cumplida,
que juro a Dios que en mi vida
te he conocido un defecto.

Y en un mes lo acabaría
si hubiera de referir
cuanto podemos decir
de tu alabanza y la mía.

Todo bueno, y, sin embargo,
todo verdad lisa y llana,
y todo, chica, dimana
de habernos visto de largo.

Que en este mundo fatal
tales engaños se ven,
que para alabarse bien
hay que conocerse mal.

Mas, si iguales han nacido
tu corazón y tu cara,
yo mucho más te alabara
si te hubiera conocido.

A Luis Larra

Porque el mundo es una bola,
rueda inconstante, cual ves…
Pues ¿qué fijeza habrá en tres,
si nadie fija una sola?
Si gané por carambola,
hoy malograré mí afán…:
¡No temas! Listos están
mesa, marfil, tacos, tizas…
Y, ¡qué diablos!… Las palizas
como se toman se dan.

A unos piés

Me parecen tus pies, cuando diviso
que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.

Quiso el amor y mi fortuna quiso
que ellos el fiel de mi esperanza sean;
si aparecen, de pronto me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.

¡Oh, pies idolatrados; yo os imploro!
Y pues sabéis mover todo el palacio
por quien el alma enamorada gime,

traed a mi regazo mi tesoro
y yo os aliviaré por largo espacio
del dulcísimo peso que os oprime.

Mis deseos

Quisiera adivinarte los antojos,
y de súbito en ellos transformarme;
ser tu sueño, y callado apoderarme
de todos tus riquísimos despojos;
aire sutil que con tus labios rojos
tuvieras que beberme y respirarme;
quisiera ser tu alma, y asomarme
a las claras ventanas de tus ojos.
Quisiera ser la música que en calma
te adula el corazón: mas si constante
mi fe consigue la escondida palma,
ni aire sutil, ni sueño penetrante,
ni música de amor, ni ser tu alma,
nada es tan dulce como ser tu amante.

La cita

¡Es ella..! Amor sus pasos encamina…
Siento el blando rumor de su vestido…
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina.
Mil ansias, con la dicha repentina,
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.
¡Mi bien! ¡Mi amor!: ¡Por la encendida y clara
mirada de tus ojos, con anhelo
penetra el alma, de tu ser avara..!
¡Ay!, ¡ni el ángel caído más consuelo
pudiera disfrutar, si penetrara
segunda vez en la región del cielo!

El sol y la noche

Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo…
¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!

Sin palabras

Mil veces con palabras de dulzura
esta pasión comunicarte ansío;
mas, ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?

Penetre en ti callada mi ternura,
sin detenerse en el menor desvío,
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.

Ábreme el alma silenciosamente,
y déjame que inunde satisfecho
sus regiones, de amor y encanto llenas…

Fiel pensamiento, animaré tu mente;
afecto dulce, viviré en tu pecho;
llama suave, correré en tus venas.

La música (en un album)

La música es el acento
que el mundo arrobado lanza,
cuando a dar forma no alcanza
a su mejor pensamiento:
de la flor del sentimiento
es el aroma lozano;
es del bien más soberano
presentimiento suave,
y es todo lo que no cabe
dentro del lenguaje humano.

Dichosa tú que su palma
has llegado a merecer,
conmoviendo a tu placer
la mejor parte del alma.
Tu voz infunde la calma
y arrebata y enamora…
¡Ay de mí! Tu seductora
y celestial armonía,
¡cuántas veces calmaría
este afán que me devora!

La pluma (Ayala)

¡Pluma: cuando considero
los agravios y mercedes,
el mal y bien que tú puedes
causar en el mundo entero;
que un rasgo tuyo severo
puede matar a un tirano,
y que otro, torpe o liviano,
manchar puede un alma pura,
me estremezco de pavura
al alargarte la mano!

Epístola a Emilio Arrieta

De nuestra gran virtud y fortaleza
al mundo hacemos con placer testigo:
las ruindades del alma y su flaqueza
sólo se cuentan al secreto amigo.
De mi ardiente ansiedad y mi tristeza
a solas quiero razonar contigo:
rasgue a su alma sin pudor el velo
quien busque admiración y no consuelo.

No quiera Dios que en rimas insolentes
de mi pesar al mundo le dé indicios,
imitando a esos genios impudentes
que alzan la voz para cantar sus vicios.
Yo busco, retirado de las gentes,
de la amistad los dulces beneficios:
no hay causa ni razón que me convenza
de que es genio la falta de vergüenza.

En esta humilde y escondida estancia,
donde aún resuenan con medroso acento
los primeros sollozos de mi infancia
y de mi padre el postrimer lamento;
esclarecido el mundo a la distancia
a que de aquí le mira el pensamiento,
se eleva la verdad que amaba tanto;
y, antes que afecto, se produce espanto.

Aquí, aumentando mi congoja fiera,
mi edad pasada y la presente miro.
La limpia voz de mi virtud entera,
hoy convertida en áspero suspiro,
y el noble aliento de mi edad, primera,
trocado en la ansiedad con que respiro,
claro publican dentro de mi pecho
lo que hizo Dios y lo que el mundo ha hecho.

Me dotaron los cielos de profundo
amor al bien y de valor bastante
para exponer al embriagado mundo
del vicio vil el sórdido semblante;
y al ver que imbécil en el cieno hundo
de mi existencia la misión brillante,
me parece que el hombre en voz confusa
me pide el robo y de ladrón me acusa.

Y estos salvajes montes corpulentos,
fieles amigos de la infancia mía,
que con la voz de los airados vientos
me hablaban de virtud y de energía,
hoy con duros semblantes macilentos
contemplan mi abandono y cobardía,
y gimen de dolor, y cuando braman,
ingrato y débil y traidor me llaman.

Tal vez a la batalla me apercibo;
dudo de mi constancia, y de esta duda
toma ocasión el vicio ejecutivo
para moverme guerra más sañuda;
y, cuando débil el combate esquivo,
«mañana, digo, llegará en mi ayuda»;
¡y mañana es la muerte, y mi ansia vana
deja mi redención para mañana!

Perdido tengo el crédito conmigo,
y avanza cual gangrena el desaliento:
conozco y aborrezco a mi enemigo,
y en sus brazos me arrojo soñoliento.
La conciencia el deleite que consigo
perturba siempre: sofocar su acento
quiere el placer, y, lleno de impaciencia,
ni gozo el mal ni aplaco la conciencia.

Inquieto, vacilante, confundido
con la múltiple forma del deseo,
impávido una vez, otra corrido
del vergonzoso estado en que me veo,
al mismo Dios contemplo arrepentido
de darme un alma que tan mal empleo:
la hacienda que he perdido no era mía,
y el deshonor los tuétanos me enfría.

Aquí, revuelto en la fatal madeja
del torpe amor, disipador cansado
del tiempo, que al pasar sólo me deja
el disgusto de haberlo malgastado;
si el hondo afán con que de mí se queja
todo mi ser, me tiene desvelado,
¿por qué no es antes noble impedimento
lo que es después atroz remordimiento?

¡Valor! y que resulte de mi daño
fecundo el bien: que de la edad perdida
brote la clara luz del desengaño,
iluminando mi razón dormida:
para vivir me basta con un año;
que envejecer no es alargar la vida:
¡joven murió tal vez que eterno ha sido,
y viejos mueren sin haber vivido!

Que tu voz, queridísimo Emiliano,
me mantenga seguro en mi porfía;
y así el Creador, que con tan larga mano
te regaló fecunda fantasía,
te enriquezca, mostrándote el arcano
de su eterna y espléndida armonía;
tanto, que el hombre, en su placer o duelo,
tu canto elija para hablar al cielo.

Los ecos de la cándida alborada,
que al mundo anima en blando movimiento,
te demuestren del alma enamorada
el dulce anhelo y el primer acento;
el rumor de la noche sosegada,
la noble gravedad del pensamiento,
y las quejas del ábrego sombrío,
la ronca voz del corazón impío.

Y el gran torrente que, con pena tanta,
por las quiebras del hondo precipicio
rugiendo de amargura, se quebranta,
deje en tu alma verdadero indicio
de la virtud, que gime y se abrillanta
en las quiebras del rudo sacrificio,
y en tu canto resuenen juntamente
el bien futuro y el dolor presente.

Y en las férvidas olas impelidas
del huracán, que asalta las estrellas,
y rebraman, mostrando embravecidas
que el aliento de Dios se encierra en ellas,
aprendas las canciones dirigidas
al que para en su curso las centellas,
y resuene tu voz de polo a polo,
de su grandeza intérprete tú solo.

Los dos artistas

Introducción
¡Salud, Genio, salud! Yace la muerte
a tus plantas llorando tu victoria…
¡Quiero en la tierra padecer tu suerte,
por alcanzar tu deslumbrante gloria!

Es el artista un sol que se levanta
sobre el mundo, y eterno resplandece;
en la virtud su lumbre, se abrillanta
y en el rostro del crimen se ennegrece.

Y allá en el trono cuya lumbre pura
los seres engalana y hermosea,
descorre el velo a la celeste altura,
para que el mundo a su Monarca vea.

Genio, ¿por qué, si condición tan alta
a un nuncio de los cielos te asemeja,
sólo a tu triste corazón le falta
la luz que el mismo en los demás refleja?…

En ese mundo que a tus pies se agita,
gloria tan sólo alcanzará tu nombre;
porque morir el hombre necesita
para ser estimado por el hombre.

Mas ¿tú eres hombre? No, que en tu memoria
hay un mundo, que el mundo no te inspira…
Tal vez has visto la ignorada Gloria,
y por gozarla tu ambición suspira.

Tal vez eres un ángel soberano
que alzaste al trono de tu Dios las alas,
y, por castigo de tu orgullo insano,
¡Él te arrojó de las empíreas salas!

Así en el mundo arrastras con despecho
el orgullo de un ángel en tu mente,
de un Edén las memorias en tu pecho,
de un Dios los anatemas en tu frente.

Pero, si el mundo a padecer te lanza
de tu altivez el sin igual castigo,
¡abre tu corazón a la esperanza,
que al fin el cielo se unirá contigo!

Pues de ese Dios que con su ardiente vista
orbes suspensos a sus pies mantiene,
la noble mente del sublime artista
es el palacio que en el mundo tiene.

¡Águila real! Tu cárcel es en vano;
sabrás romperla con tu pico de oro,
y el mismo Dios te tenderá su mano
para que vuelvas a su regio coro.

¡Y al mundo vil de condición tirana,
que hoy con desprecio mofador te nombra,
desde el empíreo lo verás mañana
en una piedra venerar tu sombra!

I : El pintor
¿Adónde vas, Trovador?
Ven y siéntate a mi lado;
y, al poniente resplandor,
admirarás del Pintor
el bello mundo ignorado.

Faltóme un rayo de lumbre,
pedíselo al horizonte;
y el sol, contra su costumbre,
se para sobre la cumbre
de aquel orgulloso monte.

Sombras… Me las presta el suelo,
colores… La luz del día,
y sólo del limpio cielo
copio el cándido modelo
de mi doliente MARÍA.

¡Contempla mi cuadro! ¡Mira!…
Y, al ver que un Dios complaciente
mi tosco Pincel inspira,
tal vez arrojes tu lira
al fondo de ese torrente.

¿Pudieras hacer más cierto
ese dolor que retrata
la Virgen, que siente yerto
al que por salvar ha muerto
el linaje que lo mata?

¡Altiva también, poeta,
mi frente a los cielos mira!
¡La eternidad me respeta!…
Que hay mundos en mi paleta
tan grandes como en tu lira.

Si quieres, vate español,
cantar, que tu acento blando
siga deteniendo el sol,
porque a su puro arrebol
siga mi pincel pintando…

II : El poeta
Nuestro sol otros mundos engalana…
Y va con él, de nuestra pobre vida
una esperanza, que traerá mañana
en desengaño acerbo convertida.

¡Genio del bien, monarca moribundo!
¡No más tu luz con las tinieblas luche!
¡Huye al abismo, porque calle el mundo
y a mí tan sólo tu creador escuche!

En nombre de la tierra, a su palacio
quiero elevar mi lúgubre plegaria,
y ahuyentar con mi acento del espacio
los genios de la noche solitaria.

Escucha ¡oh Dios!; que mundanal despecho
no es el que sólo mi cantar inspira:
¡Ahora las fibras del humano pecho
las cuerdas son de mi doliente lira!

Inquieto el hombre, de esperar cansado,
en las tinieblas de la duda gime…
¿Cuándo será el instante deseado
que rompas tú la cárcel que lo oprime?

¿Cuándo iremos a ti, sin que nos quede
otro mundo debajo de tus huellas;
mundo agitado, que llorando ruede
y turbe nuestro bien con sus querellas?

La luz espira… Si padece tanto
y, porque vive, el hombre es infelice,
¡apaga el sol, y bajo el negro manto
el sueño de la nada se eternice!

Y si tu gloria vidas necesita,
¡en ese sol que acaba su carrera
mire mañana el universo escrita
Señal alguna que le diga «Espera…!»

¡Inútil lamentar!… ¡Tormento impío!
Todo gira a mi canto indiferente.
Antes el hombre de nacer, Dios mío,
¿qué grave culpa cometió en tu mente?…

¡Dios!, me responden los espacios huecos
¡¡Dios!!, me repite el huracán bramando…,
Y de su nombre los solemnes ecos
dentro de mí se quedan resonando…

¡Calla, mundo infeliz! Teme que estalle
contra nosotros la celeste ira,
y yo también, para que siempre calle,
sobre la fuente romperé mi lira.

Esos lamentos que angustiado exhalas
guárdalos ¡ay! con tu dolor profundo…
¡Genios del mal, estremeced las alas!
¡Venid, genios, venid; vuestro es el mundo!

Dijo: su frente abismada
cayó en el pecho abatido;
y a moverse no es osada,
temiendo hallar la mirada
del justo Dios ofendido.

El Pintor, que delirante
lo escuchaba, con denuedo:
-«¡Canta!, le dice anhelante,
poniendo en su frente el dedo,
porque su rostro levante.

¡Canta, canta; que te anime
otra vez tu frenesí;
que el mundo que a tus pies gime
con ese canto sublime
lo levantas hasta ti!

Trovador, que has conmovido
mi corazón con tu anhelo,
¿en ese canto sentido,
lloras un cielo perdido,
o quieres ganar un cielo?

Tal vez el son de tu lira
melancólico y profundo
el mismo Creador lo inspira,
y por tu boca suspira
las desgracias de su mundo.

¿Es lamentar tu destino
del hombre los padeceres?
¿Qué buscas? ¿Dó vas? ¿Qué quieres?
Cántame tu ser divino,
que quiero saber quién eres.

¿Ves la corona que ufano
tiene mi ángel inocente?
¡Pues yo en mi delirio insano
la arrancaré de su mano
para ponerla en tu frente!»

Sacudió su cabellera
el vate en su desvarío,
contemplando la alta esfera,
como el águila altanera
mide el inmenso vacío.

Tal vez un Dios no ha encontrado
más allá del firmamento,
y en su despecho violento
él mismo se ha proclamado
por Dios en su pensamiento.

El sol sus tibias centellas
ha ocultado ya en el mar
y más balas y más bellas
aparecen las estrellas,
para mejor escuchar.

Silenciosa el agua gira
sobre arenas de topacios,
y al blando son de la lira,
melancólica suspira
el alma de los espacios.

Auméntase la emoción
del trovador sin fortuna,
y prosigue su canción,
brillando de inspiración
a los rayos de la luna.

Digno reflejo de mi luz, Artista,
¿quieres saber mi condición? La ignoro.
Sólo sé que hay un cielo ante mi vista,
y entre mis manos un laúd sonoro.

Para mí resplandece el sol brillante,
para mí las estrellas resplandecen;
mío es el mundo y porque yo las cante
las ondas de la mar se ensoberbecen.

Y yo, lo mismo que el Creador supremo,
alzo los héroes de su pobre huesa,
y maldigo la frente del blasfemo,
y doy consuelo a la virtud opresa.

Sonó mi voz. Generación dormida,
siglos pasados, muertos universos;
si allá en la nada suspiráis por vida,
¡venid, sonad en mis sentidos versos!

Versos que son mi alcázar soberano,
alcázar cuyo rey es el Poeta…
¡Cuanto escribe en sus mármoles mi mano,
con emoción la eternidad respeta!

Creo en el Dios que en la celeste cumbre
rodar los mundos a sus plantas mira;
porque los rayos de su eterna lumbre
reflejan en las cuerdas de mi lira.

Y aun ese Dios, a mi solemne canto
le debe parte de sus altas glorias…
¡No se admiraran por los hombres tanto,
si el vate no cantara las victorias!

Es mi asiento la tierra estremecida;
corona de mi frente es el espacio;
la vida de los tiempos es mi vida;
la memoria del hombre mi palacio.

III
Dijo. -El Pintor, conmovido,
miró a su alrededor en vano,
sintiendo que de su mano
el pincel se había caído…

Y entonces vio que el torrente,
que a sus plantas murmuraba,
despacio se lo llevaba
en su límpida corriente.

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Donaciano Bueno Diez
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