HASTA CUANDO, HASTA CUANDO? (Mi poema)
Ana Enriqueta Terán (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Mi tiempo distribuyo en escribir
y el resto que me queda pienso y leo,
de tanto en tanto voy, doy un paseo,
después, cuando ya debo de dormir
si voy a despertar no me planteo.

Que el tiempo que se tiene que vivir
nunca hay que discutir, no trae a cuenta,
no importa, que el mañana no se inventa,
si tiene que llegar ha de venir
así quiera amenace una tormenta.

¿La muerte? Quita, a mí no me interesa,
que un día ha de llegar pues bienvenida,
en tanto que ella llegue, a quien decida
habré de recibir puesta la mesa
y el plato preparado en la comida.

Si el tiempo que vivimos es prestado,
del préstamo no existe un documento
que pueda descubrir su vencimiento,
mejor será apurar cada bocado
y el trato así mandar a tomar viento.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Ana Enriqueta Terán

Ana Enriqueta Terán

Infancia

Apenas rosa, apenas tallo leve
de buen vivir, apenas mariposa
por la corriente del samán umbrosa
o por la rosa de tranquila nieve.

Jazmín en la cintura por lo breve
y en los ojos comarca silenciosa
y derramado cuervo en la espaciosa
cabellera que el hálito conmueve.

Luminosa presencia sustituida
por desatados ámbitos vitales,
ausente al verde oscuro sometida,

el frágil pecho de incipiente nieve,
el pie con su pequeña flor lejana
y la sonrisa por el aire leve.

Soneto del deseo más alto

Necesito un anillo delirante
para la oculta sombra de mi mano,
un archivo de mar para el verano
y documentos de agua suplicante.

Para mi mano un riguroso guante
de piel de tiempo y pensamiento vano
y la mesa de juego donde gano
contra la muerte mi color menguante.

Una sortija de algas con países
y lenguas diferentes, con nocturnos
bisontes y cuadernos vegetales;

para mi mano los rebaños grises,
las edades de tactos taciturnos
y el pulso de los secos minerales.

La poetisa cuenta hasta cien y se retira

La poetisa recoge hierba de entretiempo,
pan viejo, ceniza especial de cuchillo;
hierbas para el suceso y las iniciaciones.
Le gusta acaso la herencia que asumen los fuertes,
el grupo estudioso, libre de mano y cerrado de corazón.
Quién, él o ella, juramentados, destinados al futuro.
Hijos de perra clamando tan dulcemente por el verbo,
implorando cómo llegar a la santa a su lenguaje de neblina.
Anoche hubo piedras en la espalda de una nación,
carbón mucho frotado en mejillas de aldea lejana.
Pero después dieron las gracias, juntaron, desmintieron,
retiraron junio y julio para el hambre. Que hubiese hambre.
La niña buena cuenta hasta cien y se retira.
La niña mala cuenta hasta cien y se retira.
La poetisa cuenta hasta cien y se retira.

Hacer la casa

Llegaron; mediciones del paisaje
fue lo primero, luego sucedía
una tierra a otra tierra labrantía
con un techo de pájaros en viaje.

Después la nube en cóncavo viraje
sobre arboledas, picos, lejanías,
ocasos recortados en umbrías
de más allá de un rojo con bagaje

de figuras extremas: forma escasa
de una vicuña vuelta poderío
en espacios de cóndor, ya disuelto

porque cae la noche y suena el río.
Hubo fogata de labiaje suelto
y se pensó en la casa. HACER LA CASA.

Zazárida

Zazárida es una ciudad frecuentada por el llanto.
Ciudad con estatura y manejos de sueño.
Ciudad como águila, un instante, amortajada en lo profundo.
Ciudad con perros agudos meando el aire y trágicas pertenencias:
la historia como sartas de coral sobre el balanceo de los viajes.
Un poco también humildad, párpados de nación muy poco amada.
Y también nuevo deleite para las grandes señoras negras,
especialmente para la vieja dama negra de mi amistad,
que pespuntea colinas con su báculo de regio araguaney,
escenificando viejos tratos, restituciones, lóbregos sucesos.
Zazárida, ciudad de habla mayor difícilmente nuestra
en su oficio de FUTURO.

SONETOS DEL AMOR PERENNE Y DEL AMOR FUGITIVO

I
Aquella “sin razón” que desafiaba
y que negaba fuerza a mi alegría;
naturaleza firme que vivía
en amorosos tintes que ignoraba.

Aquella lumbre que necesitaba
y que en mi propia sangre relucía,
en este día la he sabido mía
cuando mi sangre ya no la esperaba.

Porque para saber lo que he sabido
mi corazón estuvo prisionero
y en amargas pasiones sumergido;

porque para vivir como he vivido
no basta la pasión, no basta el fiero
amor que mi esperanza ha consumido.

«Alta niebla circunda mi cabeza
desde que puse en ti mi pensamiento».

IV
Aquí, donde tu ausencia desafía
los aromados pulsos de tu ausencia.
Aquí, donde doblega tu presencia
el recuerdo que gime noche y día.

Aquí, donde tu ausencia es menos mía,
el amarillo niega tu existencia.
Tierra vencida por tu vana ciencia;
aquí, donde agoniza mi alegría.

Con este fuego hiéreme tu fuego,
aquí de mar y noche siempre alzadas
y de inocentes astros detenido.

Aquí, donde perdiste tu sosiego;
donde tu lumbre niega tus espadas:
aquí, tierno amador de bien perdido.

«Yo que en el cauce de lo ya vivido
puse a gemir mi carne pensativa;
yo que ignoro la causa primitiva
de mi vivir y mi naciente olvido».

ODA VI

La soledad me envía mensajeros de llanto,
los recibo en los mares nocturnos de mi pecho,
en los hombros del agua que crece hasta mis sienes
y en el oscuro limo de la entraña y del beso.

Camino con las olas y con el árbol dado
a la corteza muda que me hiere y enciende,
camino con la tierra y un entreabierto goce
me lastima y conduce más desnuda la frente.

Alguien me dijo algo de bestias taciturnas,
de mares y tinieblas que azotaban mi rostro,
escuchaba su voz y buscaba su cuerpo
por altos corredores sin llegar a su lodo.

Existo. Me detengo para escuchar mi muerte
que viene por mi sangre como un hondo latido
mi muerte tiene en mí, cantos de mansedumbre
y secretas constancias del amor y el olvido.

Existo por mi muerte, para mi muerte y amo
libremente mi vida, libremente mi muerte
con su silencio en alas de ardientes mariposas
escucho, me detengo en sus frágiles sienes.

Y recuerdo la mar, siempre la mar echada
a la orilla de un árbol limpio como la vida;
el sueño con mesetas minerales y espumas
de soledad, la mar a ciegas por la orilla.

Puedo decir: “las rosas” y decir “estas rosas
son de umbrales nocturnos de secretas fogatas
abiertas en los llanos, o son rosas marinas
de sentidos azules, sin rumbos ni distancias”.

Yo escuchaba las rosas porque si desde el sueño
descontanto matices y savias verdaderas,
el olvido me daba con su primer recuerdo,
memorias en la gracia de la sal y la tierra.

Que la ciudad entera viene de lo salobre
lo digo, por mis sienes y por mi voz primera.

«Todo gime y se calza sus sandalias de llanto,
mas yo apoyo mis sienes sobre el pecho del mundo,
para sentirme aún doblemente en el canto
y escuchar el orgánico rumor de lo profundo».
De Presencia terrena (1949)

ELEGÍA A UN SAMÁN

Recuerdo cómo fuiste y dónde fuiste
mezcla de viento y cielo enfurecido
y entresoñado silabario triste.

Tu musical urdimbre de colmena
era a la niña tiempo desceñido
y monedero de la luna llena.

Hubo patio interior y barandales
que traspasaste libre y encendido
con tu amarilla venda de turpiales.

Hubo gente de amor y la hermosura
rescató tu silencio del urgido
memorizar de la simiente oscura.

A más tiempo se acorta la distancia
entre el hoy y un ayer como de olvido
construyendo tu noche y tu fragancia.

Tu fragancia, suavísima redoma
labidental como lo verde ha sido
y vaciados zureos de paloma.

Corteza abajo penetraste el suelo
húmedo, lentamente acontecido
por tu raíz avizorando cielo.

Aún después de ti mismo sigue alerta
tu inmensa sombra de ángel desvestido,
tu verano, tu lámina despierta,

tu enmarañado traje florecido
como el umbral de un aire que presiento
avergonzado, fiel, sobrevivido;

suerte de ausencia, copa en movimiento
cuando del cielo fuiste desprendido
esparciendo tu cálido argumento

de follaje quebrado, malherido
ya para siempre en alto pensamiento.

SONETO CINCUENTA

Definitivamente estoy despierta
en un claro de patria donde abrazo
mis dos casas terribles y rechazo
planchada luz de página desierta.

Digo y lo dicho me asegura el paso
que atraviese la rosa y la convierta
de creatura perenne y entreabierta
en ave fija de enlutado trazo;

digo como una planta que obedece
en sueños y en seguida restablece
bestia tupida, sorda, desligada,

inútilmente libre, enmarañada.
Sobre lo escrito, girasol o nada.
Sin embargo lo escrito permanece.
Poemas de Libro de los oficios (1975).

OBJETOS Y RODAJES DE ORACIÓN

Aquí gobierna la paciencia y cierta
avidez que atestigua la premura
del crecimiento, mínima dulzura
alargada en el tono de la oferta.

La voz rodea muros y desierta
ciudad para llegarse hasta la altura
necesaria y saber cuánto perdura
lo escrito y abisal en foja abierta

que se ofrece, reclama sin desdoro
los pequeños objetos y rodajas
de oración, como ritmo y lejanía.

Sonido y pauta con ribetes de oro
para escribir la música y migajas
de compasión en tiempos de agonía.

«La libertad espera tras un muro
de actos cumplidos donde el mar no llega.
Océano profundo y distraído».
Casa de hablas (1991)

EL GRAN RÍO

Nombrarte no me atrevo, ni siquiera
moldear tu nombre en página mezquina
con destino a lucir. Modo y manera

de avanzar ancho en copia vespertina
de lo que fuera amanecer ardido.
Distintas horas tu lisura atina

a reflejar, ya calmo, ya encendido
buco de atardecer, o ya dichosa
rizadura en la piel de tu latido.

Es amplitud serena lo que acosa
mi pensamiento. Ahora, en la montaña
con ímpetu veraz y faz hermosa,

recrear tu gobierno. Gracia extraña
para una hembra en la vejez y pobre
de toda suerte de artificio o maña

para cambiar el oro en sordo cobre,
en sorda pista de aire y cardenillo.
Oro es lo escrito y en lo escrito sobre

entorno singular, singular brillo
de oropeles, cegados en redondo.
Idioma siga siendo en el orillo

del fino material donde me escondo:
sosegada corpada de tu espejo
como reflejo sin color ni fondo.

Otra mujer de lírico entrecejo
pulió tus barcos, y ánimo historiado
tuvo para cantarte donde cejo

en mi empeño, pues nunca te he nombrado,
menos ahora, cuando se acrecienta
rumor de despedida en mi costado.

Río mayor, mi soledad intenta
unirse a tu caudal, marcha profunda,
abundancia sagrada, sombra lenta

en pos del movimiento, que redunda
en estrechez de abajo; copa abierta
hacia bordes de arriba. Y se confunda

con extensión caída, pulpa incierta
en tono verde-oscuro, asaz, mullida,
asaz, acompasada como cierta

lentitud, que asegura clara herida
para fluir de adentro, de manera
que inicien luces piel acontecida.

Cuerpo amasado en soledad. Primera
dejadez, en tus ámbitos se ampara
y acude, libre, en actitud señera.

Geografía excesiva le depara
entorno recio al ímpetu fragante
de tu extasiado rostro que dejara

copia de nubes, palidez errante
de garza, como fina rayadura
en azogado clima resonante

de vibraciones. ¡Ay! asir la dura
inclinación del verbo, destinado
a moverse en la entraña que asegura

curso perfecto al íntimo deseado.
Lectura igual a la corriente amiga
que al pecho dulcemente deletreado

es todo cuanto aspiro, y no me intriga
humano elogio, si despeje y plana
de buena letra donde llegue y siga

masa de transparencia con desgana
de premura, y recursos auditivos
haciendo hermosa plácida mañana

para ir dejando trechos sensitivos,
antes con otros nombres, hasta alzarse
único nombre en coros posesivos.

No puede andar más lejos y quejarse
ha mi palabra, con extraño miedo
de sucumbir y en nubes alejarse

de preciosa madeja. Más no cedo
y valiente restauro la medida
de la humildad que en fuegos me concedo.

¡En vos quiero seguir a toda vida!

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Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
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