A UN POLÍTICO ILUMINADO (Mi poema)
Lourdes Casal (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

El señor Sánchez Gordillo,
un personaje muy pillo,
se ha pasado de listillo
asaltando el Mercadona
con sus doscientos secuaces,
robando a la luz del día
para que la gente coma,
pues según su teoría,
lo que sea que tu haces
tiene justificación
siempre que él así lo entienda.
¡qué ocurrente solución.
que se preparen las tiendas!
Aplicando sus vivencias,
una vez haya acabado
con todas las existencias
y logrado enviar al paro
a cantidad de personas
habrá hundido al Mercadona
y ya podrá celebrar
con todos sus seguidores
su desternillante idea,
dirá que son los mejores,
que han vencido en la pelea,
que se han puesto a trabajar
para que «to el mundo coma”.
-Asaltaremos las tiendas
que podamos encontrar
bajo la faz de la tierra
hasta que no quede ni una,
para a los pobres saciar
y que ya no exista hambruna
-¿mas y los profesionales
que así perderán su empleo?
-ese no es nuestro problema,
no sufren los mismos males,
esos no son de los nuestros.
Magnífica solución
la de este señor. Gordillo:
-vayamos a las parcelas
de afines agricultores,
cojamos lo que nos plazca
uvas, habas o melones,
hasta que digamos ¡basta!
y demóselo a otros más pobres
¡todo es así de sencillo,
ya verán sus reacciones!
Esta es la atroz realidad,
aquí termina este canto
a una idea original
de un político insensato,
que, ¡terrible situación!
se cree un iluminado.
Y aquí firmo yo el final:
«desvestir esto es lo que es,
a un santo ver del revés,
para ataviar a otro santo»
©donaciano bueno

Primero de mis poemas a gobernantes iluminados.  Hoy os presento, coincidiendo con la ruptura del pacto de gobernación de Andalucía de la que él es diputado, un texto que en su día escribí sobre el alcalde de Marinaleda, Sánchez Gordillo, de Izquierda Unida, que acompañado de un grupo de sus correligionarios del sindicato de obreros del campo, asaltó dos establecimientos comerciales de alimentación llevándose diferentes carritos con mercancías sin pagar, ante la perplejidad de los empleados, incluso violentándolos, justificando su acción en la necesidad que tienen muchas familias que no disponen de medios para comer. Expertos en robar y repartir miseria.

MI POETA SUGERIDO: Lourdes Casal

Columbia. Sorbona. (Primavera 1968)

Seamos soberbios,
insolentes
¡ahora!

Seamos impacientes
intransigentes,
intolerantes,
¡ahora!

En estos días
en que aun podemos
lanzarnos hacia el futuro
sin pesados lastres en los tobillos
sin vientres demasiado abombados,
o la pátina de oro sobre las pestañas,
pues sólo el que no respeta la realidad
puede cambiarla.

La realidad es como un vieja prostituta,
a la hay que conocer y pagar su precio
pero tenerla por lo que es,
y desecharla cuando llegue el momento,
o reconstruirla y hacerla princesa con la imaginación
y hasta quizás ¡milagro!, hacerla princesa de veras.

Este es el tiempo de ser osados.
Después de cierta edad,
todo se vuelve pornográfico.

Para Ana Veltfort

Nunca el verano en Provincentown
y aun en esta tarde tan límpida
(tan poco usual para Nueva York)
es desde la ventana del autobús que contemplo
la serenidad de la hierba en el parque a lo largo del Riverside
y el desenfado de todos los veraneantes que descansan sobre ajadas frazadas; de los que juguetean con las bicicletas por los trillos.
Permanezco tan extranjera detrás del cristal protector como aquel invierno
—fin de semana inesperado—
cuando enfrenté por primera vez la nieve en Vermont.
Y sin embargo, Nueva York es mi casa.
Soy ferozmente leal a esta adquirida patria chica.
Por Nueva York soy extranjera ya en cualquier otra parte,
fiero orgullo de los perfumes que nos asaltan por cualquier calle del West Side.
marihuana y el olor a cerveza
y el tufo de los orines de perro
y la salvaje vitalidad de Santana
descendiendo sobre nosotros
desde una bocina que truena improbablemente balanceada sobre una escalera de incendios.
La gloria ruidosa de Nueva York en verano,
el Parque Central y nosotros,
los pobres,
que hemos heredado el lago del lado norte,
y Harlem rema en la laxitud de esta tarde morosa. El autobús se desliza perezosamente
hacia abajo, por la Quinta Avenida,
y frente a mí el joven barbudo
que carga una pila enorme de libros de la Biblioteca Pública
y parece
como si se pudiera tocar el verano en la frente sudorosa del ciclista
que viaja agarrado de mi ventanilla.
Pero Nueva York no fue la ciudad de mi infancia,
no fue aquí que adquirí las primeras certidumbres,
no está aquí el rincón de mi primera caída
ni el silbido lacerante que marcaba las noches.
Por eso siempre permaneceré al margen,
una extraña entre estas piedras,
aun bajo el sol amable de este día de verano,
como ya para siempre permaneceré extranjera,
aun cuando regrese a la ciudad de mi infancia.
Cargo esta marginalidad inmune a todos los retornos, demasiado habanera para ser neoyorkina,
demasiado neoyorkina para ser,
—aun volver a ser—
cualquier otra cosa.

Domingo

Recorro las calles de este New York vestido de verano,
con sus guirnaldas de latas de cerveza
y envoltorios de helados,
con su fauna fantástica
desbordada por la Quinta Avenida,
por Broadway,
por Riverside,
toda la increíble fauna y flora
de esta ciudad increíble,
desde los hare krishnas hasta los escoceses con gaitas,
desde el aprendiz de violinista
hasta el discípulo de Marcel Marceau.
Recorro las calles e la ciudad,
obsedida por la pasión de nombrar,
azotada por la furia de fijarlo
y recrearlo todo en la palabra,
esta batalla irremisiblemente perdida
contra la caducidad de todo,
esta batalla incesante y dolorosa
contra la erosión,
el tiempo,
y el olvido,
que lo devoran todo.

Definición

Exilio
es vivir donde no existe casa alguna
en la que hayamos sido niños;
donde no hay ratas en los patios
ni almidonadas solteronas
tejiendo tras las celosías.

Estar
quizás ya sin remedio
en donde no es posible
que al cruzar una calle nos asalte
el recuerdo de cómo, exactamente,
en una tarde de patines y escapadas
aquel auto se abalanzó sobre la tienda
dejando su perfil en la columna,
en que todavía permanece
a pesar de innumerables lechadas
y demasiados años.

La Habana (1968) (I)

Que se me amarillea y se me gasta,
perfil de mi ciudad, siempre agitándose
en la memoria
y sin embargo,
siempre perdiendo bordes y letreros,
siempre haciéndose toda un amasijo
de imágenes prensadas por los años.

Ciudad que amé como no he amado otra
ciudad, persona u objeto concebible;
ciudad de mi niñez,
aquella donde todo se me dio sin preguntas,
donde fui cierta como los muros,
paisaje incuestionable.

Diez años llevo
sin catarla ni hablarla excepto en hueco;
cráter de mi ciudad siempre brillando
por su ausencia;
hueco que no define y que dibuja
el mapa irregular de mi nostalgia.

La Habana (1968) (II)

Que la he perdido,
la he perdido doblemente,
la he perdido en los ojos de la cara
y en el ojo tenaz de la memoria.
Que no quiero olvidarla y se me pierde,
aunque de pronto vengan marejadas
de nombres y borrosas
imágenes:
Soledad, Virtudes, Campanario,
Peña Pobre una tarde de verano
y el parque aquel minúsculo,
tapizado de pájaros,
cuando se conjugaban a anunciar el crepúsculo,
a anunciar en bandadas la nostalgia acerada
tras las horas de O’Reilly,
de libros y bigotes.

Hudson, invierno

Este paisaje irreal
la danza de los árboles
la iglesia que se vuelve, en la bruma, castillo,
y el río que renuncia a su fluir
y adopta
la rigidez y el brillo de un joven granadero.
Todo aquí te recuerda
el cielo siempre gris
los árboles, las piedras,
el río y el acero
Mundo que languidece pues no le has sonreído
tristemente te espera.

La Habana (1968) (III)

Jirones de ciudad
fragmentos sin contexto, los enlaces perdidos.

¿Cómo llegar a, y qué venía,
desde, por dónde iba aquel ómnibus?
¿Qué se me ha hecho la ciudad de entonces?

Preposiciones,
desarticulación,
preguntas.
Ya hace demasiado que estoy lejos.
Te me olvidas.
Que florezcas.
Hasta siempre.

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Donaciano Bueno Diez
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