SI BACO LEVANTARA LA CABEZA I (Mi poema)
Juan Ramón Molina (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo

 

Si Baco levantase la cabeza
sería muy feliz al ver que el vino
sustento sigue siendo en el camino,
motivo de prestigio y de fineza.

A mí me gusta más cuando es clarete,
rosada la colora y tan fresquito,
mimando a mi gaznate suavecito.
¡Qué lindo de la bota su chupete!

Confieso. A celebrar estoy dispuesto
que acudo diligente a carnavales,
haciendo de uva o cuba siempre presto.

Y aquel que piense mal yo me despacho,
si quieren les presento mis avales,
que soy muy parlanchín… si me emborracho.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Juan Ramón Molina

La araña

Ved con qué natural sabiduría
las finas hebras a las hojas ata,
y una red teje de fulgor de plata
que la infeliz Aracné envidiaría.

Mas si el viento soplante con porfía
la prodigiosa tela desbarata,
vuelve otra vez a su labor ingrata,
y una malla más tenue alumbra el día.

Hombre, que tus empresas no coronas
porque al primer fracaso o desperfecto
a un esteril desmayo te abandonas;

ten de tu vida y tu vigor conciencia,
y aprende al ver el triunfo de ese insecto
una lección sublime de paciencia.

Pesca de sirenas

Péscame una sirena, pescador sin fortuna,
que yaces pensativo del mar junto a la orilla.
Propicio es el momento, porque la vieja luna
como un mágico espejo entre las olas brilla.

Han de venir hasta esta ribera, una tras una,
mostrando a flor de agua el seno sin mancilla,
y cantarán en coro, no lejos de la duna,
su canto, que a los pobres marinos maravilla.

Penetra al mar entonces y coge la más bella,
con tu red envolviéndola. No escuches su querella,
que es como el aleve de la mujer. El sol

la mirará mañana entre mis brazos loca
—morir bajo el divino martirio de mi boca—
moviendo entre mis piernas su cola tornasol.

A Rubén Darío

I
Amo tu clara gloria como si fuera mía,
de Anadiomena engendro y Apolo Musageta,
nacido en una Lesbos de luz y poesía
donde las nueve musas ungiéronte poeta.

Grecia en los astros de oro tu nombre grabaría;
en ti, el pagano numen renace y se completa;
mas —con los ojos fijos de Jesús en la meta—
gozas el pan y el vino de tu melancolía.

El águila de Esquilo te regaló su pluma,
el pájaro de Poe lo vago de su bruma,
el ave columbina su corazón de miel.

Anacreón sus mirthos, azucenas y rosas,
Ovidio el misterioso secreto de las cosas,
Pitágoras su ritmo y Scopas su cincel.

II
Liróforo de triste mirada penetrante
que al son órfico ajustas la gama de los seres,
que sabes los secretos pristinos del diamante
y conoces el alma sutil de las mujeres.

Délfico augur, hermético y sacro hierofante
que oficias en el culto prolífico de Ceres,
que azuzas de tus metros la tropa galopante
sobre la playa lírica y argéntea de Citeres;

tu grey bala en las églogas del inmortal idilio,
tu pífano melódico fue el que tocó Virgilio
en la mañana antigua, de alondras y de luz;

tu azur es el radioso zafir del mito heleno,
tu trueno wagneriano el olímpico trueno
¡y tu congoja lúgubre la que gritó en la cruz!

III
Es hora ya que suenen tus líricos clarines
saludando el venir de la futura aurora
de paz. A los cruzados y nobles paladines
que hacen temblar la tierra; es la propicia hora.

Tu lira pon al cuello de la pujante prora,
para que así nos sigan sirenas y delfines;
y que tus versos muestren su espada vengadora
asida por los dedos de airados serafines.

Verbo de anunciaciones de nuestro Continente,
vate proteico, noble, magnífico y vidente,
que tiene de paloma, de abeja y de león;

la gloria te reserva su más ilustre lauro:
humillar la soberbia del rubio minotauro
como el divino Jorge la testa del dragón.

El jardín

Cuelgan racimos de odorables pomas,
negras uvas en gajos tentadores,
fingiendo los alegres surtidores
un murmullo de besos y de bromas.

Dormitan en las ramas las palomas
los buches esponjando arrulladores,
y el capitoso aliento de las flores
unge el follaje y el parral de aromas.

Un sol ardiente esparce sus madejas
de luz, sobre el jardín; y las abejas
un vals preludian, áspero y sonoro.

Bailan las mariposas deslumbrantes,
y picotean pájaros brillantes
unas naranjas que parecen de oro.

Después de que muera

Tal vez moriré joven… Los amigos
me vestirán de negro,
y entre dolientes y llorosos cirios
de pálidos reflejos,
colocarán con cuidadosas manos
mi ya rígido cuerpo,
poniendo mi cabeza en la almohada,
mis manos sobre el pecho.

Anhelo nocturno

La lluvia su monótona charla dice afuera.
La puerta de mi cuarto por fin está cerrada.
Quizás en esta noche no grite mi quimera
y goce del olvido profundo de la almohada.

¡Hace ya tanto tiempo que en reposar me empeño,
como si me turbara la fiebre del delito,
que mis ojos enclavo —de los que huyera el sueño—
en la siniestra esfinge del lúgubre infinito!

Mas hoy todos los seres me han parecido buenos,
el cielo azul brindome su calma vespertina,
y —libre de pecados y libre de venenos—
purifiqué mi cuerpo en agua cristalina.

Quiero la paz aquella de la primer mañana
cuando, en el seno de Eva, tranquilo e inocente,
Adán durmió, al arrullo de amor de la fontana,
ajeno a las promesas de la sutil serpiente.

Un nirvana sin término, letárgico y profundo,
en el que olvide todas mis dichas y mis males,
la secreta congoja de haber venido al mundo
a resolver enigmas y problemas fatales.

Ser del todo insensible como la dura piedra,
y no tallado en una doliente carne viva
de nervios y de músculos. O ser como la hiedra
que extiende sus tentáculos de manera instintiva.

No como el pobre bruto del llano y de la cumbre
sujeto a la ley ciega de inexorable sino,
que en sus miradas tiene la enorme pesadumbre
de todo aquel que encuentra muy bajo su destino.

Así gozar quisiera de imperturbable sueño
cuando la noche baja de los cielos lejanos.
Estrellas: derramadme vuestro letal beleño.
Arcángeles: mecedme con vuestras leves manos.

Para que mi mañana florezca como rosa
de mayo, exuberante de vida y de fragancia,
y la tierra contemple, jocunda y luminosa,
con los tranquilos ojos con que la ví en la infancia.

Soneto

Esquivando miradas indiscretas,
por oscuros y negros callejones,
al fin logré llegar a tus balcones
cargados de oloríferas macetas.

¡Cuántas pláticas dulces y secretas
llenas de juramentos e ilusiones,
tuvimos en aquellas ocasiones
al voluptuoso olor de las violetas!

¿En dónde estás, oh casta Margarita,
que en mi azarosa juventud lejana
me concediste la primera cita?

Te evaporaste como sombra vana,
y hoy, hecha polvo tu feliz casita,
se ignora dónde estuvo tu ventana.

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Donaciano Bueno Diez
Juan Ramón Molina
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