¡COÑO! (con perdón) (Mi poema)
Ramón Eder (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Estaba una mañana dulcemente
tumbado en una hamaca. Y me mecía
al ritmo de la brisa. Y de repente,
al suelo de la hamaca me caía.

Grité, sin darme cuenta que la gente
que estaba alrededor también lo oía:
¡coño! (perdón) y el aura inteligente
del eco esa palabra repetía.

Si sueñas es posible que tu mente
despierte y te de un susto cualquier día.
Procura que no sea de repente.

Que el golpe digerido lentamente
su huella no ha de herir tu bonomía
logrando que tus formas adecente.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Ramón Eder

LA FRASE

Las palabras que ella dijo
aún se oyen diez años después en los aeropuertos,
en las playas, en el jardín y en la cocina.
Resuenan un momento,
actuando sobre los músculos del rostro,
y se van para volver en el momento más inoportuno.
A veces resuenan como truenos,
otras, con el sonido irónico del clarinete,
y a las noches como un zumbido turbador.
Pasan meses y pasan años
acalladas con éxitos mundanos,
con copias lujuriosas y con premios al tesón.
Pero nunca enmudecerán del todo,
porque nadie olvida la frase
con la que fue expulsado del paraíso.

EL CUERDO DE REMATE

Nieva sobre un rey en potencia
mientras su lady Macbeth urde,
en una cafetería de nombre tropical,
los alegres pasos que conducen al éxito,
ese éxito que no es un fin en sí mismo
sino un medio para conseguir lo inconfesable.

EL HOMBRE DE PASIÓN

Lo que yo quisiera ahora
es que tú, que estás bronceándote en Corfú,
ahora mismo llamaras a la puerta de mi casa
y, con deliciosos rodeos,
me dijeras que no puedes vivir sin mí,
y quiero lo que quieren los demás.
Pero, puestos a soñar,
lo que más me gustaría
sería estar paseando contigo
ahora mismo por el Parque del Retiro,
y en el monumento a Alfonso XII,
allí donde te duplicara el agua verdosa,
descargar mi revólver en tu tórax,
y quiero lo que quiere
el que quiere de verdad.
(De Lágrimas de cocodrilo)

EL ORO DE LAS RUBIAS

Taquicardias estéticas, cisnes en la cama,
esperanzas que se van volviendo amarillas
con el amarillo borbónico de España,
sueños de plata, virtudes de plástico,
canciones para después de una desilusión,
calles como cuentos de miedo, amigos de mármol,
noches narcóticas, líricos fracasos,
el oro de las rubias, esa infame sensación triunfal,
la mujer inmóvil, la monstruosa verdad,
optimismos oficiales, mitos para andar por casa
y el Tiempo con mayúscula
riéndose de la filosofía del reloj.
Y sin embargo estar vivo es maravilloso.
Los peores son los torturadores,
los mejores los que cantan.

LA T DE TIEMPO

Poco a poco se va formando la T de la frente.
Los surcos alargados y horizontales
y las dos arrugas verticales entre las cejas
van dibujando encima de los ojos la T de tiempo.
El Tiempo obsesivo y occidental de raíz latina,
el Tiempo pagano y católico del reloj de arena.
Los largos surcos los hacen las dudas,
las certezas, los profundos pliegues del entrecejo.
Pero día a día se va grabando esa T mayúscula
con lentitud biográfica
siendo totalmente visible sólo en la vejez.
Los favoritos de los dioses mueren sin ella
pero ¿quién quiere ser favorito de los dioses?
¿Quién no quiere llegar a ser un viejo verde, blanco y azul?
Ah, llegar a tener esa T entre las sienes
bien visible porque se ha vivido de la vida de la A a la Z
y poder decir con un sonrisa irónica de actor
«¡Que me quiten lo bailado!»
mientras uno se dirige con un bastón a la eternidad.

NÁPOLES

Viajé a una lejana ciudad
para ver un cuadro que me fascinaba,
fui a ver lo que tantas veces había admirado
sólo en fotografía. Cogí el avión y me fui.
Y, al fin, contemplé el cuadro magnífico,
su pincelada genial, su arte sublime.
Pero permanecí poco tiempo ante la obra maestra.
No podía concentrarme,
una sensual taquicardia me enervaba
y no podía apreciar del maravilloso cuadro su belleza.
La apasionante ciudad llena de vida
con sus calles, con sus tentaciones, con sus alegrías,
me tiraba como una hermosa mujer de la chaqueta.
Y al salir del museo encontré la belleza.
(De La mitad es más que el todo)

AL SALIR DE LA PELUQUERÍA

El pelo crece de una manera salvaje
como nuestros locos deseos
y un día civilizado hay que sentarse en el sillón giratorio
para ponerse en manos de un peluquero sonriente
que parece un mayordomo maniático
y que es un garante de la civilización.

Primero nos coloca una especie de túnica ridícula,
después nos lava la cabeza con agua tibia
como si fuéramos romanos decadentes
y al fin empieza a cortarnos el pelo
como si nos estuviera recortando el díscolo yo.

Vemos la operación en el espejo resignados,
vemos la tijera amenazadora cerca de nuestro cuello
y hablamos cordialmente ¡qué remedio!
con el amable verdugo
que al final nos pregunta con ironía ¿Qué tal?
Decimos que bien por educación y por impotencia
y pagamos mientras nos cepilla servicialmente la camisa
como si fuéramos personas importantes.

Pero al salir de la peluquería, en los espejos de las tiendas,
nos vemos extraños y sospechosos.
¿ Quién es ese tipo tan repeinado?
Y es que de la peluquería se sale siempre transformado
en un correcto ciudadano
que es un auténtico impostor
que huele a galán de pacotilla
y que ha perdido algo como Sansón.

PARA NO PERDER LA SONRISA

Mi dentista es joven y atractiva
aunque lleva un uniforme verde horroroso
que parece un pijama de película de ciencia-ficción
aberrante.
Yo me tumbo en la camilla
que es un potro de tortura de diseño,
abro la boca
y sangro y sufro
porque me estoy haciendo un tratamiento periódico
para no perder la sonrisa,
algo importante a partir de los 50.
Ella es simpática y amable
y la musiquilla ambiental es insinuante
para que se relaje el cliente
como un salón de relax.
Pero durante una hora yo siento diferentes dolores y dentera
y pienso de manera caótica
en una antigua novia, en la dentadura de los felinos,
en los desdentados ilustres como Voltaire,
en el estoicismo, yo qué sé.
Pienso sin parar
sobre todo cuando ella me aplica el maldito torno
rozándome con su cuerpo juvenil.
Después pago los 100 euros
que eso también duele
y salgo de la clínica dental confundido
con la extraña sensación
de que he estado en una especie de casa de citas
sadomasoquista y lujosa.
Y todo
–tiene gracia–
para no perder la sonrisa.
(inéditos)

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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Que un día sé seremos ya pasadopues agua…
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