DE CUANDO LOS NIÑOS VENÍAN DE PARÍS (Mi poema)
Pedro Serrano (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Decían, mas ignoro si era cierto,
los niños, que venían de París,
llorando, haciendo caca, haciendo pis
y el sexo sin pudor, al descubierto.

A bordo no de aviones, de cigüeñas,
que entonces no existía el aeropuerto,
-aún dudo la verdad sobre este aserto-,
las cuales se mostraban muy risueñas.

Llegaban entre gentes expectantes
en medio de alharacas y ovaciones,
con risas, con rituales y canciones,
cuidando hacer feliz a las gestantes.

Recuerdo, entonces yo era un monigote,
las veces la cigüeña allí llegaba,
hacer el viaje así cuánto costaba,
la imagen bautizando al sacerdote.

Mi duda me atormenta al comprobar
que así haya mejorado hoy el transporte
e incluso ya no exista el pasaporte
los niños han dejado de llegar.

Si habremos de empezar a procrear
en sitios que resulten más cercanos,
haciendo espabilar a los paisanos.
y aquello de París ya lo olvidar.
©donaciano bueno.

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MI POETA SUGERIDO: Pedro Serrano

Pedro Serrano

Peregrinaje

Ya no estamos esos cuatro que viajamos
en busca de la claridad y la salvación.
La vida apegándose a sus muros de cal, a su paso.
Mi padre no tenía aún mi edad, mi madre era muy joven.
Como una burbuja de esperanzas íbamos
en peregrinaciones hacia el norte.
Houston, Nueva York, Montreal, trenes, aviones,
hoteles metafísicos con vacas alzadas a la entrada
albercas en los pies de la cama
cuerpos negros brillantes y sedosos,
y todo novedad.
Ana Luisa en su jirafa con ruedas, pequeñita,
persiguiendo un mundo que ya no alcanzaría
y en el que nos conduce.
Ibamos cruzando el cañon hacia el Empire,
arreando un sol por los desfiladeros de Nueva York,
hasta caer dormidos entre cabezales oscuros.
Y en el envés mis padres
relucientes en vida adulta
hacia el amanecer juntos de nuevo.
Agua de infancia.
Todo el itinerario en mi regazo.
Como el tren a Montreal,
en un último vagón por bosques aprehendidos,
abrazados,
viendo cómo se iba el paisaje
desde la barandilla
y venia siempre.

Plan de Tlalcapatla

Un jacal en que entráramos,
techado de niños,
carbón al viento o basurillas
en los pajares del maizal.
En medio las vacas,
a la partida de los peones,
sin hibernación ni guarida,
olisqueando huellas humanas,
ruido sólo nosotros.
En los escombros,
un camioncito sin ruedas,
mechas de palma,
un bule roto y tres piedras tiznadas
en señal del hogar.
Sobras de trashumancia,
después de la siembra,
al cabo de la pizca.
El Plan ahora un mar dorado
en que nos calentamos
como mazorcas al sol
cuaresmal.

Sa Tuna

Hacia sí misma la cala se recoge,
lanza luces desde la coda del invierno,
varas en inquieto abandono.
Entre la madera turbia y las barcas
gira un aire de aceite crudo,
de luz desmantelada.
Sonreímos y nos abrazamos.
Caminamos entre mesas y gente
en el hervidero y el pescado.
Eso que fuimos.
Hoy la terraza es un garaje abierto
sin nada más que nosotros
y una bicicleta roja recargada en el muro.

El año que llega

Como una plancha de plata bulle el día,
un pescado en la sartén del amanecer,
crepitando entre el frío y el calor,
con la marea naranja del sol
inundando los mástiles de árboles
blanqueando el horno del paisaje.
Un aceite de niebla lame las varas de romero,
los aros de cebolla chisporroteando,
la hojarasquería que ruge
hacia su consumación.
No es hambre lo que bulle en las tripas
de esta olla de invierno,
sino la proyección de caldos continuos,
la carne blanca y las espinas y huesos,
el halo plateado de las hojas,
el paisaje en que estamos.
No es hambre lo que nos trae aquí,
sino el vaho común que se concentra,
su producción en todo.

El año que viene

Ha caído una nevisca, no la esperaba.
Todavía oscuro, creí que llovía, que
lo que golpeaba en el techo translúcido
era la lluvia,
y pensé en el día gris que venía.
De repente vi la pureza blanca,
el asomo a una paz, lo quieto del jardín
cubierto por una pelusa,
una gasa de blancura entredejando manchones verdes,
desde la cocina,
en pendiente hacia arriba, hacia la calle
entre las ramas ahora peladas,
desde el oscuridero.
En el césped queda el trazo fino del venado,
que hace cuna en la película de nieve,
su huella al descubierto.
Lo blanco es una ligereza.
Atrás, una capa de cuentas desparramadas
en la terraza de cristal. Me asomo.
No se puede pisar sin que suene.

HABER IDO DEJANDO ciudades, puertos,

vestigios esparcidos como ruina espantada,
como una piel a medio curtir,
como resto de vida,
adustos olivos a punto del ahogo y empolvados.
¿Qué lleva a no poder abrir los brazos
hasta crecer en una arbolada formación entrañable?
¿Qué lleva a esta inadecuación calcinada?
Como si abrir las manos fuera tocar a dios, y recogerse,
Como si se pudiera.

CONTRA SÍ MISMO el cuerpo se revuelve,

cumple sus mil milímetros de pan,
migajas esparcidas, mendrugos,
se cuece en cada axila, huele,
cae ruminoso por el vientre, bocas,
pan mojado del sexo, tinto de olores, rancio.
Crece hacia dios el cuerpo, se eleva,
moja la cama y el amor, el pan y el vino.
Andan alisios por el pecho, nadan azules en las manos, andan.
En la impiedad de la cintura vuelve a instaurarse el miedo,
hay que tornar al punto del dolor, hacerlo sueño,
dar en el acto de la huida, descontraer.
Ante mis ojos crece como un pasto su aliento,
la negra majestad dulce del sexo, su pubis atestado y sudoroso,
la esparcida presencia en que penetro.
Desde mi centro rompen los cristales errados, se aquietan.
Una disolución inmaterial hace a la carne carne,
la piedra se machaca y se areniza.
Entrar es acudir al propio centro, una sabiduría que se desliza.
Allí se enciende, se pierden telas y lunares.
Pan, pan, carne del vino los cuerpos sudan,
jur, jur, jarrón rimado de la especie.

COMO SI FUERA LUZ la luz se ajusta,

la claridad se extiende hacia sus límites.
En la playa la arena se acomoda,
hace grumos, se enrosca, precipita.
La claridad del día la convoca,
toca los granos y las sombras, vierte
un acomodo y un calor, habita.
Sol de septiembre encomendero,
frasco de luz humana.
Como si fuera luz la luz me habita,
ribera de colores, lluvia rosa,
agua de pedregal redonda y alta,
farisea la luz, jarra de lunas,
estancamiento y claridad de brisa.
Aire de luz, la calma intenta y vibra,
abre unas alas ateridas, grita.

ABRES LA PIEL a la necesidad y la sombra.

Las manos velan el dolor,
sudan su miedo,
acercan la superficie del alma.
El tiempo grita ya maduro.
Toc, toc, uno por uno, paso a paso.
Recupera el espasmo su vocación de grito,
su vociferación, su línea quieta.
Cae una a una cada cosa en su nombre,
en la certeza viva la multiplicación de los peces.
Pasan los pies, la seda virtual, los ángeles,
la incontestable verdad del firmamento corporal,
la grupa majestuosa.
Van por ti en cada vena,
hablan las voces de tu cuerpo,
dan cintura contra cintura hasta ocupar el mundo,
hacerlo tuyo.
Con la piel en los labios llamas a Dios,
sigues el paso eterno de la infancia,
la soledad constitutiva, la huerta herida del dolor.
Pasa también atravesando todo,
la flor atenazada , su majestad,
su portentosa realidad a ciegas,
el brillo fiel de la navaja, su filo exacto.
Pasa el cuchillo como espejo humano,
caes estrujado entre la culpa,
sales en soledad hacia los otros,
rompes las reglas rígidas,
la autoridad que te contiene,
el castigo que arañas y recibes.
Hoy sólo estás atado a la verdad alterna de tu voz,
a tu expresión violenta y a tus sueños,
a la última voluntad, al ser y ser, humanos.
Llevarme a mí conmigo en esos trazos.

SE DESHACE LA NIEVE, la solidez, la amalgama en las uñas, el decoro;

se deshace del frío la calle blanca, el albor,
se deshacen los fríos, su paz helada,
su luminosidad recogida, su especie blanda.
Se deshace la nieve y las calles tiemblan,
charcos de sal y lodo, pasos resbaladizos, empapados.
Se deshace la nieve en la mano fría, el olor a cerveza,
el candor de los brezos, recogimiento.
Se deshace la nieve y los verdes surgen, intempestivos.
Todo retorna grave asu pulpa abierta,
todo sigue la huella de las reconversiones.
Se deshace la nieve, lámina pura.
Se deshace la nieve y el mundo torna.
Su desfiguro muere, su tensa siembra,
se deshace la nieve y las calles vuelven a ser polícromas.
Todo vuelve a su sitio luego del lujo.
Regresa grave el pasto, la bicicleta,
la banqueta conforme con ser banqueta,
el paladar mordido con seguir siendo.
Se deshace la nieve y uno se mira,
brazos, rizos, colores, sueños, tormentas.
Los pies calientan la menta, las amistades,
todo bajo la manta los calcetines.
De nuevo el mundo vuelve a ser este mundo.
También el cuerpo tiene límites ciertos.
Aproximado a la luz, aproximado.
Alzo el muñón blanco del sol.

El día amanece, desvalido y entero.
Suelto, como un esparadrapo o una cinta de seda.
Suave se deja ir como una centelleante mariposa,
piel de azafrán, amanecer del día.
Se va extendiendo su luz por la madera.
Va poco a poco orillando las cosas,
la frágil entereza de sillas y ventanas,
resbalando el azoro y el dolor
por flores y alhelíes desolados.
El día se toca por azar,
avanza un poco neutro, un poco tonto,
cabeza abajo se cuela, se sonríe.
¿De qué sonríe el día en su dolor?
Yo no sabría contestarlo.
Pero lo sigo sigilosamente.
Hecho de mí está el día,
hecho de su calor y de su fiebre,
iluminado y sometido,
fuerte, furioso, desbordando acaso.

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Donaciano Bueno Diez
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