EL FÚTBOL, ese Dios (Mi poema)
José Lupiáñez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

A mi me gusta el fútbol. No me gustan
los que llevan a extremo sus colores,
aducen que es el club de sus amores,
y a los fans de otros clubes los disgustan
afirmando ser siempre los mejores.

Que llevan su empatía al paroxismo
capaces de matar, morir sufriendo.
Disfruto si les veo divirtiendo
al ver meter un gol. Que el altruismo
virtud es la que aquí sale perdiendo.

Pues lo mismo, en el fútbol no es lo mismo,
según sea el que toma decisiones.
Los dueños, voluptuosos, los balones
se mueven dando muestras de cinismo
asignando al azar sus bendiciones.

Que llueve la alegría y se desata
la ilusión. Se van las frustraciones.
No tiene parangón. Rugen leones
al tiempo que se enciende una fogata.
Por fin se hace la luz. Sangran pasiones
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: José Lupiáñez

José Lupiáñez

La despedida

Aquí en lo oscuro
quedo pulsando mi dulcémele,
mientras veo que te alejas
feliz, contra la línea del horizonte.
Mueves el cuerpo al son de mis acordes,
cada vez más distante, más cómplice,
y un ritmo de secreto te hace tan diminuto.
sí, te alejas de esta pequeña hoguera
que hemos prendido juntos,
y en la alcoba, se extingue la ardentía,
como hermoso extinguirse era bajo tu cuerpo.
Hay un sol tibio que camina delante,
y una brisa en el rostro de quien amé;
mis besos lleva en él como prendidos,
hoy que se aleja,
feliz, contra la línea del horizonte.

Marie Claire

Una noche en París me raptó Marie Claire;
me tomó de la mano, me llevó a su mansión,
me tendió sobre un lecho, se quitó el camisón
y mostró sus encantos, que eran dignos de ver.

Derramó sus oscuros cabellos sobre mí
y abrazó bien mi vida, que no vale un real.
Se ofreció sin reservas, turbadora, ideal
y apretó entre sus muslos mi liviano existir.

Oh sultana divina, qué pasión, qué placer
galopar sobre un cuerpo de tan firme esplendor;
oh amazona de un cuento, tú sí sabes de amor,
de ese amor que nos hace invencibles, tal vez.

Hoy me acuerdo del triunfo de Les Champs Elysée
y del Sena y tus labios, de tu olor de azahar,
y me pongo muy triste, y me pongo a pensar
en un lecho, una noche de París, Marie Claire.

Miniatura del beso candolim

Al despertarme beso
los labios de mi amada,
que saben a mango y a miedo.
Y me tranquilizo.
Tiene la piel suave
como un amanecer
y lleva en sus tobillos
las ajorcas de plata
que tintinean en mi lecho
y envidian mis hermanas.
En la noche repleta
de espejuelos brillantes
como los de su falda
del Rajasthán,
la beso dulcemente
en los labios
y acaricio su frente
con mis dedos
para entender sus sueños.

Mirador umbrío

Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.

Narghile

Raki al atardecer,
turbio en el vaso.
El cafetín humea
y las narghiles
dispersan por el aire
un olor a manzana.
Fija el sol su reflejo
de sangre en los cristales.
Mostachos casi azules,
ojos negros con cercos
misteriosos y tristes.
La tarde ya se va,
pero en el alma
nos queda este perfume,
y en la boca,
el almíbar rabioso
que tienen tus palabras.

Noche de las sirenas

Sombras por las esquinas de la noche,
luna roja de sangre, ojo colérico,
que desde el aguacero nos contempla.

Noche de las sirenas, mar de invierno,
luces lejanas figurando astros,
lluvia en el rostro, pesadumbre amarga.

Bajo los altos arcos de la niebla
pasan los catafalcos de los buques,
purpúreos y solemnes, silenciosos…

Nocturnos

En las noches lascivas, amables, suntuosas,
nos miran desde el lecho vibrantes, decididas,
desde el lecho que ha sido la góndola azarosa
donde el amor dejaba sus rosas escondidas.

En las noches lascivas nos miran insistentes,
y sus brazos reclaman más dulzura y más brío,
y sus brazos nos rondan, nos prenden de repente
con la lenta amenaza de un mejor desafío.

Mientras las amas, miras esa oscura recámara:
los autos bordan móviles encajes luminosos;
ellas jadean sin tregua, de brillo acribilladas
y tú esperas tan sólo sus dorados sollozos.

Al fin con queja muerden tus hombros y con lágrimas,
y derraman sus cuerpos de nuevo entre tus brazos,
y tú las acaricias, pasas algunas páginas,
y la historia se acaba durmiendo en sus regazos.

Ofrenda

Hubo una flor, un lecho
donde aprendiste pronto la sombra
del deseo, la juventud de un cuerpo
vencido como nave, la soledad
que el alma dejaba en otra frente.

Hubo como una música
saltando de los labios,
como una espina en sangre,
clavada a tu memoria.

Y hubo un amor,
un cáliz, una celeste huída
hacia donde los cuerpos
encontrarán el goce, o la creciente
y fija lentitud de la ofrenda.

Paisaje

Brillan crestas de luz en el mar de la noche
y un desvelo de sombras de olas ondulantes;
brillan olas oscuras, altísimas, adversas
en la nada infinita que nos muestra su filo.

Bajo este mar antiguo laten dos corazones.
Nada existe, ni el aire, sino brillos y ritmos;
no existen los insectos, ni siquiera el perfume
sino brillos y ritmos; ojos que no se miran.

Pendiente del amor

Yo rodaba a tu suerte por la ladera abajo,
éramos un ovillo, una hoguera encendida;
dos cuerpos que rodaban desnudos hacia el valle,
carne fresca y elástica que el amor había herido.

Recuerdo que las risas no nos importunaban,
ni las zarzas que ansiaban dejar huella en tu muslo.
No importaba la luna, monedita de plata,
ni el cri cri de la noche con mil grillos despiertos.

Yo te amaba a mis anchas, porque así lo pedías,
eras dona en su juego, danzarina imprevista;
carne prieta y rotunda que abrasaba mis manos
o, de pronto, tigresa con sombras a la espalda.

«Ven aquí», te decía navegando en tu hondura.
«Ven aquí», cuando tu alma me mordía en la boca.
«Estos brazos tan bellos no podrán retenerme»
y más firme ceñías contra mí tus caderas…

En la noche de agosto, cuando Virgo es quien rige
dos cuerpos enlazados la floresta perfuma…
Arriba las ruinas son emblema emisario
de un amor que se sueña ser eterno en el tiempo.

Perfil

La imposible belleza de ese perfil me tienta,
las luces de la noche dando brillo a sus ojos,
la hermosura y el vértigo, la espiral que me acerca
los labios deseosos y el amor y su niebla.

Ojos desconocidos que tanto me conocen;
labios que besarán los labios de la dicha:
distancia que no empuja, que conduele o desvive
al pecho que se altera junto a un pecho que vibra.

La noche nos embriaga de su antiguo perfume,
y un perfil, ese enigma, convida a su lisonja;
la caricia es de pronto quemazón, nube, lumbre
y es su piel esa noche lasciva y peligrosa.

Qué sueño, qué sonrisa, qué misterio, qué mano
roza mi frente ahora sin saber lo que piensa,
hoy que la noche es bosque de súbito y de sombra
y un perfil imposible de belleza me tienta.

Rostro

Cómo se trenza el amor en las tardes,
mientras todo sucede sin vértigo y el sueño
cumple asilo de formas y de imágenes.
Cómo se trenza y cómo no desvía su ser:
el sueño pende. Los labios se han dormido,
la flor cae de su rizo; sueña la frente y cunde.
Mas hacia adentro, pasa el amor,
pasa el amor sin nombres;
el amor, un sonido.

Saeta con aviso

Por los aires
sombríos
de la noche
de octubre
va mi dolor
volando
hacia ti,
sin consuelo.
Atraviesa
las nubes,
dice adiós
a los pájaros,
y es a tu corazón
a donde apunta
su queja
sagitaria.
Va hasta
tu corazón,
distante
y sordo…
Un corazón
que hoy late
lejos,
con sangre
de otros
fuegos.

There she goes...

Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo;
su corazón heridas, sin par, lleva marcadas…
Mi amor se va alejando de sus horas gastadas
y alivio busca sola por los puertos del mundo.

Qué estela tan amarga va dejando en mi vida
su celeste congoja, que curar quise en vano;
no pude retenerla, se soltó de mi mano
y a su destino corre, sin que yo se lo impida.

«Matamos lo que amamos», le recordé algún hora;
«no hieras con tu daga mi pobre pecho inerme»,
pero siguió en su lance, queriendo o sin quererme,
hasta romperme el alma, por donde sufre agora.

Adiós, amor, le ha dicho mi corazón maltrecho;
adiós, aguardan tiempos de oscuro desconsuelo:
tú te marchas y, airosa, ya has levantado el vuelo,
yo me quedo escondiendo esta herida en mi pecho.

Uleke

Todos sufren por ver tu corazón,
se acercan a tu casa con las paredes blancas,
se mecen en la música de aquel viejo país
en donde naces. Y tu alcoba se inunda
de amistosa cadencia…
Oh lentas, suaves notas del armonio,
llenáis mi ser de bosques, de caminos
brillantes; vuestra danza desnuda
esa grávida estancia
donde juntos libamos un cálido
aguardiente. Uleke vendrá pronto
del mar, su cabellera es rubia
como la miel, como el temprano estío
de sus ojos.

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Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
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