EL TIEMPO ESTÁ Y NO ESTÁ (Mi poema)
César Borja (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

El tiempo es algo que está pero no está
pues antes que hayas pensado ya se ha ido,
que aunque te es familiar, desconocido
te abandona y sin decir adiós se va.

Viene y va y se introduce sin permiso
en sueños, de las almas en las mentes,
y aunque dudes que está, vuela impreciso,
a huecos recoletos e indecentes.

Vivaracho, sagaz y algo vicioso,
no obedece a las órdenes de un amo
ni aún de la iglesia atiende algún reclamo.
que el mundo es para torear su coso.

Yo le tengo por algo tarambana,
aunque mal, a sus leyes me someto.
Me reprocha si en su vida me entrometo,
yo protesto y refunfuño con desgana.
©donaciano bueno

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Comentario del autor sobre el poema: Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene limites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos. Facundo Cabral.

MI POETA SUGERIDO: César Borja Lavayen

César Borja

Al año nuevo

¡Niño glorioso! Al resplandor primero
de la luz, vencedora de la noche,
junto al carro del sol viene tu coche
y al soplo fresco del temprano enero.

Todos te aguardan en el mundo entero,
nadie murmura contra ti un reproche
y hasta las flores de virgíneo broche
ábrense a verte, ¡triunfador arquero!

Ven y en torrentes de esplendor derrama
tus dones áureos sobre el ancho mundo
que en fausto y pompa y vanidad gravita.

Ya la feliz humanidad te aclama
y retruena en el ámbito profundo,
en salvas para ti, la dinamita…

Al año viejo

No eres vana abstracción: se me figura
que te he visto nacer y que te veo
sobre las aguas del mortal Leteo,
rumbo hacia el golfo de la nada obscura.

Del negro río en la desierta anchura
rigues tu barca de enlutado arreo,
al pálido lloroso centelleo
de los faros eternos de la altura.

Viejo, desnudo, descarnado, triste,
asido al rezo del timón, te encorvas,
fatal viajero de las sombras frías.

Y, tronchadas las alas que trajiste,
llevas, rendido, en tus espaldas corvas,
los crímenes horrendos de tus días…

Dios, patria y libertad

El amor a la patria es el primero
y el don de libertad es sin segundo
Dios le dio patria y libertad al mundo
y en Dios, a patria y libertad venero.

Es patria y libertad cada lucero
y, en cada estrella de azul profundo,
el Dios refulge del amor fecundo,
patria de luz del universo entero.

Es astro tierra que, en el libre espacio,
como un globo de nácar y topacio
marcha hacia el norte en cadencioso vuelo;

es, ¡oh feudales de la guerra insana!,
la patria libre de la especia humana
en la armoniosa libertad del cielo.

Pan en la siesta

Surca el hondo remanso la piragua,
al pie del umbroso platanal esbelto,
cuyo follaje satinado y suelto
copia en su seno tembloroso el agua.

Adren las playas, al fulgir de fragua
del sol estivo; y, en la luz envuelto,
relumbra, en chorros, el raudal, disuelto
sobre un áspero lomo de cancagua.

Como dormidos en la siesta ardiente
yacen los campos: y, en el haz de grana
del llano, esplende el implacable estío.

Y cruza y riega en el cristal luciente
del Esmeraldas, su sonora gama
el mirlo negro, trovador del río.

PAISAJE DE LAS CORDILLERAS

¡Qué bello despertar! La luz triunfante
doquier hería a la rebelde sombra,
descubriendo calladas perspectivas
sobre la verde matizada alfombra.

Y a su conjuro mágico surgía

de entre los pliegues de la niebla reta,
sobre el fondo del claro firmamento,
la cordillera altísima v remota.

En cavo lomo inaccesible v negro,
muralla eterna a la planicie inmensa,
cada cumbre de nieve parecía

frente mebriada que en el cielo pi
Surgió radiante el sol. Entre las crestas
del Ande secular encanecido,

veíase el disco brillador en fondo
de nácares fulgentes encendido.
Del lecho de los páramos obscuros
la mole negra del titán se erguía
v radiaba del hielo de sus cumbres
los resplandores mágicos del día.

FL «BUCARO ROTO» DE SULLY PRUDHOMME

El vaso diáfano y rico,
donde muere esa verbena,
lo hirió en su límpida vena
el golpe de un abanico.

La herida, que era impalpable,
por sí en el cristal mordiendo,
fue en lo profundo creciendo,
hasta volverse incurable.

Filtra el agua, gota a gota,
y a par que la flor perece,
la ánfora intacta parece…
no la toquéis, está rota!
Así una mano querida

da en un corazón, de paso,
y éste lo mismo que el vaso,
lleva muy honda la herida.

Y es ante el mundo un exvoto
de aquella mano traidora;
parece intacto, no llora,
no le toquéis, está roto!

DE «FLORES TARDIAS»

¡Piedades! (¿hay humanas piedades en el mundo? )
¿quiénes seréis vosotras? ¡ni entonces lo sabré! …
Mi sueño será eterno; mi sueño, muy profundo …
¿En qué piedad reposaré?

Piedades … ¡Oh piedades! -vendréis a mis despojos:
es fuerza que al cadáver lo lleven a enterrar;
ni os tocarán mis manos, ni os mirarán mis ojos:
me llevaréis a descansar.

Mi pechó será mármol, mi sangre será nieve.
Y el plasma que fue vida de espíritu y razón
dulce panal de vermes, que en lo interior se mueve
y no lo siente el corazón.

¡Oh, fúnebres piedades de póstumo consuelo!
cavad, cavad profunda la fosa, para mí;
cavadla en tierra dura, donde es más duro el suelo
como la vida que viví.

Ponedme bien, al fondo; mi rostro hacia el abismo,
a que mis ojos palpen mi eterna oscuridad:
a que mis labios toquen en el silencio mismo
de la inmutable eternidad.

Echadme tierra y tierra, pisándola a cubrirme:
que llenen bien la fosa compacta y a nivel,
yo quiero con la tierra sedienta confundirme
que chupe el jugo de mi piel.

Ni lápida ni túmulo: quiero una piedra grande,
como la del sepulcro del Mártir de la Cruz:
un trozo de granito de los que rueda el Andc
al aire libre y a la luz.

No quiero sombra de árbol ni de ciprés; -no quiero
que me vigile el cuervo, ni la serpiente vil,
ni el salmo de blasfemias del pájaro agorero,
ni la ironía del reptil.

Piedades de este mundo, dejad que las deidades
de la intemperie libre, la noche, el viento, el sol,
sobre mi tumba canten sus bíblicas piedades
con el canoro ruíseñor.

¡Piedades de este mundo!, debajo de la piedra
de cada fosa, hay germen eterno de piedad;
dejad al germen libre; que brote de él la hiedra,
con su sencilla caridad.

Dejad que broten plantas de espinas y de abrojos;
Punzantes son, mas tienen su primavera en flor,
ciñéronse a mis sienes, ciñéronse a mis ojos,
¡Ah! ya conozco ese dolor …

Dejad que broten libres la grama y la maleza:
son plantas de espontáneo, silvestre florecer;
bella piedad que teje la gran naturaleza
sobre el misterio del no ser.

Debajo de la loza lucha en la tierra el germen
profundo, rico en savias de aroma y de matiz:
libando los despojos que allá en el fondo duermen,
echa profunda su raíz.

Profunda nace; crece, surge a la luz y trepa
y en torno de la piedra revienta a floración,
sangre de carne en flores a engalanar la cepa,
sangre quizás del corazón.

Y pasan intemperies: la noche, el sol, el viento;
rocíos, o tormentas de lluvia torrencial,
y reflorece el broches sobre el mortal asiento,
un nuevo amor primaveral.

Y pasa y pasa el tiempo que mata y que fecunda;
y en cada planta pone la primavera fiel,
para la abeja ardiente, la flor más pudibunda,
himen, aroma y dulce miel.

Y es tálamo la piedra, cubierta de verdura,
lecho de amor, fragante, para el fecundo amor:
música de alas tenues en cada flor murmura,
y hay un deleite en cada flor.

Llega la noche fresca, y es la verdura un nido
de amor, y el cuervo pasa: no hay carne a su avidez,-
la podre de la muerte se transformó en olvido,
y duerme en dulce placidez.

Nace en el Orto el día, -sube al Zenit, se inflama:
céfiros, aves, flores, liras de linfa y luz,
dardos de sol de Apolo vibran en oro y llama
sobre los brazos de la cruz.

Sobre la cruz, -leyenda de muerte, de martirio-
ponedme ese epitafio, poema y facistol,
que en él me canten salmos, el picaflor y el lirio,
la noche, el céfiro y el sol.

¡Oh flores! ¡las queridas del alba y de la noche!
ceñíos al madero de brazos de oración;
modestas flores dulces, de perfumado broche,
poned en cruz mi corazón.

Mi corazón -abismo que os engendró tardías-
nacisteis de su sangre, del fondo de su horror,
nacisteis poco a poco, para piedades mías,
bajo la piedra del dolor.

Flores de zarza, flores de espinos y de abrojos,
nacisteis desgarrando mi corazón mortal,
punzantes a mis sienes, punzantes a mis ojos,
brotes de herida sin igual.

Mi vida os dio la vida: mi vida, fértil vaso
de amor y fe, colmado de lágrimas y hiel:
tardías dulcamaras, nacisteis de un regazo
de amargo acíbar y de miel.

Sobrevividme ¡oh flores!: mi corazón enfermo
os dio su amor, su fibra, su sangre y su latir:
nacisteis cual la zarza de la aridez del yermo,
piedad de intenso revivir.

Creced sobre la piedra que cubra mi cadáver,
en bella, impenetrable, fecunda floración:
creced cual la amapola, que brota del papáver
opio de paz del corazón.

Tejed, para mi tumba, muelle tapiz florido,
sobre la hiedra lacia de verdinegro tul:
quizás entre vosotras vaya a tejer su nido,
para cantar la vida, para arrullar mi olvido,
el ave de mis versos, mi ruiseñor azul.

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Donaciano Bueno Diez
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