LA SUERTE, SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO (Mi poema)
José Ramón Ripoll (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

La suerte siempre está haciendo piruetas,
yo tengo, y me resigno, mala suerte,
me río de ella haciendo cuchufletas,
no importa si me engaña con sus tretas,
y así pienso tratarla hasta la muerte.

La suerte, a que responda, aquí le reto,
comprendo que es cobarde y que se esconde
detrás de algún inmundo parapeto,
perdiendo a quien la quieren el respeto,
la suerte, ¿dónde está? ¡quién sabe dónde!

La suerte, todo el mundo la desea,
mas pocos hay que puedan disfrutarla,
en medio del fragor de la pelea
cual dios impide a nadie que la vea
así que anden dispuestos a besarla.

Yo un día la tenté, puse en aprieto,
sospecho que no estaba nada cuerdo,
me dijo ¿qué hay chaval? tú estate quieto,
mejor ponte a versar, hazme un soneto,
después si ya te he visto, no me acuerdo.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  José Ramón Ripoll

(Ninguna mano escribe)

Ninguna mano me sostiene, ningún aliento
puede ya otorgar un mínimo de flujo,
vibración o señal de que aún persiste
un vínculo secreto entre tu nombre y el mío.
Ninguna luz u oscuridad dan testimonio
de aquella soterrada galería en la que nos amábamos
siendo un cuerpo tan sólo,
una amalgama primitiva entre la carne y el granito.
Incluso entre los turbios pasadizos de la memoria
no habita más que una arenisca, un terco viento
que remueve el recuerdo y lo desola.

(Canto y señal)

Canto y señal,
palabra adentro
ciega luz
luciérnaga
que avisas de los muertos
como un fuego
que avivas en la muerte
señala y canta.
(Canto obstinado)
Canto que hieres a la noche
como cuchillo ardiente
allá en lo oscuro.
Canto que ocultas en tu son
la herida
supurante de estrellas apagadas
y de palabras muertas.
Canto que oxidas la memoria
en el intento vano de la profanación.
Canto que sangras y en tu sangre cantas.
Canto, canto obstinado.

(Para que yo me oiga)

Cómo llamarte por un nombre
cuando todas las silabas crepitan
en la hoguera de tu propia materia.
Dime, cómo mentar tu cuerpo
si hasta el silencio arde.
Cuánto tiempo esta lengua
seca y tiznada ha de callar.
Quién ha de hablar por mí
para que yo me oiga.
(Sin lenguaje, Paul Celan)
Sin lenguaje también,
sin lengua,
sin la palabra que otorga nombre al sol
o a la lluvia,
sin signos que den fe
de que pisamos un instante esta playa,
sin el silencio cómplice y proscrito
que conformó tiempo y memoria
-cuerpo mío y tuyo-,
sin el eco del mar:
alma tras alma
sin lengua,
sin lenguaje.

(Nada aparece)

Nada aparece:
ninguna forma ni apariencia,
ningún borrón de tinta,
ninguna mancha,
nada,
ninguna grieta en el dolor,
ningún espasmo que recuerde tu vuelo,
tu hendidura en la noche
como la huella del desgarro,
nada en la noche,
ninguna mano escribe
mi extravío.

(Principio)

Ser en la nada y en principio ser.
Hasta el canto que surge del roce de las lágrimas
con el embozo de las sábanas
es porque sí,
suena antes de que el cuerpo precipite su vuelo
en el espacio de la cuna.

Es sin porqué y ya vive
en la frontera imaginaria
que separa la negación del fuego,
aliento de un azar que se disuelve
entre el sueño y la vela.

Como una mancha en la pared
se escriben los mil signos
que han de configurar este recuerdo:
lengua ambigua y primera,
ritmo en la sien,
logos y azar:
principio.

(Cierro los ojos)

Cae la noche como un glaciar sobre los párpados.
Cierro los ojos
y siempre cae la noche.

Sopla el viento agitando la persiana,
y el metálico golpe de las áncoras
sobre los cascos de los buques
aún trastornan mi sueño.
¿Dónde han de ir?
¿Podré escapar con ellos,
lejos ya de este insomnio
que me muestra el ayer
prendido en el ahora?

Todo está congelado en aquel cuarto:
la turbación y la tiniebla
de un niño que aún esconde su rostro
debajo de la almohada
mientras brillan sus lágrimas
como eternos carámbanos
que en su interior retienen
fragmentos de mi madre.

(Esas mujeres)

Esas mujeres miran y en sus ojos
se refleja el torpe movimiento de un mundo equivocado
que gira y gira del revés:
brazos y piernas que se agitan
en lucha por ser dentro y no ser fuera,
un cuerpo endurecido como una obstinación
donde cupiese todo lo por vivir desde otra norma,
la existencia del otro y no de mí.

Esas mujeres fijan su mirada
en un trozo de carne prematura
que se queja y afirma en su propio dolor.
Me llaman por un nombre que no me pertenece:
entre sus huecas sílabas se trasluce una música
que me repite en el desierto
y acabo respondiendo por el otro.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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