NO SÉ LO QUE ES PARIR (Mi poema)
Magdalena Camargo Lemieszek (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Parir no sé, que nunca yo he parido,
parir cuando hago un texto es otra cosa,
no sé si eso es parir pero es hermosa
si sale sin dolor como he querido
ya sea en verso, en prosa.

Sufrir, no es comparable el sufrimiento,
que aquí el sufrir no sirve de atenuante.
Se debe de escribir con buen talante
haciendo apelación al sentimiento,
lector echando el guante.

Amar a lo que es fruto de tu esfuerzo
brindar y disfrutar que has engendrado,
mejor si los demás lo han alabado,
si luego has de alumbrar ya hallas refuerzo
y así seguir dopado.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Magdalena Camargo Lemieszek

Magdalena Camargo Lemieszek

Cosmogonía de la Lluvia

Recuerdo aquel día en el que me sorprendiste
por primera vez mirándome en el espejo
luego de andar bajo la lluvia.
Desde entonces he tomado por costumbre
visitar los cementerios por las tardes,
contemplar las estrías de maleza hinchándose sobre las lápidas,
el cráneo de porcelana resplandeciendo
tras la grieta de una tumba que ya no tiene familiares
y esos árboles enfermos de flores amarillas.
Memorizo las fechas de los que murieron demasiado pronto.
Escojo por año una estatua favorita,
aquella que se quedó sin manos luego del invierno,
o la que sigue mirando hacia el este
como si alguien estuviese cerca de volver.
Contemplo los nombres aferrados a la piedra,
tallados con la certidumbre
de que es posible cegar al olvido
pero, ¿qué serán esos nombres dentro de cien años,
si no el alfabeto de los que no tienen rostro?

Por ello me fue dado conocer la verdad
y vi aquel ciervo blanco
pastando junto al muro del norte,
donde entierran a los recién llegados.
Sobre sus cuernos crecía una hiedra púrpura
y sus ojos eran dos guijarros de obsidiana en el fondo de un arroyo,
labrados mucho antes de que un hombre sostuviese una piedra
y la piedra conociese la ofrenda de la sangre.

El ciervo escoge a unos pocos.
Para que despierten lame sus párpados con ternura
y les conduce hasta el centro del bosque.
Les enseña a alimentarse de bayas venenosas,
el lenguaje preciso con el que las estaciones
se comunican con las cosas
y el orden con el que las semillas se dejan caer
lo suficientemente lejos.

Entonces los deja solos.
El miedo comienza
a acechar en los arbustos,
en la cúpula de los pinos la soledad es un buitre
y la sombra de sus alas extendidas es demasiado grande,
demasiado terrible.
De sus lenguas duras como el frío brota un balbuceo
que en la medida de las noches va adquiriendo forma
y antes que palabra alguna se forja una cadencia,
el primer atisbo de un llamado,
la conformación de la plegaria,
y es de esa melodía
de donde la lluvia
se desprende.

De El espejo sin imagen (2012)

Fábula del Caballo y el Río

Hay un punto en la cima
donde la tierra deja de ser tierra
y empieza a ser aire.
En las ramas las hojas son pequeños sables blancos
que se deshacen o se elevan con la brisa
y los pastizales, tan altos como un hombre,
se inclinan de tal modo
que se esfuma la línea de las cañas
y un misterioso vapor asciende congregándose en la altura.
Dóciles al orden de los círculos
los cúmulos también descienden,
su resina se endurece, bronceada por el cenit,
y una isla de cipreses se conforma.
He aquí el vértice de la cordillera.
En esa cumbre de índigo un caballo tiene su primera visión del mar.
Vislumbra el borde líquido del mundo,
combado por el peso de todo dolor posible
y toda belleza posible.

Alucinado por la imagen,
el caballo alberga en su corazón la carga salobre de mil anclas.
Corre con una violencia que crece,
alimentada monstruosamente por los días.
Sin detenerse galopa hacia la costa.
Ni por un instante concibe el aliento de la pausa,
el oleaje del mar es una nueva gravedad
que en la distancia conjura todavía más poderoso su llamado.
Hasta que en la  mitad de la séptima jornada,
la luna creciente arroja de su mano la lanza del cansancio,
el filo penetra en el flanco,
cruza la angosta hendidura de la jaula
y atraviesa con precisión el centro de corinto.

El caballo, herido, se desploma.
Primero es el estruendo de los hinojos contra el polvo
luego los cascos y los dientes ruedan
y se esculpen hasta la perfección de los guijarros.
De las órbitas brota un torrente de agua
donde la crin ondula, sembrando el curso en la corriente y su brioso influjo.
La curvatura de la grupa define los contornos del cauce,
la profundidad, el sinuoso recorrido.
Las entrañas caen y al contacto con la superficie
en peces se convierten.
Es el río que avanza ajeno a toda rienda,
su longitud trepida cuando presiente la cercanía de la vera
y con el vigor que en su pecho ha sido renovado
rasga la arena de la orilla.
En un brindis aguardado durante demasiado tiempo
las aguas se encuentran la una con la otra
y el río arrobado por el ímpetu
se une de golpe
con el mar.

De El espejo sin imagen (2012)

Retrato de mujer en la colina

La muerte está, siempre espera.
No necesita de viajes o búsquedas.
Ella vive en la cima de la colina,
teje suéteres con destreza, lee libros,
escucha el tocadiscos por la tarde.
Incluso, si la noche anterior las lechuzas han cazado en su jardín,
les prepara el té a las visitas.

Todos los caminos llevan a aquella colina.
Podrías detenerte, estar de pie toda tu vida,
y una mañana encontrarás que la colina está frente a ti,
magníficamente umbría y verde al mismo tiempo.
Estamos vinculados a ella desde antes que la memoria
comenzara a recolectar racimos de cristal
para construir sus nidos dentro de nosotros,
antes de que incubara sus huevecillos luminosos
y alimentara a sus hijos
y que esos hijos aprendiesen a volar
y nos atreviésemos a decir por primera vez
que somos capaces de recordar las cosas.

No tenemos otro gemelo que ella,
si fuimos separados de alguien
era ella quien estaba unida a nosotros
y era su rostro la otra cara del nuestro.
Por eso al verla reconoceremos un poco de ella en nosotros.
Y por eso, es cierto también,
algunos le temen.

De El espejo sin imagen (2012)

Aparición de Nix en el bosque

Un musgo bermejo ha cubierto la silueta del bosque.
El romero reverdece
y sus hojas se afilan como agujas de esmeralda.
En la rama del sauco la noche es un mirlo
y de su trino algo se derrama,
desciende como una gota
y luego de la gota surge la serpiente,
que se arrastra en el temblor de su plumaje
y sobre el corazón que late como una granada brevísima y madura.
Sigue descendiendo, hiedra transparente,
el sereno va esmerilando sus contornos
y justo en el momento previo a la caída
es una perla de canto que se hace fruto,
un péndulo de sangre
que crece
y se hace más dulce con la niebla.

De La doncella sin manos (2015)

Biala

Pronto hubo para mí una soledad abierta
—como una jaula—
y el rugir de un mar plateado.
No hubo, entonces, más silencio.
Sábanas blandiéndose en el patio.
Un caballo de nieve, tranquilo,
de todos el más manso
y vienes tú, niña mía,
vestida de blanco:
hija de la rama,
de la hoja,
hija de todos mis llantos.
Vienes a que escriba en tu pecho
lo que tenía callado:
líneas, círculos, figuras,
mis cuentos
sobre tu seno de mármol.
Guardas cada una de mis voces
como un tesoro en tu mano.
Niña mía, niña de blanco,
abismo perfecto
¿Qué sería de mí sin tu bosque encantado?

Lalka

a ti, a tu voz de muchacho

Es cierto, amor mío, que no estoy al norte.
No hay flores de sílice en mis jardines.
Me habitan zorros transparentes,
la escarcha tatuada en el rostro de las ramas,
y un piélago sin islas,
abierto frente a ti como una mano.

No soy la vera de tu viaje
ni la aurora agitándose como un pañuelo en la noche interminable,
por meses arrojada contra los relojes,
por meses, de pie, entre nosotros.
Ahora sabemos que el frío también es un lenguaje,
y que la vastedad de la tundra aguarda como otro paraíso.

No olvides, amor, la turbia porcelana de mi cuerpo,
el almidón de mis trajes cambiado por polillas,
el pelo derramado, revuelto por la sombra,
hoy que el siete es la premonición de nuestro abismo,
el sombrío perfil de nuestra cuerda,
el ángulo triste
y la caída.

Espejos

“Días en los que una palabra ajena
se apodera de mí,
voy por esos días sonámbula y transparente”
Alejandra Pizarnik

El espejo ilumina los contornos de cada una de mis máscaras
y vierte sobre mí este temor de encontrar todos los espacios invadidos
por un aire ajeno, incendiario.
Frente al círculo premonitorio de los ojos,
el tiempo es un animal que acurrucado a mis pies se bebe las horas.
Su lengua teje los hilos de los que colgaré mañana.
Del balanceo lúdico de su cola se desprenden las voces que se desdoblarán en mi garganta,
es él quien afila el arsenal que los días lanzarán en mi contra,
los que me harán dejar olvidados, tras de mí, un manojo de cabellos,
un brazo, un resquicio del muslo,
en el cine de cuarta, en el chirriar de un ascensor de los ochenta,
o en un café bullicioso frente a la bahía hinchada de venenos…
hasta que la ciudad se haya tragado todo
y no me quede más que un humor a sombra
y otredad.

Insomnio

A veces, luego de una larga noche de insomnio, descubro que he soñado.
Recuerdo entonces una línea.
La línea podría ser una cuerda
que está sostenida en sus dos extremos por la nada,
y por eso tensa, casi hasta la ruptura.
Bien podría ser un dedo que señala el horizonte,
un dedo delgado y blanquísimo, porque no podría ser de otro modo,
y señala en la mitad del todo un lugar preciso.
Ahí, lo sé, una flor cerrada como un puño diminuto
se yergue lentamente apartando los oscuros minerales de la tierra.
Su tallo y sus raíces son un fuego verde
y no posee espinas ni hojas que alguna vez tengan que caer.
La brisa ha descendido únicamente para tocarle,
y porque hay cosas que están dadas solo para el frío
la flor se abre y de sus pétalos se derrama el agua,
hasta que los pétalos se vuelven agua
y en torno a la flor hay un mar recién creado,
un océano vacío de toda criatura
que en su extensión yace ajeno al límite trazado por las costas.
Solo entonces comprendo que llevo mucho tiempo
recorriendo aquella línea.

Tras de mí se enciende una constelación de jaspe,
y descalza, símbolo inequívoco de toda travesía,
ando en medio de la noche
sobre un cuchillo infinito.

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Donaciano Bueno Diez
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