¿POR QUÉ NO IMAGINAR? (Mi poema)
José de Jesús Martínez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

¿Por qué no imaginar?. Yo si imagino
que un día ha de llegar después cien años
¡qué digo cien! perdón si desafino,
que aunque parezca exceso estoy de vino
no pretendo embaucarles con engaños.

De la Cuesta Moyano* a una caseta
en Madrid donde acuden los lectores
en busca de aliciente, de su anfeta,
que conduce el placer hasta la meta
a través la visión de sus autores

vino un tipo a calmar su desconsuelo
por un libro de poemas algo arcano
que el poeta tildó de medio pelo,
dijo, vino a encontrarlo desde el cielo
y firmaba, su nombre Donaciano.

¿Donaciano?, le dice, eso está hecho,
con tal nombre no existe más que uno.
Voy buscando…, a ver…, está desecho…,
que era un libro de versos muy maltrecho
y calvo* se quedó ¡qué inoportuno!
©donaciano bueno

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*El autor subtitula sus escritos con el nombre de Donaciano …y sus poemas de medio pelo. *La Cuesta de Moyano es la calle donde, cada año, se celebra la Feria del libro en Madrid.

MI POETA SUGERIDO:  José de Jesús Martínez

Lección del Árbol

Tú, que te nutres, árbol, de la tierra
llena de amargas sombras y de muertos
tienes el pelo verde, de esperanza,
y alzas los brazos saludando al cielo.
Yo, sin embargo, que me nutren nubes
y esperanzas y pájaros y sueño,
y que huyo de la tierra y sus gusanos,
siempre miro hacia abajo, y tengo el pelo
más negro que la noche y más amargo,
por más que es luz y cielo mi aliento.
Tú estás plantado, eres feliz así,
y así bailas y cantas con el viento
y resistes las grandes tempestades.
Inmutable, seguro, satisfecho,
eres de y en tu patria. Yo soy huésped
hasta en mi casa, hasta en mi propio cuerpo,
y ni bailo ni canto, y si camino
es porque busco qué buscar de cierto
cayéndome a menudo en las tinieblas
tal un inválido indeciso y ciego
al que le falta Dios como una pierna.
Débil apoyo aunque en extremo bello
hacen las nubes a los hombres fáciles
de caer, de morir de desconsuelo.
¡Oh, cuánto diera yo por un bastón,
por una dura fe como tu cuerpo!
A ti te riega el agua, tibia apenas,
y hasta te llueve sin amparo el hielo,
y das frutos sabrosos, y das flores.
A mí el sudor y lágrimas de fuego
me llueven en la carne y en el alma
y crezco en uñas nada más, y crezco
en versos que no sirven para nada,
y en niños epilépticos y en pelos.
Aun derribado por el hacha o rayo
tú sigues siendo útil en invierno
cuando calientas el hogar del pobre.
Yo, sin embargo, ni después de muerto
seré otra cosa que un abono para
esa hierba que crece en cementerios
y que no se la comen ni las cabras
porque posiblemente sea veneno.
Antes que eso suceda imitaré
tu único amor por este suelo nuestro
que algo debe tener de bueno y dulce
para que el mar, en olas y de lejos,
venga en lengua a lamerlo, desdentado,
salpicando saliva, como un perro
sediento, amargo, y sin creer en Dios.
También yo me harté de su alimento;
probará mi alma la comida cruda
que arranco de la tierra y doy al cuerpo;
no me alimentaré más de las nubes
ni de las esperanzas y los sueños
que tanto mal nos hacen a los hombres.
Quiero aprender a soportar mi peso
sin ningún otro apoyo que mis piernas:
olvidaré las cosas que no veo;
olvidaré el consejo de mi madre
y buscaré en la tierra mi sustento.
Así tal vez una esperanza crezca
de mis manos y de mis pensamientos
amiga de los pájaros, del hombre
y de la tierra, hasta del mismo cielo,
para recompensarme mis raíces
clavadas amorosas tierra adentro
y únicamente, como a ti, oh árbol
que hoy me has dado un camino con tu ejemplo.

Llueve en mi corazón

Llueve en mi corazón lágrimas duras
como en una ciudad deshabitada,
en la que entre la sombra reposada
sin paz me ronda tu recuerdo a oscuras;

por mis venas amargamente impuras
camina tu recuerdo hacia la nada:
y oigo mi pulso igual a su pisada:
en algo hueco, como sepulturas.

Procuro otros recuerdos de qué asirme
sobre este mar de luz, de esta razón,
donde entre pulso y tiempo y olas peno;

mas has de irte al fin, y he de morirme,
y he de caerme ahogado al corazón
que está de sombras y de ausencia lleno.

Aquí, Ahora – 7,

Voy todas las mañanas a la vida,
y yo me quedo aquí, esperándome,
ansioso, con temor de que algún día
no vaya a regresar.

La muerte es eso: esperar
sin ver llegar a nadie.

Lamentaciones

I
Veinte y cuatro colmillos tiene el día
que con sus horas y feroz manera
me muerde como perro, como fiera
de carne hambrienta y de la vida mía.

Cada minuto es leña seca y fría
que me apresura el corazón hoguera
para que salte en su veloz carrera
hacia la sorda campanada umbría.

¡Ay, bestia mía, corazón hambriento,
digiriendo en mis venas lo que tragas
con sed de sol, meridional, sangriento!
Se apaga el día, y con el día apagas
también tu sed; entonces es que siento
por fuera heridas, por adentro llagas.

II
Todo mi cuerpo me odia y me reclama
y me quiere botar del cuarto aciago
cuya renta con lágrimas la pago
y que mi corazón habita y ama.

Sólo en mi pecho puede arder su llama
con la cual ardo y con la cual me apago,
solo en mi pecho, en tan total estrago,
que —no de orgullo—. De dolor se inflama.

Solo en la oscuridad, sólo en un clima
tenaz, como del pecho, y tan sangriento,
habita el corazón, que aunque lastima,

que aunque feroz consume, arde violento,
todo cuanto inocente se le arrima,
es la única vida su tormento.

Amor, como a través…

Amor, como a través de un agujero,
asomado a mis ojos todo el día,
me espié los pasos y la vida mía,
la voz y el corazón con que te quiero.

Quise saber qué falso derrotero
me ha traído a este estado de agonía,
y con mirarme cuando te veía
me bastó para ver por quién me muero.

Conspiraré en mi corazón que te ama;
cerraré el ojo que me pida verte
y patearé mi pie que husmee tu huella.

Me morderé la lengua si te llama
y huiré de ti, de tu amorosa muerte,
así pierda la vida al irme de ella.

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A una nariz – Quevedo

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.

Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

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Donaciano Bueno Diez
José de Jesús Martínez
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Recuerdo que iba yo tranquilamentehaciendo con la sombra…
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