SU EXCELENCIA EL DICTADOR (Mi poema)
José Luis Appleyard (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Yo vivo en un país que es comunista,
allí donde uno siempre es el que manda,
que él lleva la batuta en esa banda,
se acata, que aquí nadie le rechista,
o pierde la vianda.

Los otros, los demás, lo que es la gente,
con gusto lo que él hace lo agradece,
y si algo hay que perciba que le escuece
se apresta a soportarlo diligente
pues siempre lo merece.

El jefe es como dios. El que más sabe.
Pues goza del placer de regalías.
Igual que los demás pasa los días
rogándole al Señor que no se acabe,
culpando a las sequías.

Y así vengan mal dadas por su culpa,
su falta de equidad o de sapiencia,
saldrán a demandarle su presencia
mas nunca exigirán una disculpa
al amo, su excelencia.
©donaciano bueno.

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MI POETA SUGERIDO: José Luis Appleyard

José Luis Appleyard

RECUERDO

Tú, cabeza y corazón
hechos silencio
y la noche de un sábado gitano
que trenza cuerdas y las hace versos
en notas y recuerdos de un piano.

Tú, hecha en mí,
sin otra forma
que la real, de tu cabeza helena.

El sábado se pierde entre las calles
con un sabor de plata y luna llena.

BUSCAR TU NOMBRE

No, no se muere el verano
está naciendo ahora apenas.
R. M.

Buscar tu nombre y deshojar sus letras
mientras nace la forma del verano.
Triste materia de mi oficio triste
hacer tu nombre y deshacerlo en vano.

Diciembre brinda largos días de ausencia.
Mi verso, en forma de pilar truncado,
absorbe el viento que del Sur espera
el eco, roto ya, de tan ansiado.

El silencio del campo es como muerte
que turba el canto azul de la cigarra
y el Puñal del Marino por las noches
con frialdad estelar en mí desgarra
la esperanza y el sueño.

Qué me resta
-dolor de ser a veces tan humano-
sino beber el agua de tu nombre
mientras nace la forma del verano.

AYUDAME, DETENME

I
Tener y no tener un amplio campo
de cielo donde sueñan las palomas.
Ser del aire, del viento y de la tarde
a pesar de la noche que nos nombra.
II
Tú no sabrás que entre las manos fluye
todo el recuerdo de tu forma ansiada
y es la mano el dibujo y es el lápiz
en dualidad de gestos y miradas.
III
Y esa mano, en la tarde que dibuja
sobre el cielo un delirio de palomas,
conocerá tu forma en cada nube
y sabrá de tu luz en cada sombra.

ENVÍO

Recto sendero, nube de la tarde
en el rubor de la inocencia pura,
ayúdame, deténme, dame el gozo
de ser tu sombra cuando hubiere luna,
de ser pedazo de tu sombra, a veces,
de ser punto final de tu mirada,
de ser el cielo en que tus alas abras,
paloma de la tarde, nacarada…

DECISIÓN

Todo envuelto en el mutismo transparente
de los silencios que no tienen alma,
los gestos, las miradas y el vacío
enorme, ilimitado, de la nada.

Pompa que el viento levantó y deshizo
al contacto del sol toda esperanza
ha quedado aguardando en el camino
el regresar soñado de otras ansias.

Y en esta larga espera se trasmuta
mi más caro ideal, mi sueño mismo,
por obra de los falsos intocables
en una mezcla burda de egoísmo.

Y ya no resta nada en mis alforjas
que pueda avergonzarme.

De los galgos
los espumosos, fétidos ladridos
como a Quijote anuncian que cabalgo,
que cabalgo hacia el sol, hacia el lejano
y ya visible sueño, sin premura,
con la sonrisa presta y el orgullo
de mantener, feliz, las manos puras.

HASTA EL ÚLTIMO PÉTALO

Hoy que deshoja julio
hasta el último pétalo de la flor de un lapacho
tengo que volverme hacia los extinguidos caminos de la nada.

Sed de comenzar a contar con los dedos
el número de todos los días que me faltan,
hambre de devorarlos uno a uno
por conocer que existe al fin de la jornada.

No es excesivo empeño el que me lleva
a romper las paredes
y a buscar en las calles
lo que no encuentro en ninguna de las tardes
que se duermen en las aguas del río.
No es excesivo empeño y sin embargo
me hastían los naranjos
y el movimiento eterno de las nubes.
Me repugna hondamente
la indiferencia de los que van sin ansias
a entumecer las piernas en el barro.

Y yo, y nosotros todos
los que quisimos responder con algo
al llamar de lo poco que se salva
de este creciente mar de salivazos,
¿seguiremos creyendo
que la noche del sábado
es el único premio
que tienen los seis días de trabajo?

Por saberlo, tengo sed de los días que me faltan
para ese día que espero
en el que las calles tendrán otro destino
que el de hacer deambular estultos caminantes.
Por saberlo, tengo más fe en nosotros
y en lo poco de bueno que hemos querido hacer.
Tengo esperanza de que entre todo este conjunto
de piedras sin sentido
encontraremos, entonces y por fin,
la serena dureza del diamante.

EL TIEMPO

Ya es ayer, pero entonces era siempre
un trasegar de horarios inmutables
desde la noche al sol.
………………. Cada semana
era distinta e igual a la siguiente.
El niño desdeñaba el calendario
y su patrón reloj era el cansancio.
Edad sin equinoccios, sólo el tiempo
de ser feliz y entonces ignorarlo.

LA ESCUELA

Cuando importó la escuela sus cuadernos
y la casa se abrió a los guardapolvos
la tinta se hizo azul y los canteros
clavaron en los libros sus abrojos.

Zapatos carcomidos de recreos
y virutas con gris de borradores.
Colón, Juan de Solís y los charrúas,
Salazar y el fortín hecho de adobes.

Por cima de los árboles, el cielo;
¡tan lejana la calle!
La libreta
midiendo mercurial el incipiente
calor de nuestra vida y nuestra ciencia.

Y la casa se abría cada tarde
v llenaba de luz sus corredores
para abrazar al niño amenazado
por infiernos de tiza y pizarrones.

LAS PALABRAS

A veces hay palabras que se mueren
y no las resucita el diccionario;
palabras simples, claras, que acrecieron
el verbo de la infancia en nuestros labios.
En balde las buscamos para darles
una vida que ha muerto con los años.

Dulces palabras nuestras exiliadas,
solo sonido ya desamparado,
que por un tiempo fueron los mojones
de nuestro personal vocabulario.
Es inútil buscarlas, ya se han muerto
bajo el peso brutal del diccionario.

OCHENTA AÑOS

Para María E. Appleyard, tía y madrina

Porque se viene el tiempo del silencio
y entonces es difícil compartirlo.
Se viene el tiempo solo, que no espera
con paciencia de plaza en las esquinas
y todo tiene un sorbo de tristeza
como si el mar lejano y gota a gota
fuese vertiendo en parte su amargura
y nuestra voz se nos volviese sombra.

Entonces recordamos,
y del largo viaje vuelve el trompo,
la campanilla rota, los jardines,
un tren perdido entre juguetes viejos
y una carta con voz que suena a abrazo.
Una carta que tiene la amarilla
concreción de las cosas que aún existen
oculta tras los bordes de la infancia.
Una carta y un sol, una sonrisa
que se ha estado volviendo a la distancia
más amable y alegre y prometiente.
Una sonrisa que nos vuelve tristes.

Tú eras una ciudad y desde allá
con plenitud trazabas tus mensajes
que amontonaban flores y pasados.
Eras Hada madrina y yo, tu ahijado.
No importa cuándo fue. No importa el tiempo
ni los rincones donde a veces
lloraba yo tu ausencia y deseaba
que el corazón viajase con los trenes.
No importa cuándo fue porque hoy es siempre
y como siempre estás
y yo lo estoy sabiendo
y sé que lejos siempre y sin embargo
muy junto a mí y de frente estás mirando.

No puedo recordar, pero en mis manos
hay nostalgias del tiempo en que sorbía
como lágrimas rotas los momentos
cuando, siendo yo solo, presentía
que tú estabas detrás de esa distancia mirándome
y entonces un nombre me llenaba
la boca, el corazón y la sonrisa
y sin decir. el nombre ya sabía
que era más que tu nombre, que es María.

Primera Comunión, primeros sueños
en nácares, rosarios, moños, trajes,
inciensos y tú, ausente, al lado mío
en esa comunión de mi rocío.
¿Pero es que puede hacerse una reseña
con la frialdad penosa de las cifras
de momentos que encuentran un perenne
recuerdo que se asocia a todo el cúmulo
de tu amistad cercana y siempre ausente?

Todo ya está demás. Todo se pierde
como las cosas niñas que de pronto,
y sin saberlo, son adolescentes.
Todo se pierde porque las mudanzas
que embisten nuestras vidas no consienten
que llevemos ayeres en los hombres
y los dejamos ir con los juguetes.
Pero de todo ello tú estás siempre
con ochenta pedazos de alegría
que repartes, pletórica de hijos,
a todos cuantos corno yo, sin serlo,
muy en secreto y para tí lo fuimos.

Muy en secreto y para tí lo fuimos
y por eso -recuerdo- cenicientos
a veces desdoblamos la cabeza
frente ante ese viento blando de tu ira
que amparado en cariño nos llegaba
en la correccional confitería.
Muy en secreto. Sí. Porque sabíamos
que en fondo del yo, casi en el sueño,
hay una voz que por decirte madre
enmudece en las lágrimas se empeño.

Porque se viene el tiempo y es el tuyo
de tus ochenta y frescas primaveras
y porque estás ausente y como siempre
siento tu voz cercana que me guía,
ya sin decirlo casi, porque sabes
que me cuesta decir lo que yo quiero,
te digo simplemente en estas cosas
lo que un abrazo calla y salva un beso,
lo que guarda tu nombre porque tiene
sabor de madre en tanto que es María.

LA LAGARTIJA MUERTA (ELEGÍA)

Habéis visto una lagartija muerta
cuya cola, dulcemente separada del cuerpo,
aún roba al movimiento sus imágenes curvas
y deja granos tibios de arena
como si fuera la rubricada forma de una muerte
que acechan desde sus viejas cavernas laboriosas
las trajinantes, ágiles hormigas?

¿Habéis visto a ese pequeño saurio
de vientre mármol,
mármol que en la siesta
marcaba con su toque
la penosa argamasa uniente de ladrillos?

Ese pequeño saurio inofensivo,
dragoncillo de las inquietas curvas de la siesta,
jugando con la arena
su vieja vocación de cocodrilo antiguo
-oh maldito Esaú hastiado de lentejas-;
la lagartija joven,
Jacob de los reptiles
en constante erupción de su talento,
a quien la vida misma,
la austera madre tierra,
la comadrona práctica,
le ha dado
la armónica inquietud de los jardines;
esa pobre y sincera lagartija,
esa ondulante sombra de verano
cuyo amor contemplaban,
impávidos y estérilmente tristes,
los sabios culantrillos,
oliendo a verde siempre,
en el discreto y oscuro country club de sus canteros;
esa lagartijilla
ha muerto asesinada
y ese lagarticidio
no encontrará una columna en los espacios
de las cloacales letras vespertinas,
no tendrá una nodriza
que llore acerbamente
sobre sus cuatro patas transitantes,
sus cuatro patas con temblor de manos,
de lirios tristes,
de jazmines cálidos,
sus cuatro patas manos cuyas huellas
son taquigráficos símbolos de hastío
en la barrida arena de los patios.

¿Habéis visto, decidme, ese cadáver
cuando la tarde presta, anochecida,
un velo de prudencia a nuestros pasos
y andamos recorriéndolo todo,
buscando alguna cosa
-los fósforos, la risa o el diario-?
¿Le habéis visto
ya rígido, sereno,
azulmente cadáver,
sin estola ni cruz, ni plañideras?

¿Habéis visto esa muerte
en la opaca mudez de sus pupilas?
¿Habéis visto esa muerte que se ceba
estéril en la dulce,
en la perfecta y pura anatomía
de este reptil amante de las siestas,
del sol,
del movimiento y la armonía?

¿Habéis visto, decidme, tanta muerte
saciándose maligna
en la intocada,
adolescente y pura lagartija?

COLOFÓN

Todo puede volver,
pero este amargo corazón de patios,
esta víscera ardiente que revuelca
su agónica vivencia entre la sangre,
que late, sueña, duele y se desvela,
este pedazo viejo de mi carne
adherida a un pasado,
apretujada a él como en un beso,
hacinante de ayeres,
adustamente mía,
esta víscera trágica y absurda
que se está yendo siempre
y que se aferra,
este pedazo de mi vida en siempre
necesita y no puede
regresar.

Huyen las tardes,
laten los veranos,
los perros muerden el osario cárdeno
de la desesperación de los crepúsculos.
Las viejas cuentas de gastados brillos
amparan la mudez de los rosarios,
la tarde, el tiempo, el sol, la lluvia, el viento,
las palabras amargas,
los ojos que miraban y se han ido
y dentro de mí mismo,
crepitante,
este reloj de carne que se muere,
que sigue yendo siempre,
que sigue trajinando,
este pedazo de mi vida en siempre
necesita y no puede
regresar.

COMO REGRESA EL CÍRCULO

Estar en mí para decir las cosas
y decirlas así, con las palabras,
con los vocablos simples con que nombro
un tiempo, un alma, un corazón o un sueño.

Volver dentro de mí todo el marasmo
de la crucial gestión que como hombre
realizo sin saber sobre la tierra.

Ya acallado el contorno,
aquietada la grieta,
enmudecido el eco,
tornarme en espiral hacia ese centro
de soledad que ansío.

Volver a mi retorno
no con voces de oscuras, de lejanas,
perdidas ansiedades,
sino, sencillamente,
como regresa el círculo
hacia el punto primero
haciéndose infinito.

QUE POCO ENTIENDO LAS COSAS

Qué poco entiendo las cosas.
Los años no han logrado fijar en mi memoria
la experiencia
y siempre me sorprendo que existen unos ojos
que me miran de pronto tan cerca de mí mismo.
Me sorprende el oscuro poder de su mirada
que guarda ingenuidades de infancias manifiesta:
y tiene, sin embargo, una profunda noche
nacida de secretas experiencias.
Como un viejo alquimista
yo quiero interpretarla trasmutando sus sueños,
quiero hacer con sus ojos
que me miran de cerca
una forma de olvido que me lleve a su centro.
Y así, cuando sus manos son lenguaje sin cifras,
cuando son la suave expresión de algo mío,
comprendo que no entiendo de las cosas,
y quedan en el aire sus reflejos,
mirándome, sin tiempo,
y hablándome de mí, de sí, de todo.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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