TU CARA ES UN POEMA (Mi poema)
Marco Antonio Campos (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Tu cara es un poema, me decía,
mi madre que aquí juro que era santa,
un nudo se me hacía en la garganta,
le quise replicar mas no hay tu tía.

Poema hoy se le llama a cualquier cosa,
pues vuelan como moscas a millares
sin miedo ni a que existan valladares
ni el riesgo de perderse en una fosa.

Los versos, los de antaño, eso eran versos,
con ritmo, con su métrica y su rima.
La música del texto hoy me lastima,
que algunos más que versos son reversos.

Confunden disciplina y libertad
el fondo del mensaje con las formas,
se niegan a aceptar que existan normas
en pro de la justicia y la igualdad.

Se escribe al buen tun-tún, como les sale,
y algunos hay que gustan confundirte.
No puedes reprochar, solo rendirte
pues dicen que el que vale es el que vale.

Tu cara es un poema, me decía,
mi madre que aquí juro que era santa,
un nudo se me hacía en la garganta
le quise replicar mas no hay tu tía.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Marco Antonio Campos

Marco Antonio Campos

Declaración de inicio

Cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo.
Pablo Neruda (Estocolmo, 1971)

Las páginas no sirven.
La poesía no cambia
sino la forma de una página, la emoción,
una meditación ya tan gastada.
Pero, en concreto, señores, nada cambia.
En concreto, cristianos,
no cambia una cruz a nuevos montes,
no arranca, alemanes,
la vergüenza de un tiempo y de su crisis,
no le quita, marxistas,
el pan de la boca al millonario.
La poesía no hace nada.
Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.

Mis hermanos se fueron poco a poco

Mis hermanos se fueron poco a poco:
se llevaron la casa, la mujer, la calle al hombro,
el oro más soñado y no la infancia.
¿Qué hacía yo, en tanto, qué diablos dió mi pluma?
Me puse a dibujar en los cuadernos
las mujeres más bellas de la tierra
que sólo lloraban en mis versos.
Mi vida fue en las letras, no en la vida.
Desconfié del amor, de la amistad, de la experiencia;
viví ciego entre idiotas e inocentes.
Mi sueño fue pasto de los perros,
mi ternura una llama como llaga

A falta de la vida la he inventado;
a falta de un padre he sido el hijo;
a falta del hijo soy la ruina.

Cine ermita

Claro y caro era el mundo para él.
Claro e insólito el filme con la figura del héroe.
Combatiente o artesano, trapecista o estudiante,
da lo mismo, y no importa.
La primera película inicia
a las cuatro veintiocho de la tarde,
y los rasgos del niño se transfiguran en héroe,
y da lo mismo, y qué importa, bailar a lo
Astaire 0 lo Kelly, ser vaquero a lo Wayne,
el gran chulo a lo Gassman.
Relatos e historias (no lo ignora el niño)
se han hecho para él,
y en qué forma, y formidablemente, claro.
Ríelo y llóralo en el melodrama nacional,
extravíalo de frente y de perfil en el perfil
italiano de Gina Lollobrigida o en la alba
desnudez de Carrol Baker,
abúrrelo con Disney o con filmes
donde el protagonista es elefante o perro,
diviértelo, en fin, del todo, distráelo, en fin
-mientras afuera, sobre Revolución,
se lee en enormes letras: CINE ERMITA,
y el tren eléctrico color pajizo enfila hacia
el sur,
y llueve,
y la larga lluvia de agosto
se alarga y cae desde las goteras, y el agua
se mezcla en el pavimento oscuro
con el lodo o con aceite blando o espeso,
y en el asiento trasero del tren eléctrico
despierta el niño, se despereza, y mete
el dinero en el bolsillo roto del pantalón.

La muchacha y el Danubio

Como rama al romperse en el invierno blanco,
corazón lloró a la estrella; triste era el olmo,
y hace muchos años; cuánta fuerza y fiereza
en la adolescencia sin dirección, quién se atrevería
a decir: «Por aquí pasó el vendaval»; Dios creció
las ramas y cortó las hojas para que supiéramos
de la felicidad, si la luz pasa. ¡Ah el Danubio!
Estrella lloraba el corazón. Ella era agua
que sabía a vino; donde llegaba se oía
la luz. Era la estrella en el invierno blanco.
Era blanca y hermosa como el pueblo donde nació.
Ella me queda, me vive en mí, me llama
como un remordimiento.

Rosas

Las vi a diario, en los meses en flor,
en prados del jardín de aquella iglesia
que atenuaba las calles de Mixcoac,
ventana y pájaro del mundo leve,
nube y árbol para la nube sola,
mientras yo, picoteado fresno,
hacía versos de viajes y de libros,
de jóvenes amores infelices,
y creía que revolución y ética
podían darse la mano y ser bandera.
En el jardín umbrío o en el claustro
del amparo, las rosas eran llama,
hasta que un día, como un adiós perfecto,
la espina verde era la herida abierta.
Flor de luz en balcones provenzales.
Flor de adorno y desmayo petrarquista.
Flor helada en su veste de artificio.
Flor que halaga los versos de Ronsard
donde lozana semeja a la muchacha
que de bella hace faustos los salones,
pero que de no cortarse a tiempo
terminará marchita y recordando
los versos de Ronsard mientras se queja.
Asociaba eso en tardes melancólicas,
bajo los troenos o la adelfa en flor,
en prados del jardín de aquella iglesia
que atenuaba las calles de Mixcoac,
cuando el rayo cortaba en dos la alondra.

Se escribe

a Michael Rossner

Se escribe contra toda inocencia
del clavel o el lirio, contra el aire
inane del jardín, contra palabras
que hacen juegos vacíos, contra una estética
de vals vienés o parnasianas nubes.
Se escribe abriéndose las venas
hasta que el grito calla, con llanto ácido
que nace de pronto pues imposible
nos era contenerlo, con luz dura
como rabia azul, quemado el rostro,
destrozada el alma, desde una rama
frágil al borde del precipicio,
Se escribe.

Sankt Peter Friedhof

Haz de muchachas y onduladas sombras
se inclinan leves hacia las tumbas.
Es el delgado cementerio en rombo
de San Pedro y una vieja sonríe
porque yo escribo sobre la lápida
una historia y la mía. Mas la muerte
es del mar, y si llega, y si llego,
que me naufrague siempre el Pacífico,
mi ceniza conduzca a puerto naves.
Desde hace siglos los muertos oyen
madera como pájaros. Me mira
un pájaro negro sobre la cruz
de Berta Fendt. ¿Quién llama? Ah si llamo,
ah si vuelo, es por el sol el hijo,
hierro y lumbre en la guerra, en el sueño,
en la ruta, en el verso, en el amor,
y Uno.

Sankt Peter Kirche

En la iglesia, tras la rubia muchacha
y el Cristo en la penumbra, la locura
a la muerte mordía ciega. ¡El derrumbe!
¡Relinchos de caballos en la plaza!
¡Y el carillón, allá! Sobre la iglesia,
el pequeño cementerio de San Pedro
ensombrecía de pájaros; el ciego,
cubierto de pájaros, saludaba
al monte en su oscuridad verde.
Has gritado: «¡Adiós!» a la muerte para
que no oiga, no quieres que te oiga.
«Oh Padre Mío, desde el púlpito al padre
lo he arrojado en llamas. Y yo ¿qué hago?
¿ Y qué grito?»

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Autores
Donaciano Bueno Diez
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Cuando pasen los años y se acaben,se desborde…
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