DE VALENCIA A MADRID (Mi poema)
Juan José Téllez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

La vida es breve y se pasa
como si fuera un desliz
siempre buscando el barniz
de esa especie de melaza
que es el mundo. Y de aprendiz
hasta que el cuerpo se abrasa
pasa moviendo la brasa
caldeando muy feliz.
Voy de Valencia a Madrid
en el AVE ¡qué pasada!
ni un ruido, no se oye nada,
raudo como una perdiz.
Es un vagón de primera
no se ve la carretera,
la vida aquí es placentera,
-ya no existe el traqueteo,
que provocaba el mareo-
el tren se llama Adaliz.
Es un viaje confortable,
voy recostado en mi asiento
no se escucha a nadie que hable,
ni un suspiro, ni un aliento,
cada eremita en su ermita,
uno escribe, otro dormita,
pero dentro nadie grita
ni se oye un solo lamento.
El tren llega a su final
es un soplo un dulce acento,
como lo he visto, tal cual
lo he vivido te lo cuento.
Ya llegué a la terminal
me levanto en un momento,
justo el tren llegó, puntual,
al mismo ritmo que el viento.
©donaciano bueno

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Este recorrido que une la capital de España con la costa, 355 kilómetros, que por carretera nos llevaría entre 3,50 y 4 horas, merced al recién inaugurado tren de Alta Velocidad (AVE), se realiza en 1, 38 horas con una puntualidad inglesa.

MI POETA SUGERIDO: Juan José Téllez

Juan José Téllez

ANTIGUO TESTAMENTO

Si acaso el vaticinio se cumpliese
y sobreviniera al cabo al fin del día,
cuando el arcano del tarot lleve mi nombre,
decidle a los océanos que quise
su afición de aventura, no de muerte.

No entierren en sagrado mi memoria,
déjenla arder como alma en pena,
bríndenme un adiós en las tabernas,
detengan a la dama que me llore,
por el crimen del amor, verdugo mío.

Que no vengan los fantasmas a buscarme,
salvo los del bosque herido en llamas,
la ciudadela perdida o el mar muerto,
el continente que se hundió en la noche,
el oscuro idioma que ya nadie dice.

No pongan banderas, ningún himno suene:
yo fui un meteorito, un reflejo en el agua,
un beso robado, un país de silencios,
un hombre sin sombra, una hoja de otoño,
el sueño que amanece, y no es poco.

JURAMENTO

Me vais a soñar, puedo jurarlo,
escuadrones del miedo, venas abiertas,
altos rascacielos con vistas hacia el dólar
y almas oscuras de arenas movedizas.

Me vais a soñar como venganza,
como si ardieran los palacios del pasado
o los templos no dieran más refugio
ni el abrazo protegiese a la ternura.

Me vais a soñar y en vuestros ojos,
sólo habrá tristeza y maleficio,
un raro territorio sin cosechas,
el viaje que no lleva a parte alguna.

Me vais a soñar, merodeadores,
bucaneros que saquean el viejo muelle,
papeles sin palabras, tarde en penumbras,
desamor que nos despoja de utopía.

REGRESO A VENECIA

En otro tiempo, entonaba poemas ambiciosos
como esta ambigua ciudad de lujo y decadencia,
palabras de mármol, emociones barrocas,
oscuras catedrales de miedo y de silencio,
alzadas sobre un sitio sin apenas tierra firme.

A aquel paisaje vuelvo y releo algunas frases
que escribí bajo el signo de la pasión eterna,
embarcaderos vacíos, desolados palacios,
y los rostros que veo no llevan ya mi sombra.

Por la Serenísima el tiempo se desploma
como un peso muerto con sabor a fracaso.
Miro pasar las góndolas y las páginas de un libro
donde no hay escrito nada que merezca la pena.
¿Qué fue de la República que cautivase al mar
y de un joven poeta que buscaba ser sabio?

NON PLUS ULTRA

Bienaventurados los templos y los patios de aspidistras,
la palabra desnuda que extremece a la muerte.
¿Qué, salvo silencio, seríamos, salvo noche,
Sin las sinfonías o los lienzos al óleo,
sin las cartas marinas y las largas cometas?

Aullaríamos de miedo en la selva de las horas,
sin esa vaga memoria de ideas y de dioses.
Perdidos, sin misterio, tenebrosos mezquinos,
sin no surcaran sus piernas la luz de los crepúsculos,
el curso de los ríos, las nieves perpetuas
y la niebla que envuelve al corazón solitario.

Bienaventurados los puentes y los carros de fuego,
la sombra de la duda, la certeza del fin.
Más allá el abismo. Más acá, los monstruos.

ESA TORMENTA EXTRAÑA

¿Qué buscarás mañana junto al galeón del puerto,
las telas y el ámbar, los libros de las luces
o el cofre con monedas cuya letra oculta
el verdadero nombre de sus ensayadores?

¿O pedirás acaso el relato que narran
al relente, de noche, en el castillo de proa,
fábula de tritones, cantos de sirenas
o la voz arponera que avisa entre el velamen
que las ballenas blancas solamente surtan
cierto mar proceloso mal llamado imposible?

Bajaré a los muelles para ver como vuelves
con las manos vacías de un mundo sin misterio:
ya no más las hazañas de aquel pirata incendiario
o las tabernas escritas entre los labios mestizos,
ni el humo del vapor sonando en la bocana
como la exacta promesa de una larga aventura
que jamás nadie se atreviese a romper.

Ahora, apenas veo pesqueros en desguace
y las altas cubiertas de los buques que llevan
largos contenedores de metal azulado
en donde ya nadie recuerda nuestro miedo
a que un día barajasen malas cartas marinas
y aquella mercancía de los viejos bajeles
sólo fuera espejismo, un antiguo naufragio,
la bruma en la escollera, esa tormenta extraña.

PARTE DE GUERRA

Cuando vuelvas del miedo, tráeme los nombres
de aquellos recuerdos que no nos conciernen,
la calle en tinieblas donde nunca hubo pasos
sonando en silencio por la madrugada.

Cuando el país del regreso ya figure en tu ruta,
devuélveme las islas en donde nunca buscamos
un tesoro sin mapa, esas raras fronteras
asoladas por las huestes de la melancolía.

Cuando bajes acaso del vapor de los siglos
y no venga nadie al puerto a saludar tu viaje,
pregunta por los años en que un tipo avistaba
en el muelle, cada tarde, la línea de la sombra.

Cuando acudas, entonces, susurrando canciones,
películas antiguas, las huellas de otro tiempo,
sólo verás la muerte y una casa sola,
pero ni en tus propias palabras hallarás abrigo.

Cuando el destino te alcance con su zarpa de acero
y todas las ruletas apunten a las sienes,
dime el rumbo de una ciudad que no sea mentira
y una sola pasión sin daños colaterales.

LOS PEORES PRESAGIOS

Llegarán los Hermanos de la Costa
a despojar los restos de los sueños.
Mis heridas no morderán la bala
ni habrá un solo recuerdo que sea tuyo.

Volarán las palomas de las malas noticias
sobre el mapa que lleve nuestro norte.
Llamará la angustia de las altas horas
en ese tiempo muerto cuando nunca
doblen a gloria las campanas amantes.

Nos leerá las cartas del destino
cualquiera que no sepa su alfabeto.
Seremos dos países mutuamente remotos,
impenetrables rostros, imposibles cimas,
islas sin tesoro, pecios en la escollera.

PAISAJE DESDE UN BOEING

Desde el aire, cuesta distinguir los flamboyanes,
las dulces damiselas de apellido antiguo
que pasean del brazo de imposibles mucamas.
A veces, sobresalen rascacielos, recuerdos,
una nación de brumas rompiendo el horizonte.

El avión demuestra que la tierra es plana
como los sabios marinos que imaginaron a Ulises.
Océanos, pesadillas, ríos ardiendo,
a babor de ese vuelo que el viajero comparte
como si la vida propia no fuese suya,
ni el tiempo le contara, ni la muerte le buscase.

Hay un fantasma que mira por la ventanilla
de un lugar que no existe salvo en los sonares,
la leve patria de las aeromozas,
el corazón desnudo de las aves peregrinas.
No es nada, entonces, su porte y sus tarjetas
de crédito son nada. Quien le espera, sabe
que aguarda para siempre.
Quien movió los pañuelos para despedir su rastro,
tal vez se arrepienta muy pronto de ese gesto,
y a más de miles de pies o de millas,
en mitad de un barrunto, el ojo de la tormenta,
hay alguien que sabe que el limbo debe ser
como ese rincón de fronteras azules:
el aire, solo, el aire
donde cuesta, sin duda, distinguir los flamboyanes.

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Donaciano Bueno Diez
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