YO NO LE RECONOZCO (Mi poema)
Ramón Cote Baraibar (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Pues no le reconozco, no pregunten,
que ignoro por qué al mundo él ha venido,
qué es lo que ha hecho, si algo ha conseguido,
por qué y para qué está. Y aunque barrunten,
ni siquiera sé aún por qué no ha huido.

Tampoco sé y saberlo hoy no quisiera,
si en el barco él es el dueño del timón,
en suerte le ha tocado el acordeón
en la orquesta que anida en su sesera
o si él quisiera tocar el saxofón.

Si es consciente del mar que está bravío
y se ha inmerso en la niebla bien despierto
decidido aparcar en este puerto
a los mandos, ingenuo, del navío
enfrentando sin fe a ese cielo abierto.

Tal es así que él nunca descubrió
los tesoros que hubiera en su camino,
si fue un acierto o fuera un desatino
la corriente que tan trémula anegó,
en sus babas de sed a ese cretino.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Ramón Cote Baraibar

Ramón Cote Baraibar

LAS MUERTES

A los dieciséis años
uno de mis mejores amigos del colegio
se pegó un tiro en la cabeza
por una decepción amorosa.

A los treinta y nueve
mi más admirado profesor de literatura
murió de hipotermia en un río,
por salvar a su perro que se ahogaba
bajo una engañosa capa de hielo.

A los cuarenta y cuatro
un poeta norteamericano que acababa
de conocer desapareció para siempre
en una remota isla al sur del Japón
por ver de cerca la boca de un volcán.

Muchos dirán con sangre fría
que la impaciencia del primero,
la extrema confianza del segundo
o el imprudente proceder
del tercero, fueron la causa determinante,
como si esas explicaciones pudieran alterar
la gravedad de los resultados.

A lo largo de la vida
uno va acumulando muertes
y se empieza a pensar sin quererlo
en cuál de esas será la suya,
si será por amor, Sergio, por lealtad,
Eduardo, o por valentía,
Craig.

TEMPLO PORTÁTIL

A Fabio Morábito.

Si quieres hacer tuya cualquier esquina
acerca a la ventana más próxima un asiento
para detener el desorden de las horas.

Si ya escogiste ese preciso lugar de la casa
donde habitas, entonces enciende una vieja lámpara
que ilumine el perímetro de tu nuevo territorio.

De esa manera no será necesario que disimules
tu condición errante cambiando los muebles
o llenando las mesas con fotos familiares.

Pronto descubrirás la necesidad de estar allí,
inmóvil, rodeado de fugacidad y permanencia
en tu península con su faro solitario.

Sea cual sea el lugar donde te encuentres
sabrás que cada noche tienes una cita
en ese espacio que amplía sus fronteras.

No habrá palacio que lo iguale
ni monumento de mármol que lo imite:
este será tu palacio y tu monumento.

Pasarás las semanas sucesivas sabiendo
que ya cuentas para el resto de tu vida
con un lugar que solo a tí te pertenece.

Basta elegir una esquina cualquiera, una mínima
ventana, un asiento y una vieja lámpara
para que viajes por el mundo y puedas repetir
tu ritual nocturno en tu templo portátil
acompañado por tus dioses domésticos. Así nunca
te sentirás extraño en ninguna parte de la tierra.

Sonata del ángel

AL extranjero no se le reconoce únicamente
por su soledad. Apartado y oblicuo
observa cómo el tiempo es en otros tiranía,
lumbre discutible. Aunque mucho se demore
en otro país que no es el suyo
y pierda sus giros indelebles y el lenguaje
que no le bastaba para cubrir su timidez
ahora le resulte en cierto modo familiar,
intenta descubrirle cerca de sus hombros,
bajo su única camisa amarilla,
los vacíos orificios de sus alas.

Aviso de tormenta

Pasan las horas de la tarde y este gris
acumulado durante semanas no se decide
a ser tormenta.
Por todas partes de la ciudad se siente un presagio
de trueno, por todas las esquinas se huye
de su amenaza de metal,
como de un temible cuchillo.

Quizás eso explique el esquivo
perfil de sus habitantes, el retroceso
de palomas en los parques,
el angustioso pregón de los loteros y hasta la impaciencia
de los vendedores de paraguas.

Sucede que de su veredicto depende
tanto cautiverio. Basta una advertencia,
un tácito relámpago rasgando el cielo
para que Bogotá sea limitada y muda,
y para que los cerros del oriente,
que parecían protegernos,
se conviertan en cómplices de su resonancia.

Así se vive en esta ciudad de las alturas:
esperando que pase lo peor
y llegue el día en que todos
podamos habitar la merecida inmensidad
del azul
que desde hace siglos se nos niega.

Segundo testimonio de soledad

Errante entre todos los nombres todavía,
oculta detrás del sol, o a un lado,
ya que aún no eres
pero vas a llegar a serlo,
si puedes, si eres capaz
mírame fijamente a los ojos y memoriza
estas palabras que ahora te dirijo:
si en vez de mano tuviera el aire
y si en vez del aire tuviera el cielo
con ese cielo te haría un pájaro,
para que el día en que decidas
llegar desde muy lejos
te reciba como un árbol
con los brazos abiertos
y pueda saludarte y besarte y decirte:
bienvenida tú de vuelo en vuelo,
ave de alivio.

Extranjeros

Los extranjeros tienen una forma de alejarse
que muchas veces se parece al desprecio.
La timidez
de un vagón de la Western Pacific,
pintado a propósito para filmar
alguna película de vaqueros en el desierto de Almería,
o el verde de Carruagems Portugueses
que recuerda a un camaleón incómodo
descubierto de repente,
o el ruso, molesto de tener pintado
un caballo que responde
a la desvaída emoción del jinete
en una parada militar.
Más tarde formarán parte del inventario,
pero por ahora siguen conversando
ese extravío mudo
de las cosas olvidadas
el dolor guardado —golondrinas— con que callan,
el anillo equivocado de las despedidas.

Shenandoah

Existe
en medio del bosque
un árbol elegido
que maduro de verano
da la señal.

Allí se inicia el otoño
de toda una nación,

un árbol alto
quizás un arce

o un roble
se revela del bosque
con toda su tripulación
alzando sus sables dorados.
Es un abordaje
desapercibido.

A su alrededor
todo sigue siendo verde,
salvo este árbol
erguido, agorero,
terminal.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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