AÑO INACABABLE (Mi poema)
Héctor Freire (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Ese año fue el más largo de mi vida,
quise agarrar la luna con la mano
y ser amable, en vez de ser villano,
y no darle un descanso a la bebida
del sueño que engolaba casquivano.

Ese año se alargó hasta el infinito,
fue el más amable, tedioso, incluso cruel,
una etapa en que anduvo entre la miel
para hasta el final seguir proscrito
y acabar de pena ahogándose en la hiel.

Insoportable invierno, primavera
bendecida, libélula dorada,
el sueño aposentado en mi almohada
ya mustio ese verano en su frontera
al otoño llevó de paz vedada.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Héctor Freire

Héctor Freire

FOTOS DE QIBYA*

En vano se bañó nuestra noche con la fragancia de los naranjos.

Yabra Ibrahím Yabra **

I
En Qibya la luna brilla como nunca, y los perros
aún devoran el corazón del sol.
Un anciano se levanta a tientas y maldice en voz baja:
“- Somos como pájaros en el suelo que intentan desenterrar sus alas,
y se consumen y no cesan.-“
Mientras la mujer de ojos transparentes, ensangrentada
camina entre los muertos buscando a su hijo.

Hay en este sitio un vacío siniestro,
como si el destino estuviera anunciando
la aflicción de un futuro traicionado.
Todo es aquí como el sueño perdido del bien,
el triunfo imposible de la memoria
que siempre olvida: esa mezcla de pasado y deseo
que despierta con luz primaveral los frutos de la sombra.

Sin embargo, ese árbol tronchado, aún no ha muerto,
y esas piedras que resisten debajo de las balas
los tormentos del polvo y del viento
para forzar al hombre, y sólo por un instante,
aprender de la humildad del ciprés y del olivo
que cuanto más altos son, más se doblan.

II
En la Noche del Alma, en Qibya, una corriente secreta
inscribe en el temblor de las ruinas, la invitación al ruego:
“-¿Hace falta más muerte, todavía?-“

La herencia de la pena desteje el luto para ver
los preciosos huesos de la luna.
Nadie tendrá después que bordar las culpas
y cubrir sus rostros con la oscuridad cargada de tragedia.
Fueron cuerpos vivos en los esplendores de la mañana,
y ahora son nada más que residuos trizados por el odio.
Polvo en los paisajes del desierto, apenas unas manchas
sobre una blanca pared, sola en la intemperie.

*Qibya es un pueblo palestino de Cisjordania, cuyos habitantes fueron masacrados por tropas del Ejército Israelí (Unidad 101) el 14.10.1953. El Coronel Ariel Sharon (después 1er. Ministro Israelí), fue quien dirigió las tropas en aquel siniestro día. La “Operación Shoshana” (a la memoria de una de las víctimas judías del atentado que desencadenó la represalia) produjo 70 víctimas mortales, entre ellas mujeres, ancianos, niños, y la destrucción de 50 casas. En aquella época, la masacre fue reprobada unánimemente en todo el mundo, y condenada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y fue vista como el inicio de la política controvertida de represalias desmedidas, y sistemáticas aplicadas hasta la actualidad por el Estado de Israel.
**Yabra Ibrahim Yabra, es uno de los más representativos poetas palestinos. Nació en Belén en 1919 y murió en Bagdad en1994. Uno de sus poemas más importantes y difundidos se titula Qibya. El acápite, a modo de “disparador” y homenaje, corresponde a un verso de dicho poema.

NATURALEZA MUERTA

(Canasta con frutas, Caravaggio)

Nada hace prever en el color de las frutas
su muerte próxima.
Sueñan al borde de la mesa
donde se agitan suavemente
en las ramas más altas y flexibles.
Instauran la armonía de los cuerpos blandos:

-lo bello suele estar cerca de lo corrupto-

Unidas por un hilo de luz,
esas frutas no son más reales
de lo que pueden serlo en una pintura.
En esta “naturaleza muerta”,
una luminosa cortina amarilla se deja caer
más allá de la espesura de los años.
Al amanecer los simulados árboles
se volverán a mostrar tras las sombras de las hojas.
Y sin embargo, en esta canasta con frutas pintada
en 1596, por el violento y fugitivo Caravaggio,
un claro resplandor se seguirá esparciendo:
el silencio de una escena única que se precipita
sobre el dibujo animado del horizonte.
“Su valor radica en el hecho de estar aquí y no allí”.

Ahora, el sol proyecta su dedo de sombra
sobre el lienzo y rompe la permanencia
con que se disfraza: es una luz íntima
y este instante es perpetuo.

PINTURA

En su zoología de intimidad, el gato de Hokusai
destaca el impudor que pretende evitar,
la infinitud de aquello que los humanos ignoramos.
Quizás por eso, su ocio nos resulta demasiado trabajoso.
En ese “vacío pictórico” – inservible a efectos descriptivos-
se ajusta el contenido de su imagen:
una humilde silueta recortada que elimina cuanto sobra.
Por un instante ese signo de mesura
nos hace olvidar la violencia del mundo.

JARDÍN ZEN*

El tiempo ancló ahí su punzante trabajo de cirugía.
Sin embargo, esa piedra simple, irregular, austera
parece restituir al jardín la luz lunar almacenada.
Su escrupulosa exactitud hace que el grano de arena
más ínfimo se convierta en infinitos destellos.

De tanto ser mirada esa “piedra de sol”,
se ha vuelto transparente, su realidad innata
hace del ritmo del cielo, un mar sin espesura.

El instante que brilla y se abisma en sí mismo,
y nunca desaparece por completo.
Hay momentos imposibles de medir y contener:
son bendiciones inmerecidas e imprevistas.
Semillas que estallan y describen
la naturaleza inmóvil del tiempo.
Ahora la luz, en el centro del jardín
se vacía de su sombra:
un pájaro se ha detenido en el aire.
Es como un sueño que no encuentra cuerpo para soñar,
un agua muerta de tanto estar despierta.

* En el templo Ryoanji de Kyoto, hay un jardín zen de arena blanca y grano grueso, que tiene la virtud de reflejar los rayos de la luna. Esta arena, rastrillada por los monjes en rectos surcos paralelos o en círculos concéntricos, forma una “pintura abstracta” en torno a rocas irregulares.

CAMINO A EPIDAURO

El Espíritu es una cosa que dura.

Henri Bergson

Cada pedazo de tierra es una construcción en ruinas
que no se repetirá nunca,
una escritura cifrada detrás de la cual
plantas y animales se encuentran por primera y última vez.

Sólo la abundancia verbal para el saber sin nombre de las piedras,
mientras los Tholos de Asklepios* son el primer reflejo
de la eternidad en la luz, el silencio como aura: color marfil y oro,
fruto abundante entre los dientes de Artemisa.

Impasibles, los insectos se han detenido en el follaje
y sólo los árboles parecen estar vivos:

“Dionisio ha sido domesticado por la mirada de Apolo”.

Ahora, la sombra disminuye y los mismos árboles
conforman un único punto ante el vacío ficticio
de las manchas de sol del otoño.

Brillan negros y blancuzcos,
a la vez son frágiles y ricos en movimientos
que apenas se perciben.
Ningún sonido revela la proximidad de una presencia,
y a su alrededor parece duplicarse el silencio del mediodía.
En ese instante de lamento sonriente, el porvenir es traicionado:

-“Grecia es un fósil saturado de sol”-

Ahora reluce la niebla y tiende un velo palpitante sobre la lejanía.
Hay cambio e intercambio; en Epidauro
nada permanece y nada desaparece por completo.
-“¿Y qué otra cosa necesita este paisaje?”-
Se disipó el día. Se escucha un sonido desde la oscuridad.
Es la hora en que “la vida paga el óbolo de la hoja de olivo”.**
A lo lejos, entre los cipreses y los almendros,
mujeres de negro parecen flotar inmóviles.
*Antiguo templo de Esculapio.
**de un verso del poema Lacónico de O.Elytis.

CLARIDAD SIN SOL

(Contemplando una vieja fotografía)

Lo real debería ayudar a vivir los sueños.

Para Tito

La boyita blanca se hundió de golpe y sin avisar,
y un pez plateado iluminó el agua como el follaje
encendido de los árboles en las tardes de otoño.
En ese “instante vacío” los tiempos se entrecruzan
y nuestra relación con el paisaje se invierte:
más que recordar sentimos que el pasado nos recuerda.

-Pero la memoria es aquello que a medida
que nos acercamos nos aleja.-

Ahora el viento persiste con su presencia sin cuerpo
y barre las hojas ante la claridad que muere:

-Paciencia y lentitud-

La luz se ha comprimido en el rincón
más oscuro de la fotografía,
tiene miedo de estar perdida:
el peso de las sombras cierra todas las puertas,
y finalmente desaparece, como el recuerdo
de aquella escena junto al lago en la que mi padre
me habló de los misterios de la pesca.

A veces, se tiene la impresión de habitar una imagen,
el sentimiento de que el tiempo, al igual que aquel pez
súbitamente está fuera del cuadro.
Y en silencio avanza, y a medida que crece su presencia
disminuye la del que la contempla.

Sin movernos, la memoria nos cambia de lugar,
nos da y quita realidad.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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