DEJAR LA MENTE EN BLANCO (Mi poema)
Mónica Velasco (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Dejar la mente en blanco no es posible,
es cual fuera ese un banco sin billetes,
un preso al que le han puesto los grilletes,
un vaso con un líquido imbebible,
la huelga sin piquetes.

La mente está en constante movimiento,
se muestra diligente y laboriosa,
la mente es para algunos una diosa
que viene y va lo mismo que hace el viento,
pues ella es caprichosa.

La mente es un vestido con costuras,
que aunque haya un descosido no ve nada,
hay veces que te suelta una patada
y hay otras en que todo se ve a oscuras,
cual vaca ella es sagrada.

Mas no pienses que todas son iguales
que algunas hay que van contracorriente.
La mía, algo holgazana, es persistente,
si digo que la pongo unos bozales
se va por la pendiente.
©donaciano bueno.

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MI POETA SUGERIDO: Mónica Velasco

Mónica Velasco

La lágrima del corzo

De Llumantia ilíquida. The Wavering Blaze

¿Qué nos importa, ya,
si oscurece la tarde?
¿Qué importa si el viento
nos trae a las pupilas
olor a incienso, a tierras altas?
¡Amémonos como lo quiere la vida!
¿No sientes el pulso suave
salirse entre los miembros?
¿No rompes en delirio en
esta estancia sin prisa,
en este abismo de flores?
¡Amémonos como lo pide el mundo!
Escucha al mar
cantar al fondo de sí mismo
esa canción profunda.
Escucha las aves hilar la tela
que sostiene al ruido.
Todo late esta tarde por nosotros
esperando el azar
de tu mirada, fortuita,
abriendo mi vestido

Comulga el ave con el aire,
el vuelo en el vuelo
Y la distancia o persigue nada.

Un océano de luces, vertical.
La rama flota en su música.
Recorta los perfiles solo el ojo
en la mirada.

Madre de una muchedumbre

Porque en la noche prende lo perdido.
Porque la noche no arranca
en su descenso húmedo
y no acaba de romper el firmamento,
yo llevo ahijados en mi cuerpo
todos los nombres.
Soy madre de una muchedumbre
y a todos conozco.
Pude ver hincarse las rodillas
y la frente del último bastión
de Atenas.
Entonces lloré como una niña
y mis cabellos mojados
mojaron al mundo.
La sangre precipitada
untó mis manos todas,
mi vestido.

Alejandría fue mi patria
con sus hombres.
Pescadores del puerto
me mordieron los pechos.
Yo en el Faro los esperaba
a todos, venidos de lejos,
con sedas de China,
con algodones de Indias,
con sus cansancios todos,
su soledad…
En mis caderas anchas dejaron
sus cabellos y muchos
lloraron hasta el alba.
¡Qué inmensa su canción!

Soy madre de una muchedumbre
que aún palpita en mi pecho y en mi
rojo vestido de flores
llevo a la humanidad.
Al viento lanzo mi oración perpetua
con los nombres de mis hijos,
porque en mis labios no muere
una sola y callada muerte
huérfana.

Recuerdo el nombre de los hijos
de cada selva,
cada línea de sus manos.
Recojo el llanto de sus madres
cuando en la noche recorren
el canto oscuro de las lanzas,
la piel del tigre.
Y recojo
el llanto y la marea
y la lucha de los hombres
que muerden las ortigas
del mar
hasta la aurora,
porque esos hijos me duelen
como duele la carne.

Soy madre de una muchedumbre.
A todos. A cada uno
conozco.

Ser noche que dispara
o ser dardo que acude.
Y ser en la noche
y en el dardo
el incienso que queda.

Urdimbre

¡Qué redondez la de la vida! Déjala
hacerse en el hilado de una abeja
tras otra, en la campana de la lavanda
de este huerto improviso. No reparan las
flores ni insecto alguno en mi estancia.
Aquí solo soy. Escucho morder
la breve madera por la avispa,
el aire que entre las ramas desgrana.
No hay luz que rompa contra
la piedra y no hiera en su propia luz.
La cascada olorosa, esta urdimbre
en tensión que es la tierra,
en su dicha me bastan.
Mis ojos han dejado de ser dos tigres,
al acecho, en la belleza,
escrutadores. Traspasados
de este incendio detrás de la pupila
son un aceite solo, que vibra,
noche aceitosa del mar y de lo oscuro,
en esta música inaudible y certera.

De Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro

«Hay algo en el amor que pertenece
a este mundo»
GONZÁLEZ IGLESIAS, J.A.

Hay algo en el amor

Hay algo en el amor
que no nos pertenece. Que es fuga.
Algo como esta luz diaria
que no es nuestra tampoco.
Como el calor que deja el cuerpo
en las estancias, entre las sábanas.
Que se evapora y resiste de algún modo.
Respiro. Cuerpo de átomos el aire
me acontece y es la dicha.
El solo aire, tu dicha
en mi respiración.
A cambio sé que venceremos.
La fuga de tu aliento sobre el mundo
se curva entre las flores,
amenaza a la muerte,
sortea precipicios y ya solo
el viento puede ser
lecho de especias,
resistencia fecunda
de la vida.

Origen

Dejadme sola con los lirios.
En el silencio de mi voz
combada hacia los astros,
tejidos mis tobillos a la raíz
del olivo, en la maraña de la tierra.
Mi cuerpo silba en la cometa.
Los cabellos, levantados
por el polvo de la vida.

Siento la ubre de las hembras
en mis dedos alargados,
el roce del polen en las campanas,
el vello de mis brazos es arpa
para el viento.
El cuello sostiene los aromas
vencidos por la lluvia,
la verdad de las jóvenes bocas,
el néctar de las nupcias.
Mis labios emiten códigos indescifrables.
Flores de cerezo anidan mi frente.
Gorriones y jilgueros en cascada
coronan las sienes,
me trenzan los cabellos.
Dejadme este bosque purísimo,
las ciervas recién paridas
detrás de los helechos,
el blanco de la lechuza y sus ojos,
el amor en la garganta.

El sol se filtra entre los robles
y ya seca mi ropa.
Va cesando la música en mi pelo.
Se adormecen los pájaros.
Los hombros son lecho
de algún erizo ahora
y en mi pecho reposan las libélulas.

El vientre,
matojo de encinas,
nudo fértil,
es origen.

El envés de las hojas

El envés de las hojas
me habla más del amor
que su dorso.
Cuando el viento levanta
su lado más íntimo,
el que carece de brillo,
el que asemeja
la cara oculta de la luna,
siento que la luz toda
se adentra al nervio más humilde,
al menos precioso
y que se hace el milagro.

Hoja, apenas

¿Quién puede atestiguar que este temblor
no es vibración del mundo?
¿Quién si en las hojas
heridas del otoño no es donde
la frente Dios reposa o su latido?
¿Quién de este tronco
en su altura de bosque
no cantaría la dicha,
no la aurora?
Alcanzada la garganta del sabor.
Punzado el iris de mis ojos.
Soy yo contemplación y vibro,
hoja apenas sostenida
de su tallo.

De la escritura

Cuando mis ojos perfilan el roce
del ala en el aire,
descifran el fuego.
Cuando mi oído alcanza
la tensión del átomo en la vida.
Cuando mi piel inspira
la temperatura que fuera
de mí -en sinergia-
circunda y se inflama.
Soy el lobo al acecho de toda verdad.
Fiera de fauces y garras.
Encrespada. Devoro.
Después, el cazador de la noche
abrirá mi vientre y me hundiré,
de nuevo,
en la rutina del pozo
cargado de piedras.

Grafemas

El aire suspendido los comprende.
Conoce los grafemas que diluyen
su discurso. ¡El solo aire!
Cruzar entre los planos un ala
que abarque
la sola transparencia.
Soñar el trazo desligado de la letra,
dejar la sola palabra al azar.
Y vienen a mi casa con su lumbre.
Traspasan los postigos y los muros.
Todo es selva cercada, luminosa,
jardín donde las letras me recuerdan
la escala que tendemos invisible.
Mejor es no decir
y ser del vuelo.

Alas

La vi entregarse en su blancura,
-oleaje y vendaval-.
Tal vez se hiriese incluso entre las ramas.
Todo su ímpetu fue entrega o búsqueda.
¿Qué hallaría su pureza desnuda?
Aquel sonido brusco de sus alas
torpemente, como el albatros del francés.
¿Qué deseo llevó a este ángel,
-ramas, aliento, polvareda-
a adentrarse entre las hojas del abeto
y a olvidarse?

Soledad

Y se llenó el bosque de pájaros,
las cúpulas de pájaros.
Pasaron sobre mí antorchas, siglos
de pájaros.
Cantaban su canción polifónica.
Solo uno acompañaba mi tarde
en el tejado.
Su canto era el mío y era solo.
Dejó que se marcharan,
como piedras.
Volvió a cantar después.
Solo su canto solo.
Más allá de la niebla.

La escucha

La escucha, que es de salmo, está a la espera.
La entrega, en oración. Así los trigos.
No aspiro a nada más, pues ya lo es todo.
Esa es la danza que quiero de mi vida.
Aquí mi piel, mis órganos: arena.
¡Permeadme junto al agua,
erguidme junto al fuego,
levantada en la llama!
Conquistad en el viento cada grano
y dispersadme.
Añoro esa conquista en la extensión
sobre los bosques, los océanos,
valles sombríos donde no cupo la luz.
Cavernas solitarias del océano,
sabéis vosotras, también,
de su existencia.

No son los rayos del astro
ni el conjuro de la luna
su más puro reflejo.
Solo amor lo sabe.

Solo el signo

¡Solo me alcanza el signo!
Pájaro, rama, sortilegio,
fuente, pulso, latido.
¿Con qué el hilado me hilvana
al arroyo y a su música?
¿Qué parte de mí recoge
el viento y me hermana
con trigos y adobes,
el malva del tomillo,
la contundencia del cactus y su luz?
¿Cuánto de mí conoce el aire
y cuánto queda entre la música?
Solo signo yo,
presencia pura y pensamiento.

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Autores
Donaciano Bueno Diez
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