GARGANTA, VEN A MI (Mi poema)
Juan Antonio Bernier (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo

 

Garganta, ven a mí, párame el habla,
impídele que diga más sandeces,
que mezcle la cordura y las memeces
llenando el paladar a rajatabla.

Y deja de gritar. Que esta garganta,
por más que se lamenten, tus soplidos,
no van a hacer saltar a mis oídos
ni ver que mi gaznate se atraganta.

Garganta que abusando de glotona
en letras putrefactas regodeas
y luego de abusar vas y te meas
y aun sigues tan tranquila en tu poltrona.

Garganta eres atea, sacrosanta,
diciendo las verdades y mentiras
que emites mal olor cuando respiras
así seas el mal que al mal espantas.

¿Qué tienes que objetar si es el cerebro
el único que manda, al que obedeces?
Mas valiera olvidarte de tus preces
y hacerle al cavilar un buen requiebro.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Juan Antonio Bernier

ANISA

Qué hermosa habitación en penumbra,
la nuestra
a las doce de la mañana.

Mi ropa
colgada de cualquier
forma
sobre tu bicicleta.

Palabras
provocadas
por el tacto.
Mandíbulas y humo.

Nuestras voces, una a una.

UN RELATO PICTÓRICO CASUAL

1.
Anaqueles de ropa tendida.
Sugieren algo risueño
allá en lo alto,
contra un fondo de ladrillo.

Como este chaleco de obra,
dominical, naranja,
tendido boca abajo,
suspendido en su sueño.

2.
Área de sol,
resplandece en tu margen.
La sombra ha de llegar,
lo sabes, narrativa.

3.
Cuerda combada.
Posturas de la siesta.

NO SÉ, QUIZÁS, SUPONGO, PERO

Como estar abrazados.
Uno se siente,
no sé,
como lleno por fuera.

Y hay un ritmo en la calle
que sigue sin nosotros,
y el día pasa así,
aunque no nos afecta,
porque eres hermosa

y mi belleza tiende hacia la tuya.

Ahora ya lo sé,
te he comenzado un poema
y lo escribo despacio
cuando estamos aquí,
en el hueco entre nosotros.
(de Árboles con tronco pintado de blanco, 2011)

SONIDO: SU NIDO

el alba en el filo,
en el filo el ave,
el ave en su trino.
(Inéditos)

LOS POLÍTICOS

Nos damos cuenta los hombres enteramente de todo,
pero no podemos con los que tienen cargos importantes.
Sabemos que pueden ser honrados esencialmente,
que pueden ser borrachos o cobardes acaso.
Unos están levantados por los votos unánimemente,
otros por el ejército no tan unánimemente,
otros por sus escudos genealógicamente.

Sabemos que ellos dirigen el mundo,
que inauguran hospitales y ponen las primeras piedras;
pero nada sabemos de su vida particular,
si son, si no son, sino lo que cuentan los periódicos.
Presiden Consejos y hacen declaraciones que no leen sus súbditos,
y cada uno de ellos manda en su territorio particular,
y la muestra es que de vez en cuando ajustician con gran ceremonia
y una nota interesante de su poder es el garrote, o la cámara de gas.

También mueven ejércitos, soldados, no de plomo,
que desfilan, juegan; y el ministro del pequeño país
compra tanques, y el del más grande, submarinos;
se arman, se rearman y los pobres aplauden los desfiles
donde ondea de cada uno su bandera particular
con la hoz, con la luna, con el escudo,
con su color, policolor, particular.

Y el vodka en los almuerzos se consume o en la cena el champán.
Oriente y Occidente; indigestiones influyen en la Bolsa,
se brinda por la paz, el matadero científicamente se prepara.
Agotados los sabios, los obreros roen su pan.
El horario es el látigo de ahora. Prisa por construir,
mientras se ríe la calavera del futuro ciego.

Nos damos cuenta de todo, pero nada podemos hacer;
Nos hacen votar, nos condecoran, súbditos somos, pues;
el pan nos falta, los zapatos, la vitamina tal;
hacinados vivimos, la colmena humana su reina tiene.

Los políticos sabios discuten, ríen, viven.
El protocolo ciñe sus vientres de bandas,
el paso es solemne y la engolada voz
manda sobre las trompetas, los tambores, los tanques, los cañones,
y la mecha del átomo en su mano.
Nada podemos hacer; pero nos damos cuenta aquí los hombres.

Permitid, señor

Permitid, Señor
Permitid, Señor, un poco de lujuria en este mundo.
Permitid que el roce de los labios sea caliente levadura,
permitid que las pupilas de luto del deseo se hundan en el pozo de otros ojos,
permitid que la mano del osado amante palpe la sangre ajena estremecida.

Dejad hervir la entraña de los machos sobre la piel desnuda
dejad el juego de los adolescentes labios bucear en los senos de los lirios,
dejad las vírgenes con su secreto fuego ardiendo en piras escondidas,
dejad los muslos de los verdes tallos mezclarse en llamas de tacto, en apretadas lianas de caricias.

Que el rubor se desnude enteramente y la escultura
surja de tactos y torrentes,
que los zumos de los ojos exprimidos y de brazos,
manen de fuentes secretas y de labios.
Permitidlo, Señor, que ya sufrieron sus penas los humanos,
que ya, bastante, la carga duró sobre sus hombros.

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Donaciano Bueno Diez
Juan Antonio Bernier
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