HAY DÍAS PARA ABURRIRSE (Mi poema)
Verónica Aranda (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

Hay días ya lejanos que estarías
contento de no haberte conocido,
o acaso que hoy hubieras bendecido
consciente por entonces que existías.

Hay días presumiendo de pacatos
y hay días que has subido a los altares,
y hay otros que anotar, lloviendo a mares,
te hicieron padecer su malos ratos.

Aquellos que anduviste de visita
y que te resultaron contrariados,
y aquellos tan repletos de pecados
o, simple, los que fuiste un eremita.

Que días tú has tenido aquí a montones
andando resignado con tristeza,
o aquellos disfrutando la belleza
debieron de aparcar a las razones.

Aquellos en que tú eras incipiente,
pasados, presumiendo de maduro,
saliendo a pasear con aire puro,
con viento que tornóse maloliente.

Algunos revestidos de misterio
sacándole de cuajo a los temores,
los mismos que, recuerdos son amores,
tan solo de pensar te ponen serio.

Que hay días con sus noches a destajo
y algunos que anduviste con reproches,
durmiendo con tus miedos por las noches
y hay otros que te importan un carajo.

Mintiera si aquí digo que son pocos
así que en un tris-trás hayan pasado,
te arrastren sin pudor hacia otro lado
haciendo que sufrieras de sofocos.

Jornadas que anduviste de turista
o aquellos diseñando los renglones,
tratando apaciguar a las pasiones
fingiendo ser allí corto de vista.

Y días, días, días y más días
que intentas atrapar y se te escapan,
los miras y hay algunos que derrapan
y arrastran su existencia en cañerías.

Pues días dispusiste pa’ aburrirte,
los llantos para ti ya hoy te los guardas,
preñadas de recuerdos las albardas
recuerda que has de atar antes de irte.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Verónica Aranda

(Premio Miguel Hernández, Ciudad de Salamanca y el Accésit del Adonáis)

Oficios

Pasaban las muchachas con cestas de granadas;
supe de los oficios más humildes.
Y abrazarte en la aurora
fue perder la partida de ajedrez,
sacrificar la sombra del baniano
donde estaba el asceta sosegado en sí mismo.

Te sostuve, insegura, bajo el cuarto creciente,
y amarte fue también mi oficio más humilde,
como trenzar el mimbre o moler el centeno,
cuidar de los rebaños, picar piedras,
ser barquero en un río caudaloso.

Y amarte fue también mi oficio más humilde,
como el del mercader de marionetas
en un poblado árido o el lastre
de los porteadores de estación.

SANTORINI

¿Dónde empieza la piel
y dónde acaba el agua?

Acaso la existencia
es esta forma lenta
de bajar los peldaños
y divisar volcanes;
la multiplicidad del amarillo.
Te acercas
y el furor es una herida
que sangra en el azufre.

FOLEGANDROS

 Nado a crol
y me alejo de la orilla;
me pierdo en la corriente
primitiva del mar.
Soy una nadadora ensimismada.
Hago el muerto y desplazo
la herida entre la espuma.
Virtud en la infección
y en el pez globo,
donde acaba el reproche,
desde una vacuidad acompasada.

SÉRIFOS

Qué interfiere en las islas,
en qué salitre esparces
tu deseo de tierra.
Anticipas el viento
entre los tamarindos
y la herrumbre en las quillas
es señal de naufragio.

Entra arena en los ojos
y nombras a los cíclopes.
Una aguja de pino
se apropia de tu miedo.

SKÓPELOS

Elegimos senderos
donde crecen las matas de alcaparras,
y la luz es tan blanca
que nos torna elocuentes.

En esta isla existen los ciruelos
y los caminos escarpados.
Existen monjas ortodoxas
que hacen jabón de olivas
y en invierno se quedan
aisladas por la nieve,
pálidas manos de supervivencia.

Al borde del abismo,
el verano concede
una pequeña tregua,
oratoria en los barcos.

ÍTACA DESDE EL AIRE

Sobrevolamos Ítaca.
Penélope se arropa con dos sábanas.
Un viejo mapamundi
reposa sobre el lado
vacío de su lecho.

ANTIPAXOS

No recuerdo
la forma de la isla,
sólo el sabor del vino de Antipaxos,
sólo tus hombros tensos
en ese paraíso diminuto.

Mapas

Consultaba los mapas
con un bosque lluvioso en la retina
y dejaba su huella
en las contraventanas.
Si fallaban las brújulas,
si en un ardor de cal le cegaba la luz,
ella asumía el riesgo de quedarse atrapada
en una ciudad ajena.

Selva (XI)

Bajo el ventilador desvencijado,
en cada imperativo
había incertidumbre,
máscaras esculpidas
entre el fulgor y la aniquilación.

Al nombrar, sin premura,
caléndula, deriva,
luz de granja en silencio,
primer té negro al alba,
labios abstemios demandaban himnos.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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