LA FUENTE DE LA VIDA (Mi poema)
Luisa de Carvajal y Mendoza (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Debajo mi ventana hay una fuente
y un caño que echa el agua y la bendice,
escucho como suena persistente,
me encanta oír si el eco se desdice.

Hay veces, cuando estoy adormilado,
que empiezo a meditar, pienso en la vida,
dudando entre escucharla de buen grado
o echarme a navegar a la deriva.

Sus gotas que resuenan persistentes
del cerco en su brocal me desperezan,
con signo de tristeza, balbucientes,
en lucha el bien y el mal cuando tropiezan.

Mas sepan que  una noche apareció
y el ruido se apagó, llegó la calma.
Fue entonces que la fuente se secó.
Con ella se apagó la que era su alma.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Luisa de Carvajal y Mendoza

De sentimientos de amor y ausencia profundísimos.

¿Cómo vives, sin quien vivir no puedes?
Ausente, Silva, el alma, ¿tienes vida,
y el corazón aquesa misma herida
gravemente atraviesa, y no te mueres?

Dime, si eres mortal o inmortal eres:
¿Hate cortado Amor a su medida,
o forjado, en sus llamas derretida,
que tanto el natural límite excedes?

Vuelto ha tu corazón cifra divina
de extremos mil Amor, en que su mano
mostrar quiso destreza peregrina;

y la fragilidad del pecho humano
en firmísima piedra diamantina,
con que quedó hecho alcázar soberano.

A la ausencia de su dulcísimo Señor en la Sagrada Comunión.

¡Ay, soledad amarga y enojosa,
causada de mi ausente y dulce Amado!
¡Dardo eres en el alma atravesado,
dolencia penosísima y furiosa!

Prueba de amor terrible y rigurosa,
y cifra del pesar más apurado,
cuidado que no sufre otro cuidado,
tormento intolerable y sed ansiosa.

Fragua, que en vivo, fuego me convierte,
de los soplos de amor tan avivada,
que aviva mi dolor hasta la muerte.

Bravo mar, en el cual mi alma engolfada,
con tormenta camina dura y fuerte
hasta el puerto y ribera deseada.

De deseos de martirio

Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado.

Di, Amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquesta suerte venturosa,
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?

¿Ha sido, por ventura, haber querido
que la herida que al alma penetrada
tiene con dolor fuerte desmedido,

no quede socorrida ni curada,
y, el afecto aumentado y encendido,
la vida a puro amor sea desatada?

Soneto a un hombre que cayó en la culpa y se reduce a penitencia.

Infeliz hora, desdichado punto,
tiempo sin tiempo, vida no, mas muerte,
cruel prisión, y la cadena fuerte,
hierros que me enlazaron en un punto.

Parezco vivo, mas estoy difunto;
a un tiempo todo se acabó; mi suerte
desdicha fue, y plegue a Dios acierte
a recobrar lo que he perdido junto.

Lágrimas, suspirar, amargo llanto,
gemir del corazón, cruel azote,
dolor profundo con intensa pena,

desde agora será mi dulce canto,
con que, pagando el miserable escote,
pueda seguir mi dulce Filomena.

Para una señora grave

¿Cómo, di, bella Amari, tu cuidado
estimas en tan poco, que, olvidada,
de quien con tanto amor eres amada,
te empleas en el rústico ganado?

¿Háte la vana ocupación comprado?
¿qué nigromántica arte embelesada
te trae, y de tu bien tan trascordada?
¡Ay, alevosa fe! ¡ay, pecho helado!

Vuelve, Amari; repara que perdiendo
vas de amor el camino; digo, atajo.
Y ese que llevas, ancho y deleitoso,

suele mañosamente ir encubriendo
entre las florecillas, y debajo
de verde hierba, el paso peligroso.

Sobre sentimientos de ausencia de Nuestro Señor.

Dulce y fiel esperanza,
mi Cristo, mi Señor y mi deseo:
¿qué bienaventuranza,
qué gusto o qué recreo
podrá haber para mí do no te veo?

Encerrado en mi pecho,
de ausencia y del amor, fuego tan fuerte,
me ha puesto en tal estrecho,
que un punto de no verte
me es de mayor dolor que el de la muerte.

Porque sin ti, mi vida
queda cual la del pez sin su elemento,
hasta que socorrida
de tu presencia, siento
vuelto en deleite y gloria mi tormento.

¡Baste, mi bien, te ruego!
No te tardes ya más en socorrerme,
pues ves, Señor, que llego
a un extremo, que en verme
se juzgará que baste a deshacerme.

Rompe esta tenebrosa
nube que de mil modos me atormenta,
con tu vista gloriosa,
y apaga la sedienta
congoja que me aflige y desalienta.

Que cuando reverbera
la rutilante luz de tu hermosura,
mi invierno en primavera
se trueca, y su secura
en dulce y amenísima frescura.

A Cristo Nuestro Señor

Cristo dulce y amado,
sin quien vivir un punto no podría;
süave y regalado gozo
del alma mía,
mi bien, mi eterna gloria y alegría.

Mi puerto venturoso,
do Silva de mil males amparada
queda, y del mar furioso
la braveza burlada,
cuando más pretendió verme anegada.

Las olas hasta el cielo,
de tan divina roca rebatidas
quedaron por el suelo,
sus trazas destruídas,
y tus promesas fieles bien cumplidas.

Que nunca me has faltado
en los encuentros fieros y espantosos
del tigre denodado,
y leones furiosos,
sedientos de mi sangre y codiciosos.

Porque para leones
eres fuerte león de mi defensa;
y a armados escuadrones
del infierno en mi ofensa
en polvo los volvió tu fuerza inmensa;

y el dragonazo horrendo
que, de la boca, infame, emponzoñada,
su ancho río vertiendo,
de su furor cercada,
como en lazo pensó verme encerrada.

Y sólo con mirarme
(cuando a ti me volví), con esos ojos
soberanos librarme
pude de mis enojos,
quedando victoriosa y con despojos.

A los divinos ojos de Nuestro Señor

Al alma que te adora
vuelve los ojos claros, Cristo amado,
que más que en sí, en ti mora,
y todo su cuidado
en sólo tu mirar está cifrado.

Ojos restauradores
de vida, que la dan de amor matando;
absolutos señores
de cuanto están mirando,
inmensa majestad representando.

Puro y vivo traslado
de todo el bien que encierra el alto cielo,
que tras el delicado
disfraz de humano velo,
hacen rico y dichoso a todo el suelo.

Sacros soles dorados,
cuya amable presencia poderosa
los males desterrados
deja, y su victoriosa
luz deshace la niebla tenebrosa.

Rara y suma lindeza,
y el «Nihil ultra» de la excelsa mano,
adonde con destreza
juntó un mirar humano
con un mirar divino y soberano.

Depósitos divinos
do está toda mi gloria atesorada,
espejos cristalinos,
vista dulce, agraciada,
dorado día, aurora arrebolada.

Jardines celestiales,
ameno paraíso deleitoso,
luceros orientales,
refugio venturoso,
puerto en la tempestad maravilloso

En esos ojos bellos
todo su bien librado el alma mía
tiene, y colgada de ellos
vive, que no podría
de otro modo vivir ni un solo día.

¿En cuánto me ha importado,
que para mí no son, o no hayan sido?
¿o, qué en ellos buscado
de bien he, o pretendido,
que vano o engañoso haya salido?

Decid, luces serenas,
¿quién de ese dulce revolver mirando
lazos hizo y cadenas,
con que el alma enlazando,
sutilmente la van aprisionando?

Las hazañas famosas
de amor, y sus victorias no imitadas
siempre, más venturosas
fueron, y señaladas
desde ese Alcázar Real ejecutadas.

De tanta hermosura
la fuerza intensa, aun no experimentada
con dichosa ventura,
en mirarla ocupada
viene a quedar suspensa y trasportada.

Y habiendo Amor robado
mi corazón, que en nada resistía,
le vi que, remontado,
por el aire subía,
y en tus ojos con él se me escondía,

por alcaide celoso,
en medio el pecho, en su lugar dejando
un afecto fogoso,
que en llamas abrasando
le está, y el homenaje a Amor guardando.

QUINTILLAS

1
¡Cuán dado, mi Dios te diste,
pues, por darte al alma amada,
la aleve y desmesurada
llegar a ti permitiste,
con bondad no imaginada!

La sagrada Comunión
recibiendo cada día,
siete veces la escondía,
y con perversa traición
a un moro infiel te vendía.

El cual un escudo daba
por ti, en que eras apreciado,
y para hechizos comprado;
que para ellos no ignoraba
ser tú, mi gloria, apropiado.

Pero, ¿cómo no entendió
el infamísimo avaro,
si riqueza pretendió,
que tesoro inmenso dio
vendido en sólo un ducado?

¡Tan barato te vendía,
mi bien, estando yo aquí!
¡Ay, si me encontrara a mí,
y diérale, sin porfía,
hacienda y vida por Ti!

Quien te vendió me lastima,
y también quien te compró,
pues ninguno conoció
el gran respeto y estima
que a tu persona debió.

¡Oh hechizos! cuán venturosa
fue el alma a quien hechizastes!
Decidme, ¿no la dejastes
hecha una celestial diosa,
si a dicha en gracia la hallastes?

Que si así fue, empíreo cielo
vuelta, sin duda, quedó,
mientras en sí os poseyó;
que el no pensado consuelo
y eterna vida se halló.

En fin, hechizos se hicieron,
con que bien enhechizado
de amor quedó el que ha tomado
tales hechizos, pues fueron
hechos del Verbo encarnado.

Que, en hechizos, yo no dudo,
Hostia sacra, que ese amor
hechice con tal primor,
que ni supo Dios ni pudo
hacer hechizo mejor.

2
Llora Silva, y su Pastor,
se alegra de su pesar:
¡hasta aquí pueden llegar
las trazas que tiene amor
para su fuego aumentar!

En las niñas de los ojos
dice el Pastor que le ofende
quien en dar a Silva entiende
aun muy pequeños enojos,
y que su furor enciende.

Y viéndola él afligida
y llena de desconsuelo,
la vuelve de plomo el cielo,
y su luz oscurecida,
y de metal todo el suelo.

3
No es mal remedio el sereno
y estar en portal sin casa
para pecho que se abrasa
y que está de fuego lleno.

Y ya que eso no ha bastado
a templar la ardiente llama,
tener el suelo por cama,
y estar temblando de helado.

Mas fuego que al hielo ataja,
y que pone-en tal estrecho
al Niño,¿como no ha hecho
ceniza el heno y la paja?

Sin duda es el fuego, a quien
figuró la llama ardiente,
que vio tan resplandeciente
entre la zarza Moisén.

Y siendo amor, su potencia
no asesta en pajas ni en heno,
sino en el pecho terreno
do busca correspondencia.

Que una rústica serrana
fue quien su pecho encendió,
desde el punto que la vio
en su idea soberana.

Herido me han los amores
del Niño, y sus gracias mil;
parece un florido Abril
cuando derrama sus flores.

Toda me quiero vender
por sus llamas al amor;
que no habrá trueco mejor,
y eso debe él pretender.

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Donaciano Bueno Diez
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