A VECES ME PREGUNTO QUÉ SERÍA (Mi poema)
Miguel Ángel Petrecca (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

A veces me pregunto ¿qué sería
si este ingenuo e inestable adolescente
ansioso por gustar, su mente impía
solo hubiera saciado en agua fría
sin gozar del saber en otra fuente?

A veces me pregunto ¿qué sería
si en vez de haber nacido yo en España
en un país mahometano nacería
donde rige como norma la Saría
bajo el yugo de la ley y la guadaña?

A veces me pregunto ¿qué sería
si estado allí no hubiera esa mañana
que el azar hizo que tu alma pasaría,
haciéndome dar saltos de alegría,
tu imagen dulce, tu belleza insana.

A veces me pregunto ¿qué sería
si dios hubiera hecho a los humanos
dotados de bondad y de alegría?
¡qué bonita la vida así sería!
¡qué placer ver feliz a los hermanos!

A veces me pregunto ¿qué sería
si la historia mi vida en este cuento,
de bondad su caudal rebosaría
en lugar de maldad y felonía
acabando en final triste y cruento.

A veces me pregunto mil preguntas,
y así sigo y me sigo preguntando
atendiendo a cuestiones, varias, juntas,
colocando los bueyes en las yuntas
sin saber para qué sigo pensando.
©donaciano bueno

Desde que alcanzamos la edad aproximada de los cuatro años no paramos de hacernos preguntas, con la seguridad de que, en gran parte de los casos, no obtendremos respuestas.

MI POETA SUGERIDO: Miguel Ángel Petrecca

Novelista

¿Será posible entonces que todo cobre sentido de repente,
como si agarraras diez años de tu vida y batiéndolos rápido
los volcaras en el formato preexistente de una novela?
No es tan fácil, parecen repetir, una y otra vez,
hombres que miran desde la ventana de un bar.
Ellos también se hicieron la misma pregunta antes,
mucho antes de que en vos naciera el germen
de esta fuerza que te obliga a caminar en redondo.
Algunos, tras responder negativamente,
dedicaron otra década a amaestrar un perro,
cultivar tomates en el jardín de casa o convertirse
en coleccionistas de un objeto antiguo y anodino.
Cuando más tarde volvieron con ímpetu a la carga
buscaban mentalmente moldes donde verter su vida:
diez años acá, cinco allá, veinte en una frontera.
Sin embargo, el problema no era de forma sino de fondo.
No estaba, como el vino, añejándose en una bodega profunda
la experiencia, esperando el momento del descorche;
había escapado, quién sabe bien cuándo y por qué orificio,
dejando en su lugar como un inmenso depósito
donde flota, sin llegar a evocar nada, un perfume familiar.

El examen de sus documentos personales,
agendas y cuadernos que llevaba consigo
o servilletas llenas de mapas y garabatos,
podrían mantener ocupado durante décadas
a algún pobre diablo con alma de detective.
Y sin embargo no llegarían a revelar mucho
sobre la vida del hombre en cuestión.
Una vida así derrochada entre esos papeles
tendría como único saldo tangible al fin
la acumulación de más documentos y comentarios,
un tesoro documental anexado al primero
a la espera de nuevos comentaristas.
Date una vuelta por el lugar donde vivió
y tratá si podés de alejar los ojos
de la torre de agua que preside horrenda,
igual que un espantapájaros, la zona.
Tal vez después de esa pequeña excursión
no estés más cerca de ninguna clave,
pero al menos podés sentir a la vuelta
una especie de empatía mientras mirás desde la autopista
adefesios de hormigón, fábricas y hoteles que ensayan sin mucho éxito
tibios gestos de seducción hacia los viajeros,
y decir: este era al fin, más que nada, uno de los nuestros.

Luz

Sos el árbitro caprichoso de tus debilidades
y no tenés nada que reprocharle a las estrellas.
Hace tiempo quedó atrás la época oscura
en que buscando congraciarte con un maestro
concluiste que el insulto y la indiferencia eran el mejor homenaje.
Cuando entendiste que estabas hablando con un muerto
ya era demasiado tarde. La suerte estaba echada.
La desesperación te alcanzó para inventar una excusa,
un viaje y la chance de esfumarte por un tiempo
de los lugares donde quizás se te extrañaría
como extrañan los habitués de un bar al mozo muerto.
¿O era cuestión de ofrecer la otra mejilla?
Frente a raras artesanías de sal que se deshacían entre tus dedos
hubieras querido hacer un comentario, levantar una ceja,
cualquier gesto capaz de concitar sino la simpatía,
al menos la curiosidad de un extraño,
y en cambio corriste asustado hacia la rambla,
entre arcadas que parecían a punto de derrumbarse,
tonos de ocre y amarillo que el tiempo y la humedad
mezclaban magistralmente en los muros de los conventos
cuyos habitantes desalojados a la fuerza décadas atrás
se habían llevado con ellos los manes del lugar.
Otros, en las afueras, habían enterrado tesoros o bombas,
a veces las dos cosas, y se habían tirado al mar.
Vagabas por la ciudad y a la noche soñabas con derrumbes,
con teléfonos pinchados, ídolos de bronce y personajes de opereta,
en los cuales no era difícil reconocer la imagen de un enemigo,
alguien que tal vez, tras la máscara de un oficio inofensivo,
de un puesto marginal en una estructura decadente,
había movido desde el principio los hilos de tu vida,
menos por ambición, en el fondo, que por aburrimiento.
¿Cuánto duró todo esto? ¿Saliste de ahí alguna vez?
Tantas veces, de niño, dijeron que tenías una estrella,
que terminaste por creértelo, y mirabas el cielo
con la arrogancia de los elegidos o los dementes.
Te había tocado una luz, pero mucho más humilde.
No reconocerla fue tu desgracia y tu salvación.

Entonces empezás a contarte una historia.
Todo lo que es viejo y parece nuevo,
todo lo que es nuevo y parece viejo
entra en esa historia, y lo perdido también,
y lo encontrado, y lo que empezaste
sin saber si podías terminar. Al principio
es una historia sobre vos mismo, sobre el rencor,
celos, ideales abandonados, intuiciones,
la furia con la que mirabas ese año
el atardecer desde un acantilado.
Luego, otras personas entran en la historia,
y la historia de alguna manera cambia de escala,
no es que no se trate más de vos, pero ahora
también hay otros, y quedaste al margen,
en cierta manera, de tu historia. De nuevo
entonces, el rencor, las borracheras, arranques súbitos
que te permiten subir las escaleras a las zancadas,
para golpear en la puerta equivocada.
“Sólo existen las puertas equivocadas”, leíste
ese día en un sobre de azúcar en un café
donde esperabas la llegada de una persona,
pero en lugar de la persona lo que llegó fue una historia,
otra, que terminaba con alguien golpeando una puerta
y bajando la escalera en la oscuridad.
Al principio seguís golpeando puertas
con furia, reclamando lo que te corresponde.
¿Pero a quién reclamarle por un malentendido,
por la simple aplicación desinteresada
de un axioma? Es la vida, en otras palabras,
y siempre son otras palabras, de hecho. Días de lluvia,
olores que vuelven, aserrín en los escalones de un palacio:
hay una constante en todo eso. Tendrías que encontrarla.
Llegar a decir, con una voz triunfal:
“En otras palabras, esto es lo que quise decir.”

Mapa

Salió de casa y caminó dos cuadras
Paró de golpe, se quedó escuchando
Un hombre se reía en una esquina
Una mujer cantaba bajo el agua
Giró a la izquierda, caminó derecho
Dudó un instante y arrancó de vuelta
Le dio derecho, sin mirar el mapa
Caminó lento, anduvo otras 10 cuadras
Acá había un hueco, no sólo en su memoria
Había un hueco o algo medio extraño
Miró hacia arriba, hacia un balcón de piedra
Una mujer regaba unos jazmines
Un ciego en una esquina y sus monedas
Junto a un container una silla rota
Abrió el cuaderno y anotó una idea
Desplegó el mapa y marcó un circulito
Dobló de vuelta el mapa, se mordió una uña
De nuevo el mapa y otra vez un círculo
Y alrededor del círculo un cuadrado
La luz en este instante era perfecta
Giró, dio un paso, se detuvo, luego,
giró otra vez y retomó la marcha
Ahora estaba seguro de una cosa
Eso era algo, era mejor que nada
Y sin embargo, es cierto, hacía dos años
creía estar seguro de tres cosas
Un año atrás de dos, luego de una,
luego de cero y otra vez de una.
Se detuvo un instante en una esquina
Desplegó el mapa, dibujó dos puntos
Entre los puntos dibujó una línea
La calle estaba demasiado quieta
“La calle estaba demasiado quieta”
Había dicho eso en otro lado
Otra ciudad, departamento, noche
Balcón, una mujer, la luna llena
(¿Era el final o el inicio de una anécdota?).

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Autores
Donaciano Bueno Diez
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