LA FE DEL BAUTISMO (Mi poema)
Juan Antonio Pérez Bonalde (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Yo soy un ser curioso, tan curioso
que ayer me vine al mundo
a ver lo que allí había, en un segundo,
y al verme caminar dijo, mocoso,
no abuses más, si Dios es bondadoso,
también es iracundo.

Y en esto que yo andaba ensimismado
me vino un cataclismo,
y aquella fe que tuve en el bautismo
de pronto ya se había desmoronado,
-de nada me sirvió el haber rezado-
lanzándome al abismo.

Mas terco yo insistí pidiendo auxilio,
en un intento vano.
No hallé quien me agarrara de la mano
cual huérfano sufriendo en el exilio,
de Dios se había roto ya el idilio,
y no era yo su hermano.

Que hay veces que a Él acudes cual gusano
y Dios se te resiste,
y empiezas a dudar si le quisiste
tratando de vivir como un cristiano,
y luego de otra vez, si eres anciano,
recelas si es que existe.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:

Juan Antonio Pérez Bonalde

TIENEN RAZÓN

Tienen razón! Se equivocó mi mano
cuando guiada por noble patriotismo,
tu infamia títuló de despotismo,
verdugo del honor venezolano!

Tienen razón! Tú no eres Diocleciano,
ni Sila, ni Nerón, ni Rosas mismo!
Tú llevas la vileza al fanatismo…
Tú eres muy bajo para ser tirano!

“Oprimir á mi patria”: esa es tu gloria,
“Egoísmo y codicia: ese es tu lema
“Vergüenza y deshonor: esa es tu historia;

Por eso, aún en su infortunio recio,
ya el pueblo no te lanza su anatema…
El te escupe a la cara su desprecio!

A UN TIRANO

¿Por qué la patria sumergida en llanto
por su preciosa libertad suspira?
¿Por qué infeliz, entre congojas, mira
roto en girones su estrellado manto?

¿Por qué en vez de ceñir el lauro santo,
ciñe la adelfa que tristeza inspira?
¿Por qué de gloria en su armoniosa lira
solo vibra la nota del quebranto?…

Es porque un día te confió su honra
la virgen Venezuela…y su inocencia
de ignominia cubriste de deshonra…!

¡Atrás, profanador! La frente impía
ve en el lodo á ocultar de tu conciencia,
y no avergüences más la patria mía!

FLOR

I

Flor se llamaba: flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea;
su frente, lecho de mis amores;
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus brazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena,
y sus abrazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena;
cuando reía, cielo que salva.

La de los héroes ansiada palma,
de los que sufren, el bien no visto,
la gloria misma que sueña el alma
de los que esperan en Jesucristo.

Era a mis ojos condena odiosa
si comparada con la alegría,
de ser el vaso de aquella rosa,
de ser el padre de la hija mía.

Cuando en la tarde tornaba al nido
de mis amores, cansado y triste,
con el inquieto cerebro herido
por esta duda de cuanto existe.

Su madre tierna me recibía;
con ella en brazos, yo la besaba..
. ¡Y entonces… todo lo comprendía
y al Dios sentido todo lo fiaba!…

¿Que el mal impera? ¡Delirio craso!
¿Que hay hechos ruines? ¡Error profundo!
¿No estaba en ella mirando acaso
la ley suprema que rige al mundo?

¡Ah, cómo ciega la dicha al hombre!
¡Cómo se olvida que es rey el duelo,
que hay desventuras sin fin ni nombre
que hacen los puños alzar al cielo!…

¡Señor!, ¿existes? ¿Es cierto que eres
consuelo y premio de los que gimen,
que en tu justicia tan sólo hieres
al seno impuro y al torvo crimen?

Responde, entonces: ¿por qué la heriste?
¿Cuál fue la mancha de su inocencia?
¿Cuál fue la culpa de su alma triste?
¡Señor!, respónderme en la conciencia.

Alta la llevo siempre, y abierta,
que en ella negro nada se esconde;
la mano firme llevo a su puerta,
inquiero… y ¡nada, nada responde!

Sólo del alma sale un gemido
de angustia y rabia, y el pecho, en tanto,
por mano oculta de muerte herido,
se baña en sangre, se ahoga en llanto.

Y en torno sigue la impía calma
de este misterio que llaman vida,
y en tierra yace la flor de mi alma
¡y al lado suyo mi fe vencida!

II

¡Allí está! Blanca, blanca,
como la nieve virgen que el potente
viento del Norte de la cumbre arranca;
como el lirio que troncha mano impía
orillas de la fuentes
que en reflejar su albura se engreía.

¡Allí está!… La suave
primavera pasó; pasó el verano,
y la estación poética en que el ave
y las hojas se van; retornó el cano,
pálido invierno, con su alegre arreo
de fiestas y niños, y aún la veo
y la veré por siempre… Allí está…, fría
entre rosas tendida, como ella
blancas y puras y en botón cortadas
al despuntar el día…

¡Ay! En la hora aquella,
¿dónde estaban las hadas
protectoras del niño
que no vinieron con la clara estrella
de su vara de armiño
a tocar en la fernte a la hija mía,
a devolver la luz a aquellos ojos
y a arrancar de mi pecho los abrojos
de esta inmensa agonía,
de este dolor eterno, de esta angustia
infinita, fatal, inmensurable;
de este mal implacable,
que deja el alma mustia
para siempre jamás, que nada alcanza
a mitigar en este mundo incierto?

¡Nada! Ni la esperanza
ni la fe del creyente
en la ribera nueva,
en el divino puerto
donde la barca que las almas lleva,
habrá de anclar un día;
ni el bálsamo clemente
de la grave, inmortal filosofía;
ni tú misma, doliente
inspiración, divina poesía,
que esta arpa de lágrimas me entregas
para entornar el salmo de mi duelo…
Tú misma, no, no llegas
a calmar mi dolor…

¡Abrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente…, y desdeñosa, altiva,
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta;
que ni aquí ni allá arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada
más grande que el amor de mi hija viva,
¡más grande que el dolor de mi hija muerta!

LUZ REFLEJADA

Es a mi alma tu cariño santo
lo que el tibio fulgor
del astro de la noche es a la tierra:
un saludo tristísimo del sol.

Del sol ausente que al planeta envía
su nocturnal adiós,
al satélite haciendo mensajero
de su ardiente, lejano resplandor.

Yo soy la opaca, la errabunda esfera
que va del sol en pos;
tú, la luna serena que recibe
del sol de mi ideal la irradiación.

VIDA Y MUERTE

(Imitación del árabe)

Nació en Oriente un sol esplendoroso,
en la verde arboleda un ruiseñor,
en vibradora cítara un sonido,
y tú en mi corazón.

Murió el astro en las sombras de la tarde,
en jaula de oro el ave pereció,
la melodiosa nota en el silencio,
y yo en tu corazón.

EN EL MAR

Ya es la hora solemne en que el espíritu
por la abstracción se aleja de la tierra;
la hora de los suspiros y las lágrimas,
de las memorias que el pasado encierra.

Ceñida de sus cien constelaciones
la transparente bóveda del Sur,
deja caer sobre el océano en calma
rayos de ténue y misteriosa luz;

El mar, enamorado, con fosfórico
brillo responde al celestial arrullo,
y la nave gentil, ráuda, deslizase
de la onda azul al rítmico murmullo.

Todo es amor, misterio y poesía
en los astros, las brisas y la mar,
y el pensamiento flota y se dilata
en el éter de la luz del ideal;

De ese ideal en cuyas alas fúlgidas
más allá de la vida nos alzamos,
y contemplando el Universo, atónitos,
con un beso de amor lo saludamos.

Entonces el triste viajador, cargada
de visiones sin fin la insomne sien,
solo, en la popa de la frágil nave,
se entrega del recuerdo a la embriaguez;

Y ve pasar en ilusión fantástica,
a través del cristal de la memoria,
unas tras otras, dulces o tristísimas,
las dichas y amarguras de su historia;

Los encantados tiempos de la infancia
teñidos de oro y de celeste azul;
la bendecida ausencia de la culpa
y el reinado feliz de la virtud;

La imaginaria pena, aquellas lágrimas
que entonces, ay, juzgamos de amargura,
y que hoy gozosos a verter volviéramos
como nuncios de célica ventura!

Los besos de la madre idolatrada,
los gajes de cariño paternal,
y aquellos sueños de color de rosa,
y aquella dicha del primer hogar!

Viene después la adolescencia férvida
con sus flores, sus versos, sus visiones,
y su tesoro inagotable, espléndido,
de locas y doradas ambiciones,

Y con ella, ese amor de los amores
vuelve a nacer con nueva juventud:
el amor de la tierra bendecida
en donde vimos la primera luz;

¡La patria inolvidable! centro mágico
de todo cuanto amamos y nos ama,
cuyo recuerdo en las entrañas márgenes
de noble ardor el corazón inflama;

Allí, donde abrigamos, entusiastas,
la de gloria primera aspiración;
allí, donde libamos con delicia
la miel sabrosa del primer amor!…

¡O tiempos de ilusión y de fe célica!
Emjambre de pintadas mariposas!
Abril pasó, y os alejásteis, rápidas,
en busca de otras auras y outras rosas!…

Nunca más volveréis!… mas el recuerdo
del bien perdido guarda el corazón;
que al posaros en él, de vuestras alas
el polvo de oro y de carmin quedó!

II
El viento gime en las cuerdas.
Las ondas, quedo, suspiran;
los astros en lumbre giran,
y todo dice, “soñad!”

Y el viajero, reclinado
sobre lonas y cordeles,
olvida sus horas crueles
y sueña felicidad!

De pronto, la voz de ¡tierra!
dá en la prora el navegante,
y un resplandor vacilante
se vé a lo lejos brillar.

— ¡Tierra! es decir, el presente,
las miserias de la vida,
y la pena que se olvida
en la soledad del mar!

Todo vuelve en un instante,
los recuerdos se evaporan,
y los sueños que enamoran
ceden el campo al dolor!

La realidad triste y fría
ante la vista aparece,
y una lágrima humedece
los ojos del viajor…

¿En dónde estais, adoradas
ilusiones de otros días,
esperanzas, alegrías,
fe, consuelos, religión?…

¿En dónde estais, padre, madre,
hermanas, hogar, ventura,
y aquella amistad tan pura
en que creyó, el corazón…?

Unos y otras, todos juntos
en el seno de la muerte,
que todo al fin se convierte
en polvo de nuestros pies;

Somos después de la vida
lo que fuimos antes de ella:
somos una débil huella
entre el “antes” y el “después” .

¡Felices los que en la tumba
duermen el sueño profundo,
sin temer que venga el mundo
a despojarlos jamás!
Esos, al menos, no sufren,
esos sin fruto no luchan,
ni los lamentos escuchan
de los que padecen más.

Lo que el mundo llama suerte
les fue en extremo propicia;
ni los hiere la injusticia,
ni los mina la ambición;

No abrigan odio sus pechos,
no tienen llanto sus ojos,
ni sus conciencias abrojos,
ni heridas su corazón;

Ellos el dolor ignoran,
allá, en su profundo olvido,
de ver el crimen vestido
y desnuda la virtud;
De ver un déspota fiero,

de sangre de hermanos rojo,
dictar la ley de su antojo
a la esclava multitud;

Del Dios que amaron fervientes,
no ven el templo sagrado
convertido en vil mercado
de un interés mundanal.
No ven, en fin, la honra santa
puesta en pública almoneda,
que sus raíces no enreda
a los sepulcros el mal.

Si esa no es dicha, ninguna,
existe aquí en este mundo:
Paz y descanso profundo!
Ni llorar, ni ver llorar!…
Muerte! Aún no te he invocado,
mas si mañana llegáras
a mis portas, las hallarás
abiertas de par en par!

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Donaciano Bueno Diez
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