ME DICEN QUE SOY SERIO (Mi poema)
Carlos Marzal (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Me dicen con frecuencia que soy serio
y a veces hay quien tilda de educado,
lo dice la cajera del mercado,
no sé si he de entender que es su criterio
o quieren que me sienta algo halagado.

Será porque aparento y sobrestiman,
será porque el respeto hoy no se lleva,
será porque se ha puesto una falleba
al hecho que me enfade, y se repriman,
delante de otras gentes no se atreva.

Pudiera parecer que han confundido
lo que es libertinaje y el respeto,
no saben apreciar al que es discreto,
-de un buen nacido es ser agradecido,
como hace al que ha tocado a su boleto-.

Y olvidan, lo importante es el detalle,
fingir, si hace mal viento es una brisa,
decir a una mentira que va a misa,
cogiendo a una paloma por su talle,
sacando al que te escucha una sonrisa.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Carlos Marzal

Carlos Marzal

El animal dormido

A Luis García Montero

Has llegado en la noche,
como otras tantas noches,
hasta la casa apuntalada en sombras.
La puerta ha clausurado el alba amenazante,
y, tú mismo una sombra, te desvistes
por el pasillo a tientas,
con las voces aún y el sabor de esa noche
hurgando en la memoria.

La habitación todavía es más ciega,
y la invade, corpórea,
la familiar tibieza de una niebla invisible.
Has tumbado tu noche, tu cansancio y tu cuerpo,
junto al cansado cuerpo de su noche.
Quién sabe qué fantasmas la estarán visitando,
con quién departirá
en la hora puntual de los demonios,
por qué tierras salvajes de los sueños
andará extraviada y sin echarte en falta.
Toda la suma de casualidades,
de planes no cumplidos,
de rutas postergadas, de incertezas,
y que llevan por fin hasta esta noche,
resulta un laberinto incomprensible.

Mientras rumias un violento deseo,
ella duerme a tu lado,
flota sobre las aguas del lago de la noche,
ajena a tus preguntas sin respuesta,
y su respiración, en esas aguas,
es el fiel testimonio de que hay vida,
de que aún no te has ahogado.

Qué está ella haciendo aquí,
qué estoy haciendo.
El lago no responde desde sus aguas frías.
No creo que mañana obtenga la respuesta.
Mientras tanto,
ya me he acercado al animal dormido,
su orilla me ha abrazado,
y sin más tiempo para pedir ayuda
nos hemos ido al fondo de la noche.
De «Los países nocturnos» 1996

El combate por la luz

De tanto ver la luz hemos perdido
la recta proporción de ese milagro,
que otorga a la materia su volumen,
contorno fiel al mundo que queremos
y límite a los puntos cardinales.
A fuerza de costumbre, hemos dado en creer
que es un merecimiento, cada día,
que el día se levante en claridad
y que se ofrezca límpido a los ojos,
para que la mirada le entregue un orden propio,
distinto a los demás, y lo convierta
en nuestra inadvertida obra de arte.
Hay una ingratitud consustancial
al hecho de estar vivos, un intrínseco
poder de desmemoria, y nos impiden
brindar a cada instante el homenaje
que cada instante de verdad merece,
por su absoluta magia de estar siendo,
en vez de no haber sido en absoluto.
Con cada amanecer dubitativo,
con cada tumultuoso amanecer,
la luz arrasa el reino de la noche
y emprende su combate. En el confuso
magma de oscuridad, con cada aurora
triunfa la exactitud de cuanto existe
sobre la vocación de incertidumbre
que tienta con su nada a lo real.
En toda madrugada se renueva
un conjuro de origen, esa fórmula
que impuso el movimiento al primer día.
Somos testigos, en el alba pura,
del trono en que la luz alza su reino
y lo concede intacto a cualquier súbdito.
Conviene contemplar la luz con más paciencia,
brindarle una atención encandilada,
el sumiso homenaje con que un bárbaro
descubre reverente en su aventura
la tierra que jamás ha visto nadie.
De «Metales Pesados» 2001

El corazón perplejo

Desventurado corazón perplejo,
inconsecuente corazón,
no dudes.
No tiembles nunca más por lo que sabes,
no temas nunca más por lo que has visto.
Calamitoso corazón,
alienta.

Aprende en este ahora
el pálpito que vuelve con lo eterno,
para latir conforme en valentía.
Los números del mundo están cifrados
en la clave de un sol tan rutilante
que te ciega los ojos si calculas.
Ciégate en esperanza,
errátil corazón,
suma los números.
Un orden en su imán te está esperando.

Desde el final del tiempo se levanta
un ácido perfume de hojas muertas.
Respíralo y respira su secreto.
Abre de par en par tu incertidumbre.
No permitas
que encuentre domicilio la tibieza,
ni que este inescrutable amor oscuro
cometa el gran pecado de estar triste.
Acógete a ti mismo en tus entrañas
con tu abrazo más fuerte,
tu mejor padre en ti, tu mejor hijo,
gobierna tu ocasión de madurez.

Insiste una vez más,
aspira en estas rosas
su pútrido fermento enamorado.
En este desvarío de tu voz
se desnuda el enigma, transparece
la recompensa intacta de estar siendo.

Aquí estamos tú y yo,
altivo corazón,
en desbandada.
A fuerza de caer, desvanecidos.
y a fuerza de cantar,
enajenados.
De «Metales Pesados» 2001

El juego de la rosa

Hay una rosa escrita en esta página,
y vive aquí, carnal pero intangible.

Es la rosa más pura, de la que otros han dicho
que es todas las rosas. Tiene un cuerpo
de amor, mortal y rosa, y su perfume
arde en la sinrazón de esta alta noche.

Es la cúbica rosa de los sueños,
la rosa de los sueños,
la rosa del otoño de las rosas.
Y esa rosa perdura en la palabra
rosa, cien vidas más allá de cuanto dura
el imposible juego de la vida.

Hay una rosa escrita en esta página,
y vive aquí, carnal e inmarcesible.

El jugador

Habitaba un infierno íntimo y clausurado,
sin por ello dar muestras de enojo o contrición.
En el club le envidiaban el temple de sus nervios
y el supuesto calor de una hermosa muchacha
cariñosa en exceso para ser su sobrina.
Nunca le vi aplaudir carambolas ajenas
ni prestar atención al halago del público.
No se le conocía un oficio habitual,
y a veces lo supuse viviendo en los billares,
como una pieza más imprescindible al juego.
Le oí decir hastiado un día a la muchacha:
Sufría en ocasiones, cuando el juego importaba.
Ahora no importa el juego. Tampoco el sufrimiento.
Pero siento nostalgia de mi antigua desdicha.
Al verlo recortado contra la oscuridad,
en mangas de camisa, sosteniendo su taco,
lo creí en ocasiones cifra de cualquier vida.
Hoy rechazo, por falsa, la clara asociación:
no siempre la existencia es noble como el juego,
y hay siempre jugadores más nobles que la vida.
De «El último de la fiesta»

EL MUNDO NATURAL

Sucede en cuestión de unos segundos,
como todo lo que es definitivo,
igual que un bisturí se abre paso en el cuerpo.
En Kenia. En la sabana. Un león
acosa el pánico veloz de una gacela,
y, cuando la acorrala, de un zarpazo
la lanza por el aire, abierto el vientre
por donde asoma su futura cría.
Ya en el suelo, el león, fatigado,
devora el corazón de la gacela.

Unos días más tarde, ese mismo león
se acerca amenazante a un campamento.
Los cazadores blancos deciden acosarlo.
El león huye herido, se oculta en la espesura,
y los blancos, entonces, recurren a un masai,
para que con su lanza lo remate.
El guerrero persigue la huida del león,
lo acorrala, y es herido, y lo hiere,
y cuando le da muerte,
arranca el corazón del animal
y orgulloso lo come, aún palpitante.

Unos meses después, ese masai
acude a la ciudad. Va a intercambiar,
humillado, su imagen, por monedas,
para que los viajeros, en otro continente,
ilustren sus relatos con más veracidad.
Las cosas no resultan como se calculaban.
El masai, acosado, agrede a los turistas,
y un policía negro, temoroso,
desenfunda y dispara. El masai cae a tierra,
partido el corazón por un trozo de plomo.

Por regla general, estos poemas
de imágenes y tiempos superpuestos
exigen desenlace, exigen una clave.
Juzgue el lector, desde su corazón,
mientras lo tenga.

Decrepitud

Asilados en una infancia obscena,
en el exilio de su misma sombra,
desde un limbo de hielo,
derritiéndose,
los viejos testimonian, sin enigma,
sobre el enigma viejo de estar vivo.

Gota a gota en presente, son futuro,
evanescencia al fin fuera de tiempo,
que en la fronda del tiempo anda perdida.
Espectros de la carne en su derrota,
se acogen al sagrado de la carne,
que en deserción de sí no los ampara.
pabilos sin fulgor de inteligencia,
arden a fuego extinto en su hendidura,
ascuas de quienes fueron, balbucientes.

Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.

Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.

Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.

Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.
De «Metales Pesados» 2001

El pozo salvaje

Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.
Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.
En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.
Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.
En tu rostro también, y tú eres ese pozo.

Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
Acepta, brinda y bebe.
De «Los países nocturnos» 1996

Metal pesado

Igual que sucedía, siendo niños,
con las mágicas gotas de mercurio,
que se multiplicaban imposibles
en una perturbada geometría,
al romperse el termómetro, y daban a la fiebre
una pátina más de irrealidad,
el clima incomprensible de los relojes blandos.
Algo de ese fenómeno concierne a nuestra alma.
En un sentido estricto, cada cual
es obra de un sinfín de multiplicaciones,
de errores de la especie, de conquistas
contra la oscuridad. Un individuo
es en su anonimato una obra de arte,
un atávico mapa del tesoro
tatuado en la piel de las genealogías
y que lleva hasta él mismo a sangre y fuego.
No hay nada que no hayamos recibido
ni nada que no demos en herencia
Existe una razón para sentir orgullo
en mitad de esta fiebre que no acaba.
Somos custodios de un metal pesado,
lujosas gotas de mercurio amante.
De «Metales Pesados» 2001

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Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
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