MIRANDO AL MUNDO (Mi poema)
Fabio Fiallo (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Me acerco en mi escondrijo tratando ver el mundo,
desde lo más profundo ¡curiosidad malsana!
No entiendo lo que ocurre, me acerco a la ventana,
cuanto más me aproximo le veo más inmundo.

Me gustan las personas humildes, deportistas,
que llevan sus bolsillos preñados de ilusiones,
sin ser nada egoístas, reparten sus pasiones
y no hacen distinciones de oriundos y turistas.

Que miran al futuro subiendo la colina
así que sea parduzca la tarde y cenicienta,
cantando el río vaya la música contenta
y viendo que en los chopos desciende la calima.

Que observan los frutales que anidan las orugas
sudando van las flores, buscando van la fresca,
dispersos los olores perfuman la floresta
sus vergüenzas al viento como racimos de uvas.

Turbios los matorrales protegiéndole al arroyo,
un hoyo junto a otro hoyo manque muy desiguales,
sin lid ni distinciones de amores a raudales,
y a aquel que lo precisa facilitando apoyo.

Mas no es esto que veo, que esto es lo que quisiera,
la vida en la pradera como buenos hermanos
gozando del buen tiempo cogidos de las manos,
jugando a que soñamos y siempre en primavera.
©donaciano bueno

MI POETA SUGERIDO: Fabio Fiallo

Fabio Fiallo

Gólgota rosa

Del cuello de la amada pende un Cristo,
joyel en oro de un buril genial,
y parece este Cristo en su agonía
dichoso de la vida al expirar.

Tienen sus dulces ojos moribundos
Tal expresión de gozo mundanal,
Que a veces pienso si el genial artista
Diole a su Cristo alma de don Juan.

Hay en la frente inclinación equívoca,
Curiosidad astuta en el mirar,
Y la intención del labio, si es de angustia,
Al mismo tiempo es contracción sensual.

¡Oh, pequeño Jesús Crucificado,
déjame a mí morir en tu lugar,
sobre la tentación de ese Calvario
hecho en las dos colinas de un rosal!

Dame tu puesto, o teme que mi mano
Con impulso de arranque pasional,
La faz te vuelva contra el cielo y cambie
La oblicua dirección de tu mirar.

Era Una Tarde

¡Oh, mi amada! ¿te acuerdas? Esa tarde
tenía el cielo una sonrisa azul,
vestía de esmeralda la campiña
y más linda que el sol estabas tú.

Llegamos a las márgenes de un lago.
¡Eran sus aguas transparente azul!
En el lago una barca se mecía,
blanca, ligera y grácil como tú.

Entramos en la barca, abandonándonos,
sin vela y remo, a la corriente azul;
fugaces deslizáronse las horas;
no las vinos pasar ni yo ni tú.

Tendió la noche su cendal de sombras;
no tuvo el cielo una estrellita azul…
Nadie sabrá lo que te dije entonces,
Ni lo que entonces silenciaste tú…

Y al vernos regresar, Sirio en oriente
rasgó una nube con su antorcha azul…
Yo era feliz y saludé una alondra.
Tú… ¡qué pálida y triste estabas tú!

Plenilunio

Por la verde alameda, silenciosos,
íbamos ella y yo
la luna tras los montes ascendía,
en la fronda cantaba el ruiseñor.
Y le dije… No sé lo que le dijo
mi temblorosa voz…
En el éter detúvose la luna,
interrumpió su canto el ruiseñor,
y la amada gentil, turbada y muda,
al cielo interrogó.
¿Sabéis de esas preguntas misteriosas
que una respuesta son?
Guarda, ¡oh, luna, el secreto de mi alma;
cállalo, ruiseñor!

Astro muerto

La luna, anoche, como en otro tiempo,
como una nueva amada me encontró;
también anoche, como en otro tiempo,
cantaba el ruiseñor.
Si como en otro tiempo, hasta la luna
hablábame de amor,
¿por qué la luna, anoche, no alumbraba
dentro mi corazón?

Era una tarde

¡Oh, mi amada! ¿te acuerdas? Esa tarde
tenía el cielo una sonrisa azul,
vestía de esmeralda la campiña
y más linda que el sol estabas tú.

Llegamos a las márgenes de un lago.
¡Eran sus aguas transparente azul!
En el lago una barca se mecía,
blanca, ligera y grácil como tú.

Entramos en la barca, abandonándonos,
sin vela y remo, a la corriente azul;
fugaces deslizáronse las horas;
no las vinos pasar ni yo ni tú.

Tendió la noche su cendal de sombras;
no tuvo el cielo una estrellita azul…
Nadie sabrá lo que te dije entonces,
Ni lo que entonces silenciaste tú…

Y al vernos regresar, Sirio en oriente
rasgó una nube con su antorcha azul…
Yo era feliz y saludé una alondra.
Tú… ¡qué pálida y triste estabas tú!

El silencio de unos ojos

Qué me dicen tus dulces ojos negros,
tan cargados de sombras, ¡oh, adorada!
que en la noche me basta su recuerdo
para llenar mi corazón de lágrimas.

Qué me dicen tus dulces ojos negros,
en su silencio lleno de palabras
tan leves, que el oído nunca advierte
cuando se adentran en mi oscura entraña…

Tal dos aves que buscan su refugio
en un agrio peñón de oculta playa,
y en su áspero nidal, en vez de cánticos
alzan al cielo súplicas calladas.

En tierra de Quisqueya

Gloriosos argonautas que en el «9 de Julio»
desplegáis a los vientos un blanco pabellón,
cuando en el lar nativo pregunten vuestras damas
cómo son en Quisqueya campos y cielo y sol,

Responded que los campos son montes de esmeralda
y se oye en cada rama un pájaro cantor;
que mil variadas flores perfuman el ambiente,
que es un zafiro el cielo y es un topacio el sol.

Si inquieren por nosotros.-¿Son felices?… Decidles:
-Los vimos en cadenas vencidos a traición…
Mustias están sus frentes, sus brazos abatidos,
y en sus pechos no caben más odio y más dolor.

Aprended en nosotros, ¡oh pueblos de la América!
los peligros que encumbre la amistad del sajón;
sus tratados más nobles son pérfida asechanza,
y hay hambre de rapiña en su entraña feroz.

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Donaciano Bueno Diez
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