IGNORANDO SABER (Mi poema)
Raúl Alonso (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo

 

No eres quien dices ser, que eres camino
de un viento que empujado a la deriva
va el salvado filtrando en una criba
en busca inesperado de su sino.

Tampoco eres destino, que barrunto
que aun sigues sin saber quizás quien eres,
te agarras como a un hierro a los placeres
dejando que otros hablen del asunto.

Que, ignorante, no sabes, no contestas,
simulas vas mirando hacia otro lado,
no encuentras quien te ayude en tus deberes.

No quieres enfrentarte a las apuestas
el tiempo de dudar ya se ha pasado,
y aunque ignoras saber, no te zahieres.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Raúl Alonso

Soledades

La multiplicación
de intimidades muertas,
algunas luces persisten
mientras otras se agazapan
tras las bocinas y los timbres.
Un hombre y una mujer
se advierten en la arena.
Es el preámbulo de una nada
ofensiva y sigilosa.
La avenida se siente Evita
“mis callecitas negras”, dice.
En el bar piden la cuenta
(el ocaso de una página blanca)
Es mi vos y tu yo,
en otros pechos y otros minutos.

Distancia

Odio la distancia
con mi oxígeno, con mi saña.
Un centímetro ya es distancia.
La peleo, la espero por las noches
detrás de ese arbusto muerto
y la castigo con mis nudillos,
con mis codos, con mis empeines,
la muerdo fuerte
/ le arranco sangre /
Ella se mantiene erguida
y me grita,
me humilla, me pisotea,
me recuerda con voz cascada
que hoy será otro día
en el que no podré aferrarte a mí
y leerte al oído alguito de Felisberto.
Poemas de LO AMARGO POR MIEL (Gogol, 2018)

Todo me desasiste

Todo me desasiste.
Hay nubes. Llueve barro.
La tierra cae del cielo
con un suspiro blanco.
El trueno se desliza
como un escarabajo
que va escalando piedras.

Se genera un atasco
en la avenida triste
que añora su ser páramo.

Una avioneta lenta
sobrevuela mis labios.

El aviador la mira,
desde el parque, nostálgico.
«Yo era el aviador»
piensa. Canta algún pájaro.

Se deshace este mundo
asido por las manos
del temporal eterno.

Lo reconstruye un claxon.

Todo me desasiste.
Hay nubes. Llueve barro.

En la laguna

El viejo palpa el junco. Lo recorre
con sus yemas augustas. Y lo arranca.
Repite el ritual con otros pocos
en la laguna donde están las garzas.
Él las contempla. Su corazón tiene
un poso amargo que no toca el agua.
Pero le gusta ver sus vuelos rasos
en la serena superficie lánguida.
Con los tallos fabricará una cesta
y meterá entre paños su nostalgia
para soltarla luego a la deriva.

Miró el atardecer

En medio de un camino
que la tarde alumbraba
miré el atardecer.
El Sol me iluminaba.

Fue como si se abrieran
las flores de las ramas
en un árbol sin hojas
retoñando de almas.

Fue como si el torrente
puro y fuerte del agua
brotara en un desierto
regándolo de almas.

Fue como si la bóveda
celeste se llenara
de un resplandor intenso
encendido de almas.

El Sol me iluminaba.

Y creí en los cantos
largos de mi nostalgia.
Se elevaban gozosos
por toda la galaxia.

Y ya no fueron míos,
ni mía la mirada
que me mostraba cómo
todo resucitaba.

El Sol me iluminaba.

Mi alma se quedó
sola como las playas
cuando los melancólicos
paseantes se marchan…
y se queda la orilla
con la espuma del agua
y la sombra del vuelo
de las gaviotas bajas.

El Sol me iluminaba.

Pero cuando se queda
más solitaria el alma…
con el Amado vive,
con el Amado ama,
con el Amado siente,
con el Amado canta,
con el Amado hace
fecunda la palabra.

Los rayos parecían
arroyos de esperanza
abriéndose en los seres
que apagaron su llama.

No era un mediodía,
ni una mañana clara.
Era una tarde fría,
de invierno, sosegada.

Se me olvidó que iba
de regreso a mi casa.

Luego lo recordé.

El Sol me iluminaba.

El Amor de Bodhisattva

Bodhisattva murió como morimos todos:
escuchaba los cantos de las aves doradas.
El dulce Om de Dios era la música
de los días pasados que volaban.

Sonaba el Om en las montañas próximas.
Sonaba el Om en las ciudades claras.
Sonaba el Om en los felices seres
donde la compasión hizo una casa.

Bodhisattva murió como morimos todos:
reía con las hojas y bailaba
musitando: Aún no terminé. Mucho me queda
Padre, regrésame cuando me vaya.

Sabía de su muerte, y sin embargo
la esperó sin preguntas. Con sus palmas
hacía hermosos gestos en el cielo
como si fueran dos cometas blancas.

Bodhisattva murió como morimos todos:
Miraba al sol: era el Sol de su infancia.
Conoció que las cosas se movían
en busca de una unión que no encontraban.

Cuando murió, las nubes de la tarde
parecían ballenas que se amaban.
Mirábamos aquel lento viaje
que las unía y las separaba.

—Entre las cosas separadas hay
como un hilo invisible de distancia—
pensé. Pero él me dijo: Coge el hilo
de todas ellas y fabrica el Alma—

Bodhisattva murió como morimos todos
cuando el Padre nos llama al corazón. Si lejana
es la Luz que dimana toda vida,
cercanos son los hilos de Luz de que nos arrastran.
El Amor de Bodhisattva, Hiperión, 2004

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Donaciano Bueno Diez
Raúl Alonso
: Autor
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Yo he sido cocinero antes que fraile soñando…
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