EL TIEMPO, LA FUENTE, LA VIDA (Mi poema)
Rafael Arráiz Lucca (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Hoy sentí que la vida se escapaba.
La vida ya se sabe es una fuente
que existe mientras que hay agua corriente,
se seca y se acabó lo que se daba.

Se escapa entre los dedos de las manos
el tiempo que se sabe que es la vida,
la fuente siempre sangra por la herida,
el tiempo con la fuente son hermanos.

La fuente a echar más agua se resiste,
el tiempo va saltando a la torera,
la vida ya no está ni se le espera,
no puede parecer lo que no existe.

Que ayer salí a la calle, estaba oscura,
la fuente un vendaval había arrasado,
el tiempo ya otra novia se había echado,
no pudo soportar tanta amargura.

Lo dice ese refrán, con una mora
la mancha de otra mora se destinta,
la fuente verterá ríos de tinta,
el tiempo ya no admite más demora.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Rafael Arráiz Lucca

Rafael Arráiz Lucca

SERVICIO COMPLETO

En los controles de la lavadora
seleccioné el programa B lento
para algodón, lino y cáñamo,
esperé la conclusión de los pasos de la máquina.
dispuse luego la secadora
en su programa rápido,
planché con atención todos los dobleces
como repasando su cuerpo entero con el hierro,
coloqué sus cosas blancas
en la misma maleta que trajo hace diez años.

Horas después apareció por la puerta,
le ofrecí las últimas palabras de mi amor
entregándole la ropa limpia en la maleta,
le dije adiós
para siempre.

LA PETIT MORT

No hay dicha mayor
que el jadeo ansioso
de una mujer feliz.

Si la vida tiene sentido,
es tu cuerpo quien se lo otorga,
cuando lo roza la muerte
para seguir viviendo.

 ALMACÉN

Abrigué durante años la esperanza
de hacer un poema que fuera un fresco
de todas las cosas que me afectan;
pensé admitir algunos hechos
que me hicieran extrañamente feliz;
quise hacer un texto largo
donde la enumeración estuviera sustentada
por cuatro o cinco observaciones inteligentes,
una estructura de secuencias,
como si mis ojos fueran una cámara
repasando un galpón, deteniéndose, formando
un discurso que resaltara un trasto viejo,
como el par de zapatos de tap de mi tía bailarina
y una lavadora que motivó un poema anterior.
Vi los versos como cuando veo una casa
y gozo con los cuadros y los muebles
porque ellos definen a sus dueños;
vi los versos hablando de mí
como hablan los objetos,
supuse la aparición de las cosas en el almacén
como fueron llegando a mi vida,
desde siempre o adquiridas por mi suerte.

Tantos años estuve gestando este poema
que sus cosas ya no existen:
han desaparecido en mi memoria
por el infinito beneficio del olvido.

Tercer milenio

Estos son los años
más tristes de la historia.

Nos ha tocado oir el rumor
de la maleza ahogando los maizales,
hemos visto los espacios reducirse
hasta abolir la distancia,
han hecho con nuestros huesos
una tuerca que aprieta el horizonte
donde nadie asoma la cabeza.

Tiempos opacos éstos
cuando lo único cierto es la mayoría
marchando eufórica sobre el cadáver
de la excelencia.

Tres

El animal de peltre que desde hace años me acompaña
resopla sobre la hornilla como un silbato de tren.
Voy en su auxilio: soy un devoto en pos de sus iconos.
Mientras vierto el líquido del amanecer,
sobre el herido pocillo de barro,
recuerdo la máxima recurrida y utópica:

“El mayor trabajo del hombre
es la búsqueda de la felicidad.”

Me asomo en la ventana del espejo
para ver mi sonrisa pronunciarse
sobre el crepúsculo que me refleja.

¿Quién esplende en mi mirada?
Veo los ojos de mi madre en los míos:
sus cejas levemente protuberantes,
como unas discretas cordilleras,
cayendo sobre los párpados.
Ahora vislumbro la sonrisa de mi padre en la mía:
su rictus para desenvainar el brote perspicaz de la ironía.
Creo ver en el mentón partido
la misma división que llevaba mi abuelo
desconocido y rescatado en el desván de las fotografías.

¿Qué hay de mí en esta pieza cubista
en que se me convierte la cara,
cuando logro separar sus partes
y brilla la autonomía de sus causantes?
Algo debe haber,
pero lo distinguirán mejor mis herederos,
los que llevan en sus maletas el compás medido
de los trayectos y los puntos equidistantes.

Eugenia

Además de tener dispuesto para el momento de tu aparición
el viejo moisés que usó la abuela,
el dibujo de un perrito en la pared,
una despensa de ungüento
para hacerte las cosas menos ásperas
y escarpines de muchos colores
para que vayas reconociendo la pluralidad,
se me ocurre que, si hubieses podido,
me habrías exigido un pequeño manual,
algunas instrucciones que indicasen
las precauciones necesarias.
Por lo pronto, es apropiado
que vayas sola e irresponsable
por el imperio de tu mundo;
con el tiempo irás sabiendo
que la impunidad no existe,
que sólo hablan los hechos,
que, si te creíste segura,
estabas totalmente equivocada.

Para cuando aquellos que te trajeron
estén ansiosos de conocer tus habilidades
para cuando termines por comprender
que los muchos aviones que pasan, pasan
si no te calificas para subir sus escaleras,
para cuando sepas que el asunto eres tú
frente a la molicie de las cosas
estarás –con toda razón– aterrada;
entonces, podrán presentarse muchas rutas:
que optes por una certeza universal
y enfrentes el mundo con la verticalidad de los imbéciles,
que te hagas de una coherencia unívoca
hasta terminar indemne,
pero sin entender los acontecimientos que se dan
por los cuatros puntos cardinales
o, también, que no quieras saber nada de nada
y te dé por coleccionar arañas, manchas en el techo
e inveteradas rutinas que te mantengan absorta,
aunque para nada así parezca.
Tantas avenidas puedes tomar.

Yo, pocas cosas puedo decirte
salvo que la alegría ayuda como pocas
a seguir en la cubierta del barco, respirando;
que si alguna de las virtudes es indispensable,
la tolerancia es la primera:
ella te regalará la lucidez
y algo que todos dicen buscar sin descanso:
la paciente y esquiva justicia,
siempre hábil para escaparse
como los peces babosos de los ríos.

Guadalupe te dirá
de las infinitas bondades que prodiga las observación;
ella podrá abrirte las ventanas de la sensualidad:
no dejes de entregarte a las pasiones que despierta,
no te niegues al tacto y al olor
que los cuerpos y las cosas despiden
para que nazcan los diálogos;
así, tus inclinaciones hallarán
los interlocutores propicios,
y cualesquiera que ellos sean,
dispone al intercambio, porque allí,
en el sitio de recibir y entregar,
están las claves pasionales del mundo.
Ya que el regreso al sitio de donde saliste es imposible,
hazte algunas casas parecidas:
la casa larga del afecto
es una vieja certeza en esta tierra;
la casa donde se apuesta porque las cosas no sean así,
sino algo parecido a tu primera inocencia,
es incómoda y hermosa como las grandes montañas.

Si crees encontrar en mis palabras alguna claridad,
no te engañes; hablo desde la confusión.
En esta eventualidad
probablemente viva un secreto:
la vieja clave de ni dejarse llevar
por el juicio final;
deja a los mediocres el íntimo acierto
de creerse dueños de la veracidad
y busca la trastienda,
ama la duda y, más que a ella,
ama a quienes la ejercen con nobleza;
no creas en las respuestas primeras
si no vienen del rayo de la intuición
de quienes comparten tu precariedad,
afinca tus pasos en las calles largas
y, cuando te venza la fatiga,
convérsales a tus compañeros de ruta, para encontrar
el eco de tu cansancio y la fuerza,
la terquedad de la ternura.

Arráncale el sentido al lugar común:
estamos solos en el mundo
porque, más allá de escucharlo mil veces,
es tan cierto como la fragilidad de estas letras
y tan preciso como que la capital del paraíso
es la fiesta de tus primeros años.
del libro Terrenos (1985).

Casa del Paraíso

V
La luz de mis ocho años fue
el sol del mediodía en la piscina:
aquella ruda victoria de vencer el agua,
el terror de sumergirse y no salir
(sólo te visito, infierno,
Si estoy seguro de poder dejarte).

Casa de mar

IX
Para cuando estos peñeros hagan agua
ya habrá un sitio de los dos
con algún muelle para resistir el viento
y dos vasos que llenaremos
a ver si la vida se hace más nuestra.

Para ese tiempo quizás
un loquito histriónico correrá por los pasillos
hablando incoherente de crespos y alegría.

Para cuando llegue
el velero que nos lleva hacia otras playas
ya habremos matado a la muerte.

Para ese entonces que puede ser ya
estaremos más desnudos.

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Donaciano Bueno Diez
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