HAY VECES CUANDO DUDO (Mi poema)
Emilia Pardo Bazán (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…  de medio pelo
 

Hay veces, cuando dudo, cuando pienso
e incluso cuando dejo de pensar,
me ocurre cuando empiezo a meditar,
la mente ya no encuentra algún consenso
que la haga razonar.

Que intente comprender a los humanos
-los hombres, esas fieras disfrazadas,
que nacen persiguiendo en sus manadas-,
y engañan cuando dicen dan las manos
y en cambio dan patadas.

Los mismos, los que nunca se han querido,
y llevan el amor preso en su boca
conscientes la empatía que provoca,
y aun menos de fiar que un salpullido
que ataca lo que toca.

Que arrastran la maldad entre sus piernas
impulsos y deseos reprimidos,
el ansia de poder y los gemidos
que manchan de impudor las hojas tiernas,
candores corrompidos.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán

Almas gemelas

Mitades de una gota de rocío
con que el mar, al beberla,
en lo profundo de su seno frío
cuaja una sola perla;

átomos del perfume de la rosa
que el viento mece unido;
notas que vibra el arpa melodiosa
iguales en sonido;

estrellas dobles que en el alto cielo
una órbita describen;
almas gemelas que en el triste suelo
de un pensamiento viven;

esto sin duda son los que se quieren
su fe guardando entera,
y acaso pasarán cuando aquí mueran
a amarse en otra esfera.

Álbum de ignorado origen

Álbum de ignorado origen,
¿por qué mi firma reclamas?
firma y versos a las damas
son cosas que no se exigen.
De la mujer en la vida
es la inspiración secreta,
como pálida violeta
que no quiere ser cogida,
y que cuando se propasa
dulce perfume a exhalar,
sólo debe embalsamar
las paredes de su casa.
Pero haciendo concesiones
a este tiempo de locura,
alteraré tu blancura
con desiguales renglones
y entre firmas de valía
que guardas ya con empeño,
echa la culpa a tu dueño,
de que figure la mía.

BALADA

Entolda el horizonte densa bruma,
montañas hasta el cielo suben de espuma,
encima la tormenta, lejos la orilla,
corriendo de ola en ola va la barquilla.
Del huracán tremendo bajo el empuje
la tablazón delgada retiembla y cruje,
y contrastar no logran su saña fiera
pálidos los remeros como la cera.
Solo el patrón robusto, de pelo cano,
lobo curtido y viejo, de oscura frente,
el timón dirigiendo con fuerte mano,
impasible contempla la mar rugiente.
-¡Orza! ¡de proa! ¡Jala! ¡Remad con brío!
¡Esto es aire y espuma! ¡Jala al avío!
¡Cargad… cargad el peso… por ese lado!
¿Por qué sueltas el remo… di, condenado?
¡No llores tú, grumete, carilla fina!
Estos lances enseñan ciencia marina…
¡Por un huracancillo tan dulce y leve
que amante nuestro barco columpia y mueve!
¡Ira de Dios! Dad gracias a la hija mía,
a las madres que aguardan con pesar hondo;
que si no juro a Cristo que anhelaría
llevaros -por cobardes-del mar al fondo”.
Sin fuerzas ni esperanzas, pero sereno,
ve el patrón entreabrirse del mar el seno,
y surgir un gigante genio bravío
coronado de espumas, verde, sombrío.
-¿Quieres salvarte?, dice su voz, que bronca
domina la del viento, zumbando ronca.
-Si aplacarse ver quieres el mar furioso,
prométeme a tu hija, seré su esposo.
-Sea -responde el padre que vio la muerte.
-Sea -al decirlo el genio, tendió la mano,
y ya la dulce luna sus rayos vierte
sobre el lomo tranquilo del Océano.

En la playa se junta la gente toda;
la niña está compuesta para la boda;
le cuelgan por la espalda blondos cabellos,
la brisa de los mares retoza en ellos.
La barca un gallardete gayo empavesa;
sube la niña; al padre la mano besa;
él la amarra desata con pulso cierto,
aunque tiene el semblante color de muerto…
Lenta boga la barca; de pronto, gira
de un abismo en las negras profundidades…
¡El patrón se desploma, cuando lo mira,
como mástil que truncan las tempestades!

¿Dónde fueron la gloria, el sentimiento

¿Dónde fueron la gloria, el sentimiento
que amaba la verdad, el claro día,
la blanca nube, el bello pensamiento
lleno de fe, radiante de alegría?

Entre la sombra del ramaje oscuro
veo el rincón del lecho solitario;
aun queda el rastro del recuerdo impuro
como envolviendo el que da el sudario.

SONETO

Considera que en humo se convierte
el dulce bien de tu mayor contento,
y apenas vive un rápido momento
la gloria humana y el placer más fuerte.

Tal es del hombre la inmutable suerte:
nunca saciar su ansioso pensamiento,
y al precio de su afán y su tormento
adquirir el descanso de la muerte.

La muerte, triste, pálida y divina,
al fin de nuestros años nos espera
como al esposo infiel la fiel esposa;

y al rayo de la fe que la ilumina,
cuanto al malvado se parece austera,
al varón justo se presenta hermosa.

LA AURORA

Dos cosas hay en el suelo,
una pura, otra florida,
y son la aurora del cielo
y la aurora de la vida.
Una salpica las flores
de rocío abrillantado,
otra con dulces amores
llena el pecho entusiasmado,
y en ambas con armonía
se reúnen al instante
color, belleza, alegría,
luz deliciosa y radiante;
como visión vagarosa
duran tan solo un momento
la luz de color de rosa
y la edad del sentimiento;
que hay dos cosas en el suelo,
una pura, otra florida,
y son la aurora del cielo
y la aurora de la vida.

ODA

¡Ficción, brillante Diosa! Rasga el velo
que al poeta prestaste,
y aléjate callada.
Ya que a la sacra voz del patrio suelo
vibra el arpa olvidada,
despiértela del sueño en que yaciera,
único numen, la Verdad severa.
¡Oh, Verdad! ¡Ansia eterna, paraíso
prometido al mortal! Tus resplandores
la frente iluminaron del que quiso
sendas al pensamiento abrir mejores:
del que armado de crítico escalpelo
con firme pulso disecó la vana
retórica que en aulas se aprendía,
y —de nombre no más— filosofía
era disfraz a la ignorancia humana.
¡Palabras solamente! A tal confuso
montón de frases arrojado al viento
llamaban el sofista y el iluso
sublime concepción del pensamiento:
en árida, capciosa sutileza
el ingenio español, extraviado,
se agotaba y estéril revolvía
girando sin cesar sobre sí mismo:
y de la luz del día
como el ave nocturna horrorizado,
sellaba la razón con el candado
del viejo dogmatismo.
***
Velo Feijóo. Con generoso alarde
dice «atrás» al error, «marcha» a la idea,
«libre vuela» al espíritu cobarde,
y a la tímida ciencia «avanza y crea».
Y radiante la faz, y el alma henchida
de entusiasmo y de unción, tiende la mano
señalando la gran Naturaleza.
«Dad», les grita, «al olvido
tanto sofisma vano:
campo es el Universo, a la mirada
de los contempladores siempre abierto,
cuya magia y belleza
nos revela un Artista soberano:
su atenta observación es rumbo cierto;
la hipótesis es nada».
***
Y a su voz, como cría de altanera
águila, en breve jaula detenida,
si los hierros quebraron
de su estrecha prisión, rauda y ligera
se lanza a los espacios y a la vida,
así, sedientas de tender su vuelo,
las ciencias se elevaron
con un grito de júbilo hasta el cielo.
Sin trabas ni recelo
la física estudió los naturales
fenómenos, a leyes reducidos,
por su misma unidad más colosales;
rasgó la medicina sus anales
y escéptica emprendió la nueva vía;
globos y mundos registró sin cuento
en el éter azul del firmamento
con telescopio audaz la astronomía:
y distinguió la atónita ojeada
en el espacio escrito
con refulgentes letras siderales
este verbo «infinito».
***
Mas no sin combatir ganó la palma
de la victoria el sabio.
Cual víbora sedienta
cebó la envidia en él rabioso labio:
y como tras la calma
en el mar se desata una tormenta,
sacudiendo mugientes oleadas
contra la escueta roca,
injurias y libelos a bandadas
en el firme peñasco de su alma
se fueron a estrellar con furia loca.
***
Impávido los vio.
Jamás rendido
de la verdad el campeón vacila:
antes, por alta mano sostenido,
camina al ideal apetecido
que en lejano horizonte se perfila.
¡Gladiador del porvenir valiente,
que nada tu fe robe!
Si te ciñen espinas a la frente,
di, como Galileo: «E pur si muove!».
***
¡Filósofo profeta! ¡Si te fuera
dado que retornases a la vida
y vieses ya cogida
la rica mies, cuya semilla acaso
sin esperanza derramaste al paso!
Hoy, lozana do quier, do quier florida,
se propaga la ciencia,
como tú la pensaste,
en el hecho fundada y la experiencia:
de base tan segura
surge el Conocimiento, lentamente,
como en el mar Pacífico está el diente
del pólipo creando
un nuevo continente.
Poco a poco, sus velos desgarrando
va la Naturaleza:
y cual el relojero
que fabrica el reloj pieza por pieza
para después organizarlo entero,
así dato con dato se eslabona,
y la cadena el pensador uniendo
especula y razona.
***
Si pudieras alzarte
y arrojar tu sudario,
¡oh, genio del análisis!, ¡qué vario
y grandioso espectáculo mostrarte
lograra Europa!
El rayo aprisionado
por un hilo sutil veloz camina,
mensajero del raudo pensamiento:
del buque en el costado
y del tren en el seno chispeante
enciérrase una fuerza misteriosa
por la cual ya ni el viento
ni la distancia teme el caminante:
el químico analiza
desde el breve infusorio y la flor bella
hasta la brisa que las olas riza
y el resplandor de la remota estrella.
Con fuerzas de gigante
la inteligencia a la vivaz materia
sujeta y tiraniza,
y el hombre casi olvida su miseria.
***
De tanta y tan magnífica conquista
solo escuchar la lista
quizás haga a tus huesos,
¡oh, Feijóo!, estremecerse de alegría,
allá en la noche de la tumba fría.
Mas no eleves la frente,
no alteres tu reposo:
que si tiendes la vista
un siglo encontrarás inteligente…
¡pero no venturoso!
***
Jamás tu natural filosofía
trocó tu corazón en un desierto:
siempre guardó tu entendimiento claro
la llama de la fe, bendito faro
que te tornaba al puerto.
Hoy… ¿Cómo te diría,
sin apenar tu espíritu sublime,
la fiebre y la locura,
el hondo malestar y la amargura
en que este siglo gime?
Edad de transición, de sorda pena,
de lucha de encontrados intereses
y escéptico dolor, a su cadena
amarrada, cual nuevo Prometeo,
dudando hasta de Dios y de su alma,
ha perdido la calma
y le resta el deseo.
¡Mil veces sabio tú, que respetaste
del hombre la conciencia,
y que, sin deshojar una creencia,
asido de la mano, le guiaste
al templo de la ciencia!
¡Mil veces sabio tú! Cuando el misterio
profundo, inexplicable, de las cosas
abrumaba tu mente,
en extático anhelo
alzabas tus miradas hasta el cielo.
¡Sabio mil veces! El poder divino
lo explica todo al que la fe respeta.
Habla Feijóo… «¡La ciencia es el camino,
pero Dios es la meta!»

JAIME (II)

Alma mía, pasó ya la noche,
la noche y su sombra,
y en ti y en los cielos
despunta la aurora.
Alma mía, despliega esas alas
que inertes y rotas
plegaste, cual suele
la herida paloma.
Alma mía, renace al consuelo,
renace a la gloria:
amable es el mundo,
la vida es hermosa.
Alma mía, poblose el desierto
de mirtos y rosas,
susurros, perfumes,
gorjeos y notas.

JAIME (XIV)

En un rosal de mi huerto
un jilguero labró nido
y con noble confianza
en el sitio más florido,
más central y descubierto,
colgó el lecho de esperanza.
Delicado huevecillo
puso allí, como una perla
que entre flores se cuajase;
y voló después, sencillo,
sin recelo de que, al verla,
su postura le robase.
Haces bien, ave del cielo,
que no cabe a tus amores
asechanza en mí ninguna;
ven, incuba tu polluelo,
que tu nido está en las flores,
y en mi cuarto está la cuna.

EVOLUCIÓN DE LA ROSA

Por tierra de unidad y de armonía
la vieja Grecia se preció de hermosa:
símbolo de belleza fue la rosa;
Venus entre sus rizos la prendía.
Duraba su esplendor tan solo un día;
era pomo de esencia deliciosa;
y, borracha, la alegre mariposa
en el cáliz de fuego se dormía.
Vienen la edad moderna y los Linneos;
llega el floricultor, y en variedades
la rosa dividió, como en casillas…
¡Venus y Anacreonte, estremeceos!
¡Cantores del amor! ¡Muertas deidades!

Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
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En nombre de la duda yo os emplazotrocando…
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