LO NUESTRO ES SEPARAR (Mi poema)
José Hernández (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Lo nuestro es separar,
separan las costumbres, separan los idiomas,
lo mismo que separan los puntos y las comas,
un paso al caminar,
distinguen los colores, los gestos diferentes,
la música y deportes, los gustos de las gentes,
la boca, el paladar,
el dios al que heredamos de padres que, creyentes,
habremos de rezar.

Jugamos a enrocarnos,
el otro, ese de al lado, no tiene mi abolengo,
pretenden apropiarse, robarme lo que tengo,
tratando de esquilmarnos.
Que en nuestros minifundios, aquí somos felices,
sabemos nos envidian ansiando los barnices,
por nada hay que juntarnos.
Pues somos los maestros y ellos son aprendices,
mejor diferenciarnos.

Nosotros lo primeros,
que el otro ha de venir solo si nos conviene,
si tienen mi Pe Hache, si es mismo su ADN,
si acatan nuestros fueros.
Volvamos a las tribus, forjemos alambreras,
pongamos parapetos, creemos más fronteras,
echemos marcha atrás,
los otros son los otros, o sea los demás.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: José Hernández

José Hernández

Cantares

Yo tengo entre mis libros
Un libro viejo
Que una vieja lo mira
Con espejuelos.
Y tengo un libro
Que lo ve una muchacha:
Con ojos lindos —

La viejita leyendo
Pasa el dia entero,
Y da vueltas las hojas
Con dedos secos;
Pero la otra
Tiene para las suyas
Dedos de rosa.

A las unas les gustan
Crónicas viejas
Y gustan á las niñas
Lindas novelas—
Mas no me asusto
De que tengan entre ellas
Distintos gustos.

Y para que no digan
Que es impolítico.
Después de estas verdades
Haré un cumplido
Las viejas, vivan!
Que son madres ó abuelas
De lindas niñas.

El carpintero

El compás de su herramienta
Mientras trabaja afanoso
Así sus desdichas cuenta,
Así canta y se lamenta
Un carpintero amoroso.

«Es mi vida su mirada,
Y cuando su voz escucho,
Siento mi alma arrebatada
De tierno gozo inundada….
— Muchacho, trae el serrucho,

«Brotan de sus ojos bellos
Penetrando el corazón
Esos fúlgidos destellos
Y absorto me quedo en ellos….
Muchacho, trae el formón.

«De sus labios de granada
Se escapa de amor el soplo,
Y es ondeante y perfumada
Su cabellera rizada…
Muchacho, trae el escoplo.

«Y mi vida antes serena
Tornóse agitada y turbia
Cambióse el placer en frena,
De amor gimo en la cadena,
Muchacho, traeme la gurbia.

«Y cariñoso con ella
Inocente el cefirillo
Juega al mirarla tan bella
Fulgente como una estrella,
Muchacho, trae el cepillo.

«Por ella es este dolor
Por ella siento esta pena,
Y ella con su cruel rigor
Desdeña, ¡ingrata! mi amor:
Muchacho, trae la barrena.»

Y amante sigue sus llantos
Y sus eternas disputas
Aliviando sus quebrantos
Con sus amorosos cantos
Entre tablas y virutas.

El viejo y la niña

Cruza un arroyo inocente
Sobre un campo de esmeralda,
Y á su orilla crece un sauce
Reflejándose en sus aguas.
En sus trasparentes ondas,
Serenas, limpias y mansas.
Varios descuidados cisnes
Su blanco plumaje, bañan.
Los pintados pajarillos,
Saltando de rama en rama,
Enamorados y alegres,
Con su dulces trinos cantan.
Y las flores caprichosas,
Que crecen entre la grama,
Aquel manto de verdura,
Entapizan y engalanan.
Y las perfumadas brisas,
Al cruzar en tenue calma,
Rozan leve y suavemente,
Agua, cisnes, flor y grama.
Pálido un rayo de sol,
Que se quiebra entre las ramas,
Va á reflejar moribundo
En las cristalinas aguas.
Del verde sauce á la sombra
Un pobre viejo descansa,
Pura la mirada y limpia,
Serena, aunque triste el alma.
A sus trémulas rodillas
Alegre una niña salta,
Y sus sonrosados dedos
Entre sus canas enlaza.
El las huellas de la vida
Muestra en su faz arrugada,
Y ella refleja en su frente
La pureza y la esperanza.
De la sien del viejo penden
Escasas hebras de plata,
Pues deja tan poco el mundo
Que hasta deja pocas canas.
Y ella los sedosos rizos,
Flotantes sobre la espalda,
Por la brisa acariciados
No suelta, sino derrama.
El es la verdad del fin,
Es la realidad ingrata;
Y ella es la ilusión risueña
Que dá vida á la esperanza.
El es el árido invierno
Con su nieve y sus escarchas,
Es desierto, soledad,
Repulsión, tinieblas, nada
Y en la senda de la niña,
La primavera derrama
Todas sus galas floridas
Con generosa abundancia.
El es la noche sombría,
Ella la aurora galana,
Ella viene, y el se vá
Libre de congoja el alma.
Ella en su inquieta inocencia
Jugueteando con sus canas
— ¿Por qué motivo, le dice,
Tienes la cabeza blanca?
Fija en la niña el anciano
Pura y serena mirada,
Sus secos labios contrae
Lijera sonrisa amarga,
— ¿No sabes, niña inocente,
No sabes niña adorada,
Que la vida se parece
A la antorcha que se apaga?
Seductoras ilusiones,
Nuestra juventud engañan
Y al retirarse fugaces
El tinte del pelo cambian,
Vienen muchos desencantos
Muere ó se vá la esperanza;
Que la esperanza de ayer
Es desencanto mañana.
Y solo nos deja el mundo
Al terminar la jornada,
Al espíritu congojas
Pero no á los ojos lágrimas,
Solo deja el desengaño
Y tristezas en el alma,
Las arrugas en el rostro
Y en la cabeza las canas!!»
Oyó la niña el sermón
Sin entender ni palabra,
Pues la vida tiene aún
Arcanos que ella no alcanza.
Se fué á arrojar juguetona
Piedrecillas en el agua,
Los cisnes tienden el vuelo
Y el viejo vuelve á su casa.
Las flores siguen creciendo,
Las aguas siguen su marcha,
Sigue el sauce dando sombra,
Sigue el pájaro en sus ramas.
Sigue la brisa apacible
Y al verde follaje arranca
Esa tímida armonía
Que solo percibe el alma.
Mas yo he seguido hasta aquí,
Y es tiempo de decir basta,
Porque las penas son mías
Y soy dueño de ocultarlas.
Yo soy ese pobre viejo
Lleno de arrugas y canas
Y es la niña juguetona,
La lectora de esta fábula.
Guarde ella sus ilusiones,
Yo mis tristezas amargas,
Ella sus blondos cabellos
Y yo mis escasas canas.
Que ya fugaron veloces
Las ilusiones del alma;
Pues ayer compré un billete
Y no me he sacado nada.

Los dos Besos

Volaron aquellas horas
En que la mente delira:
Sin cuerdas está mi lira
Y sin fuego el corazón.
Y pues que cantar no puedo
Tus encantos y embelesos,
A una historia de dos besos
Presta, niña, tu atención.

En los inmensos espacios
Dos besos que iban errantes,
Vagos, perdidos, flotantes,
Se llegaron á encontrar.
Y al tocarse levemente,
Yerto el uno y maldecido,
Tembló el otro, como herido
Por aquel roce fatal.

Y entre el éter de las nubes,
Dó el trueno tiene su cuna,
Un tibio rayo de luna
Los ilumina á los dos.
Y el silencio interrumpiendo
Que en los espacios reinaba,
Un génio que allí pasaba
Oyó la siguiente voz:

—¿Quién eres?
— ¿A donde vas
Por el espacio infinito?
— Tan fresco tú.
— Tú marchito
— ¿De donde saliste, dí?
— Yo soy ternura.
— Yo rábia.
— Yo dulzura.
— Yo dolor.
— Yo soy hijo del amor.
— Yo del ódio y frenesí.
— Yo vierto una alma en otra alma
Divinizando las dos:
Soy el hábito de Dios,
Soy inocencia y virtud.
Y yo soy remordimiento,
Infamia, oprobrio, perfidia:
Soy maldición, soy envidia,
Y perversa ingratitud.

— Yo soy perfume suave,
Soy celestial armonía,
Soy placer, soy alegría,
Soy esperanza que brota.
— Yo soy maldición, blasfemia,
Soy rencor de furias lleno,
Soy para el alma, veneno
Que destila gota á gota.

— Yo soy pureza y esencia.
— Yo crímen y falsedad.
— Yo salvé á la humanidad.
— Yo á la humanidad perdí.
— Soy yo de orígen divino.
— A mí el infierno me hizo.
— Yo nací en el Paraíso.
— Yo en Jerusalen nací.

— Yo soy virtud
— Yo maldad.
— Yo inocencia
— Yo delito.
— Yo soy deleite infinito.
— Yo soy infinito horror.
— Digámosnos, pues, quién somos,
Y así saldremos de dudas.
— Yo soy el beso de Judas.
— Yo el primer beso de Amor.
Y los dos al separarse,
Para seguir su camino
Por un mandato Divino
Se miraron con horror.

— ¡Adiós! yo busco en el mundo
Odios, venganzas, agravios!….
Y yo unos cándidos lábios
Que me den vida y calor.

CUENTA SU VIDA EN LA PAMPA (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)

De ese modo nos hallamos
Empeñaos en la partida
No hay que darla por perdida
Por dura que sea la suerte;
Ni que pensar en la muerte,
Sinó en soportar la vida.

Se endurece el corazon
No teme peligro alguno
Por encontrarlo oportuno
Allí juramos los dos:
Respetar tan solo á Dios
De Dios abajo, á ninguno.—

El mal es árbol que crece
Y que cortado retoña—
La gente esperta ó visoña
Sufre de infinitos modos—
La tierra es madre de todos,
Pero tambien dá ponzoña.

Mas todo varon prudente
Sufre tranquilo sus males—
Yo siempre los hallo iguales
En cualquier senda que elijo—
La desgracia tiene hijos
Aunque ella no tiene madre.—

Y al que le toca la herencia
Donde quiera halla su ruina—
Lo que la suerte destina
No puede el hombre evitar—
Porque el cardo ha de pinchar
Es que nace con espina.

Es el destino del pobre
Un continuo safarrancho,
Y pasa como el carancho
Porque el mal nunca se sacia,
Si el viento de la desgracia
Vuela las pajas del rancho.

Mas quien manda los pesares
Manda tambien el consuelo—
La luz que baja del cielo
Alumbra al mas encumbrao,
Y hasta el pelo mas delgao
Hace su sombra en el suelo.

Pero por mas que uno sufra
Un rigor que lo atormente
No debe bajar la frente
Nunca—por ningun motivo—
El álamo es mas altivo
y gime costantemente.

El indio pasa la vida
Robando ó echao de panza—
La única ley es la lanza
A que se ha de someter—
Lo que le falta en saber
Lo suple con desconfianza.

Fuera cosa de engarzarlo
A un indio caritativo—
Es duro con el cautivo,
Le dan un trato horroroso—
Es astuto y receloso,
Es audaz y vengativo—

No hay que pedirle favor
Ni que aguardar tolerancia—
Movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos—
Nos pusieron separaos
Bajo sutil vigilancia—

No pude tener con Cruz
Ninguna conversacion—
No nos daban ocasion,
Nos trataban como agenos—
Como dos años lo menos
Duró ésta separacion.

Relatar nuestras penurias
Fuera alargar el asunto—
Les diré sobre este punto
Que á los dos años recien
Nos hizo el cacique el bien
De dejarnos vivir juntos.

Nos retiramos con Cruz
A la orilla·de un pajal—
Por no pasarlo tan mal
En el desierto infinito,
Hicimos como un bendito
Con dos cueros de bagual.

Fuimos á esconder alli
Nuestra pobre situacion
Aliviando con la union
Aquel duro cautiverio—
Tristes como un cementerio,
Al toque de la oracion.

Debe el hombre ser valiente
Si á rodar se determina,
Primero, cuando camina;
Segundo, cuando descansa,
Pues en aquellas andanzas
Perece el que se acoquina.

Cuando es manso el ternerito
En cualquier vaca se priende—
El que es gaucho esto lo entiende
y há de entender si le digo,
Que andabamos con mi amigo
Como pan que no se vende.

Guarecidos en el toldo
Charlabamos mano á mano—
Eramos dos veteranos
Mansos pa las sabandijas,
Arrumbaos como cubijas
Cuando calienta el verano.

El alimento no abunda
Por mas empeño que se haga;
Lo pasa uno como plaga,
Egercitando la industria—
Y siempre como la nutria
Viviendo á orillas del agua.

En semejante ejercicio
Se hace diestro el cazador—
Cai el piche engordador,
Cai el pájaro que trina—
Todo vicho que camina
Va á parar al asador—

Pues alli á los cuatro vientos
La persecucion se lleva,
Naide escapa de la leva
y dende que la alba asoma
Ya recorre uno la loma,
El bajo, el nido, y la cueva.

El que vive de la caza
A cualquier vicho se atreve—
Que pluma ó cáscara lleve,
Pues cuando la hambre se siente
El hombre le clava el diente
A todo lo que se mueve.

En las sagradas alturas
Está el maestro principal,
Que enseña á cada animal
A procurarse el sustento
Y le brinda el alimento
A todo ser racional.—

Y aves, y vichos y pejes,
Se mantienen de mil modos;
Pero el hombre en su acomodo
Es curioso de oservar:
Es el que sabe llorar—
Y es el que los come á todos.

CRUZ (EL GAUCHO MARTÍN FIERRO)

—Amigazo, pa sufrir
Han nacido los varones—
Estas son las ocasiones
De mostrarse un hombre juerte,
Hasta que venga la muerte
Y lo agarre á coscorrones.

El andar tan despilchao
Ningún mérito me quita,
Sin ser un alma bendita
Me duelo del mal ageno:
Soy un pastel con relleno
Que parece torta frita.

Tampoco me faltan males
Y desgracias, le prevengo,
Tambien mis desdichas tengo,
Aunque esto poco me aflige—
Yo sé hacerme el chango rengo
Cuando la cosa lo esige.

Y con algunos ardiles
Voy viviendo, aunque rotoso;
A veces me hago el sarnoso
Y no tengo ni un granito,
Pero al chifle voy ganoso
Como panzón al maíz frito.

A mí no me matan penas
Mientras tenga el cuero sano,
Venga el sol en el verano
Y la escarcha en el invierno—
Si este mundo es un infierno
¿Por qué afligirse el cristiano?

Hagámosle cara fiera
A los males, compañero,
Porque el zorro más matrero
Suele cair como un chorlito;
Viene por un corderito
Y en la estaca deja el cuero.

Hoy tenemos que sufrir
Males que no tienen nombre,
Pero esto á naides lo asombre
Porque ansina es el pastel;
Y tiene que dar el hombre
Más vueltas que un carretel.

Yo nunca me he de entregar
A los brazos de la muerte—
Arrastro mi triste suerte
Paso á paso y como pueda—
Que donde el débil se queda
Se suele escapar el juerte.

Y ricuerde cada cual
Lo que cada cual sufrió
Que lo que es, amigo, yo,
Hago ansi la cuenta mía:
Ya lo pasado pasó—
Mañana será otro día.

Yo también tuve una pilcha
Que me enllenó el corazón—
Y si en aquella ocasión
Alguien me hubiera buscao—
Siguro que me había hallao
Más prendido que un botón.

En la güella del querer
No hay animal que se pierda…
Las mujeres no son lerdas—
Y todo gaucho es dotor
Si pa cantarle el amor
Tiene que templar las cuerdas.

¡Quién es de una alma tan dura
Que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
Si no sale calavera
Es la mejor compañera
Que el hombre puede tener.

Si es güena, no lo abandona
Cuando lo vé desgraciao,
Lo asiste con su cuidao,
Y con afán cariñoso
Y usté tal vez ni un rebozo
Ni una pollera le ha dao.

Grandemente lo pasaba
Con aquella prenda mía—
Viviendo con alegría
Como la mosca en la miel!—
¡Amigo, qué tiempo aquel!
La pucha — que la quería!

Era la águila que á un árbol
Dende las nubes bajó
Era más linda que el alba
Cuando vá rayando el sol—
Era la flor deliciosa
Que entre el trebolar creció.

Pero, amigo, el comendante
Que mandaba la milicia,
Como que no desperdicia
Se fué refalando á casa;—
Yo le conocí en la traza
Que el hombre traiba malicia.

El me daba voz de amigo,
Pero no le tenía fe—
Era el jefe, y ya se vé,
No podía competir yo—
En mi rancho se pegó
Lo mesmo que un saguaipé.

A poco andar, conocí,
Que ya me había desbancao,
Y él siempre muy entonao,
Aunque sin darme ni un cobre
Me tenía de lao á lao
Como encomienda de pobre.

A cada rato, de chasque
Me hacía dir á gran distancia,
Ya me mandaba á una estancia,
Ya al pueblo, ya á la frontera—
Pero él en la comendancia
No ponía los piés siquiera.

Es triste á no poder más
El hombre en su padecer,
Si no tiene una mujer
Que lo ampare y lo consuele:
Mas pa que otro se la pele
Lo mejor es no tener.

No me gusta que otro gallo
Le cacarée á mi gallina—
Yo andaba ya con la espina,
Hasta que en una ocasión
Lo pillé junto al jogón
Abrazándome á la china.

Tenía el viejito una cara
De ternero mal lamido,
Y al verle tan atrevido
Le dije: —¡Que le aproveche;
«Que había sido pa el amor
«Como gaucho pa la leche.»

Peló la espalda y se vino
Como á quererme ensartar,
Pero yo sin tutubiar
Le volví al punto á decir:
—«Cuidao no te vas á per…tigo
«Poné cuarta pa salir.»

Un puntazo me largó,
Pero el cuerpo le saqué,
Y en cuanto se lo quité,
Para no matar un viejo,
Con cuidado, medio de lejos
Un palazo le asenté.

Y como nunca al que manda
Le falta algún adulón,
Uno que en esa ocasión,
Se encontraba allí presente,
Vino apretando los dientes
Como perrito mamón,

Me hizo un tiro de revuelver
Que el hombre creyó siguro;
Era confiado y le juro
Que cerquita se arrimaba—
Pero siempre en un apuro
Se desentumen mis tabas.

El me siguió menudiando
Mas sin poderme acertar,
Y yo, déle culebriar,
Hasta que al fin le dentré
Y ay no más lo despaché
Sin dejarlo resollar.

Dentré á campiar en seguida
Al viejito enamorao,
El pobre se había ganao
En un noque de lejía—
¡Quién sabe cómo estaría
Del susto que había llevao!

Es zonzo el cristiano macho
Cuando el amor lo domina!—
El la miraba á la indina,
Y una cosa tan jedionda
Sentí yo, que ni en la fonda
He visto tal jedentina

Y le dije: —«Pa su agüela
«Han de ser esas perdices.»
Yo me tapé las narices,
Y me salí esternudando,
Y el viejo quedó olfatiando
Como chico con lumbrices.

Cuando la mula recula,
Señal que quiere cosiar—
Ansí se suele portar
Aunque ella lo disimula,
Recula como la mula
La mujer, para olvidar.

Alcé mis ponchos y mis prendas
Y me largué á padecer
Por culpa de una mujer
Que quiso engañar á dos—
Al rancho le dije adiós
Para nunca más volver.

Las mujeres dende entonces,
Conocí á todas en una—
Ya no he de probar fortuna
Con carta tan conocida:
Mujer y perra parida,
No se me atraca ninguna!

EL JUGADOR (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)

– 880 –
Andube como pelota,
y más pobre que una rata.
Cuando empecé a ganar plata
se armó no sé qué barullo.
Yo dije: a tu tierra grullo
aunque sea con una pata.

– 881 –
Eran duros y bastantes
los años que allá pasaron.
Con lo que ellos me enseñaron
formaba mi capital.
Cuanto vine me enrolaron
en la Guardia Nacional.

– 882 –
Me había egercitao al naipe,
el juego era mi carrera;
hice alianza verdadera
y arreglé una trapisonda
con el dueño de una fonda
que entraba en la peladera.

– 883 –
Me ocupaba con esmero
en floriar una baraja,
él la guardaba en la caja
en paquetes como nueva;
y la media arroba lleva
quien conoce la ventaja.

– 884 –
Comete un error inmenso
quien de la suerte presuma,
otro más hábil lo fuma,
en un dos por tres, lo pela;
y lo larga que no vuela
porque le falta una pluma.

– 885 –
Con un socio que lo entiende
se arman partidas muy buenas,
queda allí la plata agena.,
quedan prendas y botones;
siempre cain a esas riuniones
sonzos con las manos llenas.

– 886 –
Hay muchas trampas legales,
recursos del jugador.
No cualquiera es sabedor
a lo que un naipe se presta.
Con una »cincha» bien puesta
se la pega uno al mejor.

– 887 –
Deja a veces ver la boca
haciendo el que se descuida.
Juega el otro hasta la vida
y es siguro que se ensarta,
porque uno muestra una carta
y tiene otra prevenida.

– 888 –
Al monte, las precauciones
no han de olvidarse jamás.
Debe afirnarse a demás
los dedos para el trabajo
y buscar asiento bajo
que le dé la luz de atrás.

– 889 –
Pa tayar, tome la luz,
dé la sombra al alversario,
acomódese al contrario
en todo juego cartiao;
tener ojo egercitao
es siempre muy necesario.

– 890 –
El contrario abre los suyos,
pero nada ve el que es ciego.
Dándole soga, muy luego
se deja pezcar el tonto.
Todo chapetón cree pronto
que sabe mucho en el juego.

– 891 –
Hay hombres muy inocentes
y que a las carpetas van.
Cuando asariados están,
les pasa infinitas veces,
pierden en puertas y en treses,
y dándoles mamarán.

– 892 –
El que no sabe, no gana
aunque ruegue a Santa Rita.
En la carpeta a un mulita
se le conoce al sentarse.
Y conmigo, era matarse,
no podían ni a la manchita.

– 893 –
En el nueve y otros juegos
llevo ventaja no poca,
y siempre que dar me toca
el mal no tiene remedio,
porque sé sacar del medio
y sentar la de la boca.

– 894 –
En el truco, al más pintao
solía ponerlo en apuro;
cuando aventajar procuro,
sé tener, como fajadas,
tiro a tiro el as de espadas,
o flor, o envite seguro.

– 895 –
Yo sé defender mi plata
y lo hago como el primero.
El que ha de jugar dinero
preciso es que no se atonte.
Si se armaba una de monte,
tomaba parte el fondero.

– 896 –
Un pastel, como un paquete,
sé llevarlo con limpieza;
dende que a salir empiezan
no hay carta que no recuerde;
Sé cuál se gana o se pierde
en cuanto cain a la mesa.

– 897 –
También por estas jugadas
suele uno verse en aprietos;
mas yo no me comprometo
porque sé hacerlo con arte,
y aunque les corra el descarte
no se descubre el secreto.

– 898 –
Si me llamaban al dao
nunca me solía faltar
un cargado que largar,
un cruzao para el más vivo;
y hasta atracarles un chivo
sin dejarlos maliciar.

– 899 –
Cargaba bien una taba
porque la sé manejar;
no era manco en el billar,
y por fin de lo que esplico,
digo que, hasta con pichicos,
era capaz de jugar.

– 900 –
Es un vicio de mal fin,
el de jugar, no lo niego;
todo el que vive del juego
anda a la pezca de un bobo,
y es sabido que es un robo
ponerse a jugarle a un ciego.

– 901 –
Y esto digo claramente
porque he dejao de jugar;
y les puedo asigurar
como que fui del oficio:
más cuesta aprender un vicio
que aprender a trabajar.

LOS LAMENTOS (LA VUELTA DE MARTÍN FIERRO)

– 551 –
Aquel bravo compañero
en mis brazos espiró;
hombre que tanto sirvió,
varón que fue tan prudente,
por humano y por valiente
en el desierto murió.

– 552 –
Y yo, con mis propias manos
yo mesmo lo sepulté.
A Dios por su alma rogué
de dolor el pecho lleno.
Y humedeció aquel terreno
el llanto que redamé.

– 553 –
Cumplí
con mi obligación,
no hay falta de que me acuse,
ni deber de que me escuse
aunque de dolor sucumba.
Allá señala su tumba
una cruz que yo lo puse.

– 554 –
Andaba de toldo en toldo
y todo me fastidiaba.
El pesar me dominaba
y entregao al sentimiento,
se me hacía cada momento
oír a Cruz que me llamaba.

– 555 –
Cual más, cual menos los criollos
saben lo que es amargura.
En mi triste desventura
no encontraba otro consuelo
que ir a tirarme en el suelo
al lao de su sepoltura.

– 556 –
Allí pasaba las horas
sin haber naides conmigo.
Teniendo a Dios por testigo
y mis pensamientos fijos
en mi muger y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.

– 557 –
Privado de tantos bienes
y perdido en tierra agena,
parece que se encadena
el tiempo y que no pasara,
como si el sol se parara
a contemplar tanta pena.

– 558 –
Sin saber qué hacer de mí
y entregado a mi aflición,
estando allí una ocasión,
del lado que venía el viento
oí unos tristes lamentos
que llamaron mi atención.

– 559 –
No son raros los quejidos
en los toldos del salvage,
pues aquel es vandalage
donde no se arregla nada
sino a lanza y puñalada
a bolazos y a corage.

– 560 –
No preciso juramento,
deben creerle a Martín Fierro.
He visto en ese destierro
a un salvage que se irrita,
degollar una chinita
y tirársela a los perros.

– 561 –
He presenciado martirios
he visto muchas crueldades,
crímenes y atrocidades
que el cristiano no imagina;
pues ni el indio ni la china
sabe lo que son piedades.

– 562 –
Quise curiosiar los llantos
que llegaban hasta mí,
al punto me dirigí
al lugar de ande venían.
¡Me horrorisa todavía
el cuadro que descubrí!

– 562 –
Era una infeliz muger
que estaba de sangre llena,
y como una Madalena
lloraba con toda gana.
Conocí que era cristiana
y esto me dio mayor pena.

– 563 –
Cauteloso me acerqué
a un indio que estaba al lao;
porque el pampa es desconfiao
siempre de todo cristiano,
y vi que tenía en la mano
el rebenque ensangrentao.

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Donaciano Bueno Diez
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