NADA LE DEBO A DIOS (Mi poema)
Agustín Delgado (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Nada le debo a Dios.
Con miedos le he pagado.
Y el tiempo ya lo tengo amortizado.
Después de tanto esfuerzo hoy digo adiós,
me voy sin conocer ni hacia qué lado.

Los sueños que he tenido
se fueron cuesta abajo,
tirando, echando millas a destajo,
igual que un luchador empedernido
que no sabe parar, sin un relajo.

De nada me han servido
los ruegos y quebrantos,
que hubiera de poner tupidos mantos
ni haber a los deseos resistido
lo mismo que a sirenas con sus cantos.

Me voy como en un cuento
con un final feliz,
consciente que yo he sido un aprendiz
que no supo pararse ni un momento
a ver ni el más allá de su nariz.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Agustín Delgado

Agustín Delgado

EN FAVOR DE MANES

Ay de ti, prepoeta,
Que no te flaqueciste en hinchazar
Débil legado de revelaciones.

Esa así tu condena:
Esnifar sin ya tregua
Polen cáreo
De los idilios idos de agosto,
La tela de hedor
De las pecinas fáciles,
Celada agua de desolación.

Y oh a vos, solecísimo:
Gloria, aeda, in excelsis,
Seas.
Oh quien apacientas
El archivo de peonias
Lactantes.
Séase,
Ballena burócrata,
Que cultivas con esmero
El anillado de las giocondas.
Tus dias están hechos
De leche incólume.
Tu verdad se sienta
A la diestra de más beldad.

SANSIROLÉS DE LOS MADRILES

Maloliente ciudad está Madrid,
Pocha de machos cabe marujones.
Rompeolas del Sol, puerta fetal
Do hasta la Osa esnifa y saca ubre.

Dos bocinazos dánse la Gran Vía
Espantando marchitos en enaguas.
Alguacilillo pone chirimbolo
En el trasilo del Kilimanjaro.

El mediodía va de rompe y rasga,
Estribaciones del panel higiénico.
Y no da abasto Isidro Maravillas:
Todo máquero dios españolea.

Malcrecida heredad, oh Magerit,
De aquellos polvo torcas vastos lodos.
En la espiral que sorbe tu declive
Con viento fresco bulo a la bartola.

Gritan, allá lejos, escuchad

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.

Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar los párpados.

El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.

Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.

La muerte del padre se alza en la ventana…

La muerte del padre se alza en la ventana
sale al espacio vestida de blanco.
Por las escaleras interiores golpea su cuerpo
descendido a hombros bajo espesa madera.

Los hijos del padre cruzan las calles,
el globo de la tierra gira sobre sus ojos.
Están para estallar pero no sollozan.
Sonríen pero están para partir.

La energía del padre yace en el vaso de agua,
en la mesa de noche de las salas de espera.
La chaqueta del padre vaga por los percheros,
no es símbolo, no es viento, no es amor.

La madre de los hijos inflama la pared
con una luz roja y con una luz roja.
La memoria deshace las miradas.
Mariposas clavadas con alfileres.

La sombra del padre se disuelve en la atmósfera,
habita las galaxias, los macizos blancos.
La madre de los hijos y los hijos del padre
cavan una tumba en el corazón de la tierra.

Otra vez más

Siempre quedan los papeles llenos de metralla
encima de alguna mesa.
Pero más triste es morirse de hambre
y sin chaqueta y lejos de la patria.

Por eso hoy, Antonio Machado,
rasgo todos los versos,
todos los discursos de después de la comida
y me quedo en mi cuarto
mirando hacia afuera, mientras sigue la lluvia.

Por eso y porque es febrero,
tantas veces cuajado de nieve
pero tan pocas de copos de libertad.

Y porque el Volga
se deshiela a estas horas y en el Mediterráneo
llamean las aguas que te vieron morir.

Y también
por los dos versos
que encontraron en tu bolsillo y que dicen:
‘estos días azules
y este sol de la infancia’.

Por sobre todo, padre mío,
porque estoy desnudo como los hijos de la mar.

NATURALEZA MUERTA

Sobre coágulos de mármol las hilachas rojizas
Cuando el azúcar se desprende y muere

Al fondo de la taza de café de verano.

La cuchara de plata
El cigarrillo rubio
Yéndose lentamente
Azulada pavesa
Entre cenizas ralas y círculos de sopor
Yéndose.

Bajo la soledad de las maderas del salón milenario
En este reposo del mediodía
Ligeramente predispuesto a las palabras suaves
“Ángel azul
Festivales de amor plateada orla
De sueños”.

Dejó el líquido una red de espuma
En el borde de la taza disimulando aferrándose
El resbaladizo tiempo cristalino.

El ticket con el precio
El vaso de agua
Las cerillas
La mancha inmóvil calurosa empedernida
Muerta.

Me pegaría un tiro.

NUEVE RAYAS DE TIZA

I
Ahora, más que nunca
Se creían valiosos.

Orígenes y duelo
De toda una pasión, de verdadera prole
De asesinos, de manchas
En la pared, donde la lluvia
Consolidó el disparo
O vocerío entre las aguas. Polvo
De amor; de lo que ellos llamaban
Amor.

Se creyeron tan dignos,
Tan magnánimos jueces
De una historia aprendida en cartillas de escuela.

Fuera como si otros, alguien,
Desde arriba, de lejos, de las nubes
Hubiera hecho el papel de intermediario
Alzando
Tanta miseria,
Echándola a voleo sobre las cabezas.

Y cuando aquella historia
Definitivamente acaeciera
Otra resucitaría. Y serían ellos
Los que yéndose al muro de las lamentaciones
Volverían a hablar
De su origen y de sus emblemas
Sin que nadie les escuchara.

II
Se afanaría
Lo más posible en divertir.
Ni demasiado sentimiento
Ni tampoco palabras de dulzura en los labios.

Pasaría la tarde
Ensayándose solo, iría hasta tres veces
Frente al espejo, escucharía lentamente
Su voz
Alejándose, expatriada.

Mediada el alba, volvería a caer
Sobre la iridiscente lejanía
De la última tarde, paladeando
Categorías, usos
De aquellos que tenían en sus manos
Pocas palabras, demasiado oro.

E intentaría grabar
Como la cinta graba, como algo que viene
Envolviéndonos la piel.

Al fin, irremisiblemente
Extirparía entre las sábanas
Cuatro, cinco manchas de amor.

III
En el feroz acuerdo
A que llegaron. Donde dobla el día.
En las patas de oso
Que levantaron ellas hasta amarrarlos por detrás del cuello.
O en el cristal de las sábanas.

Hubo más tarde, como siempre, llamadas
De reloj, de teléfonos abiertos
Inútilmente ya, cuando ya sólo eran
Cenizas, o brasas, un hiriente latido
De carmín en los labios.

Esporádicamente
Da el viento en los visillos y se vuelve a marchar.

Porque no hay nada. Nadie
Obligará a ese gato de la esquina
A levantar los párpados
E iluminar de luz verde la pared
Que siempre fuera una página en blanco.

IV
Cuando el amor se meta debajo de estas paredes
Me olvidaré de los óleos
En que con una cuchilla el lienzo blanco fuera dividido
En tres partes, lejos de toda simbología marina.

Y volveré a un puerto cualquiera
A estrellar contra las ruinas de ese barco holandés
Tres botellas de whisky, pero ya digo, lejos
De cualquier balanceo específicamente literario.

En el color oscuro de las aguas de aceite
Arrojaré la última gota de mi vida
Y nunca una sonrisa, nunca la carcajada
Caerá en unos labios más tristes que los mios.

Pero ya digo, lejos. Para que nadie estorbe.
Para que nadie crea que es una frase más.

(Eras como las ruinas de ese barco holandés
Cuando soñé contigo esta noche pasada.)

V
Cuando en el siglo nueve
Un poeta en Calcidia
Escribió en las paredes de la cárcel
La palabra libertad
Recordé aquella mañana
En que estábamos solos, mirándonos, y el viento
Daba mucho más lejos

Allá donde las olas
En las suaves colinas de Síbaris.

Juré
Que ya nunca
Cuando una mano de hombre
Escribiera en las paredes la palabra libertad
Me sentiría solo
Y te miré a los ojos
Como si todavía fuera adolescente
Y juré
Que nadie perturbaría mi calma
A pesar de las olas
Y de estos momentos en que quisiera
Tenerte entre mis brazos por encima de todo.

VI
Y si tampoco
Esto fuera posible;
Y si
Como cuentan que sucede
Entre las clases nobles
Nos viéramos obligados a repetir
Esas fórmulas asquerosas de despedida

Y si tampoco
Te ha servido de nada
Escuchar en mis venas los preludios del viento

Que sepas al menos
Que por una vez
Conociste a un hombre
Que no entendía de póker
Ni de vida de sociedad.

Y si te dejan
o si puedes creerme
O si los labios
Fueron hechos para algo más que para una venganza
Que sepas
Que seguiré leyendo aquella triste historia
Donde se narra
Que una vez, en un parque
Vio un jardinero huellas de lucha
Y las borró con el rastrillo
Creyendo que dos perros se habían extenuado
Allí de amor.

Porque hemos llegado
A un tiempo en que es mejor
Leer historias tristes
Que decir una sola palabra verdadera.

VII
Como esos solitarios
En los bancos de algún parque
Que se hunden y notan
Avanzar la punzada
Por el costado izquierdo.
Y cuando en medio
El estallido surge, cuando a lo lejos
Pasan las pancartas
Sucede
Como en esas películas
En que a los diez minutos, tiernamente,
Nos quedamos dormidos.

Y cuando por fin
Aquello que nadie ha visto
Que nadie querrá reconocer
(Pero que es inevitable como todas las cosas)
Cuando al fin aparezca
Esconderán la cabeza
Como esos solitarios

Y la punzada avanzará
Por el costado izquierdo.

VIII
En las paredes
Habían ido turnándose y ahora
-Oh democracia, oh viento
Que vienes de lejos-
Salían de las sombras de la noche
Y se quedaban mirándonos
Desde las paredes de la propaganda
Como si fuéramos suyos
Y escribían debajo
Que eran más inteligentes que nosotros
Más patriotas.

Solos ante el peligro
Recogíamos del suelo octavillas verdes
Y las íbamos dejando caer.
En las sombras de la noche
De vez en cuando se oía una carcajada.

Y cuando los cerebros
Escribieron en la pizarra
El resultado del escrutinio
Todos sabíamos
Que como ya lo dijo la escritura
Eran
Los mismos perros
Y los mismos collares.

IX
La novena raya de tiza
Se extendía furiosa
Entre los jeeps y los perros.

Como una cuchilla
Cortaba ataduras
A ras de tierra.

En las calles de la ciudad
Fueron apareciendo
Rostros jubilosos detrás de los cristales.

La novena raya de tiza
Escribió
Y eran tan claras las palabras
Que todos sabíamos
Que eras tú la que dictabas,
Libertad.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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