YO HACE TIEMPO QUE NO VIVO (Mi poema)
Yolanda Bedregal (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Vivir yo hace ya un tiempo que no vivo,
quizás sobrevivir es más preciso.
Mi vida está morando en un inciso.
Quizás solo me tiento cuando escribo.

La vida es un compendio de esperanza,
de esfuerzo y de trabajo, es un oficio
que debes de aprender con sacrificio.
Si existe un objetivo se afianza.

Y debes de bregar en el trayecto
cuidando que al final no estés cansado.
No digas que la suerte te ha ignorado.
Recuerda que aun resiste el intelecto.

Que el hecho de vivir es una fuente
que un día ya no echa agua pues se agota.
Con él ha de llegar la bancarrota.
Preciso es que florezca otra simiente.

Y así fuera no creas conveniente
vendrá otro aquí a ocuparse de tu espacio
-las cosas de palacio van despacio-,
que un hueco has de dejar para el siguiente.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Yolanda Bedregal

Yolanda Bedregal

Flujo

Una mansa locura de amor al ser invada.
La ceniza inicial de la sangre se evada
a la porción azul de salobre marea
que, en vigilante insomnio, cada orilla golpea.

Tremor que llega herido para herirnos la herida
otra vez en la pulpa de la poma mordida.

Mi cal desmenuzada acéndrase en mi mano;
cáscara transparente, hoja que, de su arcano,
busca la geometría mínima del pistilo
donde, antes de ser lámina, fue punto y después hilo.

Fatal ya se presiente la potestad sañuda
– maciza telaraña sobre larva menuda–
de abstruso pensamiento que tendrá que aplastar
la pequeñez rebelde, la sed de perdurar.

Va desvelando el noto huella oculta en el pasto,
y la tímida bestia rompe su sueño casto.

Esqueleto amasado de polvo en turbias horas
cede sin equilibrio, Amor, si lo desfloras.

Espuma, cuarzo líquido, acosado deseo,
empinado alarido en oscuro tanteo
aguza voz de muertos en la cintura abierta
del mar que suda cantos en unidad desierta.

SALADA SAVIA

A mis hermanos Gonzalo, Jaime,
Álvaro, Ramiro

Padre mío, el invierno –espada de tu muerte–
sus varillas de hielo sobre mi pecho inclina.
Crujen las hojas secas en desolada sombra
al filo del minuto que te arrancó a la luz.

Ya no hablaremos nunca del verdeciente pino
aunque giren los meses hacia la primavera;
yo veré conmovida hundirse contra el cielo
la erguida copa oscura, y ya estarán tus ojos
perennemente mudos en el carbón azul.

Se esponjarán los días, descenderán las noches
hacia asoladas playas del Siempre y del Después,
mas la salada savia del amor está
herida al filo del minuto que te quitó de mí.

Contigo platicamos del trino y la gavilla,
del libro y el amigo, la reja y la parábola,
del agridulce zumo en el cristal humano.
Fraternales rondaban por tu voz de maestro
San Francisco de Asís, don Quijote y Jesús.

Padre mío, en las horas del hogar apacible
devanamos la lana del cotidiano afán;
y siempre tu sonrisa tendía el hilo de oro
que bendecía el agua y suavizaba el pan.
Presagio de ventura, flotaban nuestros nombres
con halo de alegría si los decías tú;
hoy me duele hasta el nombre
que tú ya no pronuncias,
y nos pesan las manos tendidas hacia ti.

Tus ojos amparaban la senda de mi verso.
Mi infancia en tus rodillas todavía mecía
la muñeca de trapo que el tiempo sepultó.
Ahora me llueven años por cada hora que faltas.

Nuestro pino ha llorado hasta su último espino.
Aúlla la madera de tu sillón vacío;
los platos en la mesa tienen sonido a roto;
y se empaña la atmósfera de girasol nocturno.

Esta salada savia del amor se hace niebla
al filo del minuto que te llevó a la luz.

GRANADA

Y se me dio en el alma
por dentro, como un beso.
Me vino desflecada
con sus cabellos de agua
sobre el hombro pulido
de la Sierra Nevada.

Un halo de campanas
la anunciaban sumida
entre olorosa vega.
Sandalias de arrayán,
cinturón de palmeras
la vi entre polvo de agua
milenaria y actual.
Y se me dio en el alma
por dentro, como un beso.

Tramontando los Andes
océanos y llanuras
vine a buscar Granada
como se busca un sueño
emergiendo en el mar
de un mapa que no es.

Tenía en sus facetas
como una rara joya
aristas de Fenicia
de Cartago, de Iberia.
Peana de olivares…
Así, gris y mojada
la palpé y era fina
cuerpo de Lindaraxa…
Hoy día se me ha dado
Carúmenes, campanas, agua,
Jardines, sol, fuentes…

ALEGATO INÚTIL

Cada día tenemos más salobre la saliva.
La migaja se crispa
ante la entornada puerta del perdón.
Cada día se saltan a las uñas
los dos niños morenos de los ojos
que fueron ángeles despiertos
a celestes honduras.

¿Con qué habrá de rematar el alegato
que está ya en el tope del sollozo?
Cada hora se ha hecho voraz
como engranaje de colmillos;
los pasos se han desacostumbrado
a la caricia de la grama húmeda;
el aire avanza granizado de saetas.

Conduélete, Señor, a ti clamamos.
¡Así tu mundo tambalea!
No somos Job, oh Padre; ¡no te tornes padrastro!

¿Acaso estás enfermo, o te pudres
con este vaho que te sube desde nos?
No te tornes padrastro, buen Dios.

Sonríe una vez sobre tu Hechura.
Regresa a tu niñez de Primer Día
cuando soplabas burbujas de color
y te brotaba de las sienes
boscaje y pleamar.
Eras entonces sin arrugas,
y era tu barba de cristal
lira entre los dedos de la luz.

Sonríe, Padre, sobre el libro mancillado,
y todos en Tu Nombre
escribiremos PAZ

La simple trinidad de una palabra;
bandera universal para soñar;
hostia de comunión para construir;
extremaunción para vivir.

Perdona, Dios, esta mi turbia arena…

AQUEL CABALLO DE MADERA

El caballo de madera
que mecía nuestra infancia
tiene huella de praderas
en el curvo balancín.

En pastizales sonámbulos
abrevaba a media noche.
Lo fustigaba la cinta
de siete años asombrados.
Era su pienso brazada
recién cortada de sol.

Más grande que una montaña,
lo trajo mi padre a casa
en un sábado sin lunes;
y los días galoparon
en mar sin reloj ni brújula.
¡Cuánto grano sin retorno
trillaron sus cascos fijos!

El caballo de madera
rematando la menguante
luna de su balancín …..

Navío del alto día,
Trono en la alfombra de felpa,
pájaro alazán en blanca
neblina de la niñez …..

* * *

Una noche de San Juan
en que ardían las fogatas,
por alambrados de olvido,
brincó al fuego tentador.

Su monótono galope
de fantasma regresando
campanilleaba agridulces
sones entre su crin
seca de lunada escarcha.

Crecía el sedoso lomo
con su carpa de nostalgias.

Cuando cayó entre las llamas,
se humilló el briosos fuego.
De súbito a los costados
brotaron alas de lumbre;
donde estaba la cabeza,
le nacía un resplandor.

¡Madera en resurrección!

Caballo de la ventura
entre rubias llamaradas,
a otro mundo te lanzaste
como en pirueta de circo
saltando mi corazón.
Relinchando con las chispas,
ascendiste por el humo
y te tragó en la gran pista,
rasgando su aro, la luna.

¡Ay caballo de madera!
aunque ya seas ceniza,
todavía está meciéndose
tu rítmico balancín.

HOLOCAUSTO

A mi hermana Carmen

Oh Cristo, yo quisiera de tu augusta cabeza
desclavar los espinos; endulzar tu martirio;
darte mi adolescencia como incienso en delirio;
alabándote en salmos, restañar tu tristeza.

Te volcaría en mi alma con la dulce certeza
de corporal expolio a cabezal de lirio.
Me inmolaría entera como ala sobre cirio
votivo que, al quemarse, con su llama te besa.

El humo, en holocausto, de mi cuerpo ofrendado
empapara en perfume la esponja de la hiel
y, hundida entre la llaga, mi vida en tu costado,

–la culpa redimida y el mundo sin pecado–
a la última palabra de Dios crucificado,
ungiría con rosa de amor tu humana piel.

entura, flotaban nuestros nombres
con halo de alegría si los decías tú.
Hoy me duele hasta el nombre que tú ya no pronuncias
y me pesan las manos tendidas hacia ti.

Tus ojos amparaban la senda de mi verso.
Mi infancia en tus rodillas todavía mecía
la muñeca de trapo que el tiempo sepultó.
Ahora me llueven años por cada hora que faltas.

Nuestro pino ha llorado hasta su último espino.
Aúlla la madera de su sillón vacío;
los platos en la mesa tienen sonido a roto;
las pisadas resuenas indagando algún eco.

Esta salada savia del amor se hace niebla
al filo del minuto que te llevó a la luz.

Tus manos

Canción de la esperanza
en el camino inútil
de mi vida, tus manos
cruzan como dos alas
cargadas de ternura.

Viaje inútil

Para qué el mar?
Para qué el sol?
Para qué el cielo?
Estoy de viaje hoy día
en viaje de retorno
hacia aquella palabra sin orillas
que es el mar de mi misma
y de tu olvido.
Después de que te he dado mar y cielo
me quedo con la tierra de mi vida
que es dulce como arcilla
mojada en sangre y leche.
Ahora me sobra todo lo que tuve
porque soy como acuario y como roca.
Por mi sangre navegan peces ágiles
y en mi cuerpo se enredan las raíces
de unas plantas violetas y amarillas.
Tengo en la espalda herida
cicatrices de alas inservibles,
y un poquito en mis ojos todavía
hay humedad inútil de recuerdos.
Pero, que importa todo esto ahora?
cuanto estiro los brazos y no hay nada
que no sea yo misma repetida.
Acaso no soy mar y no soy roca?
Misterios de colores en mi vida
suben y bajan en mareas altas
y extraños animales y demonios
se fingen ángeles y helechos en mis grutas.
Están además el mar, el sol, la tierra.
Ahora que he vuelto de un amor inmenso,
tengo ya en la palabra sin orillas
lo que pudo caber entre sus manos.

Resaca

Cuando ya la resaca deje mi alma en la playa,
y del arco agobiado de mi espalda se vaya
el ala cercenada, cual vela desafiante,
en cicatriz y estela prolongará el instante.

Quedarán vigilando, símbolo intrascendente,
dos pobres ojos pródigos y una mendiga frente.
¡Catacumba de agua, amor! ¡No me conoces!
Ni nadie nos conoce. Sólo hay fugaces roces,
desencuentros, en la prieta mudez de encrucijadas.

Expían su demora presencias nunca halladas.
No son cruz ya los brazos ni altar para holocausto
de salvajes ternuras. Con su claror exhausto,
un sol desalentado ahonda los abismos.
Somos polvo y lucero, todo en nosotros mismos.
Para esta elemental ceniza taciturna
sea la inmensa lágrima del Mar celeste urna.

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Autor

Donaciano Bueno Diez
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